lunes, 17 de octubre de 2011

En el frontis del Cementerio Municipal de Copiapó se conmemoró el paso de la caravana de la muerte



En esta oportunidad fue el Partido Socialistas el que organizó el encuentro al que acudieron gremios y distintas agrupaciones para marchar y llegar hasta el memorial y tumba de los caídos en Copiapó.



Inger Ambler

17 de octubre 2011
Diario Atacama
soychile.cl







En la Plaza de Armas de Copiapó se reunieron los familiares,amigos y miembros del Partido Socialista para conmemorar a los 16 caídos en el regimiento de Copiapó debido al paso de la Caravana de la Muerte por esta ciudad.

La marcha, que llegó hasta el cementerio congregó a unas 30 personas, Sergio Chávez, uno de los organizadores de la romería comentó, “un año más que conmemoramos esta fecha fatídica en que se exterminaron a compañeros acá en Copiapó en el regimiento, nos convocamos aquí cada año en esta fecha para poder asistir a una romería en el cementerio para recordar a nuestros compañeros caídos”.



El acto se centró en el frontis del cementerio donde tocó un grupo musical y bailaron las nietas de un ejecutado político en Tocopilla de origen Copiapino Agustín Villarroel Carmona. Más tarde llegaron hasta el memorial donde se encuentran las tumbas de los 16 ejecutados al interior del Regimiento de Copiapó el 17 de octubre de 1973.







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El Crimen Cometido por la Caravana de la Muerte en Copiapó - Parte 1


Caravana de la Muerte Capítulo Copiapó en la Búsqueda de la Verdad y la Justicia


Han pasado treinta y ocho años desde que se cometió este crimen lleno de violencia prepotente, de cobardía oculta en el poder del mando, y propio de los más bajos e indignos niveles de la casta militar.

Todo ocurrió un día en la tarde, y las primeras horas del día siguiente, así lo relata Patricia Verdugo, en su libro de investigación periodística “La Caravana de la Muerte-Pruebas a la Vista”.



Libro “Caravana de la Muerte Pruebas a la Vista Capítulo Copiapó
Patricia Verdugo

“… A Copiapó llegó el helicóptero Puma el mismo día 16 de octubre de 1973, alrededor de las 20.00 horas. Estuvo allí hasta la mañana del 18 de octubre. El trágico resultado de su estadía en la ciudad fueron dieciséis víctimas. Durante muchos años, el general Sergio Arellano sostuvo que su misión en Copiapó consistió en verificar el fusilamiento de tres prisioneros que habían sido condenados a muerte por un consejo de guerra (García, Tapia y Castillo). Aún no había llegado a la ciudad, dijo al juez Guzmán, "cuando fueron fusilados los trece prisioneros de Copiapó, yo no me encontraba en la ciudad".

"Sea cual sea la fecha, estoy convencido de que en este caso no hubo participación de los miembros de mi grupo militar", reiteró el general Arellano. ¿Cuándo se enteró de lo ocurrido? Dijo el general que lo había sabido por un informe del comandante del regimiento, coronel Óscar Haag, "como un hecho ocurrido con anterioridad a mi llegada".

¿Qué declararon los miembros de la comitiva en los primeros interrogatorios? El brigadier Pedro Espinoza dijo que nada supo de lo ocurrido en Copiapó. El coronel Sergio Arredondo declaró que tampoco se enteró de nada en su momento y que, más tarde, "tuve conocimiento de que había habido fusilamientos, posiblemente durante o después de nuestra pasada por Copiapó". El coronel Marcelo Moren Brito dijo que, al momento de partir de Copiapó hacia Antofagasta, "antes de zarpar, el coronel Arredondo nos informó acerca de unos fusilamientos que se habían efectuado en la ciudad". Y más tarde, rectificó su declaración: "En Copiapó y La Serena, presencié parte" de las ejecuciones.

El oficial Juan Chiminelli, ayudante del general, fue nuevamente quien demostró tener la mejor capacidad de memoria y desmintió incluso a su jefe: "Recuerdo que hubo una balacera muy fuerte, puesto que la gente fusilada no quedó en muy buenas condiciones". Y agregó, en favor de la inocencia de la comitiva, que todos estaban en el hotel "cuando nos enteramos de que hubo un fusilamiento debido a que hubo un escape de presos. Esto quiere decir que ninguno de los integrantes de la comitiva participó en esos hechos. Quienes participaron fueron miembros del personal del propio regimiento de Copiapó". Más aún, en defensa de su jefe, aseguró que "estos hechos ocurrieron durante la noche en que estábamos en Copiapó. Recuerdo que el general Arellano insistió en que el comandante Haag debía aclarar la situación, para dejar en claro que allí no hubo participación de la comitiva del general Arellano".

Las contradicciones son evidentes. Pero como en Copiapó hubo dos ejecuciones masivas el 17 de octubre de 1973, podría argumentarse que hay confusión en los recuerdos. De modo que el juez decidió aclarar a fondo el episodio.

Partamos con la declaración del entonces teniente Enrique Vidal Aller, quien era el ayudante del comandante del regimiento (fojas 1372). Y vayamos al comienzo de este episodio.



Dijo el teniente (R) Vidal Aller que, desde La Serena, le avisaron que venía a Copiapó el helicóptero con el general Arellano a bordo. Se lo comunicó de inmediato al comandante Haag, "quien no le dio mucha importancia, me comentó que dicho helicóptero pasaría directo a Antofagasta, ya que en su concepto Copiapó no era tan importante".



Poco después, un sargento de guardia le avisó que se aproximaba el Puma: "Le ordené al sargento que rodeara al helicóptero cuando se posara en tierra con unos quince hombres que tenía a disposición en esos momentos. Una vez que el helicóptero se posó en tierra, recuerdo que el primero en bajar fue el teniente Armando Fernández Larios, quien venía con tenida de combate, con corvos, granadas, etcétera, y por sus desplazamientos daba la impresión de que estaba desorientado. Me acerqué y le pregunté qué sucedía, informándome que venía el general Arellano y una comitiva, formada por Fernández Larios, el mayor Arredondo, el capitán Moren Brito y un subteniente, Hugo Julio".

Sigue la declaración de Vidal Aller: "Una vez descendido en tierra el general Arellano, le informé que no había novedades. Luego me preguntó por el comandante de la unidad, señor Haag, informándole que estaba en la comandancia". El general Arellano, entonces, le ordenó que lo fuera a buscar de inmediato. Y cuando Arellano tuvo enfrente al comandante Haag, "lo reprimió por la forma en que vestía, añadiendo que el país estaba en guerra, razón por la cual le ordenó que se cambiara de ropa".

El coronel Haag se cambió su ropa por tenida de combate. Luego, en la comandancia, se reunieron el general Arellano con el comandante Haag, los oficiales de la comitiva Arredondo y Moren, así como el capitán Brito del regimiento de Copiapó. Luego, aseguró Vidal Aller al juez, "el general Arellano pidió todas las carpetas de la gente que estaba detenida tanto en la unidad como en la cárcel de Copiapó. Luego de estar reunidos dos a tres horas, bajó el capitán Brito con las carpetas que había estudiado el general Arellano y de las cuales se separaron trece, relacionadas con las personas que finalmente masacraron".

Mientras la reunión se efectuaba, sucedió algo que el ex teniente Vidal Aller no pudo olvidar jamás: "Salió el teniente Armando Fernández Larios, me preguntó dónde estaban los detenidos, fue hasta dicho lugar y premunido de un arma —que consiste en un mango con cadena y una bola de púas—golpeaba en la cabeza a la gente. De este accionar resultó muerta una persona de nombre Leonello Vincenti. Esto estuvo en conocimiento del mayor Arredondo y del capitán Carlos Brito, quien increpó al teniente Fernández Larios por su cometido, respondiéndole éste que dependía del general Arellano y no de él".

Y si el entonces teniente Vidal Aller fue testigo de lo ocurrido desde su sala de ayudantía, la versión de lo que sucedió dentro de la oficina de la comandancia sólo podía darla el coronel Óscar Haag Blaschke. En su primera declaración (fojas 2059 y siguientes) fue más bien cauteloso. Dijo que cuando el general Arellano le mostró el documento firmado por el general Pinochet, nombrándolo su Oficial Delegado, comprendió "que en ese momento quedaba subordinado del mando pues, de acuerdo al reglamento, el Oficial Delegado tiene plenas y amplias atribuciones para obrar en todos los aspectos del mando".



Haag aseguró al juez que el general Arellano, junto al entonces mayor Pedro Espinoza, "comenzó a revisar las tarjetas de identificación de cada uno de los detenidos, más las causas que estaban en tramitación (...) En varias oportunidades, pidió ampliación de los datos de algunos detenidos, como —por ejemplo—la forma en que lo habían detenido, actitud, lugar de su detención y cargos que se le formulaban (...) debo manifestar que, durante la revisión, tanto el general Arellano como el mayor Espinoza tomaron notas o hacían anotaciones en la lista de detenidos".

Pero fue en un segundo interrogatorio, realizado el 29 de enero de 2000, cuando el coronel Óscar Haag Blaschke hizo un pormenorizado relato de lo que allí ocurrió y que culminó con la muerte de dieciséis prisioneros políticos. Veamos lo que dijo al ministro Juan Guzmán:



"Nos reunimos en la comandancia con el general Arellano y, además, participaron de esa reunión el Prefecto de Carabineros, comandante Rene Peri, y el Prefecto de Investigaciones, cuyo nombre no recuerdo. Además estaban otro funcionario de Investigaciones y un oficial de Carabineros, cuyos nombres y grados no recuerdo. Además estaba el abogado Rojas Hidalgo, quien era mi asesor. De la comitiva, además de Arellano, se encontraba el entonces mayor Pedro Espinoza. Todos ellos revisaban los antecedentes de los detenidos. También estaba junto a ellos el capitán Carlos Brito, quien tenía los archivos de las personas detenidas".

"El general Arellano, el mayor Espinoza, el capitán Carlos Brito, junto con los funcionarios de Investigaciones y Carabineros a cargo de Inteligencia, cuyos nombres no recuerdo, trabajaban en una mesa con los archivos y los antecedentes de los detenidos. Estábamos al frente de la mesa sentados, presenciando de lejos lo que ellos hacían. Existía un fichero con todos los datos de las personas detenidas, que contenía su filiación política y cargos que existían contra ellos. Esta documentación se guardaba en un cárdex. A cargo del cárdex se encontraba el capitán Carlos Brito. Este último iba mostrando las tarjetas correspondientes a cada detenido y el general Arellano, a veces, efectuaba anotaciones marginales. No, no recuerdo el color del lápiz que usaba. Lo vi solamente de lejos, de manera que no podía precisar qué era lo que anotaba. En algunos casos hacía anotaciones y en otros, no. Esta reunión comenzó alrededor de las 20.00 horas del día 16 de octubre de 1973 y terminó poco antes de la medianoche de ese día".



"Recuerdo que el teniente coronel Arredondo u otro oficial entraban esporádicamente a la reunión. A Arredondo lo conocía porque practicaba equitación. Además, el general Arellano mandaba misivas para afuera a través de cualquiera de los miembros de su comitiva, pues eran de su confianza. Enviaba mensajes escritos, presumiblemente a miembros de su comisión. Ignoro su contenido".

"Al final de la reunión, el general Arellano entregó la lista que había recibido de parte de la Fiscalía con los nombres de todos los detenidos que se encontraban en el regimiento y en la cárcel local —alrededor de setenta—en la que había marcado el nombre de trece personas, ordenando que debían ser fusiladas a la brevedad. Estas personas fueron ejecutadas estando con sumarios pendientes porque la orden del general no podía dejar de cumplirse, dada la alta investidura que éste tenía".



Trece prisioneros, ¿y los otros tres? El coronel Haag dijo al juez que, en esa misma reunión, el general Arellano examinó los expedientes de los tres funcionarios del mineral El Salvador. Porque García, Tapia y Gastillo habían sido juzgados por un consejo de guerra, el que propuso pena de muerte para los tres. El caso estaba siendo revisado por Haag, pero el general le ordenó al asesor jurídico, abogado Daniel Rojas Hidalgo, que cerrara la causa y preparara el documento para firmar el cúmplase de la sentencia al día siguiente.



Nos encontramos, en el relato, cerca de la medianoche del 16 de octubre de 1973. Acaba de terminar la reunión donde se ha decidido la muerte de un total de dieciséis prisioneros. ¿Qué pasó después? El teniente (R) Vidal Aller lo relató así al juez: "Terminada la reunión del general Arellano y su comitiva, se dio orden de trasladar a trece personas con destino a La Serena, orden dispuesta por el propio general Arellano al comandante Haag. Esta misión debía cumplirla el capitán Patricio Díaz Araneda, quien me pidió que lo acompañara, a lo que respondí que yo era ayudante del comandante y no podía recibir órdenes de él. Posteriormente, el capitán Díaz Araneda designó a tres subtenientes, recién salidos de la Escuela Militar, para que lo acompañaran a cumplir la misión de traslado de los detenidos".



El oficial Patricio Díaz Araneda pasó, entonces, a ser clave para continuar averiguando lo sucedido. En su primera declaración, no abrió la boca. Ya estaba retirado del Ejército, pero trabajaba para la institución como ingeniero químico de FAMAE. No recordaba nada de lo ocurrido en Copiapó. En los años 73 y 74, explicó al juez, pasó por "uno de los períodos más difíciles de mi vida". Dijo que estaba recién casado y que, aunque su mujer vivía a tres cuadras del regimiento, podía verla sólo cada tres meses. Por eso, dijo, tenía "lagunas de memoria".



— ¿Ha recibido ayuda siquiátrica? —le preguntó el ministro Guzmán.



—No, porque sólo ahora me doy cuenta, ya que en 25 años nadie me ha preguntado sobre este tema —contestó el oficial Díaz Araneda.



Pero en junio de 1999, el ministro Guzmán fue a la cárcel de Copiapó y, en el libro de guardia de 1973, encontró la prueba. Allí estaba registrado que a las 0.30 horas del día 17 de octubre, el suboficial Orlando Lukes Smith —alcalde subrogante—había entregado nueve prisioneros al capitán Patricio Díaz Araneda. Por esa misma fecha, junio del año 99, le fue negada al ministro Guzmán su petición de conocer el listado de oficiales y suboficiales que estaban en los regimientos de Copiapó y La Serena en 1973. El Jefe del Estado Mayor del Ejército, mayor general Patricio Chacón Guerrero, le contestó que "es una materia clasificada como secreta".



Así fue como el ministro Guzmán decidió arrestar al oficial Patricio Díaz Araneda y someterlo a proceso. El arresto fue crucial para aclarar el episodio. Tras seis meses de reclusión, Patricio Díaz Araneda recuperó la memoria y confesó:



"No antes de las 23-00 horas fui citado a la comandancia, siendo recibido en el sector de la ayudantía, porque en esos momentos en la comandancia se encontraba el general Arellano y los miembros de su comitiva y demás personas que participaron en la reunión, esto es, el capitán Brito y el comandante Pery, entre otros. En la ayudantía se encontraba el comandante Haag y el mayor Enriotti. En ese momento recibo la orden verbalmente, encontrándonos todos de pie. Esta orden consistía en fusilar, fuera del recinto del cuartel y sólo con la participación de oficiales, a unos detenidos, los que serían indicados en una lista. Efectivamente recibí una lista con nombres. Esta lista, me da la impresión, estaba escrita en forma manuscrita".



El entonces capitán Patricio Díaz Araneda "representó" la orden a sus superiores. Es decir, preguntó si podía evitar su cumplimiento. Pero la orden le fue reiterada, momento en el cual supo que no tenía otro camino que cumplirla, ya que sus superiores se hacían responsables por lo ordenado. Así funciona el principio de "obediencia debida" en las instituciones armadas. Sigamos con su relato:

"De acuerdo a ello, yo designo al entonces capitán Ricardo Yáñez Mora, al subteniente Waldo Ojeda Torrent y al subteniente Marcelo Marambio Molina. Debo agregar que al único que comunico en ese instante la misión es al capitán Yáñez, quien incluso me representa si había forma de no ejecutar eso, respondiéndole que no había forma de eludir la orden porque yo había hecho la consulta y la orden me fue reiterada".

Continúa el relato del entonces capitán Díaz Araneda: "Para el cumplimiento de la misión se me puso a disposición un camión militar que yo personalmente conduje y en el cual trasladamos a los detenidos. Mientras yo preparaba el armamento fueron retirados cuatro de los detenidos que se encontraban en el interior del cuartel, los que subimos al camión para trasladarnos a continuación a la cárcel de Copiapó a retirar a los nueve restantes. El nombre de los detenidos de la cárcel me fue entregado en una lista. Recuerdo que a la cárcel ingresé alrededor de las 00.30 horas del día 17 de octubre, comunicando al personal encargado que, por orden de la Fiscalía Militar, debían hacerme entrega de los detenidos que figuraban en la lista. De eso se deja constancia en el Libro de Guardia del recinto penitenciario".



"Retirados los detenidos de la cárcel, los que junto a los sacados del recinto militar sumaban trece personas, me dirigí con el camión hacia el sur de Copiapó por la carretera Cinco Norte. Recorrimos un poco más de veinte kilómetros y, en cuanto el terreno me lo permitió, me salí con el camión de la carretera y me interné en la pampa hacia el poniente, aproximadamente unos 200 metros, procediendo a detener el camión. En ese momento, al bajar los oficiales, le comuniqué a los subtenientes cuál era la misión que debíamos cumplir. Los subtenientes me preguntaron si no había forma de no cumplir esa orden, ante lo cual yo les reiteré que no y que la orden debía ser cumplida por cuanto a mí me había sido ratificada. Acto seguido, procedimos a bajar a los detenidos en grupos de tres, los que fueron fusilados por tres de los oficiales, en tanto uno aseguraba la permanencia del resto en el camión. El fusilamiento fue rotativo respecto a los participantes, naturalmente en el último grupo fueron cuatro los fusilados. Deseo dejar constancia que, por nerviosismo, no me percaté de que mi fusil estaba en ráfaga y fusilé a dos de ellos en esas condiciones".

—¿Iban atados o encapuchados los prisioneros? —le preguntó el juez a Patricio Díaz Araneda.



—Las manos les fueron atadas en la parte de atrás, al momento de subirlos al camión. Y las bolsas con las cuales se encapuchaban las caras, al momento de ser fusilados, eran bolsas de sacos de dormir.



— ¿En qué orden los fusilaron? —preguntó el juez.



—Yo participé en los fusilamientos de los cuatro grupos, para lo cual utilizamos fusiles SIG 7.62 mm. de cargo militar. Éramos tres fusileros para cada grupo, pero para el último fuimos cuatro. No recuerdo el orden de los fusileros en cada caso. Los fusilamientos se realizaron con los detenidos de pie, enfrentando al grupo de fusileros, a una distancia aproximada de ocho metros. Fallecieron instantáneamente con los primeros disparos, no fue necesario ejecutar tiros de gracia.

— ¿Qué pasó después?



—Terminado el fusilamiento, procedimos a cargar los trece cadáveres en el camión, cubriéndolos con una carpa. Y me dirigí con el camión hacia el predio del regimiento, donde permanecieron hasta alrededor de las 20 ó 21 horas del día 17 de octubre de 1973, oportunidad en que trasladamos los restos hasta el cementerio de Copiapó. La custodia del camión estuvo inicialmente a cargo de dos oficiales, los que posteriormente fueron relevados por personal del regimiento.



— ¿Dirigió usted el traslado de los cadáveres al cementerio y su entierro?



—Sí, al cementerio ingresamos por la puerta trasera, en cuyo interior ya había personal militar, además del administrador del cementerio. Procedimos a bajar los cuerpos del camión, para luego realizar su entierro. Pero el administrador nos señaló que no era posible realizar el entierro sin un documento del Registro Civil. Por este motivo, personal militar concurrió a buscar al oficial de Registro Civil, quien una vez en el lugar procedió a tomar las huellas dactilares de cada una de las víctimas, las que registró en un formulario. Entretanto, esta operación era alumbrada por las luces de los vehículos.



— ¿Quién le dio la orden de fusilar a los prisioneros?



—La orden me fue dada por el comandante del regimiento, teniente coronel Óscar Haag, cuando nos encontrábamos ambos de pie en la ayudantía de la comandancia, ya que yo fui llamado por él. En el intertanto, se encontraba en la oficina del comandante el general Sergio Arellano Stark y algunos miembros de su comitiva. Todos se encontraban en tenida de campaña. Me consta que el general Arellano y parte de su comitiva estaban en la comandancia, ya que yo los vi entrar. Le representé la orden al comandante Haag y éste me señaló que había que cumplir dicha orden.



— ¿Qué habría pasado si no hubiera cumplido esa orden? —preguntó el ministro Guzmán



—Yo creo que podría haber sido fusilado porque estábamos en tiempo de guerra, fusilado previo juicio sumario muy breve. En mi concepto, debía cumplir dicha orden —contestó Díaz Araneda.



El 29 de enero de 2000, a las 11.45 horas, en el Comando de Telecomunicaciones se realizó el careo entre el general Sergio Arellano Stark y el entonces capitán Patricio Díaz Araneda.



—Precise, general Arellano, dónde durmió la noche del 16 al 17 de octubre y la noche del 17 al 18 de octubre de 1973 —inquirió el juez.



—Mi comisión llegó a Copiapó el día 16 de octubre de 1973, alrededor de las 20.00 horas, donde pernocté. Estuvimos todo el día en esa ciudad, donde pernoctamos para partir el día 18 de octubre de 1973, a primera hora, a Antofagasta —respondió el general Arellano.



Luego, el general Arellano dijo que —tras su llegada—se reunió con el comandante Haag para planificar las actividades del día siguiente y se fue a dormir a su hotel. Y en la mañana del 17 de octubre había tenido una reunión con los oficiales y suboficiales del regimiento, en la cual recomendó "el respeto a la población civil y la necesidad de evitar cualquier forma de abuso de poder". Y terminó esta parte de su declaración reafirmando que su comitiva no estuvo en Copiapó cuando fueron asesinados los trece prisioneros.

— ¿Ordenó usted el traslado de esas trece personas y/o su fusilamiento? —preguntó el ministro Guzmán al general Arellano.



—Definitivamente no ordené ni el traslado ni el fusilamiento —contestó el general Arellano.



— ¿Participó usted en el traslado y en el fusilamiento de los trece prisioneros? —preguntó el juez a Patricio Díaz Araneda.



—Efectivamente dirigí y participé en el fusilamiento de trece personas en Copiapó, el día 17 de octubre de 1973. Estimo que estos fusilamientos se realizaron entre la una y media o dos de la madrugada. Enfáticamente puedo decir que los hechos ocurrieron en la madrugada del día 17 de octubre, fecha que coincide con la estadía del general Arellano con su comitiva. Es cuestión de asociar. La comitiva del general Arellano llegó a Copiapó el día 16 de octubre, alrededor de las 20 horas —contestó el oficial Díaz Araneda.



— ¿En qué momento y quién le encomendó la misión?



—El día 16 de octubre de 1973, pasadas las 23 horas, fui llamado a la comandancia del Regimiento Atacama. En la ayudantía se encontraba el comandante Haag y el mayor Enriotti.



Allí recibí, de parte del coronel Haag, la misión de ejecutar a los detenidos que estaban señalados en una lista, actividad que debía ser realizada sólo por oficiales y fuera del cuartel. Fue el comandante Haag. El comandante estaba muy alterado, pues es una persona muy nerviosa. Estaba muy conmovido. Me dijo que tenía que cumplir con la orden de ejecutar a las trece personas mencionadas en la lista. Estaba muy asustado. Incluso yo le representé la orden. Nunca el comandante Haag había tomado una decisión tan drástica y estoy convencido de que cumplía órdenes superiores (...) La razón que más me impulsa a decir que el comandante Haag cumplía órdenes superiores es que las dieciséis ejecuciones habidas en Copiapó se producen exactamente durante el período de permanencia de mi general Arellano y su comitiva en la guarnición. Ni antes ni después de la presencia de mi general Arellano en Copiapó, hubo detenidos que hayan sido ejecutados —contestó el oficial Díaz Araneda.

— ¿Dónde estaba el general Arellano cuando la orden de fusilamiento le fue dada?

—Estaba en la comandancia del regimiento Atacama, alrededor de las 23 horas del día 1º de octubre.



Fue entonces cuando el general Arellano decidió intervenir y así quedó registrado en el proceso: "No es la primera vez que se aprovecha el paso de mi comitiva por alguna guarnición donde había comandantes pusilánimes que incluso no cumplieron con las disposiciones del Comandante en Jefe del Ejército, como ocurrió en la guarnición de Calama".

— ¿Estaba el general Arellano en la noche del 16 de octubre en la comandancia del regimiento? —preguntó el ministro Guzmán.



General Arellano Stark: "Concretamente no estaba. Me encontraba en el hotel".

Oficial Díaz Araneda: "Puedo asegurar que estaba en la comandancia. Lo vi entrar el día 16 de octubre alrededor de las 20.20 horas, cual es el tiempo que demora en llegar desde el helicóptero a la comandancia. No más de 15 a 20 minutos".

—¿Estaba el general Arellano en la comandancia cuando se le dio la orden de ejecutar a los trece detenidos? —repitió el juez, dirigiéndose a Díaz Araneda.

—Creo que estaba en la comandancia porque no lo vi salir.



—¿Dónde estaba, general Arellano, cuando se dio la orden de fusilar?

General Arellano Stark: "No, a esa hora me encontraba en el hotel".

Oficial Díaz Araneda: "Mi general Arellano se encontraba en la comandancia".

General Arellano Stark: "Insisto, me encontraba en el hotel".

El general Arellano argumentó, entonces, que la prueba de su inocencia y, por ende, la prueba de la culpabilidad del comandante Haag en los crímenes de Copiapó, estaba justamente en el hecho de que Haag no hubiera llamado a su superior jurisdiccional —el general Lagos—antes de dar la orden de fusilamiento.

El oficial Díaz Araneda le replicó así: "Yo sólo aseguré, y no me cabe duda, que el comandante Haag cumplió órdenes superiores. No había nada ni antes ni después de la llegada del general Arellano a Copiapó que pudiera precipitar los hechos referidos".



—¿Por qué el comandante Haag no solicitó autorización al general Lagos para hacer algo tan grave como el fusilamiento de trece personas? —preguntó el juez.

—Ignoro si esa noche el comandante Haag comunicó la orden al general Lagos Osorio, sólo sé que asumió como Oficial Delegado del Comandante en Jefe, desde el momento de su llegada a Copiapó, mi general Arellano —contestó Díaz Araneda.

El general Arellano, entonces, reiteró que el documento que recibió de manos del general Pinochet no indicaba "que yo asumiría el mando de la unidad ni tampoco que cumpliría funciones como juez militar". Dijo que el documento que lo nombró Oficial Delegado sólo se refería al comportamiento de los militares con la población civil, a fin de mantener la buena imagen del Ejército; a la revisión de procesos militares; a velar por que los consejos de guerra dispusieran la debida defensa de los procesados.

El careo entre el coronel Óscar Haag Blaschke y el oficial Patricio Díaz Araneda aportó nuevas pruebas al ministro Guzmán. Se realizó el 29 de enero de 2000, a las cuatro de la tarde, en el Comando de Telecomunicaciones del Ejército.

¿Quién dio la orden de sacar a los trece detenidos y fusilarlos? Esa fue la pregunta del juez que gatillo la siguiente aclaración por parte del coronel Haag:

"Al momento en que me fue exhibido el documento en que el general Pinochet nombraba Oficial Delegado al general Arellano, quedé relevado del mando y, por lo tanto, sobrepasado en mis atribuciones. El día 16 de octubre de 1973, en la reunión que sostuvimos con el general Arellano en la comandancia, éste ordenó el fusilamiento de trece personas que estaban en una lista. La lista fue elaborada en triplicado. Una la tenía el capitán Carlos Brito, otra la Fiscalía Militar y la tercera le fue entregada al general Arellano. No vi la lista de cerca, pero posteriormente me percaté de que la lista tenía unas marcas que había hecho el general Arellano. El criterio que tuvo en cuenta el general Arellano para seleccionar a las trece personas que iban a ser fusiladas atendió a la gravedad del delito, a las circunstancias que rodearon su detención y al partido político a que pertenecían las trece personas".



Y agregó el coronel Haag: "Concretamente yo sabía que esas trece personas iban a ser fusiladas porque la orden había sido dada por el general Arellano, estando en la oficina de la comandancia. No di la orden de fusilar a esas trece personas, ni en forma verbal ni escrita. Pienso que la orden la dio Enriotti, quien era el segundo del regimiento y a quien —estando en el interior de la comandancia—le comuniqué la orden del general Arellano".

Siguió el coronel Haag: "Lo del traslado y posterior evasión de los trece detenidos fue una ficción para dar una explicación que no impactara al personal del regimiento, pero la verdad es que las personas fueron ordenadas fusilar por el general Arellano. El general Arellano, una vez que mostró la lista con las trece personas detenidas que serían fusiladas, la mandó fuera de la comandancia por intermedio de un emisario de su comisión que bien pudo ser Arredondo, quien era su segundo. El general Arellano dijo que estas trece personas debían ser fusiladas de inmediato y las otras tres debían ser fusiladas a la mayor brevedad, ordenando que se diera término al sumario".



Y fue entonces cuando el coronel Haag agregó nuevos datos: "Luego de que se llevaran a las trece personas, supuestamente rumbo a La Serena, en mi vehículo fiscal —junto a Arredondo y al abogado Rojas Hidalgo—nos dirigimos por la carretera que va a La Serena en busca del camión militar que pertenecía al regimiento y que llevaba a las trece personas".

"Como Arredondo se molestó porque no encontrábamos el camión, después de llegar a la cima de la cuesta Cardone, ordenó que regresáramos a Copiapó. De vuelta, a unos pocos kilómetros de Copiapo, con los fusilados en su carrocería, tapados con una carpa y chorreando sangre. Nos detuvimos y Arredondo, para verificar, se bajó del vehículo, se subió al camión, levantó la carpa que cubría los cuerpos y contó los cuerpos para comprobar la muerte de las trece personas. Posteriormente, por orden de Arredondo, nos dirigimos al hotel donde se alojaba el general Arellano, quien nos recibió en bata. Entonces Arredondo dijo textualmente: 'Cumplida su orden, mi general, las trece personas fueron ejecutadas y lo he confirmado personalmente'.

No es difícil imaginar el estupor que debió experimentar el ministro Guzmán al escuchar las palabras del coronel Óscar Haag, como asimismo el actuario al teclear la declaración en su máquina de escribir.





Agregó el coronel Haag que volvió al regimiento, esa madrugada de octubre, y ordenó que se redactara el comunicado oficial, dando cuenta del traslado de los trece prisioneros a La Serena, su intento de escapar en el momento en que el camión sufrió un desperfecto eléctrico y la muerte de todos por "ley de fuga".

—¿Quién dio la orden de fusilar a los trece prisioneros? —repitió el ministro Guzmán.

Oficial Díaz Araneda: "La orden la recibí del comandante Haag, estando en la oficina de la ayudantía junto al mayor Enriotti. Es probable que cuando llegué a la comandancia, el comandante Haag y el mayor Enriotti estuvieran en ese momento comentando la orden de fusilar a las trece personas. Entonces, en ese momento, se me ordenó cumplir la orden de ejecutar a las trece personas".



Coronel Haag Blaschke: "Es posible que así haya sucedido. Lo que ocurrió fue que, estando en el interior de la comandancia, le entregué la lista a Enriotti, diciéndole que el general Arellano había ordenado la ejecución de trece detenidos".



—¿Mantiene su versión de que la orden de fusilar la dio el coronel Haag? —preguntó el juez a Díaz Araneda.

Oficial Díaz Araneda: "La orden la recibí estando el coronel Haag junto al mayor Enriotti en la ayudantía. El coronel Haag sabía que la orden era fusilar".

Coronel Haag Blaschke: "Estando junto al mayor Enriotti, que era mi segundo comandante, es posible que tácitamente le haya transmitido la orden al entonces capitán Patricio Díaz, en el sentido de que en mi presencia el mayor Enriotti le informó al capitán Díaz que la orden era fusilar a las trece personas que, momentos antes, el general Arellano había tiqueado en la oficina de la comandancia. Yo le entregué el papel a Enriotti para que se encargara de los detalles y tomara las medidas del caso con el objeto de cumplir la orden dada por el general Arellano, orden que había que cumplir de todas maneras. Había que fusilar a las trece personas".

Oficial Díaz Araneda: "Sí, al momento de recibir la orden, estábamos los tres. En ese momento, le representé la orden a mi comandante Haag".

Coronel Haag Blaschke: "Yo tenía que darle la orden al mayor Enriotti para que la cumpliera. No podía ser de otra manera. La orden había que cumplirla. Entonces, cuando me la representó el capitán Díaz Araneda, le dije que era una orden superior y que, dada la alta investidura del general Arellano, era imposible no cumplir con la orden".

Oficial Díaz Araneda: "Efectivamente es así".

—A ver, ¿quién dio la orden? —preguntó nuevamente el juez, tratando de entender la lógica y el lenguaje militar en el cumplimiento de órdenes.

Oficial Díaz Araneda: "La orden me la transmitió el comandante Haag, quien me comunicó que la orden era del general Arellano y que había que cumplirla. Esto sucedió en presencia del mayor Enriotti, quien me dio las instrucciones para su cumplimiento, estando los tres en la ayudantía de la comandancia".

Coronel Haag Blaschke: "Efectivamente así es. La orden se la transmití al capitán Díaz en presencia del mayor Enriotti, reiterándole que esa orden debía cumplirse por la investidura de Oficial Delegado que tenía el general Arellano".

Cuando el juez quiso saber del momento en que ambos oficiales se encontraron en la carretera, cuando ya el camión venía de regreso con los cadáveres y el coronel Arredondo se subió para contar los cuerpos, dijeron lo siguiente:

Oficial Díaz Araneda: "Yo no recuerdo haber visto a Arredondo en la cuesta Cardone".

Coronel Haag Blaschke: "Efectivamente, Arredondo y yo estuvimos en la Cuesta Cardone, junto al abogado Rojas Hidalgo. Es posible que el entonces capitán Patricio Díaz no se haya dado cuenta de mi presencia, junto a Arredondo, por el estado de conmoción en que se encontraba después de la muerte de las trece personas".

—¿Y quién ordenó el fusilamiento de los tres prisioneros provenientes de El Salvador? —preguntó el juez, refiriéndose a García, Tapia y Castillo.

Coronel Haag Blaschke: "En la misma reunión de la noche del día 16 de octubre, el general Arellano —al ver los expedientes de los tres funcionarios de El Salvador, cuya condena a muerte había sido propuesta por un consejo de guerra—le comunicó al asesor jurídico, abogado Daniel Rojas Hidalgo, que cerrara la causa y que, en la reunión de las diez de la mañana del día siguiente, le presentara el documento para firmar el cúmplase de la sentencia. Al final de la reunión del día 17 de octubre, el abogado Rojas le presentó los expedientes de las tres personas condenadas a muerte, firmando el general Arellano el cúmplase, en presencia de todas las personas que estaban en la reunión".



Agregó: "Inmediatamente dispuse que se diera cumplimiento a la sentencia al segundo comandante, mayor Enriotti, haciéndole presente que se cumpliera con todos los requisitos legales del caso. Al final del día 17 de octubre, el mayor Enriotti me comunicó que estaba todo dispuesto para el cumplimiento de la sentencia, que ésta se iba a realizar en el predio del regimiento y que había designado como jefe del pelotón al teniente Ramón Zúñiga Ormeño. No me comunicó los nombres del resto de los oficiales que conformaron el pelotón de fusilamiento. A la mañana siguiente, el mayor Enriotti me comunicó que la orden había sido cumplida conforme a lo programado y que las personas habían sido colocadas en urnas y enterradas en el cementerio de Copiapó, en tumbas separadas, y que habían quedado registradas en los libros del cementerio en el patio 16, sepulturas 13, 14 y 15".

—¿Participó el capitán Díaz Araneda en esos tres fusilamientos? —preguntó el juez.

Oficial Díaz Araneda: "No tuve participación ni directa ni indirectamente en los fusilamientos de esas tres personas. Y debo agregar que los oficiales Yáñez, Marambio y Ojeda tampoco tuvieron participación en el fusilamiento y posterior inhumación de esas tres personas".

Coronel Haag Blaschke: "Confirmo lo dicho por Díaz Araneda".

— ¿Qué les habría sucedido si no cumplen la orden del general Arellano de fusilar a las trece personas y luego la sentencia de muerte para las otras tres personas? —preguntó el juez.

Coronel Haag Blaschke: "En tiempo de guerra, el no cumplir órdenes de un superior de la investidura del general Arellano, pienso que me habría expuesto a graves sanciones, incluso la muerte".

Oficial Díaz Araneda: "En tiempo de guerra, no cumplir una orden, en particular la dada para fusilar, podría haberme expuesto a ser condenado a fusilamiento".

Al amanecer del 17 de octubre de 1973, en el regimiento de Copiapó, había un camión con su trágica carga en la carrocería: trece prisioneros asesinados. Una guardia militar lo custodiaba, de modo que nadie pudiera acercarse. El capitán Díaz Araneda —según su confesión—se había preocupado, en el curso del día, de preparar el entierro clandestino. Así le fue ordenado. Esperó a que anocheciera y cerca de las nueve de la noche —ya con toque de queda—dio la orden para que el camión saliera del regimiento.

Todo indica que primero pasaron a buscar al administrador del cementerio a su casa. Así lo relató Leonardo Meza al juez, cuando éste se constituyó en el cementerio y comprobó que, en el Libro de Sepultaciones de 1973, estaban inscritos los trece asesinados. Fecha de defunción: 17 de octubre de 1973.



Ya estaba preparado cuando lo pasaron a buscar a su casa —dijo Meza—porque esa misma mañana fue llevado al regimiento y "un militar, cuyo nombre y rango no conozco, me comunicó que iban a llevar trece cadáveres al cementerio, sin especificarme la hora. Finalmente me advirtieron, en tono amenazante, que estos hechos no debía comentarlos con nadie. Me dieron a entender que, si algo se llegaba a saber, yo sería la próxima víctima.

Así fue como Leonardo Meza ordenó a su personal que prepararan trece urnas viejas, cerró el cementerio por la tarde y se fue a su casa a esperar. "Llegó una patrulla militar a buscarme. Me hicieron subir a un jeep y detrás venía un camión militar. Ingresamos al cementerio por la puerta posterior y les mostré el lugar donde podían sepultar a las personas que traían dentro del camión. Era una parte eriaza, donde los mismos militares procedieron a cavar una zanja".

Fue entonces cuando Meza le pidió a uno de los militares que lo acompañara para comenzar a traer las viejas urnas. Alcanzaron a caminar unos metros. Escuchó al militar balbucear algunas frases: "Me dijo que había cortado con corvo a uno de los detenidos, quien le pedía que no lo matara, que tenía tres hijos. Y que igual le disparó un tiro en la cabeza". Pero la confesión fue interrumpida porque el oficial al mando les ordenó regresar y rechazó el uso de las urnas. Y el mismo oficial —se supone que el capitán Díaz Araneda—le ordenó a Meza ayudar en la tarea de bajar los cadáveres.

"Quedé manchado con sangre al hacerlo, ya que los cadáveres venían sólo con ropa de vestir, sin ninguna otra protección. Una vez que los cuerpos estuvieron en el suelo, le planteé al militar que venía al mando que yo no podía sepultar los cadáveres sin una autorización del Registro Civil o, de lo contrario, debía darle cuenta al director del hospital. El militar ordenó, entonces, que fueran a buscar al funcionario del Registro Civil, de nombre Víctor Monroy", declaró Leonardo Meza al juez.

Lo que siguió podría ser clasificado en el archivo del surrealismo. O quizás sólo se explique por el "legalismo" de la idiosincrasia chilena. Ya habían sido violados leyes y tratados internacionales (desde la normativa de tiempo de guerra hasta el Convenio de Ginebra). Trece prisioneros habían sido masacrados sin mediar sentencia alguna de consejo de guerra. Y ahora trece cadáveres estaban siendo enterrados clandestinamente, sin que las autoridades médicas hicieran autopsias y certificaran las muertes. Pero bastó que un civil dijera "no, no se puede", para que el capitán Díaz Araneda detuviera el proceso para "legalizar" la acción.

Así fue como el encargado de la oficina de Registro Civil de Copiapó entró en la macabra escena. Víctor Bravo Monroy finalmente compareció ante el tribunal —bajo amenaza de arresto—a fines de noviembre de 1999. Dijo al juez que una patrulla militar lo fue a buscar a su casa y lo llevó primero al regimiento. Y allí estaba, en el casino de oficiales, con su maletín de instrumentos en la mano, cuando observó lo siguiente: "Estando allí visualicé a los oficiales Andreotti y Vidal Aller, a quienes conocía. Pero entre ellos había un grupo de oficiales a quienes no conocía y que se distinguían porque vestían tenida de combate, diferente al resto de los oficiales allí presente. En el regimiento se encontraba el helicóptero en que llegaron estos oficiales. Posteriormente, por fotografías publicadas en la prensa, pude reconocer entre ellos al teniente Fernández Larios, quien en esa época era muy joven y de buena presencia. Fue la misma noche del 17 de octubre en la que yo concurrí al regimiento y al cementerio local de Copiapó".



En el cementerio, agregó Bravo Monroy, no supo quién le dio la orden de proceder a la identificación: "No vi la cara de esa persona porque me alumbraban con una linterna, la que me encandilaba. No reconocí su voz, pero pienso que debo haberlo conocido porque me conocían a mí. Uno de ellos se refería a otro como 'mi teniente'. Estaban muy nerviosos y ése le dijo al señalado teniente que me pasaran la botella de pisco para calmarme, pero ya se había acabado".



"Luego se agregaron unos cuantos militares más, los que venían acompañados de Leonardo Meza, encargado del cementerio local, a quien yo conocía".

—¿Cuántos eran los cuerpos y en qué estado estaban? —le preguntó el juez.

—En realidad fue terrible la identificación de esos cadáveres, considerando que conocía a muchos de ellos. Lo que más me impresionó, entre otros, fue ver el cuerpo de Alfonso Gamboa, a quien le faltaba casi toda la mandíbula y su cuerpo —piernas, brazos y manos—presentaba muchos balazos. Todos los cuerpos presentaban este tipo de heridas (...) Algunos cuerpos estaban degollados y con heridas cortantes. Todos los cuerpos estaban acribillados y con múltiples heridas a bala. Por ejemplo, a Jaime Sierra le faltaba un ojo y Leonello Vincenti, quien era profesor del colegio de mi hijo, presentaba heridas con arma blanca en su cuerpo. Entre ellos también reconocí a un niño, estudiante de Pedagogía, a quien había casado días antes; también a Pedrito Pérez y a tantos otros. Fue todo realmente triste e impresionante. Los cuerpos, en total, eran trece —relató Víctor Bravo Monroy. Uno por uno, fue tomándoles la mano derecha, untando las puntas de los dedos con la tinta y presionando los dedos inertes sobre el cartón para estampar la huella: "A medida que los identificaba, iban siendo lanzados a la fosa donde fueron enterrados por el personal militar. Posteriormente completé su identificación con los datos que existían de ellos en el Registro Civil. La causa de muerte que se indicó, en cada partida de defunción, fue 'ajusticiamiento militar'. No había médico que certificara la muerte de estas personas".



Toda la macabra tarea —cavar, identificar, enterrar, tapar la fosa—tomó muchas horas esa noche del 17 al 18 de octubre de 1973. El capitán Díaz Araneda dijo al juez que la confección de las fichas dactiloscópicas "se realizó como a las tres de la mañana". Y el administrador del cementerio, Leonardo Meza, aseguró que fueron enterrados "no como personas, ni siquiera como animales; a un perro se le da mejor sepultura".





¿Quiénes fueron las trece víctimas de ese primer "ajusticiamiento militar?"

• Winston Cabello Bravo, 28 años, ingeniero comercial, jefe provincial de la Oficina de Planificación Nacional (Odeplán), militante del Partido Socialista. Fue arrestado en su lugar de trabajo, la Intendencia, al día siguiente del golpe militar. Al terminar la reunión del comandante Haag con los directores de servicios públicos, el militar lo retuvo en la sala diciéndole que su jeep "había sido visto en maniobras sospechosas". Fue el primer preso político de la zona.

• Agapito Carvajal González, 32 años, funcionario público, militante del Partido Socialista. Fue detenido en su casa.



• Fernando Carvajal González, 30 años, empleado, militante del Partido Socialista. Fue detenido en su casa once días después del golpe militar. Los apellidos indican que sería hermano de la víctima anterior.



• Manuel Cortázar Hernández, 19 años, hijo único, estudiante, presidía el centro de alumnos del Liceo de Hombres. Militaba en el MIR. Fue llamado a través de un bando militar y se presentó voluntariamente una semana después del golpe. Sus compañeros lo recuerdan como "uno de los más alegres, siempre levantaba el ánimo a los otros".



• Alfonso Gamboa Farías, 35 años, periodista y profesor, director de Radio Atacama. Militante del Partido Socialista. Fue detenido en su casa, cuatro días después del golpe.



• Raúl Guardia Olivares, 23 años, funcionario público, militante socialista. Detenido en la localidad de Caldera.



• Raúl Larravide López, 21 años, estudiante de Ingeniería de Minas en la Universidad Técnica del Estado (sede Copiapó). Militante del MIR. Fue arrestado dentro de la universidad al día siguiente del golpe.

• Edwin Ricardo Mancilla Hess, 21 años, estudiante de Pedagogía, presidente del centro de alumnos, secretario regional del MIR. Fue detenido en su casa dos días antes de la llegada del general Arellano a Copiapó.



• Pedro Pérez Flores, 29 años, ingeniero en minas, profesor de la Universidad Técnica del Estado, dirigente del Partido Socialista. Fue detenido, mientras hacía clases, dos semanas después del golpe. Casado, dos hijos. Su esposa trabajaba como secretaria en Radio Atacama, fue detenida y condenada a cinco años de presidio por un consejo de guerra. El año 76 se le conmutó la pena por exilio.

• Adolfo Palleras Norambuena, 27 años, comerciante, dirigente poblacional y militante del MIR. No se presentó al llamado del bando militar. Fue detenido dos días antes de la masacre de Copiapó.

• Jaime Sierra Castillo, 27 años, locutor de Radio Atacama, militante del Partido Socialista. Fue detenido en su casa nueve días después del golpe militar.

• Atilio Ernesto Ugarte Gutiérrez, 24 años, estudiante de Ingeniería en Minas en la Universidad Técnica del Estado (sede Copiapó), militante del MIR. Fue detenido, en la residencial universitaria donde vivía, tres días antes de la masacre de Copiapó.



• Leonello Vincenti Cartagena, 33 años, profesor de Física, secretario regional del Partido Socialista. Varias declaraciones coinciden en señalar que fue asesinado al interior del regimiento, momentos antes de que los prisioneros fueran sacados de allí para luego sumarse al grupo que fue sacado de la cárcel. Así lo dicen el teniente (R) Vidal Aller y el ex prisionero Lincoyán Zepeda, lo que se suma al indirecto testimonio de Adolfo González, secretario del fiscal militar, quien aseguró que "a Vincenti lo mataron con un corvo".



Al ser enterrados clandestinamente, las primeras trece víctimas de Copiapó pasaron a ser detenidos—desaparecidos. Sus familias no tuvieron derecho a un funeral y no lograron una respuesta oficial acerca del paradero de los restos. Transcurrieron más de diecisiete años hasta que —iniciada la transición—la Comisión Rettig hizo la denuncia a la justicia, acompañando los testimonios que permitieron ubicar la fosa en julio de 1990. Los restos esqueletizados fueron identificados en el Instituto Médico Legal y luego entregados a sus familias.





Veamos ahora el caso de las otras tres víctimas, aquellas sobre las que pesaba una condena a muerte dictada por un consejo de guerra. El general Joaquín Lagos Osorio, comandante en jefe de la Primera División, era el máximo jefe jurisdiccional y explicó al juez lo ocurrido en este caso. Tras el golpe militar, dividió su zona en tres CAJSI (Comando de Agrupación Jurisdiccional de Seguridad Interior): Antofagasta, Copiapó y Calama. A cada CAJSI le entregó —de acuerdo al plan de seguridad interior—la responsabilidad jurisdiccional. Lo hizo de acuerdo al decreto—ley número 51 que, desde el 2 de octubre de 1973, delegó amplias facultades en los comandantes de divisiones o brigadas. Hay que recordar que ya estaba operando el decreto—ley número 5, que ordenó a los tribunales militares "entender" el estado de sitio como "estado o tiempo de guerra", sólo para los efectos de endurecer las condenas.



—En Copiapó, un consejo de guerra propuso la condena a muerte de García, Tapia y Castillo. La decisión del juez militar, teniente coronel Óscar Haag, se encontraba pendiente al momento de arribar Arellano y su comitiva a la ciudad. El hecho es que Arellano, al ver los tres sumarios pendientes, exigió una explicación. Luego de escuchar al comandante Haag, sin más trámite, ordenó el cierre de la causa y firmó las sentencias de muerte —explicó el general Lagos.



¿Quiénes eran estos tres prisioneros?



• Ricardo García Posada, 43 años, ingeniero y economista, funcionario de la CEPAL (organismo de la ONU) y gerente general de Cobresal (minera estatal de El Salvador). Militaba en el Partido Comunista. Casado, dos hijos. Al día siguiente del golpe militar, hizo entrega oficial de las instalaciones de la mina al ingeniero más antiguo y se presentó voluntariamente al recinto policial más cercano, en Potrerillos. Quedó bajo arresto domiciliario por dos días y luego fue trasladado a la cárcel de Copiapó.



• Benito Tapia Tapia, 31 años, empleado de Cobresal, dirigente nacional de la Confederación de Trabajadores del Cobre. Si bien el Informe Rettig lo identificó como miembro del comité central de la Juventud Socialista, su esposa —María Lía Carvajal—dijo al juez que Benito había sido candidato a diputado por el Partido Comunista. Fue detenido una semana después del golpe en El Salvador y luego conducido a Copiapó.

• Maguindo Castillo Andrade, 40 años, casado, una hija, empleado de Cobresal, dirigente sindical, militaba en el Partido Socialista. Se presentó voluntariamente en la comisaría de Potrerillos, al ser llamado por un bando militar. Fue dejado en libertad. Tres días después fue arrestado mientras caminaba por una calle de El Salvador y trasladado a Copiapó. Su esposa Laureana Honores relató al juez que pudo verlo varias veces —manos hinchadas, moretones en el rostro—y comprobó que estaba siendo torturado. El nada le decía, para no preocuparla, pero en una ocasión le entregó un chaleco para que lo lavara. Al sumergirlo, el agua se tiñó con la sangre.

Sólo en rumores se habría basado el consejo de guerra para emitir la condena a muerte de García, Tapia y Castillo. El abogado Frigolett —contratado por Rolly Baltiansky, esposa de García—no pudo presentar la defensa. Y en la tarde del 17 de octubre de 1973, estando en Copiapó el general Arellano y su comitiva, se firmó la sentencia.



El abogado Daniel Rojas Hidalgo, auditor, integró ese consejo de guerra. Dijo al juez que los acusados habían ordenado dinamitar la mina de El Salvador, que los trabajadores se negaron y que subsistía el peligro que, "desde la prisión, siguieran insistiendo para que los trabajadores que les eran leales cumplieran sus designios".

—¿Quién aprobó e hizo cumplir la sentencia? —le preguntó el ministro Guzmán.

—Si el general Arellano se encontraba en Copiapó en esa fecha, tendría que haber sido decisión suya y, si no, decisión del general de división y juez militar de Antofagasta, cuyo nombre no recuerdo en este momento —contestó Rojas Hidalgo.

—¿Estaba Arellano en Copiapó? —No puedo asegurarlo. Lo único que puedo asegurar es que estuve en una reunión con el general Arellano en Copiapó, no recordando si fue antes o después de cumplirse la sentencia que aplicaba la pena de muerte a los tres dirigentes del mineral El Salvador. Pero sí recuerdo que él traía la delegación de la Junta de Gobierno para que pudiera ordenar el cúmplase de las sentencias, revisar los procedimientos de la Justicia Militar en tiempo de guerra y dar las instrucciones que estimara pertinentes...

El abogado Daniel Rojas Hidalgo compareció ante el ministro Guzmán sólo bajo amenaza de arresto y con orden de arraigo, tras rechazar varias citaciones al tribunal. El informe de Investigaciones estampó su excusa para mantenerse en silencio. No hablaba porque, dijo a la policía, "de acuerdo a lo dispuesto en el artículo 24 del reglamento de disciplina de las Fuerzas Armadas, se ordena que la discreción en asuntos de servicio o estrictamente militares dura para el militar toda la vida. A ello estoy obligado conforme lo disponen las letras c) y f) del artículo 31 del mismo reglamento". ¿Qué quería evitar? Tenía más de un motivo. Ya vimos que el comandante Haag lo involucró en el episodio donde el comandante Arredondo confirma, en el camión, el asesinato de los trece prisioneros. Y luego, el encargado del Registro Civil, Víctor Bravo Monroy, lo culpó de adulterar los certificados de defunción de los prisioneros García, Tapia y Castillo.



Ya sabemos, por el coronel Haag, que los tres sentenciados a muerte fueron fusilados en el patio del regimiento en la tarde del 17 de octubre. Dirigió el pelotón de fusileros el teniente Ramón Zúñiga Ormeño. Los cadáveres fueron luego enviados a la morgue local. El administrador del cementerio, Leonardo Meza, aseguró al juez que "estos cuerpos llegaron primero a la morgue y supe que el doctor Alcayaga se negó a realizar las autopsias".



La investigación judicial continuó buscando datos, porque los prisioneros García, Tapia y Castillo seguían como detenidos—desaparecidos. Y así fue como se llegó al gasfiter Arturo Araya Nieto, quien en 1973 trabajaba como ayudante en la morgue. A las ocho de la mañana del 18 de octubre, vio un cuerpo sobre la mesa de autopsia y otros dos cuerpos en la sala contigua. Descubrió la sábana blanca que tapaba al primero y se encontró con un hombre que "vestía terno azul y, por su boca abierta, pude ver una tapadura de oro en uno de sus dientes. Tenía un impacto de bala en el pecho". Estaba a punto de comenzar a desvestirlo —parte de su tarea, previa a la autopsia que debía realizar el doctor Alcayaga—cuando llegó el administrador del cementerio, Leonardo Meza, y le dijo "que esos cuerpos eran intocables, me ordenó tapar al que estaba sobre la mesa y cerrar la puerta". Luego llegaron las tres urnas y a él le tocó ayudar para instalar adentro los cuerpos.

También fue ubicado el panteonero José Miguel Escudero Valdés, quien dijo haber cavado las tres fosas en el patio 16 ese día 18 de octubre del 73, por orden del administrador del cementerio. Luego le ordenaron ir a buscar tres urnas en las "hueseras" y llevarlas al vecino recinto de la morgue. Allí "pude darme cuenta de que había tres cuerpos, los cuales estaban vestidos y envueltos en sábanas blancas". Junto a Arturo Araya, metieron los cuerpos en las urnas ("tenían impactos de bala en el pecho") y las clavaron para sellarlas.

Los dos, Escudero y Araya, se fueron temprano esa tarde, ya que se adelantó el toque de queda. Y vieron que militares se quedaban en el cementerio junto al administrador Meza. Al día siguiente, Meza "me ordenó buscar tres cruces en desuso, las cuales pinté y se las entregué. Él les puso nombres y las colocó en las fosas que yo había cavado el día anterior", declaró Escudero al juez.



El entierro de los tres cadáveres fue clandestino. El papel que recibieron las familias, fechado el 18 de octubre, decía que los cuerpos les serían entregados, que no podían ser sacados del cementerio y que sólo se permitirían cinco personas por familia para un entierro "sin ceremonia alguna". Rolly Baltiansky recuerda que estaba hablando con el abogado acerca de la defensa de su marido, Ricardo García Posada, cuando entró la esposa de Benito Tapia con el papel en la mano, gritando ¡los mataron, los mataron!



Pocos minutos después, la desesperada Rolly corrió al cementerio. No le permitieron ver el cuerpo y la obligaron a abandonar el campo santo. Y su versión se ratificó en la versión de Víctor Bravo Monroy: "Uno de los oficiales le pidió al doctor Juan Mendoza que cerrara el cementerio, para impedir que la esposa de García Posada entrara a reconocer el cuerpo de su esposo". Al día siguiente, Rolly volvió y pudo ver el nombre de Ricardo en una modesta cruz de madera. Luego desapareció la señal. ¿Qué había pasado?





Quizás la explicación se halla en el informe que Investigaciones entregó al juez luego de hablar con el abogado Rojas Hidalgo. Para empezar, el abogado mintió al decir que recordaba muy bien cuando Rolly Baltiansky "compareció a retirar los restos de su marido, para llevárselo fuera de Chile, lo que hizo con la autorización militar respectiva". Y luego podría ser veraz su afirmación respecto a lo que sucedió con los cuerpos de los otros (incluido el de García por cierto, que jamás fue entregado a su esposa). Dijo a los policías que, al comprobarse que mucha gente iba al lugar del entierro, aprovechando los encuentros para reunirse e intercambiar mensajes, "la autoridad militar de entonces, durante la noche y en pleno secreto, ordenó abrir la fosa común, retirar los restos y dejar el hoyo notoriamente visible, y sepultarlos en otro sitio del cementerio". Agregó Rojas Hidalgo a la policía: "Con posterioridad se ordenó la exhumación de los restos, los que debido al traslado practicado, sin ningún cuidado especial, demostraron un franco deterioro".





No sólo se ocultaron los cuerpos. Además se adulteraron los certificados de defunción. Las familias de García, Tapia y Castillo recibieron primero documentos que decían, como causa de muerte, "ejecución militar". Y luego —en nuevos certificados—la causa cambió a "impacto de balas". El oficial del Registro Civil, Víctor Bravo Monroy, declaró ante el juez que el responsable de dicha adulteración había sido el abogado Rojas Hidalgo, auditor militar de Copiapó. Había llegado a su oficina, diciendo que debía cambiarse la causa de muerte de los tres asesinados. Él le contestó "que para hacer el cambio se necesitaba de una resolución judicial". Entonces, Rojas Hidalgo "le pidió a Dinko Carmona, funcionario encargado de las inscripciones de defunción, que hiciera el cambio, quien finalmente accedió a tal petición, consignándose como causa de muerte heridas múltiples a bala". A su vez, el funcionario Dinko Carmona dijo al juez lo siguiente: "Hice las modificaciones por órdenes del abogado Daniel Rojas Hidalgo, quien se presentó en la oficina del Registro Civil a presionar, primero hablando con mi jefe y luego con el encargado del registro de defunciones, que era yo".

Demás está decir que, en el curso de los careos, no hubo acuerdo entre el abogado Rojas Hidalgo y los funcionarios del Registro Civil. El ex auditor militar de Copiapó dijo que sólo se explicaba la confusión porque, con el tiempo, estas personas "no podrían recordar quiénes fueron los funcionarios del orden militar que intervinieron en dichos trámites". Él, aseguró, no tuvo idea de trámites judiciales y administrativos. Era solamente auditor de guerra, por lo que debía integrar los consejos de guerra y redactar las sentencias. Punto. Ante tantas mentiras, el ministro Guzmán decidió someterlo a proceso.


Así fue como la suma de atrocidades determinó que los cuerpos de García, Tapia y Castillo desaparecieran. Y de ahí que los tres formen parte de los diecinueve "secuestros calificados" que dieron paso al procesamiento de la "caravana de la muerte" y al desafuero del general Augusto Pinochet…”







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miércoles, 3 de agosto de 2011

Encuentro de organizaciones de derechos humanos de Chile, Uruguay, Paraguay y Argentina



Alicia Lira Matus
presidenta - AFEP - Chile





El  encuentro se referenció en el realizado en marzo de este año en Buenos Aires, Argentina, del cual ratificó sus resoluciones (que van al final de este material), procuró actualizarlas, completarlas en la comprensión de que se está forjando una red de solidaridades, acuerdos, fraternidades y voluntad de luchar contra la impunidad de ayer,  las violaciones a los derechos humanos de hoy y el Imperialismo norteamericano que está detrás de los perpetradores del Genocidio de ayer y de hoy.  Acaso nuestra principal resolución ha sido la de continuar este proceso de articulación por el camino de convocar a todas las organizaciones que sientan interpretadas en nuestras reflexiones y propuestas, sabiendo que es la hora de actuar decidamente para que nuestros pueblos conquisten los derechos prometidos una y mil veces, pero nunca alcanzados plenamente.
RESOLUCIONES Y PROPUESTAS DE TRABAJO EN COMUN
 
En cuanto a la impunidad que subsiste en Chile
 
a.       Ante la existencia de dos informes estatales sobre lo ocurrido en el periodo del Terrorismo de Estado, que valoramos en cuanto aportaron a hacer visibles los dramáticos hechos ocurridos, pero que son harto insuficientes y parciales llegando al colmo de encubrir a los represores, sus cómplices civiles, los poderes  económicos y sociales nacionales y al gobierno, las agencias y los grupos económicos de los EE.UU. que propiciaron, legitimaron y se beneficiaron con el Golpe de Estado; razón por la cual se han convertido en un obstáculo para la conquista de la Verdad, la Memoria y la Justicia; se hace necesario y hasta imprescindible que el movimiento de derechos humanos, los sobrevivientes, los familiares y el conjunto de fuerzas democráticas de Chile elaboren su propio informe sobre el Terrorismo de Estado y el Genocidio sufrido, haciendo especial hincapie en la denuncia formal y detallada de los represores y sus cómplices locales e internacionales a fin de poder impulsar procesos judiciales ajustados al Derecho Internacional.
 
b.      Reclamar los cambios correspondientes en el Código Penal para que los organismos de derechos humanos tengan derecho a actuar como querellantes en las causas por delitos de lesa humanidad, tal como ocurre en la Argentina.
 
c.       Impulsar la presentación de denuncias penales y las querellas correspondientes, contra los cómplices civiles,  las empresas y los grupos económicos nacionales y extranjeros  que propiciaron el Golpe y la Dictadura.
 
d.      Impulsar todas las iniciativas populares que procuran la anulación de la Constitución vigente, heredada de la dictadura; en ese camino, organizar un Evento de Reflexión, Debate y Elaboración de Propuestas Jurídico Políticas que aporten a dicho objetivo.  Apoyar dicho evento desde todos los organismos participantes en este encuentro mediante el envío de juristas y especialistas que contribuyan y respalden esta causa vital para la democracia de América Latina toda.
 
Acciones y pronunciamientos sobre la región
 
a.      Lanzar una campaña regional por la anulación inmediata de todas las leyes que apuntalan la impunidad e impiden el juzgamiento de los perpetradores del Terrorismo de Estado, a pesar de su evidente ilegalidad tal como lo ha ratificado la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de Uruguay. 
 
b.      Merece especial repudio la resolución de la Corte Suprema de Chile que aplicó indebidamente  a estos juicios la llamada Media Prescripción, por la cual, luego de superar los innumerables obstáculos que se deben sortear, eliminan la mitad de la condena de modo tal que rara vez algún condenado queda preso generándose la paradoja de que un número importante de los pocos represores condenados, siguen en libertad contrariando las resoluciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que ha advertido más de una vez que los Estados no deben “hacer que juzgan” sino investigar, juzgar y condenar en serio a los genocidas.   Es por ello que apoyamos el proyecto de Ley que tiene por objeto interpretar el artículo 93 del Código Penal de Chile, de modo tal que los sentenciados por delitos de lesa humanidad sean imprescriptibles, inaministiables y no indultables.  Impulsaremos que todo el movimiento de derechos humanos de la región apoye el reclamo.
 
 
c.      Impulsar una campaña regional de propaganda común (afiches, volantes, publicaciones en internet y avisos radiales, etc.) bajo la consigna   

 TODOS ESTAMOS AFECTADOS POR EL TERRORISMO DE ESTADO, LOS CHILENOS, LOS URUGUAYOS, LOS ARGENTINOS, LOS PARAGUAYOS, LOS COLOMBIANOS, LOS LATINOAMERICANOS…QUEREMOS JUSTICIA PARA LOS PUEBLOS!  NO A LAS LEYES DE IMPUNIDAD. NO LAS LEYES LLAMADAS ANTITERRORISTAS. NO AL CONTINUISMO NEOLIBERAL EN LA VIDA DE NUESTROS PUEBLOS….por medio de esta campaña, se procurará articular un amplio bloque popular que sostenga la lucha contra la impunidad de ayer y de hoy…
 
d.      Proponernos presentar querellas conjuntas de organismos de derechos humanos de nuestros países en todos los juicios donde se investiguen las acciones conjuntas de los Estados en el periodo del Terrorismo de Estado, tales como las conocidas como Operación Cóndor y otras.  Para tal fin impulsar la articulación de los archivos y el pensamiento jurídico comenzando de inmediato por hacer accesible los sitios digitales de todos los organismos para todos tomando las medidas técnicas para que sea posible acceder  a los sitios de todos los organismos particpantes en el Encuentro y la red en construcción, desde cada uno de los sitios de todos los organismos. 
 
e.      Nuestra voluntad es ampliar el espacio convocante de este encuentro de modo tal que nos vayamos convirtiendo en una verdadera red de luchadores contra la impunidad de ayer y de hoy, esforzándonos por construir colectivamente un pensamiento capaz de sostener la lucha por los derechos humanos en el siglo XXI
 
 
f.       Declarar nuestro interés en proteger los archivos de lo conquistado  la lucha por los derechos humanos de toda la región. Exigir los esfuerzos estatales e internacionales correspondientes. Particular atención merecen los archivos depositados en la Corte Suprema de Paraguay que constituyen un patrimonio ético de primer orden para todos nosotros.
 
g.      En el marco de la conmemoración internacional por los derechos humanos, cada diez de diciembre, este espacio señalará, año a año, al político, gobernante u organismo internacional que sea considerado ese año al obstaculo principal para la vigencia de los derechos humanos en América Latina, comenzando este mismo año con la denuncia.
 
 
h.      Este espacio se declara abierto a la incorporación de toda aquella organización social que se consideren interpretados y contenidos por esta propuesta que se piensa como una red de organizaciones sociales y de derechos humanos, pares entre sí, defendiendo la pluralidad y el respeto a la diversidad como uno de los valores fundantes de este accionar.  Formalmente convocamos a todos los que se sientan interpelados por esta declaración a sumarse a este empeño por relanzar, recrear y fortalecer una nueva propuesta de derechos humanos.

En cuanto a la lucha contra el militarismo y las estrategias de dominación imperial
1.       Nos solidarizamos con el pueblo colombiano y apoyamos las iniciativas populares encaminadas a buscar una solución política al conflicto social y armado que vive el país hace más de sesenta años.  Rechazamos el Terrorismo de Estado y el Genocidio que sigue llevando a cabo el gobierno de Juan Manuel Santos.
 
2.      Denunciamos el estimulo del consumo de estupefacientes como herramienta de dominación y uno de los principales negocios que influye en los sistemas económicos sociales y culturales de los pueblos de América Latina.   La droga, la violencia y la delincuencia son una construcción del Poder que permite desviar la atención de los temas centrales, generando miedo e inseguridades en la sociedad. Denunciamos el gran negocio del trafico  y comercialización de la droga y de sus utilidades que ingresan al sistema financiero mundial, su influencia en el sistema económico social son altamente destructivos, aquellas políticas que pretenden erradicar el cultivo, trafico y comercialización son concebidas como instrumentos de dominación que profundizan el daño social.
 
3.       Denunciamos el rol preponderante y antipopular de los medios de comunicación social que coaligados en grandes consorcios económicos constituyéndose en funcionales a los intereses del capitalismo, construyen una realidad alienante para las grandes mayorías, criminalizando las luchas libertarias de los movimientos y organizaciones sociales, escondiendo la responsabilidad de los poderosos.
 
4.      Entendemos que las diferentes herramientas que se utilizan para inmovilizar física y sicológicamente a los pueblos, como el militarismo y la represión entre otros, responden a tácticas y políticas que sobrepasan los estados y los territorios de los países latinoamericanos. Los mentores de dichas estrategias son el Pentagono y los EEUU que actúan en salvaguardia de los intereses del capitalismo internacional, y con ello aseguran la instauración y mantención estructural del modelo económico neoliberal. Es imprescindible asumir una mirada latinoamericana para la lucha por los derechos humanos fortaleciendo todas las campañas de solidaridad entre los pueblos, como la que se desarrollará el 15 de octubre con motivo del Dia del Prisionero político en Colombia.
 
5.      Es totalmente inadmisible que continue cualquier forma de injerencia imperial sobre la formación y el funcionamiento de las fuerzas armadas, policiales y de seguridad de nuestros pueblos.  Exigimos el fin de todo tipo de iniciativa de formación hegemonizada por el Comando Sur del Ejercito de los EE.UU.  Hay que terminar con los institutos de coordinación militar tipicos del periodo de la guerra fría como el TIAR (Tratado Interamericano de Río) o la Conferencia de Ejercitos Americanos.  Hace falta una nueva doctrina militar y de seguridad que contemple como enemigo de nuestros pueblos al Imperio, sus agencias y acciones.  Apoyamos los esfuerzos tendientes a terminar con la doctrina de seguridad nacional y construir una nueva, respetuosa del principio de la autodeterminación de los pueblos y del derecho de los pueblos a la soberanía nacional y la conquista de todos los derechos para todos.
 
6.      Una vez más reafirmamos que el primer derecho de los pueblos es a luchar por los derechos humanos y que el camino de la lucha fue y será el camino de la conquista de los derechos humanos.  En una época de cambios para nuestra región apoyamos todas las luchas sociales, políticas y populares en este sentido y particularmente nos solidarizamos con la ejemplar lucha que vienen llevando a cabo los estudiantes y el pueblo de Chile al que saludamos, alentamos y nos comprometemos a la más extensa solidaridad.
 

 
  • Profesor y defensor de los DDHH Martin Almada - Paraguay
  •   Liga Argentina por los Derechos del Hombre (LADH) Argentina
  •   Comisión Campo de Mayo     Argentina
  •   Movimiento por la Memoria de - Uruguay
  •   Servicio Paz y Justicia, SERPAJ- Argentina
  •   Colombianos y colombianas por la Paz  - Colombia
  •   Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDEH) Argentina
 
 
Participantes de Chile
  • HIJOS
  •   Comisión Ética contra la Tortura
  •   Servicio Paz y Justicia, SERPAJ-CHILE
  •   Casa de la Memoria José Domingo Cañas
  •   Casa de la Memoria Londres 38
  •   Corporación Parque por la Paz Villa Grimaldi
  •   Observatorio de la Escuela de las América, Chile
  •   Agrupación de Familiares explosionados – Concepción
  •   Memoria 119 Familiares y compañeros
  •   Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos de  Santiago
  •   Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos de Pisagua e Iquique
  •   Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos de la Araucanía
 
Santiago de Chile, 29 de Julio de 2011


 
Alicia Lira Matus
presidenta - AFEP
C. 091580210
              Agrupacion de Familiares de Ejecutados Politicos - Chile




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jueves, 9 de junio de 2011

Los Zarpazos del Puma - Libro


Autora
Patricia Verdugo Aguirre
Periodista (1947 - 2008)

Capítulo 1: El hombre del golpe
* - Usted es el hombre, mi general -dijo el coronel con tono solemne, al mismo
tiempo que detenía la marcha y rubricaba sus palabras con un asentimiento de
cabeza.
* - No, no puede ser, contestó el general Sergio Arellano Stark.
* - ¿Por qué no, mi general?, insistió el coronel.
* - Usted lo sabe tan bien como yo... ¿Cómo voy a pasar por encima de 18
generales más antiguos que yo? Usted sabe lo que eso significa para el Ejército -
replicó el general Arellano.
* - Sí, lo sé. Pero el hecho es que nosotros estamos con usted, mi general,
insistió el coronel.
El general Sergio Arellano Stark era "el hombre" del golpe militar, al promediar el
invierno de 1973, para los que complotaban en el Ejército, la Fuerza Aérea y la
Armada
, pese a que prácticamente no tenía mando de una gran tropa. Estaba a
cargo del Comando de Tropas de Peñalolén; en el sector oriente de la capital
chilena . que incluía Telecomunicaciones y Aviación militar. Pero su innato don de
liderazgo, sumado a sus conocimientos de la política local, su anticomunismo y
sus contactos con el Partido Democratacristiano (había sido edecán militar del
Presidente Eduardo Frei), lo habían llevado a dirigir la iniciativa golpista que se
movía sigilosamente en cuarteles y academias uniformadas.
Después del fallido "tanquetazo" del 29 de junio de 1973, los complotadores
lograron un biombo autorizado por el Alto Mando para justificar sus encuentros y
acciones: el "Comité de los Quince", un grupo de trabajo formado por cinco altos
oficiales de cada rama que debían estudiar la situación y proponer soluciones al
Ejecutivo. No todos los generales y almirantes participaron del secreto. Pero el
general Arellano no dio puntada sin hilo. Se encargó del "Plan Campana", cuyo
objetivo era averiguar la capacidad de fuego de los cordones industriales y
proponer la fórmula para anular el peligro. Y para ello debió tomar contacto con
los oficiales de la Academia de Guerra del Ejército. De la zona céntrica no se
preocuparon: el peritaje balístico ordenado por el general Augusto Lutz, director
del Servicio de Inteligencia, indicaba con claridad qué tipo de armamento y desde
dónde se había disparado contra los militares en la intentona golpista del 29 de
junio.
Los complotados creyeron estar en serio peligro, a fines de agosto, tras la dimisión
del general Carlos Prats a la comandancia en jefe del Ejército . Porque en la
primera reunión con su sucesor, el general Augusto Pinochet, le escucharon decir
con abierto enojo que "lo que han hecho a mi general Prats se lavará con sangre
de generales" y, acto seguido, les pidió sus renuncias.
Los generales Arellano, Palacios y Viveros no entregaron sus renuncias por
escrito. Y, al paso de las horas, temieron que todo se fuera por la borda si
Pinochet los destituía. El general Arellano decidió, entonces, que había llegado la
hora. Encargó a su hijo abogado - del mismo nombre- que se contactará con el
hijo del Contralor General de la República, Héctor Humeres, y lograra un aviso
inmediato si el decreto de destitución llegaba a la Contraloría, así como procurar
que detuviera el proceso de "toma de razón".
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El tenso fin de semana debió culminar con el "vamos" al golpe militar el lunes 27
de agosto para entrar en acción el miércoles 29 . Los generales Arellano,
Palacios, Nuño y Viveros afinaron todos los detalles: los profesores de la
Academia
de Guerra traspasarían la orden a los comandantes de unidades. Se
esperaba contar con gran parte del Ejército y la totalidad de la Armada y la Fuerza
Aérea.
Por Carabineros, el general Yovane aseguraba que podría neutralizar las
fuerzas en pro del gobierno.
Pero el propio general Pinochet se encargó de desarticular el movimiento. Ese
mismo día lunes 27 se reunió con el alto mando militar y -sorpresivamentecambió
su discurso: en lugar de insistir en las renuncias, habló de estrechar filas
dentro del Ejército y con las otras ramas armadas... y planteó la posibilidad de una
"intervención militar" si las circunstancias lo hacían necesario.
¿Qué hacer? ¿Era fiable o no el general Pinochet?.. Hasta entonces, "todos
creíamos que Pinochet se oponía al golpe", recuerda el general Nicanor Díaz
Estrada, uno de los principales gestores del complot por parte de la Fuerza Aérea.
Federic
o Willoughby, participante del complot por el grupo de civiles del
movimiento militarizado de extrema derecha "Patria y Libertad" (vocero del
gobierno militar tras el golpe), explicó así lo sucedido:
* - Pinochet era un hombre de mucha confianza para Allende...¡Si lo nombró
comandante en jefe! Hay una mistificación en torno a la personalidad del general
Pinochet que lo pudiera hacer aparecer como un traidor, en el sentido de que es
un hombre que cambia demasiado rápidamente de una posición a otra. Mi
explicación, por lo que yo conozco, es que él es ciento por ciento militar, un
hombre que entra a los quince años al Ejército, es decir, lleva casi sesenta años
en la institución, y tiene que mantenerse dentro del Ejército para avanzar y para
subir, siguiendo las corrientes de la época, siguiendo las opiniones predominantes,
porque el que no lo hace así, se va, es expulsado por el sistema. Entonces, si hay
que ser católico, es católico; si hay que ser masón, es masón; si hay que
cuadrarse antes los políticos, se le cuadra a los políticos, si es Fidel Castro, se le
cuadra a Fidel Castro. Por eso no lo ha hecho solamente Pinochet, lo han hecho
todos los que permanecen en las instituciones uniformadas, siempre. El que ha
sido siempre el más leal colaborador de su jefe. Entonces, claro, era el hombre de
mayor confianza para el general Prats. A su turno también puede sucederle. Lo
que pasa es que Pinochet no le soltó prenda a nadie. Fue absolutamente
cauteloso y desconfiado.
Igualmente cauteloso y desconfiado , el general Arellano discutió largamente el
asunto con los otros conjurados. Toda la Armada, toda la Fuerza Aérea, la mayor
parte del Ejército y buena parte de Carabineros parecían asegurar el triunfo.
Obviamente se minimizaban los costos si se lograba que el comandante en jefe
del Ejército encabezara la acción, dada la prusiana formación castrense.
Decidieron que Pinochet sacaría la misma cuenta.
El día clave para el general Arellano fue el sábado 8 de septiembre. Ya el golpe
tenía su día "H". No podía ser más allá del 19 de septiembre, para no tener que
rendirle honores al Presidente Allende en la Parada Militar y... evitar el peligro de
ser detenidos todos juntos si el complot se hubiera filtrado. No podía ser en día
lunes, porque los mínimos preparativos en la víspera -domingo- darían motivo de
alerta. Sí, debía ser un martes. ¡Que sea el martes 11!
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Willoughby señala: "Efectivamente, circuló la especie de que el general Sergio
Arellano Stark visitó al general Pinochet el día sábado 8 de septiembre para
señalarle que si él no iba, se iba a quedar abajo no más. Así fue. Para todos los
efectos prácticos, Arellano, es cierto, era el hombre que representaba estos
sentimientos dentro del Ejército, era la voz cantante del desencanto".
Y el general Díaz Estrada, casi dieciséis años después, en su departamento de la
comuna de Providencia, recordó:
* - Ya estábamos a punto y nadie había hablado con Pinochet. Yo había estado
hablando solamente con Arellano. El sábado 8, por la mañana, le insistí: "Y
bueno, ¿cuándo van a hablar con Pinochet?" Me respondió: "Esta tarde voy a ir a
su casa". Como el almirante Carvajal estaba en Viña y volvía con noticias esa
noche, le dije a Arellano: "Juntémonos en la casa de Carvajal a las nueve y media"
Arellano no llegó a la reunión. Recuerdo que le comenté a Carvajal: "Deben
haberlo tomado preso después de hablar con Pinochet". Porque jugábamos con
fuego, no sabíamos cómo iba a reaccionar Pinochet.
Y sigue Díaz Estrada:
* - Me despedí a Carvajal a las once y media de la noche. Tomé mi auto y me
dirigí hacia la salida de la Quinta Normal, por calle Santo Domingo. Justo voy
doblando cuando aparece el general Arellano, caminando, muy elegante:
* - ¿De dónde viene, general? -le preguntó Díaz Estrada.
* - De un matrimonio -contestó Arellano, muy tranquilo.
* - ¿Habló con el general Pinochet? -insistió Díaz Estrada.
* - No, no hablé -dijo, lacónicamente Arellano.
* - Y, entonces, ¿qué viene a hacer aquí? Alzó su voz ronca el general de la
FACH
, molesto consigo mismo por haber temido que Arellano estuviese preso.
La versión de Díaz Estrada agrega que dos capitanes de navío - que habían salido
de la reunión, se acercaron y les insinuaron seguir hablando en la casa de uno de
ellos para evitar tan peligrosa discusión en plena calle.
"El general Arellano no se atrevió a hablar con Pinochet", asegura Díaz Estrada.
Pero el general Arellano tiene otra versión. Ese sábado 8, tras informar a otros
generales de Ejército, llegó a la casa del general Pinochet alrededor de las 20,30
horas: "Su reacción fue una mezcla de sorpresa y molestia. Al tomar conciencia
de que sólo se requería su adhesión a una decisión ya tomada, pareció
abrumado".
Y cuando Arellano le dijo que el comandante en jefe de la Fuerza Aérea estaba
esperando su llamado telefónico, Pinochet "pidió unos minutos, asegurando que
luego lo haría. Por ahora necesitaba reflexionar".
En ese momento conforma la clave de la posterior defensa del general Arellano: el
momento en que revela a su comandante en jefe que la acción golpista está en la
recta final y le ofrece su conducción.
El hecho es que el general Leigh no recibió llamada alguna ese día. Y cuando ya
tenía escrita la proclama del golpe, decidió ir a la casa de Pinochet, como a las
cinco de la tarde del domingo 9, interrumpiendo la fiesta de cumpleaños de la
pequeña Jacqueline. Su recuerdo de esa conversación indica que Pinochet
efectivamente había hablado con Arellano:
* - Estaba en una posición muy tranquila, me escuchó el planteamiento en el
sentido que no le veíamos vuelta al asunto. "¿Qué piensas hacer tú? Porque lo
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que es nosotros, no damos más. Creo que estamos ya en un punto en que, si no
actuamos, el país va al caos", le dije.
* - ¿Y qué le contestó el general Pinochet?
* - Me dijo: "¿Tú has pensado en que esto nos puede costar la vida a nosotros y a
muchos más?". Lo he pensado, respondí.
La reunión fue interrumpida por la llegada de los enviados del almirante José
Toribio Merino: los almirantes Carvajal, Huidobro y el comandante González.
Traían el breve texto manuscrito que sellaría el golpe. Leigh firmó de inmediato.
Pinochet vaciló.
"Si esto se filtra, puede sernos de graves consecuencias", dijo Pinochet, según lo
recuerda Leigh.
* - Pinochet dudó unos instantes y el general Leigh lo empujó diciéndole:
"Decídase, mi general, firme". Pinochet fue a su escritorio, abrió un cajón, sacó
lapicera y un timbre. Y finalmente firmó -recuerda - Díaz Estrada.
***
A partir de ese momento, la alerta roja invisible comenzó a ulular sin descanso. A
treinta y seis horas del golpe militar, el general Augusto Pinochet pasaba a formar
parte del complot. Si algo le sucedía, sería reemplazado por el general Oscar
Bonilla.
Uno de los primeros acuerdos fue poner a salvo a las familias para el caso de que
algo fallara. Cada uno decidiría su lugar más seguro. El general Pinochet eligió la
Escuela
de Alta Montaña. A una hora no determinada del lunes 10, Lucía Hiriart
de Pinochet y sus hijos menores llegaron al recinto militar comandado por el
coronel Renato Cantuarias Grandón. ¿Qué razón le dio ella para justificar la
presencia de la familia del comandante en jefe? ¿Qué necesitaban un descanso
ante la tensa situación de la capital? Lo que estaba claro es que ella no podía
hablarle del golpe inminente porque el coronel Cantuarias estaba catalogado como
"no fiable" por los computados.
¿Por qué eligió Pinochet la Escuela de Alta Montaña y al coronel Cantuarias como
el "lugar seguro" para su familia?
Una respuesta la da su primo, el ex ministro Orlando Cantuarias, quien ocupó la
cartera de Minería durante la Administración Allende: "Mi primo era un caballero,
muy correcto, leal y noble. Y no tengo duda que, si el golpe hubiera fracasado, él
se habría jugado por sacar de Chile a la esposa y a los hijos de Pinochet. No me
cabe duda alguna que los habría puesto al otro lado de la frontera, que está a tan
pocos kilómetros".
Otra explicación, dada en fuentes castrenses, fue más dura: "Pinochet, dirigió el
golpe desde Peñalolén, donde disponía de helicópteros para llegar rápidamente a
la Escuela de Alta Montaña. Si el golpe fracasaba, podía escapar por esa vía y
cruzar la cordillera. Incluso más. Si lo decidía a tiempo, podía usar al coronel
Cantuarias -conocido como proclive a la Unidad Popular- para iniciar desde allí la
ofensiva contra los insurgentes y tratar de salvar la situación, manteniéndose en el
poder castrense".
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La versión de lo que realmente ocurrió en la Escuela de Alta Montaña quedó
sepultada junto con el acribillado cuerpo del coronel Cantuarias antes de que
terminara ese mes de septiembre.
Quince años después, Willoughby respondió al periodista Sergio Marras:
* - ¿Hubo resistencia en el Ejército?
* - Que yo sepa, no. Entiendo que hubo lugares donde no se acataron las órdenes
y de inmediato tomaron medidas disciplinarias con esa gente. Precisamente
donde se había ido la familia Pinochet, en el Regimiento Guardia Vieja, en Los
Andes, murió el comandante Cantuarias. Allá pasó la señora Lucía con los niños
el día 11 de septiembre.
* - ¿Se resistió el comandante?
* . No sé detalles, pero Canuarias murió.
El general Díaz Estrada dijo: "Al coronel que estaba a cargo de la Escuela de Alta
Montaña -justamente donde se refugió la señora de Pinochet para el día 11- lo
trajeron preso al día siguiente a la Escuela Militar y le dejaron un revólver sobre la
mesa para que se suicidara.
* - ¿No lo fusilaron?
* - No, se suicidó.
¿Qué sucedió realmente? Orlando Cantuarias vio a su primo poco antes de morir
y recuerda, con emoción, el encuentro:
Después del 18 de septiembre de 1973, yo andaba escondido en operaciones de
desmantelamiento del aparato del Partido Radical. Un día se me ocurrió que ya
no me buscaban y volví a mi casa. Ese mismo día llegaron a buscarme.
Registraron todo. El oficial de Carabineros, luego de dirigir el allanamiento y no
encontrar nada anormal, me dijo que desgraciadamente me tenía que llevar a la
Escuela Militar
porque tenía instrucciones.
"Cuando estaba en la Escuela, me hicieron pasar a una oficina y, de repente, bajó
Renato, con uniforme de campaña, y con el pañuelo de color fuerte que usaban.
Me dijo: "Compadre, ¿qué está haciendo a esta hora aquí?" Respondí: ¡Qué se
yo, pues, compadre, me hicieron venir acá" Y él me dijo: ¿Qué va a decir mi tía?
Me va a matar si sabe".
"Yo lo vi normal. O quizás el perturbado era yo. ¿Qué si estaba armado? No lo
recuerdo. Llamó a un teniente y le ordenó...
* Podía dar órdenes?
* - Sí, todo parecía normal. Era algo así como ayudante del Estado Mayor.
Después lo he pensado mejor y creo que era un sutil prisionero. Lo tenían ahí a
buen recaudo, sin mando de tropa. El hecho es que llamó al teniente que era su
ayudante, de apellido Allende, y le ordenó que tomara un jeep y me fuera a dejar a
la casa con escolta. Al despedirse me dijo: "No le vaya a decir nada a mi tía,
compadre, porque ¡qué va a decir!... Él quería mucho a mi mamá.
"A las dos y tanto de la mañana me fueron a dejar a la casa. Y poco después me
vi obligado a entrar a la embajada de Suecia, de la que salí luego. Tres o cuatro
días después de lo ocurrido en la Escuela Militar, supe que mi primo se había
suicidado. Nada más. Nunca averigüé nada más.
* - ¿Y le parece posible el suicidio?
* - No. Era muy católico y muy vital. Alguien me dijo, como explicación oficial, que
había operado un tribunal de honor, tribunal que había estimado que al no cumplir
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la orden de bombardear a los obreros de la Minera Andina, lo que correspondía
era la degradación o el suicidio. Pero estoy convencido de que, de una u otra
manera, lo mataron...
El teniente coronel Olagier Benavente, en cambio, supo -en el Regimiento Talcaque
el coronel Cantuarias fue castigado por no llegar a tiempo con sus tropas a
Santiago.
En el curso de una exhaustiva investigación, el periodista Ignacio González
estableció que el movimiento de tropas de Los Andes el lunes 10 de septiembre
"se había originado en una orden impartida desde Santiago: debían dirigirse a la
capital un batallón del regimiento Andino, parte de la Escuela de Montaña y un
regimiento de San Felipe" No hay más datos fidedignos al respecto.
Sobre el coronel Cantuarias no puede hablarse con su familia directa. La sola
mención hecha por el general Díaz Estrada en 1988 le significó la indignada visita
de la viuda y la hija, exigiendo que se retractara. Y es que la viuda -María
Antonieta Bernal Cantuarias, prima a su vez del fallecido coronel- volvió a casarse
con un alto oficial de Ejército. La hija también tuvo contrajo matrimonio con otro
oficial y el hijo también lo es, ambos del Ejército.
El ex ministro Cantuarias lo recuerda como "un hombre buena persona, cordial,
muy alegre. Amaba la vida. Tenía una gran afición por la lectura, lo que lo hacía
distinto a otros militares. Mi padre, que era profesor de Historia, tenía una gran
biblioteca y recuerdo a Renato leyendo mucho.
Aseguraba que "no era un hombre de Izquierda ni mucho menos. Si se daba
cuenta de la necesidad del cambio, del progreso, de que mejorara la condición de
los sectores desposeídos, pero sin afectar el marco de la sociedad en que estaba
inserto como militar. Y tenía un respeto irrestricto - en eso era tan dogmático
como en la religión católica que profesaba por la voluntad popular. Por eso se
sentía cercano a Schneider y a Prats. Ambos lo habían distinguido con su
amistad, tanto como parecía distinguirlo Pinochet hasta el golpe militar".
Lo vi muchas veces durante el gobierno de la Unida Popular. Iba a verlo al
regimiento de Los Andes "Guardia Vieja", donde era segundo comandante, y él
venía a verme a mí. Luego fue comandante de la Escuela de Alta Montaña, cerca
de Portillo. Sé que cuando fue allá el Presidente Allende, Renato, le dijo:
"Presidente, bienvenido, aquí tiene el mando y, desde este momento, la
responsabilidad por su seguridad está a mi cargo, a los miembros de su escolta
les tengo preparado todo, con las mejores atenciones, afuera. Porque a mi
regimiento no entran". Le molestaba la guardia presidencial personal de los GAP,
así como sé que le molestaba que no fuéramos capaces de terminar con el
problema del desabastecimiento de productos esenciales recordó, el ex ministro
Cantuarias.
De lo sucedido al coronel Cantuarias supo también el mayor Fernando Reveco
Valenzuela -quien actuó como presidente del consejo de guerra en el Regimiento
Calama- cuando lo sometieron a la primera sesión de interrogatorio.
* - Dijeron que era un traidor a la patria.. Lo mismo que al mayor Iván Lavanderos
Lataste, quien fue mi compañero de curso y dicen que se suicidó en la Academia
de Guerra del Ejército. En la primera sesión que tuvo conmigo el "polaco"
Rodríguez, me amenazó diciendo: "Ya se han matado dos, Cantuarias y
Lavanderos".
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* - ¿Se suicidó Lavanderos?
* - No creo en su suicidio. Era soltero, hijo único de madre viuda, sin ninguna
tendencia a la depresión. Dicen que tenía a un grupo preso, que se le ablandó el
corazón y lo dejó frente a una embajada. Y después, algo ocurrió en la Academia
de Guerra: lo obligaron a pegarse un tiro o lo mataron.
Otra versión asegura que el mayor Lavanderos Lataste fue fusilado en el Estadio
Nacional, al igual que otro centenar de prisioneros. Respecto de la acción que le
costó la vida, se aclara que "decidió evitar la muerte de 41 uruguayos y los entregó
al embajador de Suecia en Chile".


Capítulo 2: ¿De qué guerra me habla, mi general?
La noticia de la extraña muerte del coronel Cantuarias se esparció rápidamente
por cuarteles y casinos. En el Regimiento Talca, el comandante Efraín Jaña
Girón recuerda que "alguien me dijo que se había suicidado en la Escuela de Alta
Montaña. Conociendo a Cantuarias, me pareció muy raro. Porque era tan vital,
tan correcto, un militar a la antigua. Pero reconozco que en esos días estaba con
tanto trabajo que no hice nada por averiguar más".
El segundo comandante del Regimiento Talca, teniente coronel Olagier
Benavente, asegura que "todos sabíamos que lo habían matado. Porque no
puede ser que, estando detenido en la Escuela Militar y declarando en su proceso,
pida permiso para ir al baño y se suicide, se dispare. Todos sabíamos que un
militar detenido no puede estar armado.. ¿El proceso? Supimos que no llegó a
tiempo cuando le ordenaron trasladar tropas de la Escuela de Alta Montaña. Y se
decía que era uno de los coroneles leales al general Prats, por eso lo enjuiciaron".
El teniente coronel Benavente, quien actuaba como fiscal militar, tenía muy
presente el caso Cantuarias el domingo 30 de octubre de 1973 cuando el
helicóptero militar Puma aterrizó y llegó al Regimiento Talca el general Sergio
Arellano Stark y su comitiva.
Así lo recordó:
* - La caravana del general Arellano llegó un domingo sin aviso previo. Me
llamaron por teléfono a la casa y partí de inmediato. Yo vivía muy cerca. Me
extrañó todo desde el principio, porque el general Arellano llegó con una
protección militar inusitada, todos de cascos y ametralladoras en mano. De
hecho, cuando llegué a la oficina de la comandancia, él estaba instalado ahí y su
guardia no me permitió entrar. Como había tantos vericuetos, me metí por otra
sala y entré no más...
El teniente coronel Benavente evoca la escena con claridad:
* - Estaba el general Arellano usando el teléfono directo, el que no pasaba por la
compañía, hablando a Concepción. Cuando colgó, me preguntó que problemas
tenía en Talca. Yo le respondía que, afortunadamente, no teníamos problemas.
El insistió en saber cuáles eran los casos más difíciles entre los presos políticos.
Yo le dije que ninguno en ese momento, porque una semana antes habíamos
fusilado al intendente Castro en el regimiento".
* - ¿En qué calidad actuaba?
* - Me dijo que venía con amplias atribuciones del comandante en jefe del Ejército,
como delegado de él.
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* - ¿Conocía a algunos de los integrantes de su comitiva?
* - Sí, conocía al menos a dos de los que andaban con él. Marcelo Moren Brito
había sido teniente mío en Cauquenes y tenía un historial de locuras, porque era
muy exaltado. Estaba también Antonio Palomo, piloto del helicóptero y también
subteniente mío en Cauquenes. Un muy buen muchacho.
Entre tanto, el comandante del Regimiento Talca estaba en la oficina de la
Intendencia. Ahí
lo llamó el teniente coronel Benavente para decirle que el
general Arellano quería verlo de inmediato.
* - Tomé mi jeep y llegué al Regimiento en un par de minutos. El general Arellano
me recibió en el Casino de Oficiales. De pie en el salón, con un vaso en una
mano y en la otra una metralleta. Omitió el saludo de rigor observado entre
caballeros y hombres de armas. Se limitó, en forma tajante, a preguntarme el
número de bajas registradas en mi jurisdicción.
El comandante Efraín Jaña recuerda que se sintió sorprendido y ofendido en su
doble calidad de Comandante de Regimiento y anfitrión. Y le respondió:
* - Mi general, la guarnición de Talca sin novedad.
* - ¿Cómo que sin novedad? ¿Cuántas bajas? -inquirió- con molestia Arellano.
* No hay bajas ni procesos en curso, mi general. El único problema que tuvimos, y
que pudo haberse evitado con órdenes oportunas, ya fue resuelto. El ex
Intendente fue procesado y fusilado - respondió el comandante Jaña.
* - ¡Acaso no sabe que estamos en guerra!- dijo el general Arellano, alzando la
voz.
* - No sé de qué guerra me habla, mi general -contestó- Jaña, masticando las
palabras.
"Yo podía hablarle así, porque él había sido alumno mío. Yo actué, en el Estado
Mayor, como profesor de Inteligencia de los agregados militares. Palacios, Lagos,
Alvarez, Benavides y Arellano fueron mis alumnos. Además, Arellano me escribía
desde España llamándome "mi querido amigo". Así que cuando lo vi en el casino
de mi Regimiento, arrogante y frío, no pude evitar contestarle en tono golpeado".
"Le dije que para nosotros era un orgullo que en Talca todo estuviera normal. Le
conté que cuando Inteligencia del regimiento me informó que era posible que la
cosecha fuera quemada por campesinos descontentos, había ido en mi jeep, sin
armas y sólo con el conductor, a entrevistarme con mil 200 campesinos. Que todo
se había aclarado y ellos terminaron apoyando mi gestión como autoridad local. Y
que lo mismo hice con los obreros en una reunión en el Estadio Municipal. Le dijo
que yo entendía que la Junta Militar necesitaba que el máximo de gente se
plegara activamente al apoyo de la nueva gestión gubernamental".
* - Y este bando, ¡qué significaba este bando! .interrumpió el general Arellano.
El comandante Jaña miró el papel que Arellano lanzó sobre la mesa y se lo
explicó: "Era un bando en que yo llamaba a la ciudad de Talca al reencuentro, a
reconciliarnos, en que pedía que nos olvidáramos de posiciones antagónicas., que
el pueblo se uniera a sus Fuerzas Armadas para así mantener la paz interna. El
general Arellano me rechazó la explicación. Estaba muy enojado. Después lo
entendí: yo estaba llamando a la amistad cívico-militar en un momento que no
calzaba con los planes superiores, justo cuando se buscaba exacerbar la furia
militar contra la Izquierda usando el llamado Plan Zeta. Pero Talca no calzaba con
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el plan. Estaba todo tranquilo, justo cuando se requerían muchos presos y
procesados para acusarlos por el Plan Zeta".
El comandante Jaña recuerda que, finalmente, le dijo al general Arellano que el
coronel von Chrimar había revisado todo lo obrado en Talca y había rendido
informe al general Washington Carrasco, jefe de la División, quien había mostrado
su total conformidad: "No quería escuchar. Estaba muy molesto."
Le ordenó que esperara en una sala próxima a la Comandancia. Y se reunió con
otros oficiales del regimiento: "Yo esperé con un estado anímico especial,
tranquilo por haber cumplido con mis deberes y preocupado por la actitud del
general Arellano".
"Una hora después me comunicó que en su calidad de Delegado del Comandante
en Jefe del Ejército y de la Junta de Gobierno, yo debería entregar el mando para
continuar mis servicios en el Estado Mayor del Ejército".
* - Tómese el tiempo necesario para este efecto - dijo finalmente Arellano.
* - A primera hora entregaré el mando - respondió el comandante Jaña y de
inmediato hizo el saludo militar de rigor, dándose la media vuelta.
El general Arellano comunicó al teniente coronel Benavente que debía asumir
transitoriamente el mando del Regimiento y se fue tras firmar el siguiente
documento, con carácter de "Reservado".
RESERVADO
Ejército de Chile.
Comando de Tropas del Ejército.
Delegado Junta Militar de Gobierno.
Talca, 30 de septiembre de 1973
ORDEN N° 1 DEL DELEGADO DE LA JUNTA MILITAR
DE GOBIERNO Y
DEL COMANDANTE EN JEFE DEL EJÉRCITO
CONSIDERANDO:
1- Que el Intendente de Talca y Comandante del Regimiento de Montaña N° 16
"Talca", TCL. EFRAIN JAÑA GIRON no ha dado debido cumplimiento a lo
dispuesto por la Junta Militar de Gobierno en Jefe del Ejército.
2- Que los allanamientos a partir del 11.IX.973, se efectuaron con retraso y no
con la intensidad que el caso aconsejaba.
3- Que no se cumplió la orden del Cdte. En Jefe de la III D.E., transmitida el
martes 11.IX.973 por el Jefe del Estado Mayor, CRL., LUCIANO DIAZ MAIRA, de
nombrar Director del Hospital Regional al CAP. De Sanidad CARLOS VALVERDE
VILDOSOLA en vez del Dr. Alberto Contreras Garrido de filiación comunista, el
cual se mantuvo en funciones hasta el jueves 13.IX.973, fecha en que se nombró
al CAP. De Sanidad de Carabineros CARLOS CAPONASSI.
4- Que se mantuvo en sus puestos a los Jefes de Servicio de la Unidad Popular
hasta el jueves 13.IX.973, con todos los problemas que ello significaba y
proporcionándoles la oportunidad de destruir documentación comprometedora y
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de cometer todo tipo de irregularidades. Todo ello sin considerar el peligro a que
pudo haberse sometido el regimiento ante la reacción desfavorable de la población
civil si hubiera sido incitada por los Jefes de Servicio de la UP que se mantuvieron
en sus puestos los días 11, 12 y 13 IX. 973.
5- Que no se cumplió la orden de detener al ex Intendente de la Provincia
GERMAN
CASTRO, de filiación socialista, impartida telefónicamente por el Cdte.
En Jefe de la III D:E. General de Brigada WASHINGTON CARRASCO
FERNANDEZ, el martes 11.IX.973 a las 08.30 horas, ya que en vez de enviar en
forma inmediata una patrulla a cargo de un Oficial, le avisó telefónicamente al
interesado que se presentara al Regimiento en calidad de detenido, lo que
aprovechó para fugarse, organizar una guerrilla y asaltar el retén de Carabineros
de Paso Nevado el mismo día a las 12.30 horas, ocasionando heridas graves al
Cabo ORLANDO DEL C. ESPINOZA FAUNDEZ, quien falleció posteriormente.
Que la comunicación a la Prefectura de Carabineros para que cumpliera la orden
de detención llegó tarde ya que GERMAN CASTRO, debidamente advertido por la
llamada telefónica antes mencionada, se había fugado de la Intendencia.
ORDENO:
1. -Relévase con fecha 30 de septiembre de 1973 de su cargo al Intendente de la
Provincia
de Talca y Comandante del Regimiento de Montaña n° 16 "Talca" al
TCL. EFRAIN JAÑA GIRON.
2. EL TCL. OLAGIER BENAVENTE BUSTOS pasará a desempeñarse , a partir de
esta fecha y en forma interina, como Intendente de la Provincia de Talca y
Comandante del Regimiento de Montaña N° 16 "Talca".
3- El TCL. EFRAIN JAÑA GIRON se presentará al Jefe de Estado Mayor general
del Ejército, General de División don ORLANDO URBINA HERRERA, el lunes 1°
de Octubre de 1973.
SERGIO ARELLANO STARK
GDB
Oficial Delegado del Presidente Junta
de Gobierno y Cdte. En Jefe del Ejto.
DISTRIBUCION:
1. - Sr. Presidente de la J:M. de Gobierno.
2. - Sr. Jefe del Estado Mayor General del Ejército.
3. - Sr. Cdte en Jefe de la III D.E.
4. - TCL. Efraín Jaña Girón.
5. - TCL Olagier Benavente Bustos
6. - GDB. Sergio Arellano Stark.
La copia del comandante Jaña Girón nunca llegó a sus manos. Casi 16 años
después, revisamos juntos los cargos y escuché sus descargos, evocando el
contexto de esos días entre el golpe militar de 1973 y la visita inspectiva del
general Arellano que puso brusco fin a su impecable carrera militar.
* - ¿Se efectuaron realmente los allanamientos con retraso y sin la intensidad que
el caso aconsejaba?
12
* - Mire, hasta el día 11 de septiembre mis fuerzas estaban desplegadas en un
dispositivo de defensa para garantizar la estabilidad constitucional y mantener la
seguridad en las áreas de interés estratégico. Incluso la noche del 10 de
septiembre incrementé los efectivos de patrullaje ya que se habían identificado los
atentados terroristas.
* - ¿Quienes eran los terroristas?
* - Gente de extrema derecha.. Quemaban neumáticos para montar barricadas,
ponían miguelitos en calles y carreteras, hacían explotar bombas, disparaban.
Así que esa noche del 10 al 11 estuve hasta las seis de la mañana pasando ronda
por diferentes áreas. Dormí apenas un par de horas en mi oficina y me
despertaron cuatro oficiales para decirme que algo estaba ocurriendo en Santiago.
Era el golpe...
* - ¿Cuántos oficiales había en su regimiento?
* - Sólo 22
* - ¿Discutían la situación política antes del golpe?
* - Cuando recibí el mando del regimiento, el general Prats me dijo: "Mire, Jaña,
los mandos del 73 han sido especialmente seleccionados porque queremos
hombres que se la puedan, queremos comandantes que no sean desbancados del
mando por aventureros como ocurrió en el regimiento Tacna en 1969". El hecho
es que recibí un regimiento con la moral muy baja, porque en Talca la situación
fue muy mala para el paro de octubre del 72. Hice un estudio y propuse fórmulas
para contrarrestar la situación. Y mi superior directo, el general Carrasco, decidió
hacerlo extensivo a toda la división. Yo veía cómo la gente de Patria y Libertad
buscaba ganarse a mis oficiales. Así que busqué estar con ellos en todas las
actividades, para impedir que fueran penetrados".
* - Pero llegó el golpe militar...
* - Y de tener un a mi regimiento desplegado en acción defensiva del gobierno
legalmente constituido, tuve que pasar bruscamente a replegar mis fuerzas y
reorganizarlas. Había una confusión terrible entre mis oficiales. Ahora,
recordando esos días, me pregunto qué consideraba el general Arellano como
"intensidad debida" en los allanamientos. ¿Sería acaso el empleo de la violencia
física contra mis conciudadanos, utilizar elementos comprometedores contra
funcionarios públicos, provocar reacciones innecesarias de parte de los afectados,
destruir bienes y documentos?
* - ¿Y qué se responde?
* - Esa es una respuesta que la historia le exige al propio general Arellano. Pero
nadie mejor que yo podía conocer la situación real de mi jurisdicción y, por tanto,
tenía autoridad profesional para determinar las prioridades. Así lo hice y de lo
resuelto se informó de inmediato al general Carrasco, quien lo aprobó.
"Además, los hechos confirmaron el acierto de mi apreciación: no se produjo
alteración del orden ni víctimas innecesarias. En mi doble función de Comandante
y especialista en Inteligencia Militar, quise evitar que se crearan situaciones
ficticias, que se encontraran armas en donde antes no las había , que se
originaran enfrentamientos con ciudadanos desarmados, causando injustos y
graves daños a personas inocentes".
"Todas esas consideraciones influyeron para otorgar a los allanamientos segunda
prioridad, resolución que ahora - pasados ya tantos años - mis compañeros de
13
armas podrán comprender en su lógica estratégica. No puedo dejar de
preguntarme qué habría sucedido si en Talca hubiera habido procesados cuando
llegó el general Arellano".
* - ¿Y si responde?
* - Que los deudos de las víctimas de Calama, La Serena, Copiapó, Antofagasta,
Cauquenes y Santiago conocen la dolorosa respuesta. Como oficial de Ejército,
en cumplimiento de funciones de servicio, jamás dejé de cumplir una orden, pero
siempre antepuse la reflexión debida para evitar arrepentimientos tardíos de parte
de quienes la daban y de quienes la ejecutaban.
* - La primer orden que recibió el día del golpe fue la detener al Intendente, el
socialista Germán Castro. ¿Qué sucedió? ¿Lo ayudó a fugarse como sostiene la
acusación?
* - Recibí esa orden como a las ocho y media de la mañana, a través de un
llamado telefónico desde Concepción. La recepción era dificultosa. Entendí que
se trataba del general Washington Carrasco. "El mensaje fue lacónico: proceda a
detener al Intendente. Y se cortó. Me sorprendió y resolví confirmarlo. Pero no
obtuve comunicación. Designé entonces a dos capitanes para que detuvieran al
Intendente. Pero después de una rápida reflexión, decidí que - por razones de
tiempo y espacio - Carabineros estaba en mejores condiciones para cumplir esa
tarea: se encontraban situados frente a la Intendencia".
* "Decidí llamar al Intendente y decirle, diplomáticamente, que se trasladara de
inmediato al cuartel para su propia seguridad y protección. Me respondió que lo
haría de inmediato. Colgué y llamé al general Gallardo, jefe provincial de
Carabineros de Talca, para que procediera a detenerlo y lo trasladara al cuartel".
* - ¿Y le pareció correcto llamar al Intendente, pidiéndole que se presentara al
regimiento?
* - Fue la misma petición que muchos comandantes de Regimiento hicieron, el de
Curicó, el de Linares. Incluso lo hizo el general Forestier, comandante en jefe de
la Sexta División: llamó por teléfono al Intendente Burgos, de Iquique. Es que
normalmente se da una cierta amistad entre el comandante de Regimiento y el
Intendente local.
* - ¿Así era en 1973?
* - Así era, porque no podemos ignorar que las relaciones humanas con los jefes
políticos y altos representantes del Ejecutivo, eran - en provincia -
tradicionalmente armónicas, en donde se observaba un alto grado de colaboración
y respeto mutuo. Por eso, la mayoría de los jefes militares provinciales actuamos
en forma similar, dentro de los cánones establecidos por la consideración, el
respeto y la significación relevante de los cargos que ellos desempeñaban.
Obviamente, resultaba muy difícil para nosotros utilizar la violencia intempestiva
para cumplir una orden de esta naturaleza, que nos compulsaba a detener a
funcionarios con quienes hasta el día anterior manteníamos intercambios
informativos de toda la situación que se vivía.
* - ¿Era su caso?
* - No en lo que respecta a la amistad. Porque Castro era un tipo inteligente, pero
muy inmaduro y descriteriado. Fíjese que para la ceremonia de homenaje a
O'Higgins, el 20 de agosto, llegó todo desgreñado, sin afeitarse, en botas. Me vi
obligado a decirle que no cumplía las mínimas normas de deferencia que un
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representante del Ejecutivo debe tener ante las fuerzas que van a desfilar ante él.
"Las tropas vienen con su mejor tenida y usted no", le dije y le ofrecí mi auto y mi
chofer para que fuera a arreglarse. Se negó argumentando que él era un
revolucionario. Entonces le dije que no iba a presidir el acto, que lo iba a hacer yo.
Estuvo de acuerdo y se quedó entre el público.
* "Informé de lo sucedido y luego me llamó el propio Presidente Allende,
pidiéndome disculpas. Me dijo que estaba ordenando el cambio de Intendente
porque hace tiempo le estaba creando problemas".
* - El hecho es que el Intendente huyó...
* - Y creo que lo hizo por terror a Patria y Libertad, no porque temiera de nosotros.
Así las cosas, mientras conversaba por teléfono conmigo, un jeep con motor
encendido lo esperaba en la puerta de la Intendencia, para emprender la fuga con
tres hombres más. El grupo se enfrentó a Carabineros, en su huida por la
cordillera, y resultó malherido el cabo Espinoza. Más tarde los cuatro fueron
capturados por carabineros, los que estuvieron a punto de lincharlos. Intervino
una patrulla militar, a cargo del capitán Meza y los trajeron al regimiento.
* - ¿Los sometió a consejo de guerra?
* - Claro que sí. El fiscal militar fue el teniente coronel Benavente y el auditor fue
de Carabineros. El juez militar, el general Carrasco, dictaminó pena de muerte
para los cuatro. Yo intervine y plantée que era injusto la pena de muerte para los
acompañantes, porque el jefe del grupo era el Intendente. Finalmente se les
rebajó la condena y salvaron la vida.
* - ¿Dónde fusilaron al ex Intendente?
* - El fusilamiento se cumplió en el Regimiento. Me negué a ordenar a mi gente
que lo fusilara. Y pedí voluntarios: todos fueron carabineros. Antes llamé al
obispo de Talca, Carlos González, para que lo atendiera. Y a minutos de ser
fusilado, el Intendente me dijo: "Perdóneme por todos los males que le he
ocasionado. Muero por lo que creo, por mi causa. Y estoy seguro de haber
actuado bien".
* "Así, el 30 de septiembre sólo había dos bajas en Talca. El carabinero y el
Intendente. Y las dos pudieron haberse evitado si me hubiesen advertido de las
medidas que debí prever para el 11 de septiembre. En Talca, mis tropas
controlaban la ciudad desde un comienzo, sin derramamiento de sangre..."
* - Finalmente, el general Arellano lo acusó de haber mantenido en su puesto al
director del Hospital de Talca -militante comunista - así como a otros altos
funcionarios públicos, por dos días, hasta el 13 de septiembre...
* - Así fue y se lo voy a explicar. Al director del Hospital, doctor Alberto Contreras,
lo había tratado en tres oportunidades. La primera cuando hice una inspección al
hospital el 29 de junio de 1973, con motivo del levantamiento del regimiento
Blindado en la capital. La segunda cuando elaboré el plan de calamidades
públicas de Talca y por último, durante la ceremonia del juramento a la bandera
del Contingente. En esta última ocasión, tuve la oportunidad de presenciar un
interesante diálogo entre el doctor Contreras y el Obispo González, que me
impresiono favorablemente respecto a la personalidad de este funcionario.
* "Así, no lo consideraba un personaje que pudiera vulnerar la seguridad del
recinto hospitalario ni nada parecido. Y tuve razón. Cuando procedí a cumplir la
orden, opté por reemplazarlo por el médico de Carabineros porque me informaron
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que ya anteriormente se había desempeñado como director del Hospital, luego
tenía experiencia. La lógica me indicaba que el médico militar sería más
necesario al frente de su servicio logístico, en caso de anormalidades en mi
jurisdicción. Informé al Comandante de la División de los elementos de juicio que
me indujeron a modificar el nombre designado. El general Carrasco dio su
aprobación a lo decidido por mí".
El segundo comandante, teniente coronel Benavente, recuerda que ese episodio
motivó la intervención del propio General Pinochet:
* - Dos días después del golpe, llamó el general Pinochet en persona y, como el
comandante Jaña no estaba, tuve que atender yo. Me dijo: "Mire, ¡qué es lo que
pasa en Talca! Dígale al comandante Jaña que me cambie de inmediato al
director del Hospital, porque yo no acepto ninguna huevá y esto se hace altiro"..
Le avisé al comandante Jaña de inmediato en la Intendencia y ese mismo día se
hizo el cambio. Pero en vez de nombrar al médico del Ejército de Talca, nombró
al de Carabineros de Linares. Porque el de Ejército, el doctor Valverde, era muy
duro. Y el comandante Jaña creyó que la gente estaría más protegida con el de
Carabineros, que era más humano.
Los más "duros" en Talca eran, en todo caso, "los civiles de Derecha y
uniformados en retiro, que llegaban al regimiento denunciando a la gente de
Izquierda y presionando para que actuáramos en su contra", recuerda Benavente.
Y agrega:
* - Una vez me acusaron en la comandancia porque había citado a declarar a un
señor Venegas, un contador prestigiado. Nosotros llamábamos a declarar a través
de bandos que publicábamos en el diario. Este señor Venegas se presentó con su
abogado y me acuerdo que venía muy asustado. Me contó que había sido muy
amigo del Presidente Allende y que incluso se alojaba en su casa cuando pasaba
por Talca. Lo escuché y le dije que eso era todo, que quedaba libre. ¿Qué más
podía hacer si no había cometido ningún delito?...Al comandante Jaña le llegó una
nota firmada por el Partido Nacional de Talca donde "me instruía cómo debía
actuar como nueva autoridad local. La consideré un insulto y se la envié al director
de Inteligencia, general Lutz. En otra ocasión, llegó un primo del ex Presidente
Alessandri y me llevó una lista de gente que debía ser detenida. Le pregunté qué
delitos estaba denunciando. Me respondió: éste es comunista, éste es socialista,
éste es radical... Le dije que en ningún código estaba tipificado la militancia política
como delito. Se fue muy molesto".
* - ¿Y quién le ordenó reemplazar a los jefes de servicios por militantes del Partido
Nacional y la Democracia Cristiana?
* - Así lo ordenó el jefe del estado mayor de la División. Yo, finalmente, decidí
nombrar sólo a democratacristianos.
Pero el 30 de septiembre -tras ejercer sólo 19 días como Intendente de
Talca - el comandante Jaña fue castigado por el general Arellano. "En
esa fecha se impuso la niebla en mi pequeño campo militar", asegura
parafraseando lo dicho por el general Carlos Prats en sus "Memorias".
* - Le quitó el mando en forma inmediata y eso no es normal. Siempre se hace
entrega del mando y viene un coronel desde Santiago para revisar que todo esté
en orden para la entrega -apunta el teniente coronel Benavente.
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* Esa noche, el comandante Jaña comió con sus oficiales sin entender del todo lo
que había sucedido:
* - Estaban emocionados. Con palabras o con gestos, todos me decían: "mi
comandante, esto es una injusticia". Esa noche, los oficiales decidieron ponerme
una guardia de dos conscriptos frente a la puerta de mi departamento, para
protegerme de cualquier atentado. Estaba claro que yo había caído en desgracia
y podía pasar cualquier cosa.
"Al día siguiente, me despedí de todo el regimiento formado. Les pedí que
siguieran cumpliendo con su deber y les dije que su Regimiento podía estar
orgulloso de que ningún ciudadano chileno había sido tratado injustamente. Yo
estaba tan triste como desorientado. Había tenido la mejor calificación de mi vida
profesional mientras fui comandante, estaba en el mejor puesto dentro de la
División
, había obtenido tres notas siete en las calificaciones. No podía entender
qué pasaba. Me vine en mi auto, con un oficial que se ofreció a acompañarme: el
teniente Gumucio".
Y en el Regimiento Talca -un regimiento combinado con unos mil 200 hombres-
"quedó la tendalá", según lo reconoce el comandante interino Benavente.
* - Así es, quedó la tendalá con esto de que nos sacaron al comandante de la
noche a la mañana. Y cualquiera versión que uno diera, no se la tragaban los
oficiales y suboficiales. Me preguntaban: "¿qué pasó con mi comandante, lo
fusilan o no? Yo les contestaba que cómo se les podía ocurrir algo así. Pero yo
también pensaba que podían matarlo...
* - ¿Cómo podía pensar eso?
* - Es que antes pasó lo del coronel Cantuarias y todo el Ejército lo supo...
* - ¿Tuvo miedo?
* - Sí, mucho temor. Y ese miedo que el general Arellano nos provocó en Talca,
cundió por todo Chile como reguero. Todos se enteraron en pocas horas y, de ahí
en adelante, todos supimos que había que inclinarse si él aparecía. Había que
aceptar lo que ordenara, sin chistar ni poner inconvenientes.
* - ¿Cambió su actitud después de ese episodio?
* - Sí, claro que sí. Yo entendí que el procedimiento cambiaba, que había que ser
más duro si se quería sobrevivir...
* - ¿Y no había oficiales duros en su regimiento?
* - No, todos éramos de una misma línea. A algunos les gustaba jugar a los
cowboys. Recuerdo que el mismo Once yo fui a almorzar a mi casa en mi jeep.
Pero un capitán, a las diez de la mañana, ya tenía descapotado el suyo, con una
ametralladora atrás. Diferentes caracteres no más. Al principio, los oficiales más
jóvenes y los conscriptos querían jugar al jovencito de la película. Pero después
eso pasó y se normalizó todo. Hasta que llegó el general Arellano...
* El teniente coronel Benavente recuerda que, estando al mando del regimiento,
recibió la orden del Servicio de Inteligencia capitalino de enviar una lista con las
cien personas más adictas al gobierno de la Unidad Popular. "El capitán a cargo
de Inteligencia, recién llegado, me preguntó a quién poner. Yo tampoco lo sabía.
Así que tomamos las listas que nos hacían llegar la gente de Derecha y
escribimos no más. Años después, un primo que estaba en Inglaterra me pidió
ayuda para poder volver a Chile. Hice la gestión y ahí salió: proclive al Partido
Comunista según oficio número tanto del Regimiento de Chillán. No pude hacer
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nada contra eso. Y recordé que yo había hecho lo mismo con cien personas en
Talca. Todavía deben estar fichados así. ¡Qué horror!.
El teniente coronel Jaña, entretanto, vivía su pesadilla en Santiago:
* - Llegué a mi casa en Las Condes y me ordenaron, telefónicamente, que me
presentara al Estado Mayor. Yo sabía que mi carrera se había terminado. Me
esperaban los generales Lutz, Urbina y Alvarez, Director de Inteligencia, Jefe de
Estado Mayor y Jefe de Personal respectivamente. Me dijeron que la Junta
Calificadora
de Oficiales había resuelto llamarme a retiro. ¿Tiene algún reclamo?,
preguntó uno de ellos. Yo sabía que todo era un absurdo, así que respondí que
anda sacaba con reclamar y me retiré.
* - - Esa noche nos fuimos con mi mujer a dormir al hotel Sheraton, como una
forma de celebrar el inicio de una nueva etapa. Claro que no había nada que
celebrar. Al otro día vi dos camionetas de Investigaciones afuera. Supe que me
estaban controlando. Llegamos a la casa y ya la habían allanado. Llamé al
general Baeza, de Investigaciones, con quien era amigo. Pero no estaba y un
oficial dijo que me necesitaban para hacerme unas preguntas. ¿Por qué no va,
por favor, al regimiento Blindado? Fui de inmediato y me dejaron detenido ...por
tres años.
* - ¿Llegó al regimiento y lo detuvieron. ¿Hizo algo, reclamó?
* - ¿Qué iba a hacer? La situación era atemorizante. Me acordaba de cosas que
había oído, de un par de capitanes que habían desaparecido, lo del coronel
Cantuarias... Me quedé paralizado. Como dos horas después apareció un oficial y
me dijo: "¿Qué hace aquí, mi comandante?" Era amigo de mi hijo. Luego
llegaron otros oficiales, me sacaron y me llevaron a tomar té.
* - ¿Cómo reaccionaron al saber lo que le había sucedido?
* - Estaban consternados, sostenían que lo mío era una injusticia. Ese mismo día
me cambiaron de regimiento, me llevaron a la Escuela de Telecomunicaciones.
Ahí me incomunicaron prácticamente Sólo podía ver a mi mujer y a mi abogado.
Mi hijo, que estaba en la Escuela Militar, fue una vez también.
* - ¿Qué decía su hijo?
* - Estaba muy amargado, sufrió mucho. Yo le dije que no se avergonzara de su
padre, que el tiempo me daría la razón.
* - ¿Lo interrogaron?
* - Claro que sí. Y una vez me llevaron a la Academia de Guerra Aérea para ser
interrogado. Me fue a buscar el "polaco" Rodríguez, Manuel, que era muy amigo
mío. Me dijo: "¿Para qué quieren estos imbéciles llevarte al AGA? Yo le dije que
cumpliera la orden, que no se preocupara. Llegamos y nos recibió el comandante
Lavín, de la FACH, que era muy amigo mío también. Me saludó con aspavientos.
Yo, muy serio. Se disculpó diciendo que no sabía por qué me habían llevado allá.
Un auditor me hizo un par de preguntas y eso fue todo. Rodríguez, al regreso, me
dijo que lo estaba sucediendo no tenía pies ni cabeza. Incluso nos bajamos en el
camino a tomar un trago.
* "Varias veces tuve cambio de guardias porque los sancionaban por hablar
mucho conmigo. Muchos de ellos estaban desconcertados por el cambio de
situación, tenían miedo, sabían que si no obedecían ciegamente les podía llegar
un tiro por la espalda. Otros estaban contentos con lo que sucedía. Yo nunca me
callé. Siempre les expuse que el Ejército estaba desvirtuando su función, que
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estábamos siendo instrumento de la Derecha económica, que al Ejército esto le
iba a pesar finalmente".
* "Los oficiales, suboficiales y conscriptos comentaban barbaridades que se
hacían en otras partes. Pero nunca nadie me dijo que había participado en algo
directamente. Se comentaba de los malos tratos a prisioneros, de que se lanzaba
gente de los helicópteros en el mar o en la montaña.
* - ¿Estuvo los tres años detenido en la Escuela de Telecomunicaciones?
* - No, después me llevaron a la Escuela de Infantería. Me sacaron en un jeep,
con escolta armada. Después, el capitán a cargo de la operación me confesó que
él me llevó para ser fusilado en el cerro Chena. Yo también intuí algo muy malo y
dejé una nota de despedida a mi mujer. Pensé que podían fusilarme. Lo que
pasa es que mi concuñado, el coronel Figueroa, había dicho a mi mujer que me
acusaban de traición a la patria. Y eso es pena de muerte.
"Pero allá, en lugar del pelotón, me esperaba un mayordomo a quien había
conocido y me dieron la suite para las visitas de alto rango. Mi mujer me iba a ver
dos veces por semana. Después me llevaron a una pieza del casino de oficiales y
me tapiaron la ventana. Saqué las maderas y no volvieron a cerrarla.
"El 7 de junio es Día de la Infantería. En los preparativos, abrí la ventana y me
puse a observar la tropa. Al pasar por el frente me rindieron honores. Recuerdo
que sentí un escalofrío y cerré la ventana. A la ceremonia misma, fue el general
Pinochet. Un capitán le preguntó por qué yo estaba preso. Le respondió: "Mire
capitán, esa pregunta no debió haberla hecho. Pero tengo entendido que está
detenido por sus ideas socialistas. Pero le aconsejo una cosa, capitán, no se
meta en las patas de los caballos"...
"A fines del año 74, me llevaron al Estado Mayor a un careo con dos oficiales,
interrogándome por mis contactos políticos. Me preguntaban por mi relación con
Carlos Lazo, quien había sido compañero de curso mío en la Escuela Militar. Ahí
vi a Lazo, muy a maltraer.
"Ahí empezó el consejo de guerra, donde se me acusó de incumplimiento de
deberes militares. El juez militar fue el propio general Arellano. Juez y parte, me
condenó a tres años de presidio menor en su grado medio. Me llevaron a la
Cárcel Pública
, a dormir en el suelo de una celda. El oficial de Inteligencia que me
llevó a estaba muy afectado por la situación. Y luego me trasladaron al anexo
Capuchinos. Ahí pasé otro año y medio".
* -¿Y en qué estado anímico salió?
* - No me derrotaron como preso. Mantuve la moral en alto. Pelé papas, barrí
celdas, hice todo lo que tenía que hacer igual que todos. Con orgullo, con
dignidad. Y luego se me conmutó la pena por exilio: Colombia, Holanda y
Venezuela. Una injusticia más, que me costó la dispersión de mi familia.
Capítulo III: Ya se han matado dos, mayor...
Y si el 30 de septiembre de 1973 se inoculó una fuerte dosis de miedo en el
Regimiento "Talca", el 2 de octubre le tocó el turno al Regimiento "Calama".
Ese día fue detenido el mayor Fernando Reveco Valenzuela, quien presidió los
procesos contra los presos políticos. Tuvo 458 días de pesadilla hasta que fue
condenado por el general Sergio Arellano Stark a ¡270 días! de cárcel por
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"incumplimiento del deber militar". Casi dieciséis años después del episodio que
marcó su vida y la de su familia, recordamos lo ocurrido en su casa de Rancagua,
vecina al local donde funciona su pequeña óptica.
* - ¿Qué sucedió en su regimiento el día del golpe militar?
* - Nadie sabía que ese día se iba a dar un golpe. Eso me consta, ni el coronel, ni
el oficial de Inteligencia, ni nadie sabía. A las 8.00 de la mañana, poco después
que nos enteramos, me llamó el comandante -coronel Eugenio Rivera - y me
preguntó cómo veía yo el problema. Le dije: "Mi coronel, la cosa es muy sencilla.
Si hay un levantamiento encabezado por un comandante de División o de
Regimiento para ir contra el gobierno legalmente constituido, yo me opongo.
Ahora, si el Ejército de Chile, con sus mandos legalmente constituidos, como
institución, toma una posición... yo pertenezco al Ejército de Chile y estoy con
esto. Me imagino, coronel, que los generales han pesado el paso que van a dar.
Lo único que cabe es ser leal a la institución". Me dio la mano, diciendo: "Reveco,
agradezco mucho sus palabras y vaya a hacerse cargo del mando de su unidad".
* - ¿Todos los oficiales apoyaron el golpe?
* - Todos, salvo uno. El capitán Jaque...
* - ¿Estaba en contra?
* - Así es. En la misma mañana del día 11, se presentó en la oficina del coronel
Rivera y dijo que él no participaba. Habló conmigo antes. Yo le manifesté mi
opinión en orden a no ser factor de ruptura en el Ejército, que se debía acatar.
Pero dijo que no podía, que tenía a su padre o su hermano en La Moneda, que un
golpe militar no iba con él. Así se presentó al coronel y le dijo que se iba a quedar
en el casino. Se autodetuvo...
* - ¿Qué pasó con él?
* - Supe después que el "polaco" Rodríguez lo agarró también y parece que lo
maltrataron...
* - Antes del golpe, ¿usted había manifestado alguna opinión en contra de esa
posibilidad?
* - En las reuniones que hacíamos todos los lunes, de evaluación política, algunos
oficiales mostraban los dientes ante la posibilidad de un golpe. Yo siempre
calmaba los ánimos, advirtiendo que estábamos sirviendo a un gobierno legal y
que la única actitud que cabía era la de obediencia a nuestras autoridades
militares. Yo era partidario de la continuidad legal del sistema. Y es posible que -
por eso - algunos se hayan hecho la imagen de que yo era partidario de la Unidad
Popular.
* - De acuerdo a lo que usted conocía al Ejército y a los oficiales de su
Regimiento, ¿cree que los ánimos estaban para ser muy duros y sanguinarios a
partir del 11 de septiembre?
* - No, de ninguna manera. Mire, nuestro regimiento era grande y representativo.
Había infantería, artillería, todo. Era combinado. A mi juicio, el Ejército estaba
dividido en un 25 a 30 por ciento de oficiales que estaban con el régimen anterior.
No eran socialistas ni marxistas. No. Eran constitucionalistas, en la línea del
general Scheneider y del general Prats. Un porcentaje entre el 10 y el 15 por
ciento estaba abiertamente por la ruptura, por dar un golpe. Y lo decían...
* - ¿Y el resto?
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* - Es la masa, los que se quedan silenciosos y tratan de pasar inadvertidos, los
que no expresan opinión y están asustados. Los que finalmente se quedan con la
posición vencedora.
* - ¿Y cuántos tenían una postura dura contra los marxistas, como para matar a
sangre fría?
* - Si me lo hubiera preguntado antes del golpe, le habría dicho que ninguno.
Después, había algunos que sí querían ver correr sangre; Ravest, Robles,
Minoletti, Santander. Recuerdo que el capitán Ravest decía que en Santiago
estaban asaltando al Regimiento Maipo, que debíamos salir a la calle. Y nosotros
le decíamos que Calama estaba en calma, que no podíamos allanar casas y
detener gente por lo que estaba ocurriendo en Santiago o Valparaíso. Nosotros
en Calama teníamos un oasis de paz. Al punto que la gente de la Unidad Popular
confió en nosotros y se entregó el primer día...
* -¿También se entregó el gerente general del mineral de Chuquicamata, el
ingeniero comunista David Silberman?
* - Sí, se entregó en el regimiento al coronel Rivera. Yo estaba arriba en
Chuquicamata en ese momento.
* -¿Qué hacía allá?
* - El coronel Rivera me ordenó hacerme cargo del mineral. ¿Y le cuento algo
ridículo? Cuando yo estaba preso, apareció en el Boletín que me ascendían a
teniente coronel y me condecoraban con la medalla "Presidente de la República"
por haber participado en acciones de combate y por haberme tomado
Chuquicamata. Nunca recibí la medalla obviamente...
* -¿Y combatió en Chuquicamata?
* - Nunca. Fíjese que el jefe de los carabineros de Calama nos había mostrado -
muy tenso y nervioso - un croquis con la ubicación de las armas automáticas. Así,
con esos datos, llegamos armados hasta los dientes. Ordené detener los
vehículos como a cien metros y corrí con mi fusil de asalto. Dejé la columna
afuera, con el grupo de artillería, e inicié el asalto de la gerencia general de
Chuqui. Y resulta que no había nada. Todo tranquilo, ni un arma. Incluso hice el
ridículo al abrir la oficina de Silberman de una patada... y bastaba con abrir la
manilla. ¡Claro, era más heroico entrar así! Después comencé a abrir los cajones,
todos sin llave, y a revisar la documentación.
* "Ahí comprobé que era un tipo honestísimo. ¡Viera usted las peticiones que le
hacían sus camaradas y con qué decencia las paraba en seco! Todo estaba muy
claro...
* - ¿Usted presidió el Consejo de Guerra contra Silberman?
* - Sí...
* - ¿Y qué condena sugirió al juez militar?
* - Veinticinco años... y lo condenaron a trece años finalmente.
* - ¿Por qué?
* - Porque cometió el error de no entregarse de inmediato. Se fue hacia el interior.
Y creímos que lo había hecho para organizar a la gente y tratar de detener la
producción de cobre. Más tarde, se entregó al coronel Rivera en el regimiento.
* - ¿Qué reacción tuvo cuando supo que finalmente, en octubre de 1974,
Silberman fue sacado por la DINA de la Penitenciaría de Santiago y desapareció?
21
* -¡Qué indignación! Casi no podía creerlo. Pero la DINA dejó su impronta, como
siempre...
* - ¿Quienes formaban un Consejo de Guerra?
* - Cinco oficiales, además del fiscal que presentaba el caso al Consejo, un
secretario sin derecho a voto y el defensor, quien era un oficial que recibía el
encargo un par de horas antes.
* - ¿Procedimiento regular?
* - No, era altamente irregular. Se cumplía con la formalidad no más. En el fondo,
la condena se iba a dar con o sin defensa.
* - ¿Y había oficiales muy duros?
* - Sí, pedían penas de muerte para las faltas más nimias. Había uno que tenía
sus buenas razones. Había sido el oficial de Inteligencia y manejaba dólares
cuando era una moneda inalcanzable. Nos sorprendió a todos, incluso con el
segundo comandante comentamos de dónde sacaba los billetes de cien dólares
que mostraba. Por eso quería matarlos de inmediato, porque quería ocultar que le
habían pasado dinero...
* - ¿Quienes?
* - De la gerencia e finanzas de Chuqui -que había estado a cargo de Haroldo
Cabrera - parece que mensualmente le tenían asignada una cuota de dólares. Y
él les decía que no se podía informar a nadie porque era para financiar tareas de
Inteligencia, para pagar a los agentes chilenos que estaban en Bolivia. Por eso
quería que murieran antes que hablaran. La misma noche del 11 de septiembre,
empezó a promover la idea de matarlos. Nosotros nos extrañamos y lo
comentamos con el segundo comandante.
* "Esa misma noche del golpe, Haroldo Cabrera envió por mí y nos entrevistamos.
Ahí me contó que estaba atragantado con este asunto, que le había dado al mayor
R alrededor de mil dólares para labores de Inteligencia y que eso podía servir
como demostración de que jamás había actuado contra el Regimiento.
* "Esa misma noche se lo dije al coronel Rivera y éste se enfureció. Dijo que no
podía aceptar que se pusiera en tela de juicio a uno de sus oficiales. Yo propuse
que se hiciera una investigación, un sumario en resguardo del honor del oficial y
para tranquilidad de todos. Pero el comandante Rivera -a pesar de ser un
hombre honorable y justo - no quiso hacer nada para averiguar una denuncia tan
grave como ésta. Era muy amigo del mayor R..."
* - ¿Alguna condena a muerte en los consejos de guerra que usted presidió?
* - No, ninguna. Emití condenas para dieciséis presos, condenas que fueron entre
61 a 20 años de prisión.
* - ¿Fue realmente una sorpresa cuando lo detuvieron el 2 de octubre o ya sabía
que no estaban conformes con su actuación?
* - No, nada. Incluso más. Yo estaba mandando la unidad más poderosa que
tenía el regimiento. Me la habrían quitado si no estaban conformes o tenían
dudas. Fíjese que yo estaba a cargo del grupo de artillería reforzado con tres
compañías de Ingenieros. Era la unidad de combate más poderosa y estábamos
arriba, en Chuqui... Cada vez que subió el coronel Rivera, me dijo que estaba
contento y agradecido por lo bien que actuábamos...
* - ¿No recibió antes presiones o sugerencias de que se cuidara en los Consejos
de Guerra, que fuera más duro?
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* - Sí, hubo una situación bien difícil. Mientras estábamos en el Consejo, parece
que el oficial de Inteligencia -Luis Ravest- se quejó al coronel porque yo estaba
llevando las cosas de forma muy blanda. Entonces el coronel decidió relevarme y
me dijo que me fuera a Chuqui. A mí no me gustaba presidir el Consejo de
Guerra, era una tarea muy dura, pero por otro lado vi que la medida podía tener
consecuencias graves. Le dije -con toda franqueza - que yo era su única
garantía, como cristiano muy observante, de que no se cometieran crímenes
irreparables. Porque matar a un hombre con estos Consejos de Guerra, sin
defensa, con el poder enorme que teníamos nosotros con las armas, era un
asesinato. Y el día de mañana, esto se iba a juzgar como asesinato y quienes
participábamos de esto, íbamos a ser los asesinos. Le dije que pro favor
reconsiderara la medida, que él sabía que había otros oficiales deseosos de
mancharse las manos con sangre...
* - ¿Qué respondió?
* - Lo aceptó y seguí presidiendo. Pero al día siguiente me volvió a relevar. Fue
una situación tragicómica. Me dijo que lo lamentaba mucho, pero tenía que
sacarme del puesto porque la información de que la cosa seguía muy suave podía
tener consecuencias... Volví a argumentarle lo mismo y volví a convencerlo. Yo
creí que esto no había trascendido. Que sólo lo sabía el coronel y yo. Nunca lo
comenté públicamente hasta ahora Incluso le dije que, por último, los podía
condenar a todos a cadena perpetua. Porque a un preso se le puede sacar de la
cárcel, pero condenar a muerte no tiene vuelta, porque no se puede sacar de la
tumba. Y así pude terminar el juicio el 29 de septiembre. Hasta esa fecha presidí
todos los Consejos de Guerra de la zona...
* - ¿Ratificó el coronel Rivera sus condenas?
* - Sí, incluso rebajó un par de ellas.
* . ¿Cómo fue su arresto, ese 2 de octubre?
* - La orden llegó de Santiago, vía Antofagasta. Yo estaba en la oficina de la
gerencia de Chuquicamata, al mando de mi unidad, cuando llegó el segundo
comandante, Oscar Figueroa Márquez. El estaba muy complicado. Me dijo:
"Fernando, perdóname, me han pedido que te lleve a Antofagasta y de ahí irás a
Santiago porque la Junta quiere hablar contigo".. Yo me extrañé. No entendía de
qué se trataba. Le dije que estaba en derecho y posición de negarme. El dijo que
eso sería un paso gravísimo. Yo respondí que lo que se estaba haciendo conmigo
era también gravísimo, que mientras no me dieran explicaciones clarísimas no me
movía.
* "No habló de detención. Yo preguntaba en qué condiciones iba y él respondía
que no podía afirmar nada, que la Junta me llamaba a Santiago. Le dije que
entendía, entonces, que estaba arrestado y que iba a tomar alguna medida para
defenderme. ¡Qué locura! No sabía que hacer y, de hecho, hice llamar a mi gente
y ordené preparar vehículos...
* - ¿Para qué?
* - Para ir hacia la frontera...
* - ¿Hizo preparar vehículos para qué?
* - Temí que pudiera pasar algo gravísimo, que me pudieran arrestar y, sabiendo
que las cosas se hacían sin juicio...
* - Pero, en definitiva, se entregó...
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* - Sí, pero exigí llevar mi arma. El me dijo que no tenía órdenes de quitármela.
Dije entonces que iba a ir con mi escolta y él no lo aceptó, dijo el comandante
Figueroa que tenía que ir con la suya. Cuando llegué a Antofagasta, me metieron
en la oficina del cuartel general de la División. Entró un oficial amigo y me dijo:
"Fernando, por favor, entrégame la pistola". Yo me negué y exigí que me
explicaran para qué me habían llamado. Porque quitarme la pistola era lo mismo
que quitarme las insignias de grado. Finalmente entraron los cinco comandantes
de Regimiento de Antofagasta, en actitud amenazante para quitarme la pistola. El
coronel Sergio Cartagena, que era mi amigo, me dijo que no hiciéramos
escándalo. Porque yo alegaba que se pasaba por encima de la majestad de mi
grado, además de que jamás imaginé que compañeros me hicieran eso...
Finalmente, tiré la pistola al suelo: "Tomen esta huevada, si tanto les preocupa",
dije. Me llevaron a un dormitorio y pusieron a un soldado en la puerta.
* "Al día siguiente, un comandante me acompañó en un avión de línea comercial a
Santiago. Me entrevisté con el general Brady, quien me dijo que sentía mucho
que yo estuviera ahí, pero que tuviera confianza porque "muchos han vuelto".. Tal
cual... Yo pregunté qué significaba eso, qué pasaba con los que volvían.
Respondió que nada más podía decirme.
* "De ahí me entregaron en manos del "polaco" Rodríguez, en el regimiento
Tacna. Manuel Rodríguez había sido designado fiscal para investigar todos los
casos de supuesta intromisión marxista en el Ejército. Después llegó a general y
lo mandaron de embajador en Austria...
* "¿Sabe? A Rodríguez no lo perdono. Ni a él ni a Quinteros, quien actuó como
secretario, en ese seudojuicio. Actuaron de la forma más indigna...
* - ¿Lo interrogaron en el Tacna?
* - No. Me llevaron al día siguiente a la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea.
Ah
í me interrogaban. Y me llevaron al Regimiento Blindados donde, incluso,
estuve seis meses incomunicado...
* - ¿No era extraño que un oficial de Ejército fuera interrogado en la Academia de
Guerra de la FACH?
* - Por supuesto. Era rarísimo...
* - Los interrogadores, ¿eran del Ejército o de la FACH?
* - Yo estaba encapuchado, pero sé que quien me interrogaba era el "polaco"
Rodríguez. Fue el único que me interrogó. En la primera sesión, me amenazó
diciendo: "Ya se han matado dos, Cantuarias y Lavanderos"...
* - ¿Fue torturado?
* - Sí...(comienza a temblarle la barbilla)
* - ¿Rodríguez estaba presente?
* - Creo que sí. Yo estaba encapuchado.
* - ¿Qué torturas recibió?
* - ...(silencio, los ojos se humedecen, tiembla más el mentón).
* - ¿Qué tipo de torturas?
* - Prefiero no hablar de eso...
* - ¿Electricidad?
* - No...
* - ¿Lo colgaron?
* - Sí...(lágrimas empiezan a surcar su rostro y la respiración se hace agitada)
24
* - ¿Lo hundieron en agua?
* - No...(muy alterado)...Me patearon mucho, pero yo respondí también y por eso
me pateaban más... Yo no los veía, les gritaba que eran unos maricones.
* - Mientras estuvo 458 días detenido, ¿entendía que los suyos fueran capaces de
hacer todo eso?
* - No, no podía entender y la verdad es que, con una ingenuidad estúpida, hasta
el último momento me decía que el tribunal se iba a dar cuenta de mi inocencia y
me iba a pedir disculpas.
* - ¿Y respecto de las torturas?
* - Me parecía tan increíble que oficiales pudieran torturar, que todo el rato
pensaba: "a estos gallos los van a pillar y los van a liquidar"...
* - ¿Eso pensaba realmente?
* - Claro...porque entendía que la institución no podía tolerar algo tan bárbaro.
Años después me enteré por un oficial -el mayor Conús, quien fue comandante
del Grupo de Artillería en el Tacna- que personajes muy importantes iban a
presenciar las torturas arriba de los "rastrillos".
* - ¿Qué son los rastrillos?
* - Donde se guardan las piezas de artillería. Tienen arriba unos pasadizos aéreos
donde se guardan las partes más delicadas y los cañones están abajo.
* - ¿Usted creyó posible un gobierno militar sin necesidad de matar y perseguir a
los militantes de Izquierda?
* - Sí. Pensé que iba a ser una cosa seria, que se iba a "barrer" un poco y, a corto
plazo, se llamaba a elecciones y se volvía a la democracia.
* - ¿Y cuándo comprendió que no era así?
* Cuando estaba detenido en el Blindados. Allí sucedió algo que me dejó helado.
Cuando termino la incomunicación de seis meses -y pude ver a mi mujer- me
cambiaron de habitación y me dejaron junto con el coronel Nelson Fuenzalida,
quien estuvo detenido un año conmigo.
* "El hacía vida de casino y conversaba hasta tarde con los oficiales. Yo no lo
hacía porque estaba muy amargado con lo que me pasaba. Estaba reconcentrado
en mi problema y cerrado a la posibilidad de que se estuvieran cometiendo
atropellos afuera. Por eso no averigüé más, no me pregunté siquiera a qué
obedecía que algunos oficiales lloraran después de operativos nocturnos, o que
gritaran en sueños.
* "Pero una noche de fines de octubre o comienzos de noviembre de 1974, llegó el
coronel Fuenzalida al dormitorio, con algunos tragos de más, y me despertó muy
conmocionado. Me contó llorando que había estado hablando con su hermano,
que era mayor de Ejército, y le había contado que los estaban quemando...
* - ¿Quemando?
* - Porque ya había empezado el calor y los perros habían comenzado a hacer
hoyos en Peldehue, atraídos por el olor de los cadáveres. Incluso, -me explicóalgunos
cadáveres habían sido desenterrados. Entonces se ordenó hacer un
horno ahí mismo en Peldehue y se estaban quemando los cuerpos. El estaba
muy alterado: "Igual como se hizo con los judíos, Fernando, los están quemando",
me dijo.
* "Ahí entendí realmente lo que pasaba. Estuve varias noches sin dormir..."
* - ¿Recuerda algún otro hecho ocurrido en el Regimiento Blindados?
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* - Sí, hay otro episodio que me dejó muy preocupado. Recuerdo que en varias
oportunidades fue el general Pinochet al Blindados y se quedaba a comer con los
oficiales. Después de un día que estuvo Pinochet en el casino, hablé esa noche
con el comandante del Regimiento y él me comentó, intempestivamente, algo así:
"¡Y qué te parece este desgraciado de Bernardo Leighton, las cosas que anda
haciendo afuera!". A mí me llamó la atención, porque hasta entonces creía que
sobre Leighton existía la idea generalizada de que era una especie de fraile buena
persona. Cuando escuché esas frases tan duras, me extrañé y pensé que
seguramente el comandante había oído algo al respecto de boca del mismo
Pinochet. Pensé que seguramente Pinochet lo había calificado de traidor a la
patria o algo parecido delante de los oficiales...Y no pasaron quince días cuando
se supo del atentado contra Leighton y su esposa en Roma.
* - ¿Sugiere que les prepararon el ánimo para aceptar el atentado?
* - ¡Por supuesto! No hay otra explicación. Y se reaccionaba en manada: ahí está
el enemigo, todo medio para eliminarlo es válido y punto. Sin razonar...
El teniente coronel Fernando Reveco está seguro de que su arresto - el 2 de
octubre de 1973 - dio paso a un tratamiento más duro contra los presos políticos
de Calama: "El coronel Rivera era un buen comandante, muy católico, no estaba
por ensuciarse las manos con sangre inocente. Pero después de mi detención, no
tengo dudas en cuanto a la presión que ese hecho significó, sumada a la presión
de los oficiales duros".
Cuatro días después del arresto de Reveco, el 6 de octubre, fueron fusiladas tres
personas en el Regimiento Calama: Luis Busch, Andrés Rojas y Francisco
Valdivia, condenados a muerte por participar en un supuesto sabotaje de la planta
de la Empresa Nacional de Explosivos (Enaex). Busch era ingeniero agrónomo, de
nacionalidad boliviana, 36 años, casado con una chilena. Valdivia, de 34, era
presidente del Sindicato de Obreros de Enaex, y Rojas era chofer de ambulancia
del Hospital de Calama.
* - "Yo no supe nada de ellos. No los procesé", asegura el teniente coronel
Reveco. Y tiene razón porque fueron detenidos el 4 de octubre.
************
La respuesta había que buscarla con el entonces comandante del regimiento, el
coronel Eugenio Rivera Desgroux. Este fue nuestro diálogo, en lo que respecta a
ese triple fusilamiento y la detención de Reveco.
* - Coronel, ¿qué sucedió en la planta de Enaex que significó la detención de
varios trabajadores?
* - Primero fueron detenidos un dirigente sindical, creo que Francisco Valdivia,
junto con el chofer de la ambulancia del Hospital de Calama, Andrés Rojas, y un
señor boliviano de apellido Busch, reconocido activista internacional. Los tres
fueron detenidos por Carabineros y se los sometió a proceso. El consejo de
guerra los condenó a muerte. Y fueron fusilados...
* - Eso fue el 6 de octubre de 1973...
* - No me acuerdo de la fecha. Debe ser esa, porque fue con posterioridad ala
venida del mayor Reveco a Santiago...
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* - A la detención de Reveco, para ser exactos.
* - Sí, a su detención.
* - ¿Recuerda quién presidió ese Consejo de Guerra que los condenó a muerte?
* - Debe haber sido alguno de los mayores de la época, Ravest, Robles o Aracena
Romo...
* - ¿Por qué a esos tres acusados se los condenó a muerte, justo cuando ya el
mayor Reveco dejó de presidir los Consejos y usted designó en su lugar a un
oficial más "duro"?.
* - Porque ese fue un intento de sabotaje efectivo, que fue denunciado por
autoridades de la planta de Enaex y se comprobó que habían colocado cargas
explosivas en el perímetro de la planta...
* - Usted ratificó esas condenas a muerte. Visto hoy, ¿tiene la plena seguridad de
que eran culpables?
* - No, no la tengo. Fue una simple situación difícil y, después que el Consejo de
Guerra me propuso la pena de muerte, yo hablé con los tres. Especialmente lo
hice con Rojas, el chofer de la ambulancia, porque lo conocía mucho. El iba a
buscar el pan todos los días al regimiento, porque nosotros abastecíamos al
Hospital. Y en mis rondas, muchas veces me encontraba con él y lo trataba con
una expresión media campesina, como "mi regalón".
* "Fui al tribunal a hablar con ellos. Les pregunté si estaban arrepentidos. Y los
tres dijeron que mantenían su actitud, que siempre actuarían contra la acción
inconstitucional del Gobierno militar".
* -¿Le confesaron haber puesto las cargas explosivas?
* - No. La verdad es que no se los pregunté directamente. Reconozco ahora -
porque después de quince años he aprendido bastantes realidades - que no debí
proceder de esa forma por ningún motivo.
* - ¿Qué aprendió en estos años?
* - Mire, después de trabajar en Enaex por once años y ser Jefe de Seguridad por
un tiempo, me di cuenta de que era imposible volar la planta. Pero, en 1973, el
subgerente de la empresa, el ingeniero Claudio Silva Lódiz, me hizo ver los
tremendos peligros que se habían cernido sobre Calama y la hecatombe que
habría significado una explosión importante en la planta...
* - ¿Le fue doloroso ratificar la condena a muerte?
* - Imagínese lo que significa firmar una sentencia de muerte siendo yo católico
activo! Mi señora me dice siempre: "¿Por qué no me consultaste antes?". Yo no
podía estar preguntándole al obispo, porque yo era el jefe, yo tenía que resolver
en conciencia. Así que, por un lado, yo tenía el problema personal como católico,
en que debía rechazar la pena de muerte. Pero en ese momento, yo era militar y
tenía la responsabilidad de decidir. Le juro que busqué los atenuantes, que me
dijeran que estaban arrepentidos. Pero no fue así y tuve que resolver.
* - ¿Tuvieron derecho a defensa?
* - Una defensa formal. Nada más. Porque no tuvieron un abogado elegido por
ellos. Designé a uno de los dos abogados asesores que yo tenía, no recuerdo a
quién.
* - ¿Entregó los cuerpos a sus familias?
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* - Claro que sí. Se utilizó el procedimiento reglamentario. El capellán Luis
Jorquera los confesó, les dio la extremaunción, se los fusiló y se entregaron los
cadáveres...
* - La viuda de Luis Busch, Grimilda Sánchez, dice que no lo hizo, que la familia
tuvo que encontrar el cuerpo con ayuda del panteonero del cementerio...
* - Detalles de la entrega no le puedo dar. No sé, no lo presencié. Yo ordené que
entregaran los cuerpos, pero no me consta que lo hayan hecho. No sé si será
aversión a los cadáveres o a las muertes, pero yo -después que se resolvió este
asunto - ordené que se entregaran, pero no quise participar...
* "Respecto de doña Grimilda Sánchez, ella estaba incluida para ser fusilada y yo
le rebajé la pena por cadena perpetua. Después una pariente fue a hablar
conmigo, me dijo que tenía un cáncer y que me pedían autorización para sacarla a
Francia. Yo lo aprobé de inmediato y ella salió de Chile.
* - Puede que en su decisión haya influido el hecho de que no sólo quedó viuda,
sino que pocos días después mataron a su hijo. Coronel, la señora Sánchez
estuvo detenida junto con los tres que fueron fusilados y ha declarado que
presenció "las brutales torturas a que fue sometido Valdivia, en un recinto
especialmente habilitado para ello en la planta de Enaex"...
* - De eso no sé nada. Lo juro.
* - Examinemos el caso del mayor Reveco. ¿Recibió usted presiones de algún
tipo para relevarlo de la presidencia de los Consejos de Guerra?
* - No. Y lo cierto es que los consejos de guerra que él presidió no fueron
importantes. Las condenas fueron menores, casi puras relegaciones, con
excepción de los casos de Silberman y Miranda. Si los únicos casos que tenían
armas eran cuatro o cinco guardias personales en Chuquicamata... Si allá no hubo
armas, porque lo que yo recogí después del Once no tenía ninguna importancia.
* - ¿Nadie le comentó que las sentencias del mayor Reveco eran muy "blandas"?
* - No, porque no fue "blando". Lo que pasa es que, en el mundo en que nosotros
vivimos, el soplonaje y la acción subterránea ante nuestra actitud profesional
conmovió a la zona.
* - Explíquese, por favor...
* - Yo me recibí de la Gobernación de El Loa sin tener ninguna dificultad con el
gobernador de la Unidad Popular. Envié al gobernador a su casa, sin carácter de
detención domiciliaria, porque ¿qué iba a aducir yo para detenerlo y meterlo en la
cárcel? El había sido una autoridad legítima y conmigo había mantenido una muy
buena relación.
* "Lo cierto es que ninguna autoridad opuso resistencia y el mineral de
Chuquicamata continuó trabajando normalmente, al igual que todos
los servicios públicos. A mi me ordenaron asumir la gobernación a
eso de las nueve y cuarto de la mañana y el prefecto de Carabineros
Abel Galleguillos -quien luego llegó a ser general - me informó que
toda la zona estaba tranquila. Ordené una reunión de todas las
autoridades locales y jefes de servicios públicos. Y antes de esa
reunión, la primera persona que me pidió audiencia fue un amigo que era el
máximo dirigente de la Derecha local y el jefe de la Masonería de la zona. Me
entregó una lista, la lista de la gente que había que tomar presa o remover de sus
cargos...
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* - Así que la primera presión por "mano dura" provino de la Derecha local...
* - Así fue. Yo no le dije nada, pero tampoco hice nada. Tomé esa lista y la metí
al bolsillo... Lo cierto es que hubo mucho presión por parte de los civiles, llegaban
infinidad de anónimos delatores. Y se produjo un tremendo problema porque no
consideré para nada esa lista y, por el contrario, a las diez de la mañana confirmé
a todo el mundo en sus cargos, exigiendo sí -¡imagínese qué brutalidad!- que si
yo no veía sonrisas renovadoras, que si alguien se quejaba de no ser atendido con
el máximo de eficiencia y respeto, yo iba a proceder con mi instrumento de trabajo.
Y lo dije palpando ostensiblemente mi pistola. Porque los instrumentos de trabajo
nuestros son las armas...
* "Como a las once de la mañana, me avisaron que había problemas en
Chuquicamata, pese a que estuvo presente en la reunión un representante de la
gerencia general. Entonces cambié mis órdenes y nombré al mayor Reveco como
jefe de plaza. Yo ni siquiera había pensado en la ocupación militar de
Chuquicamata ni nada parecido, porque todo estaba tranquilo.
* "El mayor Reveco se fue a Chuquicamata con cierto atraso y después lo
acusaron de haber obstaculizado la ocupación del mineral. Pero si yo le contara la
infinidad de problemas que tuvimos... porque no teníamos vehículos, porque hubo
falta de decisiones adecuadas por parte de mis subalternos, etcétera. Con decirle
que los camiones que yo tenía eran del Mopare, de los camioneros adictos a la
Unidad Popular.
Llegó allá la autoridad local del Mopare y puso a disposición mía
los camiones. Así, el mayor Reveco - que estaba viendo los problemas en Enaex
- se enteró tarde de mi orden de subir a Chuquicamata. Su unidad se demoró en
organizarse y, después de la una de la tarde, cuando estaban todos en los
camiones, resulta que no había choferes. ¿Qué había pasado? A la hora de
almuerzo, los choferes fueron autorizados por un subalterno mío para ir a sus
casas en lugar de llevarlos al casino del regimiento. Con razón Reveco se atrasó,
pero igual se consignó ese episodio entre los considerandos del fallo del general
Arellano para condenarlo.
* "Con David Silberman, el gerente general de Chuquicamata, yo tenía una muy
buena relación. Era muy joven y su esposa era hija del coronel Abarzúa. Así que
cuando Silberman vio llegar una unidad militar hasta con artillería a ocupar la
mina, pensó que les habíamos declarado la guerra y se fue con un grupo, en
camionetas, hacia el interior.
* "Yo subí al mineral como a las cuatro, y luego de conversar con el mayor
Reveco, emití un Bando para que se constituyera la Gerencia a las diez de la
noche. No llegó Silberman ni Haroldo Cabrera, el gerente de finanzas. Ahí
nombré a don Orompeyo Zepeda como gerente general, confirmé a todos los
gerentes presentes y reemplacé a los que faltaban por los que eran sus segundos.
El señor Zepeda era uno de los segundos de Silberman.
* "Así, Chuquicamata comenzó a funcionar en el primer turno del día 12 de
septiembre, sin usar ni toque de queda. Porque no se podía coordinar el
movimiento de 14 mil trabajadores, en los tres turnos, con toque de queda.
* "Y de ahí comenzó el problema de las listas delatoras. Empezó la protesta por
parte, según supe, de un grupo de marinos en retiro que trabajaban tanto en
Chuquicamata como en la central termoeléctrica de Tocopilla. Yo no consideré
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esas delaciones anónimas para nada. Pero siguieron con cartas a Antofagasta y a
Santiago.
* "El más afectado, porque aparecía como responsable, era Reveco. El era la
autoridad local, pero lo cierto es que seguía mis instrucciones. Desde Antofagasta
enviaron a un grupo investigador, dos capitanes, a fines de septiembre. Nunca
aclaré con el general Lagos - mi jefe de División - este hecho. Ellos dijeron venir
en su nombre a investigar algunas cosas que no me parecieron importantes. Los
conocía, habían sido cadetes míos...
* - ¿De quién recibió la orden para detener al mayor Reveco?
* - Del general Lagos. Recibí su llamado como a las seis de la tarde del 2 de
octubre. Me dijo que había recibido órdenes de Santiago para mandar detenido a
Reveco. Le manifesté mi extrañeza, que no veía razones para hacerlo. El insistió
en la orden: "Mándelo en calidad de detenido". Yo confiaba en Reveco. Así que
decidí que fuera no como detenido, sino que conservara su arma.
* - ¿Supo que fue torturado?
* - Me enteré después.
* - ¿Creyó posible que pudiera estar siendo maltratado?
* - No, jamás. Era imposible que eso sucediera en nuestro Ejército. No podía
concebirlo...El hecho es que Reveco desapareció de Calama y yo esperaba que,
como su jefe, me pidieran todos sus antecedentes para su proceso. Me tenían
que pedir su hoja de vida, sus calificaciones, todos los antecedentes que
corresponden a un proceso normal. Pero nunca pidieron nada. Jamás me
imaginé que le iban a hacer un proceso irregular. Y el caso del mayor Reveco -
además de lo sucedido en Calama más tarde - me costó la carrera militar.
* - Explíquese, por favor.
* - Se me sancionó por todo esto en 1974. En lo formal, porque no me
ascendieron a general. En lo de fondo, porque dejé de ser fiable. Yo había sido
designado agregado militar en el Perú y debía partir a mediados de julio. Cuando
fue al Estado Mayor el 4 de marzo del 74, le dije al general Arellano que estaba
preocupado por el mayor Reveco, porque estaba en muy malas condiciones.
Incluso le agregué: "se dice que está condenado a muerte y a mí, su comandante,
no se me ha pedido ningún antecedente. Estoy quedando frente a Reveco como
un desleal". El general Arellano, lacónico, me contestó: "Muy bien, lo voy a llamar
a declarar". Yo no capté la diferencia: me iba a llamar a declarar en el juicio, en
circunstancias que se me requirieran los antecedentes como su superior directo.
* "En la Semana Santa de ese año, el jueves, el auditor Melo me dijo que bajara a
su oficina para declarar. Yo, el ingenuo, bajé y relaté todo el desempeño de
Reveco que, aparentemente, contradecía todas las otras declaraciones que se
habían reunido en su contra en el proceso. A los pocos días, en abril, me llegó
una comunicación firmada por el general Pinochet postergando mi viaje a Perú
hasta junio. Yo entonces trabajaba en la Dirección de Operaciones del Ejército, en
la reestructuración del Ejército.
* "En junio fui a la secretaría del Comando en Jefe para hablar con Escauriaza,
quien había sido cadete mío. Llegué diciendo: "Aquí estoy, listo para irme". La
situación fue tensa. "Oiga mi coronel"- me dijo sacando un documento - "es que
mi general Arellano ha pedido que usted quede a disposición del tribunal". Me
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sentí bastante molesto y fui a hablar con el jefe de Estado Mayor, el general
Bravo. Reclamé, se armó una tremenda zafacoca y hubo momentos bien difíciles.
Por primera vez, en mi carrera, sentí que no tenía jefes. Por último, el general
Bravo me dijo que hablara con el general Arellano. Bajé rápidamente y le dije a
Arellano: "Usted me ha metido en este asunto". Me miró seco y respondió: "No,
usted es el que se ha involucrado". Insistí en que le debía lealtad a Reveco por
ser su comandante. "Yo no lo defiendo, general, sólo exigí que se me considerara
como su comandante, porque no puedo dejarlo botado". Arellano, tras discutir el
asunto, me dijo: "Preséntese a declarar de nuevo". Respondí: "No tengo ningún
inconveniente, general". Me llamaron a declarar y decidí entregar copia de mi
declaración a todos mis jefes. Vino entonces la Junta de Generales y yo, que era
el segundo de los coroneles para ascender, fui pasado al decimoprimer lugar.
Ascendieron diez compañeros míos. Cosa anormal, porque siempre ascendían a
cuatro o cinco. A mí me ofrecieron "complemento". Una situación especial en que
a uno lo sacan de la línea de mando y lo dejan en actividades secundarias. Yo no
acepté y me retiré".
Capítulo IV: Sólo volvió el jeep del coronel...
El teniente coronel Olagier Benavente dice que, de Talca, el general Sergio
Arellano siguió a Cauquenes ese 30 de septiembre de 1973. Es posible que el
temor y el desconcierto ante la insólita situación - quedar de un día para otro sin
comandante y tener que asumir como interino - le haya enredado las fechas.
* - Tengo la sensación de que no pasaron muchas horas cuando nos enteramos
de lo sucedido en Cauquenes. Nosotros abastecíamos al regimiento de allá, que
era nuevo y pequeño. Yo tenía comunicación diaria con ellos, porque nuestro
regimiento lo atendía logísticamente aunque, en mando, dependía de la Tercera
División
- asegura Benavente.
Lo cierto es que fue el 4 de octubre cuando el helicóptero militar Puma llegó al
Regimiento "Andalién", portando al general Sergio Arellano Stark y su comitiva.
No está determinada la hora exacta, pero fue a media mañana, porque hay
testigos que reconocieron a dos de ellos. En el Banco del Estado de Cauquenes,
por ejemplo, vieron entrar al mayor Marcelo Moren Brito a las once de la mañana
(lo conocían porque había estado en la ciudad siendo teniente y se hizo notar
como "exaltado"). Se reconoció también al capitán Antonio Palomo Contreras,
piloto del helicóptero, quien no sólo había estado allí como teniente, sino que se
había casado con una joven del lugar, América Domínguez. Y al general Arellano
lo vieron almorzar, en el Club Social Cauquenes, con el teniente coronel Rubén
Castillo White, comandante del "Andalién" e intendente local.
Como a las cuatro y media de la tarde, del cuartel de Investigaciones salió una
caravana de vehículos: el jeep militar del comandante Castillo White, un bus con
militares, un camión y otro jeep - del Banco del Estado - donde iban cuatro jóvenes
presos políticos. Al día siguiente, en la mañana, la radio local - cuya trasmisión se
escuchaba por altoparlantes en la plaza principal - anunció que habían sido
fusilados por haber intentado escapar y atacar a los uniformados.
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El texto de ese anuncio radial debió ser muy parecido a la información publicada
luego por el diario "EL Maulino", ya que en esos días toda comunicación era
escrita por mano militar o pasaba por la censura castrense.
EJECUTADOS EN FUNDO EL ORIENTE POR
ATENTADO CONTRA LAS FUERZAS ARMADAS
"El jueves 4 del presente a las 17.45 horas, en el lugar denominado fundo El
Oriente de la provincia maulina, cuando personal militar trasladaba a los
detenidos: Claudio A. Manuel Lavín Loyola, Pablo Renán Vera Torres, Miguel
Enrique Muñoz Flores y Manuel Benito Plaza Arellano, para ser interrogados y
reconstituir la escena del lugar en que organizaban guerrillas el día 11 de
septiembre, para oponerse a las Fuerzas de Ejército y Carabineros, dos de los
detenidos procedieron a atacar a uno de los centinelas tratando de arrebatarle las
armas e hiriéndolo en un brazo y el resto de los detenidos aprovechó de huir a los
potreros cercanos al lugar, la patrulla militar en cumplimiento al Bando N°24 de la
Junta Militar
de Gobierno procedió a detener y fusilar en el mismo lugar de los
hechos a las personas antes mencionadas".
****
¿Qué había pasado realmente? ¿Quienes eran los "fusilados"?
Todos eran jóvenes socialistas, eran amigos y "fueron atraídos a mediados del 73
por un mayor de Carabineros, de apellido Montt, quien decía ser de izquierda. El
les propuso que aprendieran a disparar y los llevó al fundo El Oriente para las
prácticas de tiro. Muy poco antes del golpe, ese mayor Montt desapareció
sorpresivamente de Cauquenes y mi padre murió convencido de que se trataba de
un infiltrado que luego los acusó", sostiene Luisa Vera, hermana del joven Pablo
Vera Torres.
En este caso, se trata del hijo del secretario regional del Partido Socialista.
Primero fue detenido en la calle el mismo día del golpe militar y liberado "en
calidad de bulto" por los maltratos. "El 15 de septiembre, el comandante Castillo
White citó a los dirigentes políticos para notificarlos de que toda actividad política
estaba proscrita. Mi padre, Guillermo Vera, se le acercó al final de la reunión para
quejarse por el maltrato dado a Pablo. El comandante le pidió que lo denunciara
por escrito. Esa misma noche nos hicieron el primer allanamiento a la casa. Y en
el segundo allanamiento, el 19 de septiembre, se llevaron detenidos a mi papá y a
Pablo", relató Luisa. El hecho es que Pablo fue muerto el 4 de octubre de 1973 y
su padre estuvo preso hasta diciembre de 1976, cuando le conmutaron la pena
por exilio. Se fue a la República Democrática Alemana con toda su familia - su
esposa, Cira Troncoso, también había estado ocho meses detenida - y murió en el
exilio, evocando continuamente a su hijo.
Otro caso es el de Claudio Lavín, de 29 años, técnico agrícola, casado, padre de
dos niños muy pequeños e hijo del conocido médico maulino y regidor del mismo
nombre, quien - por su larga amistad con el presidente Allende - oficiaba como el
"patriarca" socialista de la zona. Lavín trabajaba en el Banco del Estado y su
colega Juan León recuerda que, al día siguiente del golpe militar, llegó el coronel
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Castillo White: "Nos reunió a todos e hizo una arenga; dijo que se iban a extirpar
ciertas cosas, que ahora mandaban los militares".. Una semana después fueron
citados, con Lavín, a Investigaciones: "Nos soltaron al poco rato, pero días
después, el 25 de septiembre, me tomaron otra vez.. Quedé preso en el calabozo
del cuartel, sin saber por qué. En la celda contigua estaban Plaza Muñoz y Vera.
Me interrogaron sobre las "armas" y el Plan Zeta. Yo no sabía de qué hablaban".
El 3 de octubre llegó al mismo calabozo Claudio Lavín, detenido la víspera.
"Curiosamente, accedieron a su deseo de estar conmigo, a pesar de que nos
involucraban en planes Zeta y esas cosas. Era profundamente cristiano y pidió
que también le dejaran conservar una medalla y una cruz que llevaba al cuello. Lo
hicieron. Claudio rezaba mucho, estaba muy nervioso, pero nunca hablamos de la
posibilidad de que nos matarían", agrega el testigo León.
La viuda de Lanvín, Gloria Benavente Franzani, recuerda que "mi suegro, el doctor
Carlos Lavín, fue citado una semana después del golpe a la Intendencia. Por
razones de salud no pudo ir y acudió mi esposo. Allí,, el Jefe de la Zona en
Estado de Sitio, Rubén Castillo White, le comunicó que debía ir a firmar todos los
días a Investigaciones. Así lo hizo. Lo acompañé todos los días. El 2 de octubre
llegamos al cuartel y el detective de guardia le dijo a Claudio que el subcomisario
Exequiel Jara quería conversar con él por un "problema de la camioneta del
Banco". Claudio tenía este vehículo asignado y por ello no nos sonó raro.
Esperamos y, al llegar Jara, hizo entrar a Claudio. Salió cinco minutos después y
me dijo: "Me dejan detenido para tomarme declaración". No le dieron razones.
Fui a casa de mi suegro, conseguí un saco de dormir, un termo y volví a
dejárselos".
Al día siguiente, 3 de octubre, Gloria le llevó la vianda del almuerzo y del té a su
marido. Pero el día 4 sólo pudo entregar la del mediodía, porque a las cuatro y
media, - al llegar con la del té - el cuartel estaba cerrado y el oficial de guardia le
dijo: "Señora, no puede entrar porque hay militares. Pero, espere, porque a lo
mejor se van luego".
¿Qué estaba pasando dentro del cuartel de Investigaciones? Juan León lo
recuerda así:
* Ese día hubo un ambiente tenso en el cuartel. Como a las cuatro se escucharon
portazos, pasos rápidos, gran ajetreo y luego un silencio sepulcral. Entonces se
abrió la puerta del calabozo y llamaron a Claudio. Me dijo: "seguramente me
llevan a careo".
Media hora más tarde, León escuchó portazos de nuevo y por el hoyo de la mirilla
alcanzó a ver a Claudio, que era llevado al patio del cuartel.
Lo sucedido en esa media hora se conoce a través del un testimonio indirecto. El
mismo León se lo escuchó relatar a un joven detenido del MIR, Ricardo Ugarte,
quien era hijo del coronel de Carabineros (r) Elías Ugarte, primo del general
Augusto Pinochet Ugarte. Dicho testimonio fue publicado por la revista "Análisis"
en 1986, en un extenso y bien documentado reportaje de la periodista Patricia
Collyer, y hasta hoy no ha sido desmentido.
* Ricardo Ugarte estuvo detenido también en Investigaciones y había sido llevado
a la farsa de "consejo de guerra" que se hizo esa tarde del 4 de octubre en el
cuartel. Y me contó los detalles. El estuvo con Vera, Plaza, Lavín y Muñoz
cuando a los cinco los llevaron desde el calabozo a una sala donde había un
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sujeto de civil que daba órdenes, rodeado de militares con boinas y corvos y
granadas de mano colgándoles del uniformes. Había también un militar de alto
rango. Me dijo que los militares - fuera de sí - les gritaban e insultaban, y que en
un momento dado, Pablo Vera les gritó: "¡Pero si no nos creen nada!"
Sorpresivamente uno de los boina negra se acercó a Ugarte y le dio un golpe
violentísimo, que lo hizo caer junto a quien lo sujetaba. En ese momento sintió
que lo arrastraban por el suelo, lo esposaban y lo tiraban a un baño chico. Ugarte
no sabía si se había quedado dormido o inconsciente, pero de pronto sintió
portazos y escuchó salir al grupo. Luego un detective lo sacó del baño y lo llevó
de nuevo a la celda. Tiempo después, vio un diario donde aparecía la foto de
Arellano Stark y lo reconoció como uno de los presentes en esa de "consejo de
guerra"- Y cree que su milagrosa salvada obedeció a un telegrama enviado por
Pinochet preguntando si entre los detenidos estaba Ricardo Ugarte. Desde
entonces lo trataron significativamente distinto - aseguró León.
Y mientras se realizaba ese "consejo de guerra", Gloria Benavente - la joven
esposa de Claudio Lavín - esperaba fuera del cuartel de Investigaciones, junto a
otros familiares de presos, con su vianda en la mano. De pronto, vio salir un jeep
del Banco del Estado: "Allí iba Claudio y otros detenidos. A él lo reconocí de lejos
porque iba con una chomba roja que le había tejido.. Nos vio a mi y a su hermana
Lily. Iba en el último asiento y me hizo un gesto como diciendo "no sé qué pasa".
Luego salieron el jeep de Castillo White, una micro cerrada y un camión de un
conocido agricultor de la zona, Francisco Arellano". Otros familiares reconocieron,
en el mismo jeep de los detenidos, al teniente de carabineros Enrique Rebolledo,
quien actuaba como secretario de la Intendencia.
Glori
a y los otros se quedaron esperando el regreso. Volvió el jeep del coronel
solamente. El camión pasó por delante y siguió. Ninguno pudo imaginar siquiera
que adentro iban los cuatro cadáveres de sus seres queridos, rumbo a la morgue
local. Y ante la tardanza, Gloria y Lily Lavín fueron donde el notario Gonzalo
Hurtado a pedirle que averiguara lo qué pasaba,
Por la noche de ese 4 de octubre, Gloria volvió a Investigaciones.:
* - Me recibió el detective Mauricio Cerda, quien tuvo una expresión de sorpresa y
desesperación al verme. El ya sabía lo que había pasado. Le pregunté si podía
dejar comida a Claudio y me respondió que fuera a la Intendencia, porque "era
prisionero de guerra" y ellos ya no tenían nada que ver.
De la Intendencia, un cabo la envió al regimiento "Andalién". Allí, después de
muchos trámites, le dijeron: "Tiene que preguntar en la Intendencia". Volver a la
Intendencia
, diligencia infructuosa. Ya eran las once de la noche y Gloria decidió
volver a su casa para alimentar a su bebé de sólo un mes. Claudio, Claudio,
¿dónde estás?, fue la pregunta que no dejó de repetir hasta quedarse dormida.
En la morgue del Hospital de Cauquenes, entretanto, el doctor Mario Muñoz
Angulo - legista titular y director subrogante del establecimiento - vivía un episodio
dramático: "Ese día 4 de octubre, llegó un funcionario del Ejército al hospital,
ordenando que se retirara todo el personal desde la puerta de entrada hasta la
morgue del recinto. No dio explicaciones. Luego bajaron cuatro cadáveres,
tendidos sobre sacos y los arrastraron por el pasillo. A su paso, dejaron un
reguero de sangre. Me ordenaron hacer la autopsia. Fue algo muy ingrato, que
me impresionó mucho, porque yo conocía a dos de los muchachos, a Pablo y
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Claudio. Era amigo y colega del padre de Claudio y lo conocía desde niño. Todos
tenían heridas de bala en la cabeza, en algunos con estallido de cráneo. Con sólo
ver los cuerpos supe que los habían matado. Fue un impacto muy grande, me
sentí realmente enfermo y traté de olvidar todo rápidamente. Después entregué el
protocolo de autopsia al Comandante y luego un camión de Ejército retiró los
cuerpos".
Los cuatro certificados de defunción - iguales -establecen como hora de la
ejecución las 17.30 y como causa de muerte: "herida de bala en el cráneo". Esa
misma noche, fueron enterrados en una fosa común del cementerio y en la
dramática faena militar sólo participó un civil, el panteonero. El helicóptero del
general Arellano y su comitiva ya estaba lejos de Cauquenes.
El viernes 5 de octubre, al calabozo del cuartel de Investigaciones llegó muy
temprano el prefecto Baeza. Juan León recuerda la escena con nitidez:
* - Me llamó a mí y a un detenido comunista, aparte. Su rostro no se me olvidará
nunca. Estaba desencajado, muy pálido. Nos dijo: "Cabros, pídanme lo que
quieran, si quieren les traigo un cura". No entendimos qué pasaba y le
preguntamos por Claudio. Nos dijo: "Ya hay cuatro descansando". Preguntamos:
¿se los llevaron a sus casas? Dijo que no e hizo un gesto como apuntando al
cielo. Insistimos: ¿se los llevaron en helicóptero? Y Baeza dijo: ¡No! E hizo un
gesto como cuando a alguien le cortan el cuello.
A esa misma hora, Gloria Benavente de Lavín estaba frente al regimiento
"Andalién". Nada. Otra vez la enviaron a la Intendencia. "Estuve como hasta las
9.30 en la calle, hora en que llegó Castillo White con unos quince militares. Me
miró con desprecio, siguió de largo y el último de los militares me preguntó qué
buscaba: "Quiero saber de mi esposo", le dije. Me hizo pasar y después de una
larga espera apareció un teniente. Le reiteré mi petición. Me respondió que
consultaría con Castillo. Volvió con un corto recado: "El dice que vuelve a las
once".
Y mientras Gloria buscaba a su marido, ya se había transmitido por la radio -
conectada a los altoparlantes de la plaza - el banco que anunciaba el fusilamiento
de los cuatro jóvenes socialistas. Gloria no lo escuchó. Y a poco de volver a su
casa, llegaron sus padres:
* - Mi madre gritó: "¡Fusilaron a Claudio!" Desde ese momento tengo una laguna
absoluta... Es un día en mi vida que no existe. No sé que pasó, sólo recuerdo que
desperté al día siguiente con la imagen de la hermana de Claudio arrodillada al
lado de mi cama y vestida de negro.
Entre tanto el doctor Claudio Lavín - padre de la víctima -quedó -con arresto
domiciliario, bajo custodia militar. Tres días después, llegó desde Santiago la otra
hermana de Claudio, Laura, quien era casada con el coronel Carlos Alberto
Lemus, del Blindado N° 2 de Santiago.
* - "Ella se entrevistó con el coronel Castillo y sólo me dijo que se prohibían las
visitas al Cementerio, que era un peligro intentar ir. Decidí ir el Día de Todos los
Santos, el 1° de noviembre. Fui a buscar la fosa común donde - según me dijo el
panteonero del lugar, Alamiro Fuentes, los habían enterrado. Me dijo que él había
sido el único civil que estuvo en el entierro. Encontré dos montones de tierra con
unos tarritos de conservas, llenos de flores.
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Un mes después, gracias a las diligencias de Laura Lanvín y su marido - el coronel
Lemus - se permitió a la familia cambiar el cadáver a un nicho privado, pero con la
condición de que no pusieran lápida con nombre durante un año. ¿Razón?: se
podía "prestar para romerías".
El legista que practicó las autopsias, doctor Muñoz Angulo, participó en la
exhumación: "Recibí la orden de la Comandancia. Me dijeron que se haría a una
hora bastante insólita: tres de la madrugada. Trabajamos a la luz de un farol.
Todo fue muy terrible y nada tenía características normales. Es que todo había
cambiado después del golpe militar".
El relato de Gloria Benavente agrega datos importantes:
* - La exhumación se hizo como a las tres de la mañana y sólo pudo ir, por la
familia el coronel Carlos Alberto Lemus, los militares que habían sido los fusileros -
según él me contó - y el médico legista. También estaba el panteonero. Le pedí ir
y me dijo que no podía participar ningún civil. Le pedí entonces que me trajera la
medalla y una cruz que Claudio llevaba en el cuello. Cuando volvió venía muy
quebrado. Me entregó las medallas y me dijo: "Gloria, en este momento hazme
las preguntas que quieras, pero nunca más en mi vida, me toques el tema:
Porque tú has sufrido mucho, pero lo que yo vi no lo ha visto nunca nadie". Le
pregunté cuántas heridas tenía Claudio. Me respondió que tres o cuatro - no
recuerdo - y que todos los disparos eran en la cara. Yo siempre supe que las
balas de fusil o metralleta hacen un forado por el lugar de salida. Carlos Alberto
me señaló que los cráneos estaban destrozados y que todas las balas habían
entrado de frente, por la cara. O sea, el bando con eso del fusilamiento era una
burda mentira.
Continúa su relato:
* - Mi cuñado también vio los otros cadáveres porque encontraban a Claudio.
Tuvieron que desenterrarlos uno por uno, y el último era mi esposo. Además, me
dijo que debieron sacarles las bolsas de plástico que les habían amarrado en la
cabeza y que conservaban la ropa que llevaban cuando salieron de
Investigaciones.
Cuando Gloria Benavente entregó su testimonio, en 1986, recién había hablado
con sus hijos, revelándoles que su padre había sido asesinado por militares: "Mi
familia está llena de gente del Ejército y por eso me costó tanto. Pero el mayor de
mis hijos - de 14 años entonces - preguntó: Mamá, ¿puedo yo hacer algo por mi
papá? Y le respondí que sí, que lo haríamos todos juntos".
El 30 de abril de 1986, las familias afectadas interpusieron una querella criminal
por los homicidios de Pablo Vera, 22 años; Manuel Plaza, 25 años; Miguel Muñoz,
23 años; y Claudio Lavín, de 29. El abogado querellante fue Héctor Salazar - de
la Vicaría de la Solidaridad - quien aseguró que se trataba de homicidios
calificados, con dos agravantes: premeditación y alevosía. "Premeditación porque
los hechores escogieron los medios para perpetrar el crimen y decidieron el
momento. Alevosía porque actuaron sobre seguro, sabiendo que las víctimas no
podían defenderse".
La querella identificó a cuatro miembros de la comitiva militar del general Sergio
Arellano: el coronel Sergio Arredondo González, el mayor Marcelo Moren Brito, el
capitán Antonio Palomo Contreras y el teniente Armando Fernández Larios.
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En Cauquenes, el "Comité 4 de Octubre" recuerda cada año, con una romería al
cementerio, a los jóvenes asesinados. Pero ellos y sus dolidas familias no fueron
las únicas víctimas de este episodio. Uno de los que disparó fue un sargento de
apellido Contreras, del regimiento "Andalién". El teniente coronel Olagier
Benavente me aseguró que "debió retirarse del Ejército porque no resistió, el
sistema nervioso le quedó embromado para siempre. El tuvo que obedecer la
orden de disparar contra muchachos conocidos, con los que había jugado fútbol
desde chico. Y tuvo que obedecer porque temió que, de lo contrario, lo mataran a
él". Luisa Vera, hermana de una de las víctimas, asegura que el teniente de
Ejército Jorge Acuña "hoy se encuentra trastornado". Y el teniente coronel
Benavente agrega que el entonces capitán Palomo tuvo que vender su casa de
Cauquenes "porque se le puso muy pesada la pista por allá. El no participó en la
masacre, pero la presenció. Y conocía mucho a Claudio Lavín. Lo cierto es que
quedó muy impactado y se puso muy introvertido".
****
Con el general Sergio Arellano sólo pude hablar de lo sucedido en Cauquenes a
través de su hijo, el abogado Sergio Arellano Iturriaga, su vocero autorizado. Por
más de un año rechazó mis reiteradas peticiones de entrevista directa. Reconoció
que en su comitiva había estado el coronel Sergio Arredondo, quien pertenecía a
su misma guarnición, durante un viaje en que llegaron hasta Concepción. No
recordaba a ningún otro miembro de esa comitiva.
El abogado Arellano aseguró que en 1986, avisados de que el "caso Cauquenes"
se haría público, "pedimos su bitácora de 1973, porque mi padre creía haber ido a
Cauquenes a fines de septiembre. La pidió al general Humberto Gordon, pero
éste se la negó. El recuerda que, en ese viaje a Concepción, decidió detenerse en
Cauquenes porque le había llegado una denuncia: se repartía pan en camiones
militares en horas de toque de queda y los camiones eran apedreados. Fue a
hablar con el comandante del regimiento, con el cual almorzó en el Club Social y
se fue inmediatamente después de almuerzo".
Y agregó el vocero del general: "No hemos podido comprobar las fechas y se nos
cierran todas las puertas. El asunto es...¿por qué Cauquenes? ¿Les parece
lógico que mi padre, un general respetado, hubiera decidido ir personalmente a
ordenar y presenciar prácticamente matanzas fuera de todo procedimiento legal?"
La respuesta queda pendiente...
Capítulo V: ¿De qué se trata, mi general?
El helicóptero Puma llegó a La Serena el martes 16 de octubre de 1973, alrededor
de las once de la mañana. El comandante del regimiento motorizado "Arica",
teniente coronel Ariosto Lapostol Orrego, recibió al general Sergio Arellano en el
aeropuerto local y fue notificado de la calidad extraordinaria que ostentaba:
Delegado del Comandante en Jefe del Ejército y la Junta Militar de Gobierno.
Había centenares de presos políticos en la cárcel de La Serena: "La rutina de
todos los días era observar, a determinadas horas, los furgones policiales
estacionados frente a la gran puerta de madera, esperando la carga de prisioneros
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que iban hacia el regimiento Arica, donde funcionaba la fiscalía militar y el consejo
de guerra, para ser interrogados", aseguró el abogado Gustavo Rojas.
Ese 16 de octubre, dos jeeps militares con "boinas negras" se estacionaron frente
al recinto carcelario como a las 13.00 horas y aumentó ostensiblemente la guardia
militar frente a la puerta. Quince prisioneros fueron sacados rumbo al regimiento
poco antes de las 14 horas. Su salida quedó registrada en el folio número 35 del
Libro de Detenidos 1973. Y, como a las 16 horas, se escucharon fuertes y
repetidas descargas de metralletas.
A la redacción del "El Día", diario local, llegó cerca de las siete de la tarde el
llamado telefónico del teniente Emilio Cheyre Espinosa, ordenando la publicación
de un bando en primera página de la edición del día siguiente. Este es el texto
que envió el comandante Lapostol, al que se agregó un gran titular:
Comunicado oficial de la Jefatura de Plaza
EJECUTADAS SENTENCIAS DEL TRIBUNAL MILITAR
Quince personas fueron ajusticiadas por diversas causas que da a conocer el
Tribunal castrense.
"La Jefatura de Plaza entregó anoche el siguiente comunicado oficial:
Se informa a la ciudadanía que hoy 16 de octubre de 1973 a las 16 horas fueron
ejecutadas las siguientes personas conforme a lo dispuesto por los Tribunales
Militares en tiempo de Guerra:
a) José Eduardo Araya González
Victor Fernando Escobar Astudillo
Jorge Abel Contreras Godoy
Oscar Aedo Herrera
Estos individuos formaban parte de una agrupación terrorista, que tenía
planificado para el 17 de septiembre, apoderarse del Cuartel de Carabineros de
Salamanca, matar al personal y a los hijos de éstos mayores de ocho años.
Además de eliminar físicamente a un grupo de personas de la ciudad que
alcanzaba un número de 30, cuya nómina no es del caso dar a conocer por
razones obvias.
Una vez terminada esta acción, se disponían a atacar el retén de Coirón,
procediendo en igual forma que la descrita.
Se les incautó documentos, explosivos y todos ellos confesaron su actividad en
los hechos que se acaba de resumir.
b)Jorge Mario Jordán Domic
Gabriel Gonzalo Vergara Muñoz
Hipólito Cortés Alvarez
Oscar Armando Cortés Cortés.
Las razones que se tuvo para ello son:
* Haber ocultado bajo tierra una cantidad de 15 armas, abundante munición,
explosivos, con la intención de atacar a Carabineros de Ovalle el día 17 de
septiembre pasado.
* Haber participado como instructores de Guerrillas en la zona, haciendo de
monitor de ellas el ciudadano Hipólito Cortés Alvarez, quien hizo un curso de
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Guerrillas en Santiago. Era reemplazado en su ausencia por Jaime Vergara
Muñoz.
c) Carlos Alcayaga Varela. Por sustraer explosivos a viva fuerza desde el
Polvorín de la Mina Contador en Vicuña el día 11 de septiembre de 1973,
explosivo que le fue encontrado en su domicilio oculto bajo tierra y listo para ser
usado.
Era el Instructor de manejos de explosivos de una Escuela de Guerrilleros que
funcionaba en Vicuña, relacionada con Jorge Vásquez Matamala.
d)Roberto Guzmán Santa Cruz. Por incitar a los mineros del Campamento de
Desvío Norte y sus alrededores a apoderarse de los Polvorines y oponer
resistencia armada a la Junta de Gobierno.
e) Marcos Enrique Barrantes Alcayaga
Mario Alberto Ramírez Sepúlveda
...Jorge Washington Peña Hen
Jorge Osorio Zamora
Por haber participado en la adquisición y distribución de armas de fuego y en
actividades de instrucción y organización paramilitar con fines de atentar contra las
FFAA y Carabineros y personas de la zona, además el ciudadano Ramírez
durante el proceso trató de fugarse.
f) Manuel Jachadur Marcarian Jamett. Por haberle encontrado explosivos
enterrados para asaltar el Cuartel de la Subcomisaría de Los Vilos, haciendo caso
omiso de los Bandos y de las advertencias hechas personalmente por
Carabineros.
ARIOSTO LAPOSTOL ORREGO
Teniente Coronel
Jefe de la Plaza de Coquimbo
y los Dptos. De Freirina y Huasco
de la Provincia de Atacama.
A la misma hora que este comunicado oficial comenzaba a imprimirse en los
talleres del diario "El Día", el helicóptero que transportaba al general Sergio
Arellano y su comitiva volaba hacia el norte, con destino a Copiapó. En el
cementerio de La Serena, entretanto, un camión militar había ingresado con su
macabra carga bajo la lona verde-oliva. Una fosa común, al lado del camposanto,
fue el destino final para los quince cuerpos. El oficial a cargo de la operación fue
entregando uno por uno los nombres de los muertos al administrador, quien los
registró en las fojas 160 y 161 del registro con números de orden del 224 al 38.
Quedó estampado en dicho registro, además, los números de las autorizaciones
de sepultación otorgadas por el Registro Civil y la edad de cada una de las
víctimas.
A fojas 160 y 161 del registro, textual:
235 - Araya González José Eduardo- 23 años
236 - Escobar Astudillo Víctor Fernando- 21 años
237 - Contreras Godoy Jorge Abel- 31 años
238 - Aedo Herrera Oscar Gastón- 23 años
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239 - Cortés Alvarez Hipólito Pedro- 43 años
240 - Vergara Muñoz Gabriel Gonzalo- 22 años
241 - Jordán Domic Jorge Mario- 29 años
242 - Cortés Cortés Oscar Armando- 48 años
243 - Alcayaga Varela Carlos Enrique- 38 años
244 - Guzmán Santa Cruz Roberto- 25 años
245 - Barrantes Alcayaga Marcos Enrique- 26 años
246 - Ramírez Sepúlveda Mario Alberto- 44 años
247 - Peña Hen Jorge Washington- 45 años
248 - Osorio Zamora Jorge Ovidio- 35 años
249 - Marcarian Jamett Manuel Jachadur- 35 años
Al día siguiente de la ejecución y sepultación, el bando impreso en la primera
página de "El Día" conmocionó a la ciudad hasta sus cimientos...¡Muerto Jorge
Peña, hijo ilustre de La Serena, director de la Orquesta Filarmónica y creador de la
Orquesta Sinfónica
de Niños, querido y apreciado hasta por sus adversarios
políticos!...
¡Muerto Mario Ramírez, respetado profesor universitario!
El dolor cruzó umbrales muy diversos y muy distantes, desde hogares de alta
clase media en La Serena hasta modestas viviendas campesinas en el pueblo
cordillerano de Salamanca, pasando por el enclave pesquero de Los Vilos, ambos
a unos 250 kilómetros.
El estupor recorrió calles, cerros, carreteras y campus universitarios. La
conmoción se respiraba en el aire primaveral de la añosa ciudad. Al punto que el
comandante Ariosto Lapostol decidió - ese mismo miércoles 17 de octubre - tratar
de calmar los ánimos a través de una nueva intervención pública. Optó por la vía
de "conceder una entrevista" al diario local, cuyo texto fue publicado el 18 de
octubre, con un titular a todo lo ancho de la primera página:
Dice el Jefe de la Plaza sobre ejecuciones cumplidas:
"ESTABAN CONFESOS DE ACTUACIONES
EN DIFERENTES HECHOS"
Las sentencias se dictaron después de estudios profundos. Parece muy repentino
y drástico el fallo del Tribunal Militar, pero "también era repentino lo que ellos iban
a hacer el 17 de septiembre".- Hay que respetar el dolor ajeno. Debemos respetar
a las familias que están sufriendo este triste momento", señala el Comandante
Ariosto Lapostol.
"A raíz de los hechos acaecidos a consecuencias del cumplimiento del fallo
dictaminado por el Tribunal Militar que juzgó y sentenció a quince personas de la
zona, entre los cuales se encontraban varios conocidos ciudadanos, hubo
conmoción en toda la provincia y el país debido a que se trató del principal suceso
del día.
Con el fin de obtener detalles dirigidos a informar a la ciudadanía, reporteros de
este diario solicitaron ayer al Jefe de la Plaza, Teniente Coronel Ariosto Lapostol
Orrego, antecedentes oficiales:
40
TODOS CONFESOS
"Se trató de un estudio sumamente serio para llegar a aquella determinación. El
Consejo de Guerra actuó en base a hechos concretos. Todos estaban confesos
de sus actuaciones en diferentes hechos ocurridos o que iban a ocurrir en distintos
puntos de la provincia, como puede haberse observado. Ustedes comprenderán
que no se va a tomar una determinación así, solamente porque un señor tiene
algún defecto o porque el Consejo de Guerra lo haya encontrado mal parecido",
expresó el Jefe de la Plaza, "Aquí se trata de estudios profundos y muy serios",
agregó.
Dejó en claro que un Tribunal venido especialmente de la capital, fue el que
dictaminó en última instancia la sentencia.
AMIGOS TERRORISTAS
Consultado respecto del impacto que produjo el saber que se había ajusticiado a
conocidos ciudadanos de la zona, dijo:
-"Es muy probable que muchas personas hayan estado relacionadas con esta
gente o que se conozca por amistad a alguno de ellos, por visitas en sus casas, en
cualquier cóctel o en cualquiera circunstancia común. Sin embargo, este aspecto
exterior nada tenía que ver con los otros aspectos terroristas que llevaban por
dentro y que constituían la otra cara de la medalla. Como es de conocimiento
público, habían determinado planes que de haberse concretado habrían
significado que ni usted ni yo estaríamos en este momento sentados uno frente al
otro.
LA DETERMINACION
Acerca de lo repentina que apareció a la vista de la ciudadanía esta determinación
de hacer cumplir el fallo del tribunal Militar, especialmente porque no se esperaba
una medida de esta naturaleza basada en el desconocimiento que de los planes
terroristas de elementos extremistas adictos al pasado régimen, tenía la gran
mayoría de los habitante de la provincia, el Comandante Ariosto Lapostol fue
parco en señalar: También era repentino lo que ellos iban a hacer el 17 de
septiembre".
IMPACTANTE
Un hecho reconocido fue lo impactante que resultó el cumplimiento de la sentencia
que culminó con el ajusticiamiento de las quince personas. Así también lo dice el
Jefe de la Plaza.
-"Lógicamente esto es algo impactante. Y lo es más que nada porque el terrorista
no le anda contando a medio mundo que él es terrorista o que tiene pensado
realizar tal o cual plan de ataque. Por eso es que ha impactado saber que varias
personas hayan estado cumpliendo planes terroristas, detenidos y confesos.
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RUMORES
Planteamos al Jefe de Prensa el hecho de que a pesar de los bandos emitidos
respecto a rumores, éstos se siguen haciendo, más aún, ahora que se registró el
ajusticiamiento del día martes. A ello respondió el señor Lapostol que "los
rumores van a existir hasta que el sol alumbre. Por esto es que no podemos
atender a todos los rumores".
NADA NUEVO
Consultado respecto a nuevas sentencias militares, fue claro en manifestar que
nada sabía. "El Consejo de Guerra - dijo - no ha tomado nuevas
determinaciones".
Terminó señalando la necesidad de que no se siguiera haciendo cuestión de lo
ocurrido. "Hay que respetar el dolor ajeno. Debemos respetar a las familias que
están sufriendo este triste momento".
****
El texto es decidor. El comandante Lapostol tenía que dar explicaciones ante la
conmoción ciudadana, tenía que tratar de convencer de que se trataba de
"terroristas" y de "asesinos", de que el consejo de guerra había hecho un "estudio
serio" antes de dictar tan dramáticas condenas. Tenía que aparecer, incluso,
compasivo y pedir respeto "para las familias que están sufriendo este triste
momento". Y, por sobre todo, tenía que lavarse las manos de la sangre
derramada, tenía que aclarar "que un Tribunal venido especialmente de la capital,
fue el que dictaminó en última instancia la sentencia".
Lo que no explicó el comandante Lapostol fue la razón que lo obligó a violar el
procedimiento regular. Porque un tribunal militar de tiempo de guerra puede
condenar a muerte y ordenar que un pelotón cumpla de inmediato la sentencia.
Está en las reglas. La investigación sumaria debe quedar por escrito, al igual que
la sentencia, debidamente firmada por el juez militar. Lapostol sabía que ni las
familias ni los escasos abogados de defensa iban a osar pedirle copas de dichos
procesos. Y no habría podido entregarles nada, porque no quedó constancia
escrita. Pero lo que sí sabía Lapostol es que las familias iban a reclamar los
cuerpos para darles debida sepultura. Y su obligación era entregar los cadáveres
de los ejecutados, cuerpos que deberían estar cruzados por una o más balas a la
altura del pecho. No se necesita más para matar.
Pero ordenó que los cadáveres fueran enterrados el mismo día de la ejecución.
¿Lo hizo el comandante Lapostol para evitar ceremonias fúnebres que alteraran el
"orden" de La Serena, Salamanca o Los Vilos? ¿Qué razón tuvo?.
****
Tampoco hubo pistas - en todos estos años - que pudieran explicar por qué fueron
elegidos estos quince prisioneros para ser asesinados. ¿Eran los más difíciles,
como preguntó el general Arellano en Talca, según testimonios del primer y
segundo comandante del regimiento?
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Por un lado tenemos a tres jóvenes campesinos de Salamanca - José Araya,
Víctor Escobar y Jorge Contreras - y al subdelegado de Los Vilos, Oscar Aedo,
condenados por un supuesto plan para matar a los carabineros de Salamanca y
Coirón, a los "hijos de éstos mayores de ocho años" y a 30 ciudadanos no
identificados. No hay más datos sobre ellos en los organismos de defensa de
derechos humanos.
Luego - en el segundo grupo - nos encontramos con un médico, Jorge Jordán
Domic, y tres obreros: Gabriel Vergara era presidente del sindicato campesino
Ranquil, Hipólito Cortés era dirigente sindical de obreros de la construcción y
Oscar Cortés, un campesino. El joven doctor Jordán era hijo del director del
Hospital Psiquiátrico de Santiago, doctor Jorge Jordán Subat y trabajaba en el
Hospital de Ovalle: tenía 29 años, casado y dos hijos muy pequeños. Se presentó
voluntariamente tras ser llamado por un bando militar y de la cárcel local fue
trasladado luego a La Serena. Los archivos del Colegio Médico señalan que el
doctor Jordán Domic, debía enfrentar consejo de guerra el día 18 de octubre, dos
días después que fue "ejecutado". En este caso de los cuatro detenidos de Ovalle
surge una prueba incuestionable del crimen colectivo. Porque dos meses más
tarde, el 20 de diciembre de 1973, el consejo de guerra de La Serena emitió
sentencia de primera instancia en este proceso, cuyo rol era el 45-73. Y en el
considerando "j" se sobreseyó a los cuatro por...estar ya muertos.
En el caso de Carlos Alcayaga - secretario regional de la Central Unica de
Trabajadores, 38 años - no hay datos que aclaren su situación. El bando militar
sostiene que robó explosivos de una mina en Vicuña, explosivo que no usó porque
fue encontrado en su casa, y que era "instructor" de guerrillas, junto con Jorge
Vásquez. Nombre nuevo. No murió con los otros, Una fuente fidedigna me
aseguró, en la zona, que "fue perseguido y masacrado" en fecha anterior.
Tampoco hay datos claros respecto de Manuel Marcarian, de 35 años. Habría
sido un agricultor de Los Vilos.
En el grupo universitario de víctimas, Marcos Barrantes era dirigente estudiantil de
la Universidad Técnica local y tenía 26 años; Jorge Osorio era contador y
funcionario de la sede regional de la Universidad de Chile; Mario Ramírez, de 44
años, era profesor de Educación de la U. de Chile y secretario regional del Partido
Socialista; y Jorge Peña, 45 años, era director de la Escuela de Música de la U. de
Chile.
Y, por último, se registra un caso que aportó una prueba indesmentible del crimen
colectivo: Roberto Guzmán Santa Cruz era un abogado de Santiago que llegó la
víspera del golpe militar a La Serena, cumpliendo con sus funciones como asesor
jurídico de los trabajadores de la Minera Santa Fe. Militaba en el MIR. Su familia
asegura que el 14 de septiembre fue a casa de un chofer de la empresa, Lorenzo
Aguilera, en la localidad de Los Choros. Allí, este último se encontró con que su
hogar había sido allanado, por lo que el abogado Guzmán Santa Cruz le aconsejó
que se presentara voluntariamente a Carabineros. Lo dejaron detenido y cuando
el abogado fue a inquirir por su situación legal, también fue arrestado. Ambos
llegaron a la cárcel de La Serena el 16 de septiembre, y nueve días después, el
fiscal militar - mayor de carabineros Carlos Cazanga - pidió una condena de 200
días para Guzmán Santa Cruz. El consejo de guerra endureció la pena: cinco
años para el abogado y tres para el chofer Aguilera. Las condenas fueron
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publicadas más tarde - junto a otras veinte - en el diario "El Día" del martes 6 de
noviembre de 1973. Ninguna pena de muerte.
****
Josefina Santa Cruz había logrado dar con el paradero de su único hijo tras un
largo e infructuoso deambular entre el Ministerio de Defensa y el campo de
detenidos que funcionaba en el Estadio Nacional de Santiago. La gerencia de la
Minera Santa
Fe le comunicó, finalmente, que estaba detenido en el regimiento de
La Serena.
* - Partí de inmediato. Llegué al regimiento y ahí me dijeron que estaba en la
cárcel. Un señor que iba saliendo, al verme tan desesperada, me dijo que fuera
primero donde el abogado Otto Cid, de La Serena, quien podía darme datos y
tomar el caso. Era el presidente del Colegio de Abogados de la ciudad. Hablé
con él. Me dijo:
* - ¿Usted quiere que defienda a Roberto Guzmán Santa Cruz?
* - Sí, señor...
* - Pero, ¿acaso usted no sabe que esta gente nos quería matar a todos nosotros?
* - ¡Mi hijo no es un asesino, señor! - le respondí indignada.
* - ¿Es su hijo? - dijo él con sorpresa.
* - Sí, señor, es mi hijo.
* - Yo no puedo defenderlo. Le voy a dar unos nombres de quienes podrían
hacerlo, allá en Santiago - dijo al tiempo que tomó un papel y escribió: "Alfredo
Etcheberry, Manuel Guzmán Vial, Enrique Ortúzar Escobar, Enrique Eguiguren,
Miguel Otero Latroph, Pablo Rodríguez Grez".
* "Finalmente, me dijo que no me preocupara, que a Roberto - por lo que él sabía
del caso - lo iban a mandar a Santiago y no le iban a dar mucho tiempo de prisión.
Me fui a la cárcel y logré verlo. Estaba delgado, demacrado, con señales de
golpes en la cara. Nos abrazamos largo, muy largo y en silencio..."
Josefina Santa Cruz no puede evitarlo. Trata de seguir hablando, pero el temblor
de sus manos y el mentón marcan la herida profunda y abierta. Era su único hijo,
su amigo y compañero desde la temprana viudez...
* - No hablamos casi nada ¿sabe?...sólo abrazarnos era importante. Al final, me
murmuró que no me preocupara, que lo iban a condenar a cinco años y que iba a
salir antes incluso. Volví a Santiago, desesperada, a buscar ayuda. Hablé con
varios abogados y no quisieron tomar el caso. En esto estaba, cuando llegó el 16
de octubre - relata Josefina entre sollozos.
Roberto ya cumplía su condena cuando, ese día martes, llegaron a la cárcel los
jeeps militares. "Estábamos pintando nuestra celda en la cárcel, cuando un
gendarme fue a buscar al señor Guzmán y a otro preso político, Manuel
Marcarian. Dijo que los llamaba la Fiscalía. Nunca volvieron. Al día siguiente
supimos que habían sido fusilados por escarmiento", aseguró el chofer Lorenzo
Aguilera Rojas.
La esposa de Guzmán Santa Cruz - Magdalena Hemard - llegó la misma noche
del 16 a La Serena. Enterada de su muerte por la publicación del bando, a la
mañana siguiente gestionó la entrega del cuerpo. Y cuando supo que ya había
sido enterrado, fue al cementerio y logró dar con la fosa común: "Me dijeron que
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siguiera la huella de camión. Encontré un hoyo tapado por dos losas, cubierto
todo por una especie de polvo de talco mojado. Corrí un poco una losa y me
arrodillé. Había un olor extraño y grandes moscas verdosas que revolotearon
buscando la luz. Cuando logré ver en la penumbra, me quedé paralizada en una
extraña mezcla de repulsión y atracción. Ahí estaban, muchos muertos apilados,
todas las cabezas hacia la pared y todos los pies hacia el portón de ingreso.
Sobre los cuerpos, el mismo polvo de talco mojado. No había sangre. Sólo
manchas de sangre a la altura del corazón, del estómago, del muslo". Ahí se
quedó, paralizada, en la macabra urgencia de ver el cuerpo de su marido. Pero el
administrador del cementerio la interrumpió, obligándola a irse.
Avisó a Josefina, la madre quien recuerda: "Me desesperé, no podía creer que
fuera cierto. Y cuando logré aceptar que era verdad, que ya lo habían matado,
sentí que quería buscar a los autores y matarlos. Me encerré en mi casa, sentí
que toda la gente, que todos los que caminaban por las calles, todos los que se
reían, los que paseaban, todos eran mis enemigos. ¡Qué impotencia, no poder
hacer nada! Me hice cargo de mis tres nietos y los crié. Me encerré con los niños
y me quedé aislada. La verdad es que tampoco venía nadie y yo no quería que
nadie viniera. No vinieron a verme sus compañeros de partido, porque todos
estaban en problemas también. Y mi poca familia me dio vuelta la espalda.
Habíamos pasado a ser peligrosos".
* - ¿Supieron los niños lo de su padre?
* - No, fue mi secreto por años. Creí que sabían podían estar en peligro. Pensé
que también los podían matar...
* - ¿Cuándo pudo comunicarse con otros?
* - Yo rompía mi encierro y mi terror sólo para los aniversarios. Me iba a La
Serena
y hablaba con la gente para que me dijera algo. Y cuando fui el año 76,
conocí al doctor Peña, el padre de Jorge Peña. Empezamos a buscar juntos en el
cementerio.. Allá perdía el miedo que tenía acá. Llegaba a la oficina del
cementerio y, hasta con prepotencia, preguntaba: ¿Dónde están las tumbas de
los que mataron el 73?. Concentraba mi valentía en esa pregunta. "No, no sé",
me decían. "Pero, cómo, si ustedes tienen que saber, ¿dónde está el director?,
gritaba yo. Me pasaba horas ahí. Nos fuimos encontrando con más gente, más
familiares. Hicimos romerías y tuvimos mucha represión. Repartíamos panfletos.
La verdad es que en La Serena y en octubre sacaba todas mis fuerzas. Aquí, en
Santiago, me sumergía en la pena y en la soledad.
* - Hasta el golpe militar, ¿cuál fue su posición política?
* - Yo estaba contra la Unidad Popular. Esa es la verdad. Trabajé contra Allende.
Milité activamente en Patria y Libertad y quería que los militares intervinieran para
poner orden...¡qué vergüenza me da decirlo!...
* - ¿Y qué pasó con usted el día del golpe militar?
* - Mi departamento da a la calle, en pleno centro. Le pedí al mayordomo la
bandera chilena, para ponerla en el edificio, para celebrar. Incluso reté a su mujer
porque la bandera estaba arrugada. Y cuando pasaban los militares, los
aplaudía... Y de repente, pense...¡mi hijo!... El siempre me había respetado en mi
posición, porque teníamos perfecto derecho a pensar distinto y a querernos igual.
Y yo sabía de todas sus actividades y lo admiraba por su idealismo...
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* - Cuando supo que estaba preso, ¿lo creyó libre de riesgos justamente porque
estaba en manos de quienes usted admiraba?
* - Jamás se me pudo ocurrir que le pasara algo malo. ¡Jamás! Yo estaba segura
de que iba a salir en libertad luego y que nada le iba a pasar.
* - ¿Pidió ayuda a la gente de Patria y Libertad?
* - No, porque los percibí como enemigos a partir de que Roberto estaba preso,
porque el solo hecho de que estuviera detenido ya era una injusticia. En 1974, en
una de las pocas veces que salí para hacer algún trámite, me encontré con Pablo
Rodríguez y le dije, tomándolo del brazo, "tú eres un asesino, porque a mi hijo lo
asesinaron y tú estás con este gobierno de asesinos". Me miró y me dijo: "estás
equivocada, yo no trabajo en el gobierno". Poco después, dejaron acá - con el
mozo del edificio - una citación judicial. Fui a ver de que se trataba. Me hicieron
pasar a una oficina y una secretaria me comunicó que la Junta de Gobierno había
ordenado que se me diera una pensión de gracia por la muerte de mi hijo. Hice un
escándalo atroz y lo rechacé obviamente...¡Qué se imaginaban!
* - ¿Quienes son los culpables?
* - Primero el general Pinochet. Porque él mandaba todo. Después, el general
Arellano, porque él fue con la misión de matar al norte... Y después, yo misma...Sí,
yo misma soy en parte culpable, porque estuve con los que pedían la intervención
de los militares y así abrimos la puerta para que sucediera esta atrocidad.
Josefina Santa Cruz ha terminado su relato, entre lágrimas, pidiendo disculpas por
no poder contenerse. Su mano fina y temblorosa hurga entre papeles y me indica
un párrafo. Cuando se interpuso la querella por homicidio, en 1985, el juez envió
un exhorto a la Vicecomandancia del Ejército. Y en abril del 86 recibió un informe
del juez militar de Santiago y comandante en jefe de la Segunda División, general
Samuel Rojas Pérez, con un resumen cronológico de la causa rol 5A-73 que
procesó a Roberto. Ahí quedó la constancia macabra: el 26 de junio de 1975, se
rebajó la condena de cinco años a 541 días de cárcel. El presentimiento de
Guzmán Santa Cruz fue correcto: "y no te preocupes mamá, voy a salir antes". De
haber estado vivo, habría salido en libertad ese mismo día.
****
En lo que atañe al grupo universitario, todos eran militantes socialistas. El director
de la Escuela de Música, Jorge Peña, fue detenido el 19 de septiembre, luego de
visitar en la cárcel a una compañera de trabajo. Estuvo incomunicado y su padre -
el respetado doctor Tomás Peña Fernández - logró verlo en la mañana misma del
martes 16 y fue un encuentro relativamente tranquilo. "Yo había hablado con el
fiscal militar, mayor Cazanga, quien me dijo que aún no sabía cuándo mi hijo sería
llamado a juicio.. Y Jorge no me demostró ninguna inquietud e incluso me hizo
varios encargos, pagar cuentas y entregar cartas".
En Santiago, entretanto, allanaban la antigua casa de los Peña, en Ñuñoa: "Nos
allanaron la casa, incluso con tanquetas afuera, cuando Jorge estaba detenido e
incomunicado en La Serena. Venían a buscar a mi hijo mayor que tenía entonces
16 años y a mi hermano Rubén, quien había ido recién a La Serena a ver a Jorge.
Finalmente no se llevaron a nadie", relata Silvia Peña.
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"Ese 16 de octubre mi padre se enteró de la muerte de Jorge por un amigo que fue
al hotel a mostrarle el diario. Nos llamó por teléfono. Recuerdo que tuve que
llamarlo de vuelta, porque no podíamos creerlo. Papá, no puede ser, debe haber
algún error, es imposible, le decíamos. Pero era cierto. Nos dijo luego que no
entregaban los cuerpo y que él, como médico, estaba haciendo gestiones para
que entregaran a Jorge. Decidimos irnos de inmediato a La Serena. Recuerdo
que todo el viaje iba pensando que se trataba de un error, que no podía ser.
Porque Jorge era muy conocido en La Serena, era un músico muy destacado.
* - ¿Creía que la fama de su hermano podía ser su escudo protector?
* - Sí. Pensaba que el papá, que era una persona muy entera, ya había hecho
todos los trámites que se podían hacer. El médico jefe del hospital, Hugo Badiola,
se había comunicado con el médico del Regimiento y finalmente le habían dicho
que no se iban a entregar los cadáveres porque todos ya estaban sepultados. No
dijeron tampoco dónde los habían enterrado.
"Me dio una desesperación terrible. Quise ir a hablar con el comandante Lapostol
al día siguiente. Mi papá y mi hermano no me dejaron. Fuimos con Rubén a
retirar las pertenencias de Jorge desde la cárcel: un cuadernos de pauta donde
escribió sus ideas musicales y sus ropas.
"Hasta el mayor de Ejército que actuaba como Alcaide estaba conmovido,
profundamente conmovido, cuando nos entregó las cosas de Jorge. Tenía los
ojos brillantes. Pregunté que había pasado. El me contestó con un hilo de voz
que no lo sabía. Y me hablaba de "don Jorge", con respeto, por mi hermano...
"Con mi hermano fuimos al cementerio. Al fondo, había algo. Bajo una losa, unos
pastelones, había algo. Miré por una rendija y había cadáveres, pero no se
podían reconocer...Vi cadáveres recientes...pero no sé de quienes".
* - ¿Qué reacción hubo en La Serena?
* - Se acercó mucha gente a nosotros, estábamos en el hotel y amigos de Jorge
fueron a expresarnos su solidaridad, su dolor... Perdóneme por llorar, pero hasta
hoy no lo puedo superar... nunca he podido... a pesar de otras tragedias que he
tenido en mi vida, esto no lo puedo superar...¿por qué lo mataron? ¿Por qué?
Alguien que sólo había comunicado su amor por la música...
* - Un hijo de Jorge era cadete en la Fuerza Aérea. ¿Qué pasó con él?
* - Sí, Juan Cristián era cadete en la Fach. Su apoderado le dio la noticia en la
Escuela
de Aviación y se lo llevaron por unos días. Le dieron permiso para dar los
exámenes y, por supuesto, no siguió ahí... Ahora es diseñador gráfico y firmó la
querella por el homicidio de Jorge. Necesita saber todo lo que sucedió con su
padre.
* - ¿Y en Santiago, qué reacción hubo alrededor de ustedes?
* - La gente amiga nuestra y la del medio musical se enteró rápidamente de lo que
pasó. La Sinfónica, que estaba dirigida por Agustín Cullel, interrumpió su ensayo.
El director pidió un minuto de silencio. Sé que muchos lo sintieron, pero pocos
llegaron a la casa. Inevitablemente la gente se retira por temor, no quieren verse
involucrados, se preguntan qué habría hecho para merecer ese castigo. Supe que
algunos creyeron lo que decía el bando militar, que Jorge repartía armas.
Necesitaban creerlo para justificar lo sucedido: por algo habrá sido, algo habrá
hecho...
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"En La Serena se borró el nombre de Jorge de la Escuela de Música. No se lo
nombraba hasta hace muy poco tiempo. Y cuando vino la Orquesta de Niños a
Santiago, en 1986, tocaban todos los arreglos que Jorge preparó y no lo
nombraban como autor. Fui a la radio Cooperativa y pedí hablar. Estaba
desesperada de nuevo, e incluso fui al Municipal al concierto de gala. Antes hablé
con el director de la orquesta, un señor de apellido Domínguez, y le reclamé. El
me dijo que no había hecho los programas donde se omitía que Jorge era el autor
de los arreglos. Luego, en la función de gala, el Vicerrector de la Universidad de
La Serena lo nombró, reconociendo que la Escuela de Música había sido obra de
Jorge. Y se vino abajo el teatro aplaudiendo... No sé como la gente sabía.
* - Después de la muerte de Jorge, ¿pudieron hacer alguna gestión judicial?
* - Nada. Quedamos paralizados. Miedo, saber que de nada serviría, que nadie
nos escucharía. No sé.. Y en1975, cuando mi hijo Roberto tenía 18 años, lo tomó
preso la DINA, junto a un grupo de jóvenes en la calle. Se desapareció por dos
semanas. Fue una pesadilla horrible. Creí que también lo iban a matar... Y en
ese tiempo no se podía siquiera decir, salvo a los más cercanos, qué estaba
pasando. Yo trabajaba en el Departamento de Música de la Universidad de Chile,
sede Occidente. No podía hablar, porque no sabía si al lado había alguien de la
DINA.
"Pedí
ayuda al jefe de la Cruz Roja Internacional y él me informó que no estaba en
ningún campo de detención. ¡Qué desesperación! Iba al Sendet, el servicio
nacional de detenidos, donde antes funcionaba el Congreso, y me ponía en las
colas. No me decían nada. En ese tiempo no sabíamos de los desaparecidos
aún. Yo escuchaba cómo los militares les decían a las mujeres: "pero si su marido
es un fresco, lo soltamos hace tiempo y debe haberse ido a otra parte. La dejó, no
se preocupe más por él".
"Fui a Tres Alamos varias veces, hasta que un día apareció en la lista. No podía
creer que lo vería de nuevo. Creía que lo habían matado. Estaba mal, pero vivo.
Había estado en Villa Grimaldi. Estuvo ahí como dos semanas. Lo torturaron...
* - Y ahí estuvo en manos de uno de los que participó en la muerte de su tío.
Porque el comandante de ese campo era Marcelo Moren Brito.
* - Nunca había pensado en eso, no lo había relacionado... El hecho es que
cuando lo liberaron, en 1976, lo enviamos a estudiar a Estados Unidos. No
queríamos correr riesgos. Y, por lo mismo, no hice nada por el caso de Jorge. Me
aparté, no quise saber nada...
****
Tampoco pudo hacer nada, por muchos años, Hilda Rosas Santana, la viuda de
Mario Ramírez Sepúlveda. El temor y el dolor la bloquearon. Pero ahora, libre de
ambos como limitantes a su acción - recuerda cada detalle con precisión. Y evoca
a su marido con voces que parecen revivirlo y acariciarlo.
Secretario general del Partido Socialista y profesor de Educación en la sede
regional de la Universidad de Chile, Mario Ramírez se desempeñaba
paralelamente - al golpe militar - como administrador general de Manesa, la fábrica
estatal de neumáticos.
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"Mario participaba activamente en el gobierno de la Unidad Popular. Era un
militante consciente, entregado a su causa. Cuando el gobierno le pidió
colaboración, solicitó permiso en la Universidad y se dedicó a formar Manesa.
Trabajó duro para poner en marcha la empresa y, en 1973, volvió a concursar
para recuperar su cátedra en la Universidad. Alcanzó a hacer clases antes del
golpe y mantuvo su cargo en Manesa mientras se buscaba al reemplazante.
"Adoraba la docencia, adoraba estar en contacto con jóvenes, con la gente. Era
autor de libros de Educación: Didáctica de la Educación; Panorama de la
Educación
; etc. Era un hombre brillante. En vísperas del once, el clima era
odioso en La Serena. La gente de Patria y Libertad hostigaba mucho a la gente
de Izquierda. Pero Mario era tan dulce, tan afable, tan comunicativo, que lograba
que a su alrededor hubiera un ambiente bueno. Era carismático y era bello.
"Ese día 11 de septiembre él me llevó, como todos los días, a las ocho de la
mañana, a la escuela donde yo hacía clases. No supimos que había golpe.
Cuando me lo dijeron, no podía creerlo y lo primero que se me ocurrió hacer fue ir
a ver al Intendente Rosendo Rojas. No alcancé a cruzar con él unas pocas
palabras, cuando entró el comandante Ariosto Lapostol, para detenerlo.
"Logré pasar entre los militares con casco y salí del edificio. Partí al departamento
y me encuentro con Mario, que me andaba buscando. Me pidió que me quedara
en la casa, que él tenía que volver a la industria porque no podía dejar a los
obreros solos. Yo me negué y partí con él. La verdad es que siempre quise
acompañarlo y en el partido decían que yo era más ramirista que socialista. Es
que era un hombre maravillosos, que me hizo conocer tantas cosas bellas, que me
dio dos hijas preciosas... ¿Qué otra cosa podía hacer?
"En el gran comedor de la industria, Mario reunió a todos y, como el toque de
queda iba a comenzar como a las dos o tres de la tarde, les pidió que se fueran a
sus casas. El anunció que se quedaba, junto con el encargado de Seguridad, el
compañero Crovaris. Yo lo veía doloroso y sufriente. No sabíamos qué pasaba
en Santiago y veíamos a la gente con mucho temor, tanto que todos partieron a
sus casas sin oponerse. Mario me pidió que me fuera a la casa del abogado
Gustavo Rojas, cuya esposa era ministro de la Corte, con las dos niñas. Mario
durmió en la empresa esa noche.
"En los días siguientes, siguió yendo a la empresa. El 17 de septiembre, el
comandante Lapostol llamó a todos los jefes de servicios y empresas públicas
para pedirles la entrega de los cargos. Mario lo hizo y siguió yendo sólo a la
Universidad. Recuerdo
que Mario dormía vestido, no podía entender cómo todos
sus amigos y compañeros estaban presos y él no. Se sentía mal, no comprendía
estar libre, entendía que su deber era estar con todos ellos. Ni se nos pasó por la
mente venirnos a Santiago y menos buscar asilo. ¡No!
"El día 27 de septiembre, tocaron a la puerta como a las ocho de la mañana.
Venía un funcionario de Investigaciones de apellido León, acompañado de otro:
* - Don Mario, buenos días. Queremos que se presente en Investigaciones, dijo
León.
* - De acuerdo. ¿Debo acompañarlos o puedo ir, por mi cuenta, en un momento
más?
* - Ningún problema. Vaya usted, por favor, cuanto antes - dijo León y se
despidió.
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"Para Mario fue un alivio. ¡Al fin le sucedía lo que a sus demás compañeros! Me
pidió que no lo acompañara y ni siquiera llevó ropa. Partió como si fuera un
trámite más al cuartel de Investigaciones, que estaba muy cerca de nuestra casa.
Nos pidió que siguiéramos nuestra vida normal. Más tarde, me llamó el abogado
Gustavo Rojas para decirme que había quedado detenido y que le llevara frazadas
y ropa. Lo pude ver en dos oportunidades. Había colas enormes de personas
para ver a los presos. Lo vi la primera vez en una pieza pequeña atestada de
personas. Tenía su pelo y su barba mal cortados, pálido y con machucones
azules en la cara. Estaba demacrado, delgado, apenas podía moverse. En esos
momentos tan dolorosos, uno no sabe siquiera qué hablar. Le tomé las manos, le
acaricié la cara. Nada más.
"Yo le mandaba pijama, camisas y ropa interior todos los días. Hasta que en una
carta me dijo que todo indicaba que yo creía que estaba en un hotel. Imagínese
qué estupidez: yo mandando ropa limpia todos los días y ellos estaban hacinados
en una celda que incluso hacía las veces de excusado. La segunda vez que pude
verlo fue el 8 de octubre, en un patio interior de la Cárcel. Venía llegando del
regimiento, donde lo habían llevado a declarar. Estaba muy demacrado. Luego lo
incomunicaron, en una celda muy pequeña con mirilla. Estuvo del 8 al 16 de
octubre ahí, hasta que lo sacaron al regimiento - con las manos en la nuca - para
matarlo".
Hilda me pasa un trozo de papel, donde Mario escribió una líneas en esos días de
incomunicación. Lo escondió en la colchoneta que luego fue devuelta a la familia.
"Mamita mía: te escribo aprovechando un pedacito
de la luz que entra por la ventanita de la puerta
(10 cm x 15 cm). No sabes cuánto te recuerdo y
te echo de menos. Espero que el miércoles 19
podré abrazarte y besarte. Estoy bien, algo flaco
y muy cansado. Espero que tú estés tranquila y
resignada, lo mismo que mi querida Anitamaría.
Muchos besos grandes para las dos.
Papito Mario.
Hilda guarda el trozo de papel, su tesoro, y continúa el relato: "Ese 16 de octubre
llegué como a las tres de la tarde a la casa y una joven universitaria llegó a
avisarme que habían visto cómo sacaban a Mario de la cárcel rumbo al
regimiento. Yo salté de alegría, pensando que así había terminado la
incomunicación y podía estar al aire libre, con sus compañeros. Decidí salir a
comprar pasas y chocolates para esperar cuando lo trajeran de vuelta y lanzarle el
paquete.
"Me instale afuera de la penitenciaría a esperar. Y pasaron las horas y las horas.
Como a las ocho y media apareció un furgón. Corrí a esperar que sacaran a los
detenidos. Empezaron a bajar y no venía mi Mario. Me desesperé, grité
preguntando por él. El chofer me dijo que preguntara en la guardia. Clamé por
una respuesta y el guardia me dijo que preguntara en el Regimiento, que él nada
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sabía. Me desesperé porque se contaba que el trato en el regimiento era horrible,
que los colgaban de las piernas, los hundían en baldes de excrementos.
"Me fui caminando por la calle, la gente me saludaba y yo iba como autómata.
Esa noche, el pololo de Ana María se fue a su casa poco antes del toque de
queda. Allá sabían de las ejecuciones y decidió volver corriendo. Nada dijo. Sólo
que venía a acompañarnos. Pero a mi hija sí se lo dijo y ella decidió ocultármelo.
La niña me dijo que quería dormir conmigo esa noche. Yo la sentí inquieta y como
tiritando toda la noche. Pero no imaginé nada de lo que pasaba.
"Al otro día, muy temprano, llegaron unos amigos y me dicen que Mario estaba
muerto. Recuerdo que mi primera reacción fue correr como loca por las escaleras
y gritar, gritar, en la calle. No supe más de mí. Llegó de Santiago toda mi familia
a los funerales... y nunca hasta ahora ha podido haber funerales.
"Yo me bloqueé. Estaba muy mal. No podía creerlo, no aceptaba que me dieran
el pésame. No había visto su cuerpo. Me dieron muchas pastillas y creo que
dormí y dormí. Las niñas, que eran muy regalonas de su padre, quedaron muy
mal. A una de ellas la encontré botada en el parque del edificio, lloraba y veía a
su padre en un avión invisible en el cielo. Tuve que someterla a un tratamiento
especial.
"Mis hermanos - uno de ellos abogado y otro, ex oficial de Carabineros - hicieron
gestiones. Se habló con el fiscal Cazanga, quien explicó que había llegado una
comitiva de Santiago y ellos no eran responsables. Pero mi pregunta es quién dio
los nombres para que esos - y no otros - fueran fusilados.
"Mi familia, después, me rogaba que me viniera a Santiago, para rehacer nuestra
vida. Yo no podía trabajar en ese estado y tuve que acudir al único siquiatra de La
Serena
para someterme a tratamiento y obtener permiso médico. Recuerdo que
ese siquiatra me dijo que Mario era responsable de lo que había pasado, que no
me preocupara más porque yo era joven y muy pronto iba a poder rehacer mi vida,
que me podía casar de nuevo. Me dolía cada palabra, pero yo estaba tan mal que
lo dejaba hablar e incluso comencé a aceptar lo que había pasado. Hoy recuerdo
a ese siquiatra como un criminal. Formaba parte de todo un esquema en que se
buscaba que uno aceptara resignadamente lo sucedido.
"Recién pude ir al Cementerio el 24 de diciembre. Fui a una tumba donde me
dijeron que los habían enterrado. Recuerdo que llevé una tarjeta de Navidad y la
enterré junto a esa tumba. Pero, por otro lado, seguía pensando que podría ser
un error, que estaba en la cárcel incomunicado. Poco después, de la Dirección de
Educación me ofrecieron traslado al lugar que yo eligiera. Claramente yo era
molesta en La Serena. A fines de enero del 74, me vine y trabajé en Santiago
hasta el 86".
Pasaron tres años antes que Hilda pudiera romper su bloqueo, pudiera superar el
terror de que también mataran a las niñas. "Tenía tanto miedo que cuando me
vine a Santiago, mi hermana me pilló una noche leyendo en el baño. Yo me había
acostumbrado, en La Serena, a apagar las luces de la casa y encerrarme en el
baño como el único lugar seguro". Recién en 1977 comenzó a saber de las otras
familias: "Con el doctor Peña, Josefina Santa Cruz y otros - ocho familias en total
- fundamos la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos en 1978. Abrimos
un registro en la Vicaría de Solidaridad y dimos a conocer interiormente los casos.
51
Así fue hasta que, en 1985, la acción tenaz de la abogada Carmen Hertz logró que
todo explotara públicamente".
Dos años más tarde, el 87, le dijeron que era el último año para presentar la
querella por homicidio, ya que el delito prescribía a los quince años: "Decidí
presentarla en La Serena el mismo día, el 16 de octubre. Quería ver en el diario
"El Día" del 17 de octubre la noticia de la presentación de la querella, tal como ese
día de 1973 trajo la noticia de las ejecuciones. Me sentí tan aliviada cuando lo
hice. Me dije: Hilda, ahora descansa tranquila porque ya lo hiciste. Sé que hay
que seguir luchando, pero ya cumplí una parte importante de mi deber".
La versión de estas tres mujeres - una madre, una esposa y una hermana - nos
deja una pregunta resonando en la conciencia: ¿Por qué? ¿Por qué fue
necesario, para quienes aparecían ostentando todo el poder, matar a estos quince
prisioneros fuera de todo proceso legal? ¿Sólo fue un "escarmiento" para la
Izquierda
de la zona? ¿O se requería endurecer aún más la mano militar de la
región?
La respuesta para el caso de La Serena había que buscarla con el comandante
Lapostol y el propio general Arellano.
****
El general Sergio Arellano Stark - a través de su vocero autorizado - afirmó que
"en La Serena se habían dictado tres condenas a muerte para los prisioneros
Roberto Guzmán Santa Cruz, Manuel Marcarian y Carlos Alcayaga. Recuerdo
que mi padre, antes de partir al viaje al norte, comentó que esas condenas a
muerte eran lo más ingrato de su misión. El hecho es que él reconoce que no se
opuso a esas condenas a muerte porque en la redacción de las sentencias habían
participado auditores de Santiago y eran sentencias técnicamente bien hechas,
con catorce a quince consideraciones cada una".
De lo ocurrido en La Serena "el general Arellano, mi padre, se enteró sólo al volver
a Santiago. Más aún. Salió de La Serena sin dudar siquiera de que sólo serían
fusilados tres prisioneros. Ni siquiera se preocupó de si la sentencia se iba a
cumplir estando o no él en la ciudad. Un mínimo sentido político y práctico debió
indicarle que ordenara las ejecuciones después de su partida. No lo hizo".
Así - afirmó tajantemente el vocero autorizado del general Arellano - "no fue su
responsabilidad la ejecución de los otros doce presos. De ellos debe informar el
comandante Lapostol, autoridad en la zona al momento de los hechos, si bien
nosotros estimamos que no tuvo responsabilidad en lo ocurrido".
Cuando lo sucedido se hizo público - doce años más tarde - el abogado Sergio
Arellano Iturriaga buscó el texto de dicha sentencia en los archivos de la justicia
militar: "Me encontré con que, al final de la sentencia a muerte para esos tres, se
agregó algo así como "asimismo se condena a muerte..." y se pusieron doce
nombres más. Pero mi padre sólo vio el primer texto y yo vi el agregado que
pretendió arreglar el entuerto de la masacre. Además, a mano, quedó constancia
de que otra persona había muerto "al ofrecer resistencia" a un guardia. Ese
agregado tiene una "mosca" (un diminutivo de firma, ilegible) que impidió que
dicha sentencia, con tanto agregado, fuera firmada por el juez militar de La
Serena
, el comandante Lapostol. Así, esa sentencia no se firmó jamás, quedó
52
como un simple borrador, sin ser nuevamente transcrita ni firmada, lo que pudo
deberse a un acto de dignidad del comandante Lapostol, que ninguna injerencia
había tenido en los hechos".
La defensa del general Arellano topa con una primera incongruencia: ¿cómo es
que el abogado Roberto Guzmán Santa Cruz estaba condenado a muerte si su
condena a sólo cinco años está públicamente comprobada? Más aún: su proceso
(rol 5A-73) tuvo una modificación casi dos años después y el 26 de junio de 1975
le fue rebajada a 541 días de cárcel "`por sentencia del comandante en jefe que
modificó sentencia del Consejo de Guerra", según informó al tribunal el general
Samuel Rojas, juez militar de Santiago.
Segundo, si él no tuvo responsabilidad en los hechos y afirma que el comandante
Lapostol tampoco tuvo injerencia, ¿quién tenía ese día más poder, en La Serena,
que el Delegado del Comandante en Jefe del Ejército y que el jefe de la plaza en
estado de sitio?
****
La versión del comandante Ariosto Lapostol Orrego la obtuve un día de sol
brillante tras la lluvia que había despejado de smog el aire capitalino. Por su
ventanal se observaba el verde cerro Santa Lucía y allí refugiaba su mirada este
difícil episodio: romper el secreto guardado por tantos años, decir la verdad
preguntándose a cada instante "¿usted cree que la verdad sirva de algo?".
* - Déjeme comenzar por el 10 de septiembre de 1973, cuando me llegó la orden
de combate para el día siguiente. Yo tenía a mi cargo una unidad aislada y, por
tanto, tenía que resolver sólo situaciones difíciles. A uno le dicen qué hacer, pero
no cómo hacerlo. Esa misma tarde del 10 me propuse resolver los problemas de
la mejor forma posible. Yo tenía una buena y armónica relación con la mayor
parte de las autoridades de La Serena. Así que nunca sentí, después del golpe,
que era la hora de desquitarme con alguien. Y cuando cité al regimiento a todos
los jefes de servicio - más de cien personas - no les pedí sus renuncias. No. Les
dije que había habido un error en el gobierno de la Unidad Popular y - me acuerdo
textualmente de la frase - que era de hombría reconocer cuando uno se ha
equivocado. Que cuando alguien decía "perdonen, me equivoqué", para mí tenía
gran valor.
* - Pero detuvo al Intendente Rosendo Rojas el mismo día del golpe...
* - Así fue. Era comunista y decidí detenerlo. No era mi enemigo personal, pero
yo lo veía como un enemigo del orden. Sabía que, para el paro de octubre de
1972, había ordenado descerrajar los locales comerciales cerrados. Y eso, para
mi, era contrario a los principios legales. Recuerdo que conversé una vez con él,
planteándole el problema de la falta de alimentos para los conscriptos del
regimiento. Me respondió que, para conseguirlos, firmara la tarjeta de la JAP. La
estimé, obviamente, una respuesta inadecuada. Luego me envió una ordena para
que me entregaran, previo pago, cuarenta pollos en Ovalle. ¿Cuarenta pollos para
mil personas? Comprenderá que no le tenía simpatía, pero tampoco odio...
* - La defensa del general Arellano sostiene que había tres condenas a muerte en
La Serena, dictadas por usted...
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* - Ninguna. No había ninguna condena a muerte. Fui el presidente del Consejo
de Guerra y lo digo sin lugar a dudas.
* - ¿A qué hora llegó el general Arellano?
* - A las once de la mañana aproximadamente de ese 16 de octubre de 19973. Lo
fui a esperar al aeropuerto y partimos al regimiento.
* - ¿Quienes venían con él?
* - El coronel Sergio Arredondo González, el teniente coronel Pedro Espinoza
Bravo, el mayor Marcelo Moren Brito y el teniente Armando Fernández Larios.
Respecto de Moren Brito, se trataba del segundo comandante de mi regimiento y
estaba en comisión de servicio en Santiago. Además, claro, estaba la tripulación
del helicóptero...
* - ¿Cuál fue la primera actividad del general Arellano?
* - Me pidió una reunión con toda la gente del regimiento: oficiales y cuadro
permanente. El asistió con toda su comitiva e hizo una exposición sobre la
situación general del país. Luego, a la salida, me dijo que tenía la misión de
revisar todos los procesos, que había que agilizarlos porque no se trataba de tener
presos por delitos menores. Me agregó que era necesaria la participación de un
abogado en la fiscalía militar, que me enviaría cuanto antes un oficial de justicia
para reemplazar al entonces fiscal militar, un mayor de Carabineros que no era
abogado.
* - ¿Y luego?
* - Fuimos a la oficina de la comandancia, donde me pidió que le mostrara el
registro de los detenidos. Hice traer ese registro que era llevado por el fiscal
militar, mayor Cazanga. Se trataba de un gran libro, donde quedaban registrados
20 detenidos en cada página. Estaba primero el número, luego el nombre, la
cédula de identidad, el delito del que se le acusaba, el dictamen del consejo de
guerra (si ya lo había) y otros datos personales.
* - ¿Qué pasó ahí?
* - El general Arellano comenzó a leer el registro, rodeado por la gente de su
comitiva. Tenía un lápiz en la mano y comenzó a hacer una marca, un ticket, en la
columna de "delito que se acusa". Pasaba las hojas y hacía algunos tickets en
esa columna. Yo miraba por sobre su hombro y empecé a presentir algo turbio.
En ese momento, el mayor Moren Brito se dio vuelta y me preguntó: "¿El
intendente está preso en la cárcel?". Por una milésima de segundo tuve un
chispazo que agradezco hasta el día de hoy. Contesté, a secas, "no". No mentí,
porque no estaba preso en la cárcel. Pero oculté la verdad, respecto del fondo de
la pregunta. Porque yo tenía al intendente a pocos metros de ahí, detenido
mientras se investigaba, alojando en la pieza destinada al médico, junto a la
enfermería.
* - ¿Por qué lo agradece hasta el día de hoy?
* - Porque mi respuesta salvó su vida...
* - ¿Habría muerto?
* - No tengo dudas al respecto.
* - ¿Qué siguió sucediendo en su oficina?
* - De repente vi que el general Arellano hizo un ticket en la columna que
correspondía a Roberto Guzmán Santa Cruz. Ese era un caso en que yo acababa
de emitir sentencia. Pregunté en voz alta: "¿De qué se trata esto, mi general?
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Ese caso ya fue juzgado". Todo, él y los cuatro miembros de su comitiva, se
dieron vuelta a mirarme. Nadie contestó y volvieron a concentrarse en el registro
de detenidos. Me miraron con desprecio, como diciendo "que se cree este
huevón". De inmediato salí de la oficina y salí también del regimiento, me quedé
en los jardines de afuera...
* - ¿Por qué?
* - No quise participar, no quise que mi presencia avalara nada incorrecto, porque
obviamente se iban a revisar casos que ya estaban sentenciados. Y eso era
pasarme a llevar, atropellarme...
* - ¿Qué pasó luego?
* - Como a los veinte minutos de estar yo en los jardines, apareció el general
Arellano. Me dijo que era partidario de hacer un Consejo de Guerra. Y yo le
contesté que estaba de acuerdo para los casos que no tenían sentencia aún, pero
que discrepaba respecto de volver a procesar a quienes ya estaban condenados.
Le dije que eso no era correcto ni legal...
* - ¿Qué argumentos le dio él?
* - ¿No cree que la verdad puede ser contraproducente a veces? Opto por no
contestar...
* - Coronel Lapostol, ¿le dijo el general Arellano que era necesario hacerlo porque
debía endurecerse la mano militar, que sin ser duro no se podía poner orden para
gobernar?
* - No, no me lo dijo. Puede que él considerara que mi acción en la zona había
sido muy blanda, pero no me lo dijo. Me insistió en que se iban a revisar los casos
de delitos graves. Y yo volví a argumentar que una cosa era acusar y otra, probar
el delito. Que nuestra obligación era actuar en forma legal y justa.
* - ¿Cuánto rato estuvo el general Arellano con usted afuera del regimiento?
* - Más de dos horas, como hasta las cinco de la tarde...
* - ¿Todo ese rato con usted?
* - Sí, siempre.
* - ¿Se realizó, entretanto, el Consejo de Guerra dentro del regimiento?
* - No lo sé. No me consta. Sólo sé que no participó ninguno de mis oficiales...
* - ¿Ocurrió algo mientras usted estaba con el general Arellano en los jardines?
* - Sí, sentí los disparos en el interior del regimiento. Le pregunté al general
Arellano qué estaba pasando y el respondió, calmadamente, que debía ser el
resultado del Consejo de Guerra.
* - ¿No podía usted protestar más?
* - No pude y no puedo decirle por qué.
* - ¿Cómo se sintió en ese momento?
* - Muy mal, muy mal...
* - ¿Qué hizo?
* - Cuando logré hablar, le dije al general Arellano que me dejara un documento
donde quedara constancia de lo sucedido. No me contestó. Yo quería un
documento firmado por él. Se lo pedí varias veces, la última cuando fui a dejarlo
al aeropuerto, como a las seis de la tarde de ese día 16.
* - ¿Fue a dejarlo a pesar de todo?
* - Era mi deber porque se trataba de un general y porque era mi última
oportunidad de obtener esa acta. No me la dio. Se lo pedí a él, a Moren Brito, a
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Chiminelli. Ante tanta insistencia, finalmente me dijeron que la enviarían después.
Y nunca llegó.
* - Volvió a su regimiento, ¿y qué?
* - Tenía a quince prisioneros muertos...
* - ¿Los vio?
* - Sí...
* - ¿Cómo murieron?
* - Todos tenían heridas de bala en el pecho.
* - ¿Quienes los fusilaron?
* - Nadie de mi regimiento. Salvo en el caso del señor Ramírez...
* - ¿Se refiere al profesor Ramírez?
* - Si. En su caso fue distinto. Según me informó el conscripto que participó en el
episodio, el señor Ramírez se dio cuenta de que iba a ser fusilado cuando la
columna de prisioneros cruzaba el patio. Se desesperó y se lanzó sobre el
conscripto que estaba más cerca, al parecer con la intención de arrebatarle el
arma. En el forcejeo, el conscripto disparó y el señor Ramírez murió al instante.
* - Respecto de los otros catorce prisioneros, ¿los fusilaron los mismos miembros
de la comitiva del general?
* - Sí.
* - ¿Ordenó al general Arellano emitir ese bando militar, en que usted aparece
explicando las ejecuciones dispuestas por "tribunales militares en tiempo de
guerra"?
* - No, lo decidí yo tan pronto volví al regimiento.
* - Mintió...
* - Sí, mentí. Pero ¿qué hacía? Tenía que explicar al país y a la ciudad que
habían sido fusilados quince prisioneros. ¿Cómo iba a explicarle al otro día a la
madre o a la esposa que su hijo o su marido ya no estaba en la cárcel, que estaba
muerto? Tenía que decirle algo...
* - ¿Y quién ordenó enterrar los cuerpos, violando la norma de entregarlos a sus
familias?
* - Yo. Pedí al médico del regimiento que los viera y extendiera el certificado de
defunción. Luego ordené a un capitán que los llevara de inmediato al
cementerio...
* - ¿Por qué lo hizo, coronel?
* - Fue un error, y lo lamento...
* - Lo correcto y legal era entregarlos a sus familias...
* - Si, lo sé. La única explicación que tengo es que yo estaba síquicamente
choqueado. Me sentía como una hormiga. Pido perdón a las familias.
* - Emitió un bando militar, ordenó enterrar los cuerpos...¿trató de "arreglar"
legalmente lo sucedido?
* - No, no está en mí hacer algo así. Dejé todo tal cual.
* - Para efectos de la justicia militar, entonces, ¿todos los prisioneros siguieron
vivos?
* - Así fue, al parecer.
* - Al otro día, usted dijo públicamente que lo sucedido era responsabilidad de "un
tribunal venido especialmente de la capital".
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* - Si, quise dejarlo claramente establecido. Fue una frase que me costó cara.
* - Explíquese
* - No, es privado.
* - ¿Cómo quedó usted, emocionalmente, después de este episodio?
* - Tuve una gran sensación de vacío, de algo dramáticamente irremediable.
Porque no se puede revivir a nadie...
* - ¿Cómo quedaron los oficiales de su regimiento?
* - Choqueados.
* - ¿Entendió que, en el futuro, debía actuar más duramente?
* - No. Si eso se pretendía, yo no lo apliqué. Entendí que debía seguir siendo
justo. Ni blando ni duro. Y por eso puede volver a La Serena y caminar por las
calles con la frente en alto. Sé que los deudos deben estar muy dolidos conmigo
y, reitero, les pido perdón. Pero ellos deben saber que hice todo lo posible para
que no sucediera.
* - ¿Emitió alguna condena a muerte después?
* - No, ninguna.
* - Revisando los tickets hechos por el general Arellano, ¿qué factor tenía en
común?
* - Eran los casos con acusaciones más graves. Nada más. Y le repito, una cosa
es acusar y otra, probar que se cometió el delito.
El coronel Ariosto Lapolstol Orrego no quiso explicar por qué su frase pública
acerca del "tribunal especialmente venido de la capital" le costó cara. Pero una
somera investigación sobre su carrera militar podría dar la explicación: al año
siguiente de lo ocurrido en La Serena, lo trasladaron a Santiago - ya con el grado
de coronel - y estuvo en la Dirección de Reclutamiento hasta el año 82, cuando
fue llamado a retiro. Un comandante de regimiento con brillantes calificaciones,
que debió ser general, se quedó arrumbado en un rincón castrense.
Capítulo VI: Copiapó y la "comisión especial"
Todo indica que el Puma que transportaba al general Sergio Arellano y su comitiva
aterrizó en Copiapó como a las 19.00 horas del 16 de octubre de 1973. Porque el
comandante Lapostol lo despidió en el aeropuerto de La Serena cerca de las 18
horas y no tiene dudas acerca del destino: Copiapó. "Fui testigo de los arreglos
con la torre de control para el plan de vuelo. Se fue directamente a Copiapó", me
afirmó el coronel Lapostol
Lo recibió el comandante del regimiento de Ingenieros Motorizados N° 1 de
Copiapó, teniente coronel Oscar Haag Balschke, quien tenía decenas de presos
políticos en el cuartel. Uno de los detenidos, Lincoyán Zepeda, aseguró que todos
"éramos miembros y dirigentes de partidos de la Unidad Popular, con la excepción
de cuatro sacerdotes prisioneros. La relación con los soldados y suboficiales era
buena. No así con los oficiales, que tenían un trato muy duro con nosotros".
Había también muchos prisioneros en la cárcel de Copiapó. Unos y otros, los del
regimiento y la cárcel, pasaban por los interrogatorios en el cuartel, donde el
consejo de guarra - por lo que ha podido saberse - estaba formado por el mayor
Carlos Enriotti Bley (fiscal militar), el mayor Carlos Brito Gutiérrez, además del
mayor de Carabineros René Peri. No hay más datos.
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Zepeda asegura que ese día - 16 de octubre - informaron que vendría un general
de Santiago. "Se nos hizo levantar muy temprano, dejar todo ordenado, hacer
aseo. Recuerdo incluso que se nos dijo que este general podía tener buenas
noticias para nosotros. Los suboficiales pensaban que venía a revisar los
procesos de los presos políticos y a darles una solución rápida".
"Como a las dos de la tarde tuvimos los primeros indicios que de esta visita no
había que esperar nada bueno. En forma desacostumbrada nos obligaron a
encerrarnos como a las dos y media. El trato de los soldados era cortante y se
vivía en un ambiente muy tenso. Como a las nueve de la noche, se abrió
sorpresivamente la puerta y entró un grupo de uniformados que no habíamos visto
antes en el regimiento. Nos miraron. Hicieron el siguiente comentario: "aquí están
las palomitas" y se retiraron. Mi impresión es que eran oficiales. Dos horas más
tarde, el grupo regresó, se leyó una lista e hicieron salir a los nombrados. Fue la
última vez que los vimos vivos".
Otro preso, Juan Lafferte, de 66 años, relató: "Todavía no entiendo por qué ese
día no me llevaron. Me acuerdo que esa noche llegaron los soldados preguntando
si alguien conocía a Mansilla o a Palleras. A los presos nos tenían en unas carpas
individuales y en un barracón. Yo estaba en las carpas, junto a un cura francés.
Había un ambiente de gran tensión. Los soldados, que no eran del Regimiento,
empezaron a llamar a los presos. En la carpa al lado mío, estaba Guardia y se lo
llevaron. A mí me miraron, pero no me dijeron nada. Después se fueron y
sentimos ruidos como de golpes de culata, quejidos. Parece que hubo uno que se
les encachó. Después gritos. Imagínese, yo estaba como a unos 10 metros y lo
sentía. Después, ruido como si tiraran fardos pesados a un camión. Luego, el
ruido del motor y silencio".
Lo que sucedió esa noche fue informado a la ciudadanía de Copiapó a través de
un banco militar publicado a todo lo ancho de la primera página del diario local.
Textual:
Diario "Atacama", de Copiapó
Jueves 18 de octubre de 1973
Provincia de Atacama
Jefe de Zona en Estado de Sitio
Copiapó, 17 de octubre de 1973
FUGA FRUSTRADA DE REOS
Hace dos días se detectó en la Cárcel Presidio de Copiapó un Plan de Fuga
masiva de reos que se encuentran detenidos por la Justicia Militar, denunciado
justamente por uno de los detenidos por estas causas.
En atención a la poca seguridad y sobrepoblación penal que tiene actualmente la
Cárcel
de Copiapó, la Fiscalía Militar y previa comunicación en el día de ayer, se
procedió a remitir a un grupo de los procesados más peligrosos de la Justicia
Militar
a la Cárcel Presidio de La Serena.
E
l traslado se cumplió a partir de las 01.00 horas de ayer miércoles por personal
militar en un camión del Regimiento.
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Conforme lo informado por el Jefe de la Comisión y hecha las averiguaciones del
caso, se comprobó que el vehículo tuvo una panne eléctrica casi al llegar a la
cumbre a la Cuesta de Cardones, lo que obligó a detenerlo en la berma al costado
del camino.
Aprovechando que el conductor y ayudante se encontraban preocupados de
solucionar el desperfecto , sorpresivamente los detenidos aprovechándose del
descuido de uno de los centinelas, saltaron a tierra dándose a la fuga hacia la
pampa. Pese a que los centinelas les gritaron !Alto! varias veces e incluso
dispararon al aire para amedrentarlos, no se detuvieron.
En vista de esta situación, procedieron a disparar contra los fugitivos, hiriendo a
trece de ellos que fallecieron en el lugar.
Los afectados resultaron ser: Fernando Carvajal González, Manuel Cortázar
Hernándes, Winston Cabello Bravo, Agapito Carvajal González; Alfonso Gamboa
Farías; Raúl del C. Guardia Olivares; Raúl Leopoldo Larravide López; Ricardo
Mansilla Hess; Adolfo Palleras Norambuena, Pedro Pérez Flores; Jaime Iván
Sierra Castillo, Atilio Ugarte Gutiérrez y Leonello Vicentti Cartagena. Sus restos
fueron inhumados en el cementerio local.
Jefe de Zona en Estado de Sitio
PROVINCIA DE ATACAMA
Basándose en dicho bando militar, la siguiente información apareció en el diario
"El Día", de La Serena, el mismo 18 de octubre de 19973.
A 23 kilómetro de Copiapó.
"REOS POLÍTICOS MUEREN EN UN INTENTO DE FUGA"
Trece fueron los que cayeron en esta acción suicida.
Eran trasladados a la cárcel de La Serena.
Copiap
ó (Corresponsal) En la madrugada del 16, un microbús de la Jefatura de
Plaza de esta provincia trasladaba a un grupo de 13 presos políticos hacia la
Cárcel
de La Serena, por disposición de las autoridades militares. El vehículo
sufrió una falla eléctrica, que obligó al personal a detenerse para arreglar el
desperfecto. Esto ocurría a 23 kilómetros al sur de Copiapó. Los detenidos
quisieron aprovechar esta circunstancia y se rebelaron contra el personal militar e
intentaron huir, ante lo cual se hizo fuego contra los fugitivos que pagaron cara su
osadía.
Los que cayeron en este intento de fuga fueron: Alfonso Gamboa, director de radio
"Atacama"; Winston Cabello Bravo, ex jefe de Orplan de Atacama; Fernando
Carvajal; Manuel Cortázar; Agapito Carvajal, Raúl del Carmen Guardia, Raúl
Leopoldo Larravide; Ricardo Mancilla, Pedro Pérez Flores; Jaime Iván Sierra; Atilio
Ugarte Gutiérrez.
Este hecho fue dado a conocer por el Jefe de la Plaza de Copiapó en un Bando
Militar.
****
Las familias de las trece víctimas recibieron luego idénticos certificados de
defunción:
59
Lugar: Copiapó, carretera Panamericana sur
Fecha: 01.00 horas 17 de octubre 1973.
Causa: heridas a bala.
Aparte de la mentirosa versión oficial de los hechos - mentira que se comprobará
más adelante - tenemos una primera contradicción en las fechas. El comandante
Lapostol vio elevarse el helicóptero del general Arellano como a las 18 horas del
16 de octubre rumbo a Copiapó. Debió llegar como a las 19 horas. El prisionero
Lincoyán Zepeda no tiene dudas de haber visto a los oficiales de la "comisión
especial" cerca de las 21 horas de ese día, cuando a la celda "entró un grupo de
uniformados que no habíamos visto antes en el regimiento". Y los certificados de
defunción aseguran que murieron a la una de la madrugada del 17 de octubre,
hasta ahí las horas calzan. ¿Por qué, entonces, el bando militar adelantó lo
sucedido a la madrugada del 16 de octubre? Un examen minucioso de la
redacción del bando militar da una primera pista sobre esta confusión: el
comandante Haag Blaschke dijo - con fecha 17 de octubre - que los hechos se
produjeron "a partir de la 01.00 de ayer miércoles" Y miércoles fue el 17 de
octubre, no el 16.
****
¿Quienes eran los trece prisioneros que cayeron en Copiapó? De Fernando y
Agapito Carvajal González no hay datos en los organismos de derechos humanos.
Se trataría de dos obreros y, por los apellidos, de dos hermanos. Manuel Cortázar
Hernández tenía 19 años, era hijo único y presidente del Centro de Alumnos del
Liceo de Hombres. Fue llamado por un bando militar y su padre le aconsejó que
se presentara al regimiento. Sus compañeros lo recuerdan como "uno de los más
alegres, siempre levantaba el ánimo".
Raúl Larravide López era alumno de la Universidad Técnica local y fue detenido
cuando asistía a clases. Alfonso Gamboa Farías, periodista, era director de la
radio "Atacama" y también se presentó voluntariamente ante un llamado por
bando militar. Fue trasladado al regimiento, donde lo interrogaron. Su esposa y
sus dos hijos pudieron verlo, bajo fuerte vigilancia armada, sólo cinco minutos por
día. Algo similar ocurrió con el joven locutor Jaime Sierra Castillo, a quien otros
prisioneros recuerdan como uno de los más torturados. Raúl Guardia Olivares,
quien fue detenido en Caldera, fue tan maltratado que apenas podía caminar y
tenía un brazo quebrado.
Pedro Pérez Flores, ingeniero de ejecución en minas, era profesor de la UTE local,
casado, dos hijos. "A Pedro se lo llevaron de la Universidad, mientras estaba
haciendo clases. El no quiso esconderse ni huir. No tenía nada que ocultar.
Después nunca lo volvimos a ver. Siempre se le mantuvo incomunicado en el
regimiento. Decía que era porque se negaba a hablar"; aseguró su cuñado Doris.
La esposa de Pérez, Nuri, era secretaria de la radio Atacama y fue detenida poco
después que él Fue condenada por un consejo de guerra a cinco años de prisión,
pero en 1976 se le conmutó la pena por exilio.
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También era profesor de Física, en la UTE local, el prisionero Leonello Vincentti
Cartagena. La clave, claro, era su cargo político: secretario general del Partido
Socialista.
No se registran datos acerca de Edwin Ricardo Mancilla Hess. Un informe del
oficial de Inteligencia del regimiento, mayor Carlos Brito, fechado el 13 de octubre
de 1973, asegura que se trataba del jefe local del MIR junto con Atilio Ugarte
Gutiérrez. No hay tampoco otros datos de este último.
Respecto de Winston Cabello Bravo, era un independiente de izquierda,
economista y el jefe de la Oficina Regional de Planificación Atacama-Copiapó.
Fue detenido al día siguiente del golpe militar, el 12 de septiembre, tras haber
asistido a una reunión de los jefes de servicios públicos con el comandante Oscar
Haag. Este lo retuvo, mientras todos abandonaban la sala, y le dijo que su jeep
había sido visto en "maniobras sospechosas". Llamó luego a un vehículo militar y
envió a Cabello detenido a la cárcel de Copiapó. Fue el primer preso político de la
zona. Luego fue trasladado al regimiento, donde su familia pudo verlo tres veces
por semana.
Más tarde, el 27 de septiembre, fue detenido su cuñado, el ingeniero comercial
Patricio Barrueto Céspedes, quien lo había reemplazado en la jefatura de Orplan.
En la noche del 16 de octubre, ambos se vieron en el regimiento. Según declaró
Zita Cabello, "mi marido tuvo facilidades esa noche para llamar por teléfono a
Malloco, donde estaba nuestra madre, Elsa Bravo. Le anunció que ambos iban a
salir libres al sábado siguiente, que no se preocupara, que todo estaba bien".
Y continúa el dramático relato de Zita Cabello: "pasada la una de la madrugada del
17 de octubre, llegó a mi casa Adolfo González, secretario del fiscal militar de
Copiapó, a decirme que habían sacado a Winston del regimiento y lo habían
muerto. Estaba borracho y no le creímos. Se quedó durmiendo en un sillón de la
casa. Fuimos a la mañana siguiente al Regimiento, pero seguía acordonado.
Pregunté a un teniente si habían fusilado presos políticos. "Aquí no se fusila a
nadie", me dijo. Nos fuimos a la casa del cuñado de Adolfo González (un militar) y
nos confirmó que habían sido sacados y fusilados. El 18 apareció en el diario que
los habían ejecutado porque pretendieron escapar. Luego Adolfo González dijo
que todo el 17 estuvo reconociendo cadáveres con el médico legista. Eso fue a la
subida del cerro, a la salida de Copiapó".
Más aún. Adolfo González les dijo que "el general Sergio Arellano Stark estuvo,
desde que llegó el 16 de octubre, encerrado con tenientes de Copiapó y el mismo
González, viendo cómo ejecutar la orden de matar a trece personas. De esos
trece, el general Arellano traía de Santiago cinco nombres. Dos de esos nombres
eran el de mi hermano Winston y el del profesor Vincentti. "Consigan ocho más",
dijo Arellano. Y el secretario se puso a buscar, revisando los expedientes. Uno de
los tenientes que participó en esa revisión era de apellido Ojeda. Adolfo dijo que a
Vincentti lo mataron en el regimiento, con un corvo. Los tenientes y Adolfo se
emborracharon primero en el Regimiento. Como a las once de la noche, los
tenientes más la comitiva de Santiago visitaron los dormitorios de los presos.
Después apareció otro teniente con una lista. Leyeron la lista y se los llevaron a la
cárcel. Encapuchados, los subieron a todos en un camión. Luego, a la salida de
Copiapó, los hicieron bajar y correr. Mi hermano se negó a bajar y lo mataron con
un corvo. El teniente Ojeda participó en la ejecución". Estos últimos macabros
61
detalles le fueron relatados a Zita Cabello por un médico que debió atender a un
militar que se trastornó tras los hechos y debió recibir ayuda psiquiátrica.
Adolfo Palleras Norambuena - 27 años, dirigente poblacional y comerciante del
Mercado de Copiapó - ingresó a la cárcel el 15 de octubre. Su hermana, la
fotógrafa María Angélica Palleras, recuerda que lo visitaron el día 16: "estaba
tranquilo, pero supimos que había sido torturado porque tenía heridas en las
muñecas". Adolfo pidió que le llevaran almuerzo el 17, día que - según les dijo -
enfrentaba al Consejo de Guerra. Pero cuando se preparaban para llevarle su
vianda, supieron que estaba muerto. Angélica recuerda que, en su
desesperación, atravesó la ciudad, llegó al regimiento y se aferró a las rejas
llorando y gritando: ¡asesinos, asesinos!
Agrega su relato: "Nunca pudimos ver su cuerpo. Los enterraron a todos
sigilosamente, bajo fuerte guardia militar. Algunos familiares recibieron un
certificado de defunción firmado por el oficial civil de Copiapó, don Víctor Bravo
Monroy. A él lo sacaron de su hogar en la madrugada del 17 para que realizara el
trámite. Fue la única persona que pudo constatar el estado de los cuerpos, Días
más tarde renunció a sus funciones. En los certificados aparecía como causa de
muerte: herida a bala. Todas las gestiones que hicimos, no resultaron. Incluso
nos prohibieron seguir pidiendo antecedentes. Sólo dijeron que no había sido
determinación de las autoridades locales, que había venido un general desde
Santiago con órdenes superiores y que ellos no podían responsabilizarse de
nada".
Mientras las familias se iban enterando de los trágicos hechos, en el regimiento la
conmoción fue evidente para los prisioneros. Según Lincoyán Zepeda, "la primera
información que tuvimos fue proporcionada por un soldado. Nos dijo que había
pasado una noche muy mala por los gritos horrorosos que había escuchado".
Como a las nueve de la mañana, sus sospechas fueron confirmadas por
suboficiales: "Nuestros compañeros habían sido asesinados. Algunos soldados, al
darnos la noticia, se mostraban conmovidos y visiblemente acongojados. Durante
ese día y el siguiente pudimos completar la información. Nos contaron que los
compañeros no habían sido fusilados, sino que masacrados en vida. Algunos
suboficiales tenían testimonios sobre huellas de cuchillo y corvo en los cuerpos de
los ejecutados. Incluso contaron que uno de los detenidos fue asesinado en el
regimiento en presencia del Comandante, el que quedó helado, sin poder
reaccionar ante la brutalidad de este grupo que acompañaba al general Arellano".
Aquí el relato de Zepeda coincide con la versión dada por el secretario regional del
Partido Socialista, Leonello Vincentti, cuando dice: "Parece que hubo uno que se
les encachó". Quizás Vincentti - presintiendo lo que sucedería - intentó resistirse,
al igual que lo hizo el secretario regional del PS de La Serena, profesor Mario
Ramírez.
****
La familia de Adolfo Palleras interpuso una querella por homicidio en noviembre de
1985. El juez alcanzó a realizar varias diligencias que resultaron claves para
aclarar algunos puntos en este caso de Copiapó, antes de que la justicia militar
62
clausurara la investigación mediante la "ley de amnistía". De la cárcel se obtuvo la
constancia del día y hora en que fue sacado:
"Miércoles 17 de octubre de 1973. Folio N° 50. Párrafo N° 45, siendo las 00.30
horas y por orden de la Fiscalía Militar de Copiapó, se hace presente en este
cuerpo de guardia el capitán de Ejército Sr. Patricio Díaz Araneda con orden de la
Fiscalía Militar
(verbal) a que le fuera entregado el recluso por dicho tribunal,
Adolfo Palleras Norambuena, quien fue entregado en presencia del suboficial
mayor de Ejército , señor Orlando Luke Smith y para constancia firma conforme".
Además, el fiscal militar de Copiapó le informó al juez que "revisada la
documentación de esta Fiscalía, no hay constancia de haberse instruido ninguna
causa en contra de Adolfo Palleras". Es decir, Palleras ni siquiera alcanzó a ser
procesado por algún supuesto delito. Agregó el fiscal militar- -a fines de 1985-
copias de cuatro oficios que encontró en la documentación.
1 -Fechado el 16 de octubre, donde el entonces alcaide de la cárcel - suboficial
Orlando Luke- -informaba que "dada la inseguridad del recinto penal por exceso
de recluidos, se estarían realizando reuniones nocturnas de los individuos más
peligrosos para intentar una fuga".
2 -Fechado el 17 de octubre, donde el fiscal militar - mayor Carlos Enriotti Bley -
oficia al fiscal militar de La Serena enviando "la siguiente relación de detenidos
que por su alto grado de peligrosidad y falta de capacidad de la cárcel pública y
regimiento Ingenieros N° 1 de Copiapó, deben ser recluidos en la Cárcel de La
Serena
".
3 -Con fecha 16 de octubre, donde el comandante Oscar Haag pide la fosa común
para los muertos. Textual:
EJERCITO DE CHILE
1 DIVISION
REGTO. N° 1 "ATACAMA"
Copiapó, 16 de octubre de 1973
DEL JEFE DE LA ZONA EN ESTADO DE SITIO DE ATACAMA
AL SR. ADMINISTRADOR DEL CEMENTERIO
DEL SERV. NAC. DE SALUD
Esta Administración se servirá dar las facilidades del caso para la sepultación de
los siguientes individuos, en fosa común, fallecidos en tentativa de fuga:
(viene listado de nombres)
OSCAR HAAG BLASCHKE
TCL.
Jefe de Zona en Estado de Sitio.
4- Fechado el 17 de octubre, donde el capitán Patricio Díaz Araneda da cuenta al
comandante Haag sobre lo ocurrido. Textual:
EJERCITO DE CHILE
63
I DIVISION
REGTO. ING. N° 1 "ATACAMA"
OBJ: Informa sobre Fuga y Ejecución de detenidos.
Ref: Oficio FISMIL N° 201 de fecha
17 de Oct. 1973
Al Fiscal Militar de La Serena
Copiapó
, 17 de Oct. de 1973
DEL CAPITAN PATRICIO DIAZ ARANEDA
AL SR. CDTE. DEL REGIMIENTO
1. En cumplimiento a la Orden dada en el sentido de trasladar a la Fiscalía Militar
de La Serena la cantidad de 13 (trece) detenidos por complicidad en actos
extremistas, informo a Ud., que el día 17. Octubre. 1973, aproximadamente a las
01.00 horas se sucedieron los siguientes hechos:
a) Al recibir la Orden de trasladarme a La Serena, dispuse el alistamiento del
camión P:A:M: 5354 con su conductor y tres guardias para efectuar el traslado de
los detenidos al lugar dispuesto.
b) La salida del Cuartel se realizó aproximadamente a las 01.15 horas.
c) Antes de llegar al término de la subida de la Cuesta Cardones y debido a fallas
producidas en el Sistema Eléctrico, el vehículo debió ser detenido y estacionado
en la berma. La falla eléctrica produjo el apagón de la totalidad de las luces del
camión.
d) En atención a la panne producida el chofer, dos guardia y el suscrito
procedimos a buscar el origen, dejando a cargo de los detenidos un guardia
ubicado en la carrocería.
e) En un momento de descuido del guardia, los detenidos procedieron a
empujarlo fuera del camión, produciéndose con ello la fuga masiva de todos ellos.
f) En atención a ello, y viendo que el alto dispuesto no produjo la reacción de los
prófugos, hice un tiro de advertencia al aire y como ello tampoco diera resultado,
ordené hacer fuego en contra de sus personas, produciéndose la muerte de los
trece por efecto de los tiros.
g) Acto seguido y con el personal que iba en el camión como Guardia, se
procedió a recoger los cuerpos, los que fueron traídos en él hasta el Predio Militar
para los fines que corresponde.
2.- Lo sucedido lo informo al Sr. Cdte., del Regto., debido a que el alto concepto
de peligrosidad de los prófugos, no permitía otra resolución.
3 - Su conocimiento y Resolución.
Saluda a Ud.
PATRICIO DIAZ ARANEDA
Capitán.
¿Qué pasa con las fechas? ¿Simple descuido? ¿O un desordenado intento de
ocultamiento de lo realmente ocurrido? Para colmo, toda la historia del envío de
prisioneros a La Serena queda desmentida por el propio comandante Ariosto
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Lapolstol. Porque no se podía enviar prisioneros a otra región, sin previa
autorización del jefe de zona en estado de sitio que debía recibirlos. Y el coronel
Lapostol no tuvo dudas al respecto cuando se lo pregunté: "Como a las 19,30
horas del 16 de octubre, me llamó el comandante Haag desde Copiapó para pedir
que recibiera a un grupo de detenidos. Respondí que era imposible, que no tenía
hueco".
****
Esta confusión de fechas - que incluso provocó que algunos medios de
comunicación aseguraran que todo había ocurrido al anochecer del 15 o en la
madrugada del 16 de octubre - sirvió para que la defensa del general Arellano
afirmara lo siguiente: "Esos prisioneros ya estaban muertos cuando mi padre llegó
a Copiapó. Más aún, nadie le informó de lo sucedido y sólo lo supo cuando volvió
a Santiago, escuchando la radio Moscú. Desde entonces, comenzó a escuchar el
informativo chileno de esa radio todos los días".
Primera incongruencia: salió de La Serena a las seis de la tarde del día 16 y llegó
a Copiapó poco después de las siete de la tarde, según lo afirma el comandante
Lapostol. Es decir, el general Arellano estaba en Copiapó cuando murieron esos
trece prisioneros, poco después de la una de la madrugada del 17 de octubre.
Segunda incongruencia: no es posible que, de haber sucedido la masacre horas
antes de su llegada, nadie se lo haya informado al Delegado del Comandante en
Jefe, especialmente si dicho Delegado venía con la expresa misión de "acelerar
procesos y aunar criterios en materia de administración de justicia". Cualquiera
que conozca mínimamente al Ejército, sabe que ello es imposible. Más aún, ¿por
qué ocultárselo si sólo se trató de prisioneros que intentaron fugarse y "pagaron
cara su osadía"?
Sigue la defensa del general Arellano: "En Copiapó se habían dictado CUATRO
condenas a muerte, firmadas por el comandante Haag. Mi padre reconoce que les
dio su visto bueno, que no se opuso a su cumplimiento. Se trataba de las
condenas a muerte de García, Castillo, Tapia y Lira".
¿Cuatro condenas a muerte? Nombres nuevos: Ricardo García Posada,
Manguino Castillo Arredondo, Benito Tapia Tapia...y ¿Lira? Intentando averiguar
de qué Lira habla el general Arellano, encontré unas pocas líneas en el libro "La
historia oculta del régimen militar". En la página 28, refiriéndose a los prisioneros
de Copiapó, dice: "Uno de los detenidos, el gerente de personal del mineral de
cobre El Salvador, Francisco Lira, había sido rescatado por una mano amiga
desde la cárcel. Cuando viajaba en un bus rumbo a Santiago, escuchó por radio
que sus compañeros habían sido fusilados".
Respecto de los otros tres, comencemos por Ricardo García Posada, funcionario
de la CEPAL, ingeniero y economista, gerente general de la mina cuprífera de El
Salvador (Cobresal). Su esposa, Rolly Baltiansky Grinstein, hizo un completo
relato de los hechos:
"Para el golpe, Ricardo estaba en el mineral y se comunicó telefónicamente con la
autoridad militar más cercana, el mayor de Carabineros Luis Alarcón Gacitúa, con
puesto en Potrerillos, a 40 kilómetros de El Salvador. El mayor le dijo que él
seguía fiel al gobierno constitucional y, por tanto, que estuviera tranquilo. Pero,
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poco rato después, el oficial de Carabineros del destacamento de El Salvador,
capitán Ormeño, le exigió la entrega de la empresa. Ricardo le dijo que había
hablado con su superior y que pedía una reunión para aclarar las contradicciones.
Ormeño se negó diciendo: "quien da las órdenes soy yo".
"El 12 de septiembre, ya enterado oficialmente de la muerte del Presidente
Allende, pidió a los trabajadores que abandonaran el lugar e hizo entrega de las
instalaciones al ingeniero Orlando González, el ejecutivo más alto que estaba
presente. Fue a Potrerillos e hizo entrega de su cargo al mayor de Carabineros,
Luis Alarcón. En ese momento, entró a la oficina el teniente Soto, comunicando
que la Guarnición Militar de Copiapó emitía órdenes de arresto contra los
funcionarios de la empresa allí presentes. "por haber sustraído dinero y haberse
fugado a la Cordillera en dirección a Argentina en vehículos de la empresa". Se
produjo una carcajada general y el mayor Alarcón llamó por teléfono a Copiapó
para desmentir el hecho. Les pidió que, mientras tanto, acataran un arresto
domiciliario.
"Ricardo, junto al periodista Fernando Orduña, fue enviado a la "Casa de
Directores" del campamento. Posteriormente me enviaron a mí, con nuestros dos
pequeños hijos, de 3 y 7 años, al mismo lugar. El 14 de septiembre,
sorpresivamente, fue trasladado a la Cárcel Pública de Copiapó por fuerzas de
Carabineros. Lo visité ahí dos veces, tres minutos cada entrevista. En ningún
momento fue notificado para comparecer ante Tribunal alguno. Decidí contactar al
abogado Frigolett. Es que ingenuamente creí en lo que las autoridades militares
de la zona me dijeron: que habría juicio y, por lo tanto, la debida defensa.
"El 15 de octubre me dijeron que el proceso se llevaría a cabo en Potrerillos, con
procedimiento de tiempo de guerra, que el fiscal sería el mayor de Carabineros
Alarcón y como ayudante actuaría el capitán Ormeño y el teniente Manlio
Córdova, actuando como juez militar el Jefe de la Zona, es decir, el comandante
Haag.
Y continúa el relato de Rolly Baltiansky:
* - Fui a Potrerillos y el mayor Alarcón me dijo que pediría "una pena de tres años
para Ricardo por el solo hecho de haber sido Gerente General de la Empresa".
Tranquila con esta información , retorné a Copiapó. El día 16 de octubre fui a
visitarlo a la cárcel, en horas de la mañana. No estaba llí. Me dirigí al Regimiento
donde me dijeron que tampoco estaba ahí. En el momento que hablaba con un
funcionario militar, casualmente pude divisar a mi marido en el patrio del
regimiento, caminando maniatado y custodiado por dos militares a su lado. Yo lo
llamé tratando de acercarme, pero él me hizo un gesto de que no podía hablar,
que me fuera. Fue la última vez que lo vi con vida.
* "El día 18 de octubre apareció en el diario "Atacama" de Copiapó una lista de
trece personas muertas por intento de fuga. No estaba su nombre... Intranquila,
pedí una entrevista con un mayor de Ejército de apellido Enryotti (ella entendió
Andreotti). Fui acompañada por la señora María Tapia, esposa del dirigente
sindical Benito Tapia. Al exigirle mayores noticias sobre la suerte de nuestros
cónyuges, bajó la vista, señalándonos que nos enviaría información por escrito
esa misma tarde.
* "Pasaban y pasaban las horas. Me desesperé y decidí ir como a las 18 horas
donde el abogado que había contratado, Frigolett, pidiéndole que hiciera algo. Y
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en el momento en que él me decía "a su marido no le va a pasar nada, recuerde
que él fue funcionario de las Naciones Unidas", entró María Tapia con un sobre en
la mano, los ojos muy abiertos, gritando:...¡LOS MATARON!"·
En el sobre, un papel insignificante notificaba lo siguiente:
Copiapó, 18 de octubre de 1973
En cumplimiento de una sentencia dictada por el Consejo de Guerra, de fecha 17
de octubre de 1973 y aprobada por la H. Junta de Gobierno, el día 18 de octubre a
las 04.00 horas fueron ajusticiados, en fusilamiento, los reos Ricardo García
Posadas, Benito Tapia Tapia y Manguino Castillo Arredondo.
Los condenados serán entregados a sus familiares para su sepultación en la
Morgue
local, prohibiéndose la salida de los restos fuera del recinto del
cementerio, conforme a las disposiciones penales vigentes para estos casos.
La sepultación será sin ceremonia alguna y con asistencia de no más de 5
personas y debe realizarse hasta las 19.00 de hoy.
Secretario del Consejo
Continúa el relato de Rolly: "En ese momento remecí al abogado y le grité:
¡Usted tenía que defenderlo, por qué no lo hizo!" Y el respondió, temblando y
desplomado en un sillón: "Pero, señora, si me dan horas y días para defender a
criminales y para su marido no me dieron ni un minuto". Corrí al cementerio, pero
allí no se me permitió ver sus restos. Ese día el toque de queda se adelantó para
las 20 horas, por lo tanto fui obligada a abandonar el Camposanto. A la mañana
siguiente, fui a primera hora al cementerio y el cuerpo de Ricardo ya había sido
sepultado. Sólo se leían sus nombres en un pedazo de madera. Luego las
cruces, al igual que las sepulturas, desaparecieron. Hasta hoy no sabemos dónde
están enterrados".
La viuda, quien es funcionaria de la ONU en México, agregó: "en el diario de
Atacama se publicó, dos días después del fusilamiento, que fue sentenciado por
incitar a la violencia y por intento de paralizar el mineral, cosa bastante difícil
puesto que estuvo preso desde el 12 de septiembre de 1973". Recibió dos
distintos certificados de defunción. El primero, extendido en 1973, asegura que la
causa fue "ejecución militar". El segundo, obtenido años más tarde, dice "impacto
de balas".
Un amigo de Ricardo, el geólogo Patricio Villarroel, fue detenido el mismo 18 de
octubre, horas después del fusilamiento. Y le aseguró a la viuda que, en el
regimiento, todos comentaban que era responsable de los fusilamientos un grupo
militar que vino desde Santiago en helicóptero: "Vinieron de Santiago y no te
olvides de un nombre: Arellano Stark".
****
Como Ricardo García Posadas cayeron los dirigentes sindicales Benito Tapia y
Manguino Castillo. Todo indica que, en este caso, la responsabilidad por sus
muertes fue asumida por el comandante del regimiento, teniente coronel Oscar
67
Haag, quien culpó al general Arellano de las otras trece. Así debió informarlo
tardíamente a su superior, el comandante en jefe de la Primera División - con
asiento en Antofagasta - general Joaquín Lagos Osorio.
Y su informe fue recogido por el general Lagos cuando, el 31 de octubre de 1973,
la COFFA (Comando de las Fuerzas Armadas), organismo que él no conocía, le
pidió tanto la nómina como el número de ejecutados en su zona jurisdiccional.
Textualmente, el general Lagos informó:
I -Copiapó
a) Por resolución del Comandante de Copiapó: 3
b) Por el Delegado del Comandante en Jefe del Ejército (general Arellano): 13
Lo ocurrido en Copiapó buscó ocultamiento en la falsa fuga de prisioneros y en la
confusión de fechas e informes. Eso aparte de que el teniente coronel Haag no lo
informó oportunamente a su superior, y ni el general Arellano ni el coronel
Arredondo - a su llegada a Antofagasta - "dijeron nada de lo que habían hecho,
especialmente la noche anterior, en Copiapó", como declaró años más tarde el
general Lagos.
Había que aclarar este episodio con el propio comandante Oscar Haag Blaschke.
Mi petición de entrevista tuvo como respuesta una carta debidamente firmada, en
la que expresó:
"Cuando a mediados del mes de octubre de 1973 ocurrieron los hechos, yo tenía
el grado de Teniente Coronel y me desempeñaba como Comandante del
Regimiento y Jefe de Zona en Estado de Sitio de Copiapó".
"En esa oportunidad se encontraba en el Regimiento una comisión especial,
presidida por una alta autoridad de grado jerárquico y con atribuciones superiores
a las que yo poseía. Esto es indesmentible pues es de conocimiento público",
"En estos hechos mi única participación, en mi calidad de Jefe de Zona en Estado
de Sitio, fue el de disponer la identificación de los cadáveres por personal
especialista del Registro Civil e Identificación local, quien extendió y entregó en
esa oportunidad a las familias los correspondientes certificados de defunción, para
los efectos legales".
"Terminado lo anterior, dispuse la sepultación inmediata de los muertos en el
cementerio de Copiapó. Ahora, en relación a la declaración que en mi calidad de
Jefe de Zona hice a la prensa, y que fue publicada al día siguiente en el diario
"Atacama" de Copiapó, ella correspondió a las informaciones que se me dieron en
esa oportunidad".
Oscar Haag B.
Pese al lacónico y teutón estilo del coronel Haag Blaschke, su declaración es
clara: la masacre de los trece prisioneros de Copiapó fue perpetrada por la
comitiva del general Arellano y él nada pudo hacer para impedirlo porque se
trataba de "una comisión especial, presidida por una alta autoridad de grado
jerárquico y con atribuciones superiores a las que yo poseía".
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Y termina diciendo el coronel Haag que preparó y difundió un bando militar,
sosteniendo que los trece prisioneros fueron muertos al intentar fugarse, porque
así le fue informado ese día por dicha "comisión especial".
Capítulo VII: ¿Qué vamos a hacer, mi general?
Desde Copiapó, el 17 de octubre como a las 10.00 horas, el general Sergio
Arellano Stark llamó al general de brigada Joaquín Lagos Osorio para comunicarle
que llegaría a Antofagasta en la mañana del 18. "Me pedía permiso para entrar a
mi Zona Jurisdiccional, pues venía en helicóptero por orden del Comandante en
jefe del Ejército, a uniformar criterios sobre la administración de justicia", aseguró
Lagos.
Arellano debía ser sumamente cuidadoso con el protocolo porque si bien él venía
investido con el cargo máximo (Delegado de la Junta Militar de Gobierno y del
Comandante en Jefe del Ejército), el general Lagos - comandante de la Primera
División
- era más antiguo que él y eso lo transformaba en "superior". No le dijo
por teléfono que era "delegado", ni tampoco lo hizo personalmente cuando llegó a
Antofagasta. Obvió el punto hasta el final de este episodio, según el general
Lagos.
* - Me informó que llegaría a Antofagasta al día siguiente, 18 de octubre de 1973,
alrededor de las 10.00 horas y que necesitaba alojamiento para diez personas. Le
contesté que descendiera en el Regimiento Esmeralda, y que él tendía alojamiento
en mi casa. Al preguntarle con quién más venía, me mencionó - entre otros - al
Teniente Coronel Sergio Arredondo González, quien había sido Segundo
Comandante cuando me había correspondido mandar el Regimiento Coraceros,
razón por la cual le comuniqué que el Comandante Arredondo también tendía
alojamiento en mi casa - aseguró el general Lagos trece años más tarde.
Tras esta conversación, dio instrucciones al Jefe de Relaciones Públicas que tenía
en la Intendencia, mayor Manuel Matta Sotomayor, y a su ayudante, capitán Juan
Zanzani Tapia, para que prepararan la llegada de esta delegación.
* - Esa misma llamada recibí un llamado telefónico del General Oscar Bonilla,
Ministro del Interior, quien me insinuaba la posibilidad de que las personas
sometidas a proceso fueran detenidas por el Colegio de Abogados de Antofagasta
- agrega el general Lagos, quien de inmediato citó a la directiva de ese Colegio a
una reunión en su oficina.
Alrededor del mediodía, la directiva se presentó con su presidente a la cabeza -
José Luis Gómez Angulo - y con los directores Mahomud Tala Rodríguez, Ignacio
Rodríguez Papic, Carlos Marín Salas, Horacio Chávez Zambrano y Luis
Fernandois. El general Lagos les planteó lo pedido por el general Bonilla,
explicándoles que se buscaba "conseguir una recta administración de justicia,
constituyendo una garantía de que se respetarían las normas procesales y que se
defendería adecuadamente a los procesados. Todos sin excepción aceptaron mi
petición, junto con agradecer esta medida".
Después de esa reunión, tuvo una entrevista con el abogado capitalino Gastón
Cruzat Paul y con el antofagastino Luis Fernandois. Cruzat venía en
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representación de la familia del prisionero Eugenio Ruiz Tagle Orrego y le solicitó
que la defensa ante el consejo de guerra fuera hecha por el abogado Fernandois.
"Les manifesté que conforme al acuerdo recientemente contraído con el Colegio
de Abogados, no había ningún inconveniente en que así fuera", señaló Lagos.
El jueves 18 de octubre, como a las 10.00 horas, el general Lagos fue al
regimiento Esmeralda a recibir al general Sergio Arellano y su comitiva: el teniente
coronel Sergio Arredondo González, los mayores Pedro Espinoza y Marcelo
Moren Brito; y los tenientes Juan Chiminelli y Armando Fernández Larios. El
helicóptero era piloteado por el capitán Emilio de la Mahotier.
* - A su llegada, le pedí al general Arellano que me informara el motivo de su
visita. Me contestó que traía la orden del Comandante en Jefe del Ejército,
general Augusto Pinochet Ugarte, de uniformar criterios sobre la administración de
justicia, lo que me pareció razonable dada la situación que vivíamos y consideré
que esto venía a reforzar lo que me había pedido el general Bonilla el día anterior -
recordó Lagos.
El general Arellano pidió, además, una reunión con el personal de la Guarnición
Militar
- oficiales y cuadro permanente - argumentando que traía un especial
encargo del Comandante en Jefe del Ejército. Lagos le pidió detalles y contestó
que se trataba de la conducta del personal en los momentos que vivía el país.
Lagos le replicó que el mismo Pinochet había estado recién en Antofagasta y ese
tema lo había tratado extensamente con el personal, amén de que tanto él como
sus comandantes de unidades insistían permanentemente en el asunto. Pero
Arellano insistió y Lagos dispuso una reunión en la Escuela de Unidades
Mecanizadas, donde él mismo fue a presentarlo ante el personal militar. Recordó
Lagos de esa reunión:
"El general Arellano centró su exposición sobre la conducta del personal, la que
debía ser ejemplar, evitando todo abuso de poder. Al final, yo le comenté que
nada nuevo había aportado con su exposición. Luego nos fuimos con el general
Arellano y el comandante Arreondo a almorzar a mi casa, y el resto de la
delegación fue al Hotel Antofagasta, donde tenía sus reservaciones. Antes de ir a
almorzar, le comuniqué al Jefe de Estado Mayor de la División, coronel Sergio
Cartagena, que dispusiera lo necesario, por cuanto en la tarde el general Arellano
trabajaría en mi oficina de la División y yo lo haría en la Intendencia. Además, le
pedí que ordenara al auditor de la División, teniente coronel Marcos Herrera
Aracena, que le mostrara al general Arellano los sumarios fallidos y los en
proceso, para que vieran en conjunto y en forma práctica los nuevos
procedimientos que traía el general Arellano, a fin de que se hiciera un
memorándum para un posterior análisis conmigo".
"Durante el almuerzo se habló únicamente de la situación de Santiago, y ni el
general Arellano ni el comandante Arredondo dijeron nada de lo que habían
hecho, especialmente la noche anterior en Copiapó, dependiente de mi División.
Por otra parte, el Comandante de esa Unidad, Teniente Coronel Oscar Haag
Blaschke, nada me había informado. Terminado el almuerzo, nos retiramos a
nuestros lugares de trabajo: el general Arellano a mi oficina de la División y yo a la
oficina de la Intendencia".
Por la tarde, informaron al general Lagos que el propio general Pinochet venía en
vuelo desde Santiago rumbo a Iquique y su avión haría escala de mantenimiento
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en Antofagasta. Avisó a los jefes locales de la Armada, la Fuerza Aérea y
Carabineros, así como al general Arellano.
"Alrededor de las 18,30 horas nos encontrábamos en el hangar del aeropuerto,
pero faltaba el general Arellano. Pasados unos instantes, los Jefes de las Fuerzas
Armadas y de Orden de Antofagasta me preguntaron qué le pasaba al general
Arellano que no se encontraba con nosotros y que estaba con su gente en la pista,
alrededor de 100 metros de donde estábamos. Les contesté que no me había
dado cuenta y no sabía a qué se debía esa actitud; junto con ello les expliqué la
razón de su viaje, ajustándome a lo que el general Arellano me había informado.
Al llegar el avión del Comandante en Jefe del Ejército, me acerqué a saludarlo y
junto con ello le informé que Antofagasta estaba en la más absoluta calma.
Después de saludar a los otros jefes institucionales, entre los que también estaba
el general Arellano que se había acercado, le informé de la conversación que
había tenido con el general Bonilla y de mi gestión con la Directiva del Colegio de
Abogados de Antofagasta. De esa conversación fueron testigos los Jefes
Institucionales de Antofagasta, así como también el general Arellano".
El general Pinochet sabía que se encontraría con Arellano y su comitiva en
Antofagasta. Prueba de ello es que buscó especialmente saludar al teniente
coronel Sergio Arredondo para darle la buena noticia: lo había designado director
de la Escuela de Caballería, nombramiento que normalmente recaía en un coronel
de la especialidad.
Cuando partió el avión del general Pinochet, el general Lagos ofreció llevar de
regreso a la ciudad - en su auto - al general Arellano: "en vista de esto, el
Comandante Arredondo, que estaba presente, me pidió el vehículo que le tenía
asignado al general Arellano. Yo pensé que iría a visitar a un hermano que tenía
en Antofagasta. Además, en ese encuentro, el General Pinochet le había
comunicado que lo había nombrado Director de la Escuela de Caballería. Por lo
cual accedí a la petición que me formuló y le envié saludos a su hermano, a quien
conocía".
En el trayecto del aeropuerto a la casa de Lagos, el automóvil que transportaba a
los dos generales fue conducido como acostumbraba hacerlo el chofer:
respetando todas las señales del tránsito.
* El general Arellano se extrañó y me dijo que eso era una estupidez, que había
que saltarse todas las señalizaciones y hacer que los escoltas abrieran paso. Le
contesté que me parecía algo innecesario y, más aún, una prepotencia. Ni
siquiera se justificaba por razones de seguridad, ya que en Antofagasta vivíamos
en un clima de paz - me aseguró el general Lagos, recordando detalles de lo
sucedido ese día 18 de octubre de 1973, en la entrevista que sostuvimos casi 16
años después.
* Una vez en su casa y antes de pasar a comer, el general Lagos preguntó al
general Arellano cómo estaba la forma de administración de justicia en
Antofagasta en relación a las instrucciones superiores que traía: "me contestó que
nada de importancia había, y que al día siguiente conversaríamos respecto a
detalles que ya había hablado con el auditor. Mientras comíamos, llamó por
teléfono el comandante Arredondo; yo lo atendí y era para disculparse porque no
alcanzaría a comer con nosotros. Pensé que estaba en casa de su hermano.
Antes de terminar de comer, el general Arellano demostró preocupación porque
71
durante el día no había estado con la gente que andaba con él y que estaba en el
Hotel Antofagasta. Yo le manifesté que no se preocupara, que yo mismo lo
llevaría en mi auto a reunirse con ellos en el Hotel. Hoy recuerdo que no volvió a
mencionar esta preocupación y después de comer nos retiramos a nuestros
aposentos, sin que el comandante Arredondo hubiera llegado".
* "Al día siguiente, el 19 de octubre de 1973, después del desayuno, que se sirvió
en las habitaciones de cada uno, cuando eran pasadas las 08.00 horas y estando
listos para dirigirse al helipuerto del Regimiento Esmeralda, para la partida del
General Arellano a Calama, llegó el auditor de la División, teniente coronel Marcos
Herrera Aracena, a sacarle unas firmas al general Arellano. Según me informó el
mismo general Arellano, eran por el trabajo efectuado el día anterior. Después de
la partida del helicóptero del General Arellano a Calama, no se me informó nada
de nada anormal. Me fui a la oficina de la Intendencia y estimo que serían
alrededor de las 10.00 horas del 19 de octubre de 1973".
No. El teniente coronel Arredondo no había ido a ver a su hermano la noche
anterior. Y eso lo supo dramáticamente el general Lagos apenas llegó a la
Intendencia. El
mayor Manuel Matta - jefe de relaciones públicas - pidió hablar con
él y entró a la oficina con el rostro desencajado:
* - ¿Qué vamos a hacer ahora, mi general? - dijo el mayor Matta.
* - ¿Hacer de qué? -preguntó - el general Lagos, intrigado.
* - Pero...¿cómo? ¿Acaso no sabe, mi general, lo que ocurrió anoche? - inquirió
Matta con mezcla de asombro y espanto.
* - Pero, ¿de qué está hablando? - dijo Lagos.
* - De veras, mi general...¿no lo sabe? - siguió balbuceando el mayor Matta.
* - No, no sé de qué me está hablando. ¡Dígalo de una vez por todas, mayor! - dijo
el general Lagos, ya molesto.
"Sólo entonces me informó que, en la noche, la Comisión del general Arellano
había sacado del lugar de detención a catorce detenidos que estaban en proceso,
los había llevado a la Quebrada del Way y los habían muerto a todos con ráfagas
de metralletas y fusiles de repetición; después habían trasladado los cadáveres a
la morgue del Hospital de Antofagasta y como ésta era pequeña y no cabían todos
los cuerpos, la mayoría estaban afuera. Los cuerpos estaban despedazados, con
más o menos 40 tiros cada uno y esos momentos así permanecían al sol y a la
vista de todos cuantos pasaban por ahí".
"Al oír de esta horrible masacre, quedé estupefacto, y sentí una enorme
indignación por estos crímenes perpetrados a mis espaldas, en un lugar de mi
jurisdicción. Ordené que armaran los cuerpos, los médicos militares y del
Hospital, y avisaron a los familiares y les hicieran entrega de los cuerpos, en la
forma más digna y rápida posible. Estando en esto, recibí el llamado de mi señora
esposa, desde mi casa, que me pedía explicaciones acerca de lo sucedido, pues
frente a la casa tenía a más de 20 mujeres llorando a gritos, que pedían la razón
de la muerte de sus esposos, hijos o hermanos y le rogaban su intercesión para
que les devolvieran los cadáveres.. En forma breve le expliqué a mi señora lo que
había sucedido, de lo cual estaba siendo informado recién y que haría en cuanto
se pudiera para entregar los cuerpos, en la forma más digna posible. Luego, entró
mi ayudante, el capitán Juan Zanzini Tapia, que me anunciaba que había llegado
la Directiva del Colegio de Abogados de Antofagasta y solicitaba con urgencia
72
hablar conmigo. Les hice pasar de inmediato, a pesar del estado anímico en que
me encontraba.
"La Directiva del Colegio de Abogados me manifestó que lamentaba no poder
prestarme la cooperación que les había solicitado el día anterior, después de lo
que había ocurrido la noche anterior, toda vez que habían sido muertos catorce
detenidos, sin mediar sentencia alguna. Les manifesté que en estos mismos
momentos había tomado conocimiento de lo sucedido; que todo se había
perpetrado a mis espaldas; que no había citado a Consejo de Guerra, ni menos
firmado sentencia alguna. Les agradecí la cooperación y les expuse que tal vez
sería la última vez que los vería, pues renunciaría al Ejército ante el Comandante
en Jefe del Ejército por estos hechos".
"Ese día fue muy duro para mí: arreglo y entrega de cadáveres a los familiares.
Recuerdo incluso que le pedí al padre José Donoso, a quien había designado
Capellán de la Cárcel, que comunicara a algunos familiares la ejecución de sus
parientes. Intenté hablar por teléfono con el Comandante en Jefe del Ejército que
estaba entre Iquique y Arica, lo que me fue prácticamente imposible. Deseaba
comunicarle urgentemente lo que el general Arellano y comitiva habían
perpetrado.
"En la tarde de ese día, efectué una reunión de Comandantes de Unidades de la
Guarnición
de Antofagasta, lo que se hizo en mi oficina de la División, y a ella
asistieron: el Jefe del Estado Mayor, coronel Sergio Cartagena (fallecido); coronel
Adrián Ortiz G., director de la Escuela de Unidades Mecanizadas; teniente coronel
Enrique Váldez P., comandante de la Unidad de Artillería; teniente coronel Lagos
Fortín, comandante de la Unidad de Telecomunicaciones y teniente coronel Juan
Bianchi G., comandante de la Unidad Logística. Mi primera pregunta hacia ellos
fue si tenían conocimiento de lo que había sucedido la noche recién pasada.
Todos guardaron silencio. A continuación pregunté quién había facilitado
vehículos para transportar a los detenidos a la Quebrada del Way y después los
cadáveres a la morgue. El coronel Adrián Ortiz G., director de la Escuela de
Unidades Mecanizadas me contestó que él. Le volví a preguntar por orden de
quién. Ya no me contestó. Les manifesté que era yo el que respondía y sólo con
mi autorización podían moverse vehículos y sobre todo para ser empleados en
tareas como éstas.
"Les enrostré su total carencia de lealtad y agregué que no tomaba medidas,
porque al día siguiente dejaría mi puesto a disposición del Comandante en Jefe
del Ejército que regresaba de Iquique a Santiago. Todos en forma unánime me
pidieron que no lo hiciera, dadas las circunstancias que vivía el país; pero les
representé que no aceptaba el atropello de que había sido objeto y, sobre todo,
estos crímenes que enlodaban al Ejército y al país, sin respeto alguno de las
normas legales existentes".
Este punto de su declaración judicial me fue ampliado por el propio general Lagos
más tarde: "El silencio de los Comandantes de Unidades se debió al estupor. No
entendieron mi pregunta porque todos estaban convencidos de que yo estaba al
tanto de todo, de que conocía los resultados de la misión del general Arellano. Así
que ni ellos entendían qué me pasaba y yo, furioso, no entendía que había
pasado. ¡Imagínese mi estado de ánimo! ¡Un general de la República había sido
mi huésped por pocas horas y, a mis espaldas, había ordenado el asesinato de
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catorce prisioneros, prisioneros que en su mayoría se habían entregado
voluntariamente confiando en mí, prisioneros por los cuales yo debía responder de
acuerdo a la Convención de Ginebra! Porque en la Escuela Militar y en los
"juegos de guerra" nos enseñaron a respetar la convención de Ginebra sobre el
Trato de Prisioneros. Debíamos protegerlos de todo acto violento y nos
esforzábamos en ser buenos "abogados" si nos asignaban su defensa en el
consejo de guerra. ¡Qué barbaridad, a mis espaldas masacrar a catorce
prisioneros indefensos!".
****
La noche de 18 al 19 de octubre de 1973 quedó marcada con sangre en la agenda
del general Joaquín Lagos, mientras un manto de duelo cubría los hogares de las
familias y amigos de las catorce víctimas de esta horrenda masacre, como lo
calificó el propio jefe de la zona en Estado de Sitio.
Los certificados de defunción - para todos - fueron idénticos.
Fecha: 19 de octubre de 1973
Hora: 01.30 horas.
Causa: anemia aguda, lesiones debidas a proyectil.
Públicamente, el general Lagos decidió mentir para así conservar su "ascendiente
sobre la ciudadanía". Primero, buscó separar a las víctimas en grupos, dando la
impresión de ejecuciones separadas. Luego, para cuatro casos usó el expediente
de acusarlos de "extremistas". La prensa de la época informó como sigue:
"El Mercurio" 21 de octubre de 1973
PLANEABAN ASESINATOS EN MASA EN ANTOFAGASTA
"Se procedió a la ejecución de Mario Silva Iriarte, Eugenio Ruiz Tagle Orrego,
Washington Muñoz Donoso y Miguel Manríquez Díaz, implicados todos en la
formación de los denominados "cordones industriales". El comunicado oficial de la
Oficina
de Relaciones Públicas de la jefatura de Zona en Estado de Sirio informó
que "las ejecuciones fueron ordenadas por la Junta Militar de Gobierno a fin de
acelerar el proceso de depuración marxista y de centrar los esfuerzos en la
recuperación nacional".
"La Defensa", Arica, 25 de octubre de 1973
CUATRO EXTREMISTAS FUERON FUSILADOS.
Antofagasta, 25.- Cuatro extremistas fueron ejecutados en la madrugada en
cumplimiento de una sentencia del Consejo de Guerra de esta ciudad: Mario Silva
Iriarte, Eugenio Ruiz Tagle Orrego, Washington Muñoz Donoso y Miguel
Manríquez Díaz. Los cuatro fueron capturados el pasado 12 de septiembre
cuando trataban de poner en práctica un siniestro plan marxista, como parte del
Plan Zeta para atacar y asesinar a miembros de las Fuerzas Armadas. Ahora han
pagado con sus vidas su nefasta acción sangrienta destinada a asesinar
compatriotas".
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En otros tres casos, informó como sigue:
"El Mercurio", 24 de octubre de 1973
EJECUTADOS TRES EXTREMISTAS
Un oficio de Relaciones Públicas de la Jefatura de Zona en Estado de Sitio
comunicó lo siguiente: "Por resolución de la Honorable Junta de Gobierno, el día
20 en la madrugada se procedió al fusilamiento de tres personas: Luis Eduardo
Alaniz Alvarez, Danilo Alberto Moreno Acevedo y Nelson Guillermo Cuello Alvarez,
comprometidos en activismo político y conspiración terrorista:
En los otros siete casos, la noticia fue entregada a los familiares por el capellán de
la Cárcel.
****
¿Quienes fueron realmente las víctimas de Antofagasta? De Mario Arqueros Silva
sólo se sabe que era el gobernador de Tocopilla. No se registran más
antecedentes en los organismos de defensa de derechos humanos, al igual que
en los casos del regidor por Tocopilla, Alexis Valenzuela Flores; José García
Berríos y Washington Muñoz Donoso, quien actuó como interventor de la CCU
local. Norton Flores Antivilio, 25 años, socialista, soltero, fue detenido el 1° de
octubre en su mismo trabajo como asistente social de Soquimich.
De Dinator Avila Rocco sólo se sabe que trabajaba en el mineral de "María Elena"
y que su proceso (rol 398-73 por infracción a la Ley de Control de Armas) recibió
sentencia dos meses después que estaba muerto. Un caso similar ocurrió con
Danilo Moreno Acevedo, chofer de la Corfo: su proceso (rol 396-73) tuvo sentencia
en enero de 1974. Fue sobreseído...por estar ya muerto. De Nelson Cuello
Alvarez y Darío Godoy Mancilla no hay antecedentes y de Luis Alaniz Alvarez sólo
se sabe que era estudiante de periodismo en la Universidad del Norte.
Normalmente esta carencia de antecedentes tiene dos causas: terror de las
familias al punto de impedirles todo contacto con organismos de defensa o
posterior exilio de las familias, con lo que dicho contacto se hizo imposible.
Veamos los casos registrados en los archivos. Marcos de la Vega Rivera era el
alcalde de Tocopilla, comunista, ingeniero de ejecución, 46 años, casado, tres
hijos. La historia relatada por su hermana es conmovedora:
"Después del golpe, la gente le decía que se fuera de Tocopilla, que se pusiera a
salvo. Pero Marcos respondía: ¿por qué me voy a ir si no he robado un peso, si
no le he quitado el puesto a nadie, si tengo al día los libros de la alcaldía, si no he
hecho nada malo? Así, trabajó hasta el 16 de septiembre en la alcaldía. Ese día
el diario publicó que había orden de detención contra las autoridades de Tocopilla.
Así que llegó en la tarde, pidió ropa gruesa, comió, pidió un mate caliente y se
sentó a esperar que llegaran. Carabineros rodeó la casa, entraron armados con
metralletas y se lo llevaron. Lo trataron muy mal. Un día, la señora del
gobernador, Mario Arqueros, fue a hablar con el fiscal militar y vio pasar a Marcos
con la boca ensangrentada. Se lo hizo notar al fiscal, pero en ese momento
75
pasaron con su esposo en iguales condiciones. El 14 de octubre lo vimos en la
cárcel de Tocopilla. Nos abrazó muy fuerte y nos pidió un catre de campaña
porque al día siguiente los llevaban a Antofagasta. De ahí en adelante, le
llevamos ropa limpia todos los días a Antofagasta. Pero el sábado 20 me
rechazaron la ropa en la cárcel. Hasta que el domingo 21, uno de los gendarmes
nos dijo que el capellán quería hablar con nosotras. Nos dijo que había muerto.
No podíamos creerle, porque Marcos no estaba enfermo. El insistió en que sólo
podía decirnos que estaba muerto. El lunes 22 fuimos a la Morgue, diciéndonos
entre nosotras: tienen que estar equivocados, debe ser un error".
Pero no había error. Ahí estaba Marcos de la Vega, alcalde de Tocopilla, muerto.
"Nos entregaron la ropa en una bolsa plástica. Era un charco de sangre. Sólo
pudimos ver su cara y una mano, en la que tenía una herida como si hubiera sido
clavado. La verdad es que varios cadáveres tenían la misma marca en las manos.
Era una herida profunda. Un oficial se enojó porque habíamos comprado una urna
con vidrio. Quería urnas selladas completamente. No nos dejaron velarlo. De la
Morgue
al cementerio, estaba lleno. La gente corría de un entierro a otro. Y en
Tocopilla, cuando se supo la noticia, la gente salió a la calle llorando. Tuvieron
que disparar tiros al aire para que se entraran. Después del entierro, nuestra
madre se acostó en su cama, y ahí mismo murió de pena cinco meses después.
Mi padre trató de ahorcarse, estaba desesperado. Una de las tres hijas de Marcos
gritaba que todos fuéramos a reclamar, para que nos mataran a todos. Al
principio, los tres niños parecían valientes y decían públicamente que a su padre
lo habían matado por ser comunista. Luego entraron en una fase de depresión.
La niña hablaba todo el día con su papá invisible. Tuvieron que irse a Holanda en
1976".
Miguel Manríquez Días tenía 24 años, casado, un hijo, era egresado de Educación
Física, socialista y trabajaba en la plantas de Inacesa (Industria Nacional del
Cemento). Fue detenido, el 24 de septiembre, en su casa. Su familia no pudo
verlo ya que estuvo incomunicado y su padre sólo se enteró de su muerte dos días
después de ocurrida: "mientras estaba en la capilla del colegio San Luis,
acompañando a los familiares de un amigo fallecido, se me acercó el sacerdote
José Donoso y me informó que mi hijo había sido fusilado"
En la morgue, el padre vio el cuerpo de Miguel Manríquez: "Las manos las tenía
amarradas con alambre, del usado en electricidad, y en el cuello tenía un pañuelo
negro. Pensé que, en algún momento, le habían vendado los ojos". Cuando fue a
retirar sus efectos personales a la cárcel de Antofagasta, se encontró en la puerta
con el notario Vicente Castillo, colaborador en los consejos de guerra, quien le dijo
a la pasada: "esto es terrible, ¡terrible!
Gerente de Corfo-Norte era Mario Silva Iriarte, abogado, socialista, 37 años,
casado, cinco hijos. Estaba - el día del golpe militar - en Santiago, en comisión de
servicios en Corfo-central. Escuchó su nombre en un bando militar y se fue de
inmediato a Antofagasta. Su esposa recuerda que "llegó en la madrugada del 12
de septiembre. Me dijo que había decidido presentarse a las autoridades porque
no había nada que ocultar. Fuimos a la Intendencia como a las ocho de la
mañana y quedó detenido. Por la tarde, junto con otros prisioneros, fue sacado de
allí. Nunca olvidaré su gesto al salir: levantó su puño. Los subieron en un camión
militar descubierto que se desplazó lentamente por las calles para que fueran
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observados por la gente. Lo llevaron a la base aérea de Cerro Moreno, donde
pude verlo engrillado, descalzo, rodeado de guardias que lo apuntaban con
metralletas. Luego lo trasladaron a la cárcel y me contó que varias veces le
habían hecho simulacros de fusilamiento. Traté de hablar con el fiscal militar,
teniente coronel Marcos Herrera Aracena, pero sólo conseguí verlo el 19 de
octubre. Ahí me dijo que mi marido había sido fusilado en horas de la madrugada
de ese mismo día".
* - Y pensar que se entregó voluntariamente. Porque él creía en el
profesionalismo de los militares y jamás los imaginó capaces de masacrar,
reflexiona en voz alta Graciela Alvarez.
Continúa su relato: "El general Lagos autorizó que lo enterráramos en Vallenar.
El ataúd venía sellado, no pudimos ver su cuerpo. En una camioneta y un furgón
que nos prestaron en Corfo, fuimos directamente al cementerio. No nos
autorizaron hacer un funeral ni ponerle una lápida".
La dolida familia del abogado Mario Silva Iriarte - obligada a abandonar la casa
asignada al gerente de Corfo de un minuto para otro - siguió sufriendo atropellos.
La casa de veraneo de Chañaral, adquirida en 1968, fue expropiada por decreto.
Y casi tres años más tarde, un nuevo golpe a la memoria del padre y esposo, en el
informe enviado a la OEA por el gobierno militar.
Textual:
"El Mercurio", 9 de junio de 1976.
"A Mario Silva Iriarte se le juzgó por el Primer Juzgado Militar de Antofagasta en el
proceso rol 349-73 por los siguientes delitos:
a) Asociación ilícita.
b) Poner en peligro la seguridad externa y la soberanía del Estado.
c) Malversación de caudales públicos.
d)Fraudes y exacciones ilegales.
Su participación en estos delitos se comprobó fehacientemente.
Mentira sobre mentira. Apenas recién asesinado, el general Lagos había
explicado públicamente la "ejecución" de Mario diciendo que fue capturado cuando
trataba de poner en práctica un plan para asesinar a uniformados. Y tres años
después, el gobierno militar informaba al país y al mundo que, además, era un
vulgar ladrón. La familia - herida y desesperada - estaba con las manos
amarradas. ¿Qué se podía hacer en esos años? En 1979, la abogada María Inés
Morales Guarda pidió a la Fiscalía Militar acreditar si Mario Silva Iriarte había sido
procesado. La respuesta del Primer Juzgado Militar fue negativa. Más aún. Se
comprobó que en la causa rol 349-73 (informe del gobierno a la OEA) ni siquiera
figuraba. Se trataba de otro caso, en que tres prisioneros fueron condenados a
cinco años de relegación.
Esa misma mentira oficial reiterada debió sufrir la familia de Eugenio Ruiz Tagle
Orrego, gerente de Inacesa hasta el golpe militar. Su madre, Alicia Orrego,
recordó que "Eugenio se presentó voluntariamente el 12 de septiembre a las
nuevas autoridades, luego que su nombre apareció en un bando militar. Desde
ese día sufrió apremios físicos y nunca pudo hablar con su abogado. De hecho,
los abogados Cruzat y Fernandois lograron hablar con el general Lagos y éste les
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prometió levantarle la incomunicación. Llegué a Antofagasta el 18 de octubre por
la noche. Y el 19, por la mañana, me dijeron en la cárcel que podría verlo al día
siguiente. Cuando fui, me dijeron que estaba incomunicado".
No se atrevían a decirle que ya estaba muerto. Lo supo por el comunicado oficial
que apareció en la prensa el día 21. "No me dejaron entrar a la Morgue. Sólo
pude ver el cadáver de mi hijo ya en el ataúd, con la parte de vidrio soldada. De
las torturas que sufrió en su cuerpo, no puedo dar testimonio directo. No lo vi,
pero el abogado y el empleado de la funeraria lloraron al contármelo. De su cara,
de su cuello, de su cabeza, si puedo hablar. Lo tengo grabado a fuego para
siempre. Le faltaba un ojo, el izquierdo. Los párpados estaban hinchados, pero
no tenía heridas ni tajos. Se lo sacaron con algo, a sangre fría. Tenía la nariz
quebrada, con tajos, hinchada y separada abajo, hasta el fin de una aleta. Tenía
la mandíbula inferior quebrada en varias partes. La boca era una masa tumefacta,
herida, no se veían dientes. Tenía un tajo largo, ancho, no muy profundo en el
cuello. La oreja derecha hinchada, partida y semiarrancada del lóbulo hacia
arriba. Tenía huellas de quemaduras, o, tal vez, una herida de bala superficial en
la mejilla derecha, un surco profundo. Su frente, con pequeños tajos y moretones.
Su cabeza estaba en un ángulo muy raro, por lo que creí que tenía el cuello
quebrado. Sé que en su cuerpo tenía dos balas, una en su hombro y otra en el
estómago.
****
Eugenio Ruiz Tagle Orrego pertenecía a una familia de tradición conservadora.
Era la "oveja negra" por su decisión de ser izquierdista (MAPU). La madre hizo
todo lo posible para usar esas influencias familiares en favor de su hijo. De hecho
en el testimonio el general Lagos asegura que, estando en Santiago reunido con el
general Pinochet, éste "me hizo entrega de una carta del abogado de la familia de
Eugenio Ruiz Tagle Orrego, señor Gastón Cruzat Paul, en que le reclamaba por la
muerte de su defendido y censuraba la actitud del auditor de la División, Teniente
Coronel de Justicia, Marcos Herrera Aracena".
Sobre el escritorio del general Pinochet quedó el informe oficial que, en la víspera,
le había sido solicitado al general Lagos por la COFFA (Comando de las Fuerzas
Armadas), organismo que él no sabía que existía. En dicho informe - tal como en
el caso de Copiapó - quedó por escrito la responsabilidad del general Arellano.
Textual, en lo que respecta a Antofagasta:
II Antofagasta:
a) Por resolución del Comandante en Jefe de Antofagasta: 4
b) Por el Delegado del Comandante en Jefe del Ejército. (General Arellano): 14
La carrera militar del general Joaquín Lagos Osorio había terminado por su propia
decisión. Estaba claro que no se contaba con él para las "tareas" que exigían la
toma total del poder. En febrero de 1974 fue trasladado a Santiago y, ocho meses
más tarde, fue llamado a retiro. Trece años después, el general Lagos decidió
relatar en detalle lo sucedido, en declaración jurada. Y sostuvo que "aún quedan
en mi mente las siguientes interrogantes: ¿Por qué el general Arellano hizo todo a
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mis espaldas? ¿Por qué no se convocó a un Consejo de Guerra, instancia a que
tienen derecho todos los inculpados a petición del Fiscal ordenando las personas
que los integrarían?".
La defensa del general Arellano sostiene - en lo que respecta a Antofagasta - que
"los hechos relatados por el general Lagos son bastante fidedignos. Porque mi
padre nada sabía de lo ocurrido en La Serena y Copiapó. Y nada sabía tampoco
Lagos acerca de los sucedido en su jurisdicción porque su subalterno, el
gobernador militar de Copiapó, no le informó de la muerte de los trece prisioneros.
Sus actividades en Antofagasta fueron las relatadas por el general Lagos: una
reunión con el personal de la Guarnición Militar (oficiales y cuadro permanente),
almuerzo en la casa de Lagos; revisión de procesos con el oficial auditor, ida al
aeropuerto para saludar al general Pinochet, comida y alojamiento en casa del
general Lagos. Y a las ocho de la mañana del día siguiente, tras tomar desayuno,
se fue sin saber lo que había sucedido - mientras dormía - en Antofagasta. El
general Lagos dice que, poco antes de salir de la casa, apareció el auditor para
"sacarle unas firmas". Efectivamente firmó unos papeles que sólo eran
instrucciones redactadas el día anterior y que se habían pasado a máquina
después de la reunión que habían tenido. Estos memorándum de trabajo fueron
suscritos en el domicilio del general Lagos y quedaron obviamente en los archivos
de la misma División". Así lo asegura el abogado Sergio Arellano Iturriaga.
Capítulo VIII: Todo listo, mi general
El helicóptero que transportaba al general Sergio Arellano y su comitiva llegó a
Calama alrededor de las 10,30 horas del viernes 19 de octubre de 1973. Lo
recibió el comandante del regimiento de Infantería N° 15 "Calama", coronel
Eugenio Rivera Desgroux, avisado de su llegada - la víspera - por el comandante
de la división, el general Joaquín Lagos Osorio. Este no le dijo a qué venía y el
comandante Rivera pensó que tendría relación con el caso del mayor Fernando
Reveco Valenzuela, quien estaba detenido en Santiago desde comienzos de
octubre.
Por ese primer pensamiento del coronel Rivera comenzó la larga entrevista que
sostuvimos para aclarar el dramático episodio de Calama.
* - ¿Por qué pensó que la visita del general Arellano estaba relacionada con la
detención del mayor Reveco?
* - Por que estaba convencido de que Arellano era juez militar de Santiago, por ser
comandante en Jefe de la División...
* - Pero Arellano no lo era entonces. Estaba a cargo del Comando de Tropas. El
Comandante en Jefe de la II División era el general Brady...
* - Así es. Me equivoqué. Yo creí realmente que tenía ese cargo. Es que cuando
uno sale de Santiago, lleva más o menos un control de lo que sucede en la capital,
pero con Arellano me equivoqué. Y el hecho es que el general Lagos no me dijo a
qué iba el general Arellano y yo hice los preparativos para recibirlo, con un
programa y todo eso...
* - ¿Lo conocía?
* - Sí, mucho...
* - ¿Actuó normalmente a su llegada?
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* - No. Estaba muy extraño. Nosotros andábamos con nuestros uniformes de
servicio, para rendir los honores que corresponden al jefe, a un general. Pero
cuando se abre la puerta del helicóptero, salieron todos con cascos de acero,
uniformes llenos de cargadores, metralletas...
* - Un helicóptero con combatientes...
* - Sí, en actitud de combate. Nosotros, en cambio, estábamos hasta con la banda
instrumental y en perfecta formación para rendir honores. Fue muy extraño...
Fíjese que el casco de acero nosotros no lo usamos nunca, prácticamente nunca.
Es como una bacinica de plástico y encima otra de acero, tremendamente pesado
e incómodo. Se usa sólo en combate....
* - El general Arellano vestido así, le pareció extraño...
* - Pero no sólo por la tenida de combate. Estaba muy tenso. Hubo un fuerte
contraste entre nuestra actitud de recibir al amigo y al jefe, y su extrañeza por los
honores que le rendíamos. Aquí hay un detalle interesante. A mí me habían
pedido que lo recibiera en el Regimiento. Ahora entiendo que se trataba de pasar
inadvertido para la ciudad. Pero en estos días, la orden de preparar un helipuerto
era imposible de cumplir. Estábamos en reparaciones de alcantarillado, de
instalación de luz, de agua potable, de nivelación de los patios interiores...
* - Ningún patio plano y apto para recibir un helicóptero...
* - Ninguno. El comando del Regimiento comunicó a Antofagasta que el
helicóptero no podía aterrizar ahí, que lo hiciera en el aeropuerto. Apenas, llegó,
el general Arellano me rechazó gran parte del programa que yo había preparado y
me dijo que venía a revisar y acelerar los procesos.
* - ¿Cuándo le dijo que venía como Delegado del Comandante en Jefe?
* - En la oficina me mostró un papel en que decía que era Delegado del
Comandante en Jefe, firmado por el general Pinochet...
* - Y eso, ¿qué significaba para usted?
* - Que él pasaba a ser el jefe máximo y el juez militar. Así yo lo entendí. Pasaba
a ser el juez a partir de ese momento. De hecho, me pidió todos los procesos, los
ya fallados y los en trámite. Los revisó y me felicitó.
* - ¿Estuvo con él mientras lo hizo?
* - Sí, lo hizo en mi oficina entre las once y las trece horas. Luego pidió que se
constituyera el Consejo de Guerra a las 14.30 horas, después de un almuerzo
oficial que yo había programado en su honor, con la asistencia de oficiales de
Carabineros y del regimiento.
* - ¿Participó el general Arellano en el Consejo de Guerra?
* - No...
* - ¿Y usted?
* - Tampoco.
* - ¿Quienes lo integraron?
* - Lo presidió, por primera vez, el Prefecto de Carabineros, coronel Abel
Galleguillos. Como vocales, el mayor Luis Ravest y los capitanes César Zabala y
Víctor Santander. Como fiscales, el teniente coronel Oscar Figueroa y el mayor de
Carabineros Osvaldo Arriagada. El abogado integrante fue Claudio Mesina
Schulz. Como secretario actuó el teniente Alvaro Romero, actuario fue el
suboficial Jerónimo Rojo y la dactilógrafa, Rosalba Flores.
* - ¿Y qué pasó con los miembros de la comitiva del general Arellano?
80
* - Cuando estábamos en el hall, esperando que se iniciara el consejo de guerra,
apareció el comandante Arredondo y preguntó si podía interrogar a los a los
presos de la cárcel.
* - ¿A quién le pidió permiso?
* - Entiendo que fue al general Arellano, ya que él lo autorizó.
* - ¿No le extrañó la petición?
* - No, porque yo no sabía qué actividades le había asignado el general Arellano a
su equipo. La verdad es que yo no me separé de Arellano ni un segundo, ni para
ir al baño. Piense que éramos conocidos de muchos años, habíamos estado
juntos en la Escuela Militar, habíamos ido a Arica juntos. Así que, mientras
funcionaba el Consejo de Guerra, recorrimos primero las instalaciones del
regimiento. Y todo fue tan poco protocolar que, cuando nos fuimos a
Chuquicamata, como a las 15.30 horas, yo manejé llevando a mi lado al general
Arellano y el chofer atrás. Fuimos como en dos o tres jeeps...
* - ¿Y no le pareció raro que se quedaran en el Regimiento los cuatro oficiales de
la comitiva: el comandante Sergio Arredondo, el mayor Pedro Espinoza, el mayor
Marcelo Moren Brito y el teniente Armando Fernández Larios?
* - No, por lo que ya dije. Se quedaron para interrogar a los presos de la cárcel. Y
ahora que nombra a Fernández Larios, recuerdo que me lo presentaron como un
"destacado combatiente en el asalto a La Moneda". Me llamó la atención que
alguien tan joven integrara el estado mayor del general Arellano.
* - Usted declaró que volvieron al regimiento alrededor de las 20.00 horas y que, al
entrar, "el oficial de guardia me informó que el consejo de guerra ya había
terminado sus actividades y que los oficiales se encontraban en el casino para la
comida de despedida del general Arellano".
* - Así fue.
* - Hay algo que no entiendo, coronel. ¿Por qué no le informó lo qué había
sucedido realmente? ¿Por qué no le dijo que el consejo de guerra había
terminado abruptamente porque los presos no pudieron comparecer, porque ya
habían sido ejecutados?...
* - Quizás fue por mi culpa. Yo iba manejando y mi pregunta fue: ¿qué hay del
Consejo de Guerra? El oficial de guardia me contestó: ya está terminado y están
los oficiales en el casino esperando para la comida. De inmediato aceleré, seguí...
* - ¿Es posible que el oficial de guardia no se haya enterado que el Estado Mayor
del general Arellano había salido, con oficiales y conscriptos del regimiento, para ir
a la cárcel a sacar presos?
* - Tiene que haber sabido. Insisto que puede ser por culpa mía, yo soy acelerado
por naturaleza y quizás no le di tiempo para informarme. O era tan grave el
problema que el pobre cabro, un subteniente quizás, no se atrevió a decírmelo.
Porque él debió participar en todo lo que ocurrió. Porque el Estado Mayor del
general Arellano vino primero a buscar personal, luego vino a buscar herramientas
y unas bolsas para meter los cadáveres...
* - ¿Y todo ese material... pasó por la guardia?
* - Claro.
* - Coronel, si el oficial de guardia sabía y si el Consejo de Guerra había
sesionado en el regimiento se había enterado de la ejecución de 26 prisioneros,
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todo el regimiento debió saberlo. La comida, ¿fue normal, notó rostros
preocupados, tensos, al menos entre los integrantes del Consejo de Guerra?
* - Yo, sin imaginarme siquiera que algo así pudiera haber pasado, no percibí nada
anormal.
* - ¿Cómo se explica que ninguno de sus subordinados se acercara a decírselo
durante esa comida? ¿Cómo se explica que no lo haya hecho su segundo, el
comandante Figueroa, o el capellán Jorquera?
* - Creo que, por mis características, no di la oportunidad para que me lo dijeran.
Soy muy acelerado. Quizás el teniente coronel Oscar Figueroa Márquez, segundo
comandante del regimiento, quiso decírmelo y no entendí...
* - ¿Cuándo?
* - Justo antes de entrar a la comida, en la puerta de acceso al casino de oficiales.
Se dirigió al general Arellano y le dijo: "Está todo liquidado, mi general. Es
necesario que firme los documentos correspondientes". Y le alargó unos papeles.
Yo, entonces, le ofrecí pasar a un reservado para que pudiera revisar y firmar los
documentos. Me respondió: "No es necesario, comandante, firmaré aquí mismo"
Y lo hizo sobre una pequeña mesa del hall del casino. Luego me miró y me dijo:
"mañana de cumplimiento a lo dispuesto? Al escucharlo, el teniente coronel
Figueroa le dijo: "Ya todo está listo, mi general". Arellano sólo comentó: "Bien".
* - ¿Cree que su segundo comandante trató de decírselo de esa manera?
* - Puede ser, pero yo no entendí. Para mí no fue más que eso: lo que Arellano
ordenó está listo. Porque cada jefe militar responde por lo que hace...
* - ¿Cree que, desde su segundo comandante hacia abajo, hayan interpretado que
usted estaba al tanto ya que, físicamente, estuvo con Arellano todo el día?
* - Podría ser.
* - Y eso explica que nadie le haya informado de lo que se suponía que usted
sabía.
* - Podría ser...
* - Cuesta entenderlo para un civil...
* - Para mí, hasta ese momento, todo se estaba desarrollando con normalidad. No
hubo ninguna observación: comida oportuna, buena comida, los mozos con su
tenida adecuada, el horario correspondiente. Todo correcto. De hecho, yo estaba
muy tranquilo porque todo lo que pasaba en el Regimiento era responsabilidad del
general Arellano, porque él era el jefe.
* -¿Por eso no le preguntó a Figueroa qué documentos traía para ser firmados?
* - Claro, no me correspondía preguntar.
* - ¿Sólo firmó el general Arellano?
* - Sólo Arellano y frente a mí, porque la verdad es que yo nunca vi esos
documentos.
* - ¿Qué sucedió después de la comida?
* - Nos trasladamos al aeropuerto para despedir al general Arellano y su comitiva.
El helicóptero despegó como a las 23.30 horas con destino a Antofagasta.
* - ¿Por qué Antofagasta?
* - Porque ese era su itinerario. El había dejado su equipaje en Antofagasta...
* - ¿Qué pasó cuando se fue el helicóptero?
* - El teniente coronel Figueroa - a quien yo había notado extraño, muy cansado
después de la comida - se me acercó y me dijo, a borbotones, que en la tarde se
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había producido una situación gravísima, que el Consejo de Guerra había tenido
que suspenderse porque - al requerir la presencia de los acusados - se le había
informado que todos ya estaban fusilados por orden del coronel Sergio
Arredondo...
* - ¿Cómo reaccionó usted?
* - No podía creer que fuera cierto. No entendía nada. Ordené regresar al
regimiento de inmediato y convoqué a una reunión de oficiales para recibir
información completa sobre lo ocurrido. Cuando entré al Regimiento, me encontré
una situación de enorme tensión. Incluso algunos estaban con shock nervioso.
Entre los suboficiales había dolor y consternación, porque se había fusilado al
hermano de un cabo. Esperé hasta las doce y media de la noche para que se
reunieran los oficiales, pero finalmente decidí convocarla para las siete de la
mañana del día siguiente.
* - ¿Por qué?
* - Porque a esa hora todavía no volvían al regimiento el capitán Carlos Minoletti,
otros oficiales y personal de la Compañía de Ingenieros que, con personal de su
unidad, sepultara los cadáveres en la pampa.
* "Finalmente, el comandante Figueroa estimó que era indispensable dejar
documentada la situación de las personas ejecutadas. Con la asesoría del
abogado Claudio Messina Schulz, procedió a elaborar documentos por los cuales
se sentenciaba a muerte a las personas ya ejecutadas. Y esos documentos son
los que firmó el general Arellano, frente a mí, en el hall del casino de oficiales".
* - ¿Los mataron en el cerro Topater?
* - Sí, es un cerro muy próximo, a unas dos o tres cuadras del regimiento, pasando
el río Loa. Un sitio donde nosotros teníamos un buen espaldón para disparar.
* - Usted ha declarado que sólo leyó, de esos documentos, los nombres de los 26
asesinados...
* - Claro lo hice a la mañana siguiente porque necesitaba preparar el Bando...
* - ¿Por qué no tomó esos documentos y los leyó?
* - Porque no quería meterme en nada que no fuera de mi responsabilidad...
* - ¿No sintió siquiera curiosidad?
* - ¡¡Qué curiosidad iba a tener con todos los problemas que se me vinieron
encima!
* - ¿Por eso no quiso verlos?
* - No, ni tocarlos, ni verlos. Porque no era problema mío. Yo tenía claro que toda
esa aberración no era responsabilidad mía. Es un concepto militar: el jefe
responde. Y si yo me interiorizo del asunto, me involucro...
* - ¿Qué pasó con esos documentos?
* - La fiscalía los remitió al juzgado militar de Santiago, como correspondía.
* - Decidió entonces, preparar el texto de un bando...
* - Ordené al mayor Luis Ravest que elaborara el Bando con el segundo
comandante, Figueroa. Antes de difundirlo, llamé a mi superior, el general Lagos,
a Antofagasta como a las nueve de la mañana.
* - ¿Cómo le contó lo sucedido?
* - Con mucha cautela, porque usábamos teléfono público. No teníamos citófono
directo. Le conté lo sucedido medio en clave. Le dije: por aquí pasó la visita y ha
caído una enormidad de gente. Yo voy a hacer público esto mediante un Bando
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que diga que mientras eran llevados a Antofagasta, hubo un intento de fuga y las
aves cayeron . El me dijo que por ningún motivo hiciera esa barbaridad.
* - ¿Por qué mentir?
* - ¿Yo?
* - Sí, usted. ¿Por qué quería mentir?
* - Porque yo no podía acusar a un superior. Tenía que proteger al general
Arellano en su categoría de general y, en segundo lugar, había que proteger al
Ejército de esta aberración, y, en tercer lugar, proteger también a la Junta porque
iba a ser un golpe tremendo que se hubiera cometido esta barbaridad por un
Delegado de ella...
* - Había que mentir...
* - Claro. Resultó así del análisis con mis oficiales y mi cuartel general. ¿Qué
hago, cómo decirlo? Tiene que ser una mentira piadosa para poder arreglar en
parte esto. Mi mujer se indigna cuando lo digo. Pero yo no podía hacer pública la
verdad, el asesinato masivo...
* - ¿Qué le ordenó el general Lagos?
* - Que el bando no fuera público. Que sólo se comunicara en forma reservada,
familia por familia, y una persona responsable por cada familia lo firmara en la
toma de conocimiento.
* - ¿Le comentó lo sucedido en Antofagasta?
* - Sí, me dijo que recién se había informado que en Antofagasta había ocurrido
algo semejante. Que iba a informar al general Pinochet que, ese día, pasaba por
allá.
* - El hecho es que usted consideró lo sucedido como un crimen masivo...
* .- Así fue.
* - ¿Investigó qué personal de su regimiento había participado en este delito?
* - No, nunca averigué quienes participaron. ¿Por qué? Mire, en la reunión de
esa mañana con mis oficiales, si mal no recuerdo, empecé diciendo: "Señores,
aquí nosotros no tenemos ninguna responsabilidad ante estos hechos. Y yo no
quiero saber nada de este asunto porque no es responsabilidad de nosotros".
* - Usted entendió que el general Arellano, como delegado del Comandante en
Jefe y de la Junta Militar, había cumplido esa misión por órdenes superiores...
* - Eso decía el papel que me mostró. Que está facultado para actuar...
* - Por lo tanto, jamás imaginó que el general Arellano estuviera infringiendo las
órdenes que había recibido...
* - Para mí, él estaba cumpliendo una misión y, de acuerdo con el reglamento de
disciplina, debe hacerlo a conciencia y de acuerdo a la ley...
* - Y si él falla, debe responder...
* - Así es. El responde.
* - Coronel, ¿por qué su mentira no fue completa? Quiso encubrir el crimen con la
historia de la fuga de prisioneros y, por el otro lado, ordenó que en los certificados
de defunción se pusiera "fusilamiento"...
* - Así lo ordené porque no podía engañar más. Sólo podía atenuarlo un poco. Y
cuando el doctor Luis Rojas Delzo, director del Hospital de Calama y médico
militar, me preguntó qué ponemos, yo dije: "Fusilamiento"- No lo pensé dos
veces. NO imaginé entonces que esa contradicción me iba a traer tantos
problemas, haciéndome aparecer como traidor de la Institución...
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* - ¿No le pidió al general Lagos alguna instrucción respecto a qué hacer con los
cuerpos? Usted sabía que las familias iban a pedirlos...
* - No, porque ya estaban enterrados cuando supe lo sucedido. Eso debe quedar
muy claro. Los cuerpos fueron enterrados a partir de las 18 o 19 horas. Cuando
volví a la reunión de la noche, la suspendí porque algunos oficiales estaban
enterrando cadáveres y otros estaban ahí, descontrolados. Incluso con shock
nervioso estaba el oficial Hernán Nuñez, quien fue más tarde jefe de
Organizaciones Civiles... Me dijeron que hubo que someterlo a acciones violentas
para que reaccionara, porque él participó de la masacre y le ordenaron que
ultimara a alguien, no sé a quien...
* A ver, rehagamos los hechos. Usted sabe que los cuerpos ya fueron enterrados,
sabe que los enterraron en bolsas, pero también está cierto que personal de su
dependencia - que los enterró - sabe dónde están...
* - Sí, el capitán Minoletti dirigió esa operación...
* - ¿No le preguntó al general Lagos qué hacer?
* - No, porque yo era el superior en la zona.
* - Pero el general Lagos decidió armar los cuerpos y entregarlos, en Antofagasta.
* - Cuando yo plantée la posibilidad de entregarlos, se me dijo que estaban
dispersos en la pampa y que estaban masacrados. Me lo dijeron oficiales de mi
cuartel general, Figueroa, Ravest y otros...
* - ¿Masacrados?
* - Sí, masacrados. Me dijeron que fulano de tal sacaba el corvo e insultaba al
prisionero mientras lo traspasaba. Eso sucedió con Haroldo Cabrera
especialmente.
* - Así que no sólo fueron balas, sino que también corvos...
* - Si, armas blancas...
* - ¿Confirmó el médico el estado de los cuerpos?
* - Sí. Recuerdo que me dijo: "Coronel, los cuerpos no se pueden entregar porque
están masacrados, deshechos". Plantée la posibilidad de entregarlos en urnas
selladas. Me dijo: "No, coronel, porque las abren. ¡Imagínese cómo vamos a
quedar si llegaran a verlos!".
* - Así que mintió también cuando ofreció a las familias entregarlos un año
después...
* - Sí, así fue. Otra mentira piadosa. Porque mi experiencia me indicaba que los
cadáveres en el norte no entran en putrefacción, quedan intactos, pero secos...
* - Ofreció la entrega, sabiendo que no lo haría...
* - Póngase en mi lugar, por favor. El lunes 22, temprano, mi señora vio una masa
enorme de gente frente a la puerta de la gobernación, la mayoría de
luto...¡tremendo!...Ella quedó muy impactada. Yo llegué minutos después en mi
jeep de combate. Y empezaron los gritos de la gente para que entregara los
cuerpos y aclarara lo sucedido. Ya antes, el sábado 20, el obispo me había
pedido la entrega de los cadáveres y me había pedido autorización para hacer una
misa. Yo no se la acepté. Con mucho dolor, le dije: "Monseñor, no puedo,
imagínese mi problema aquí"...
* - ¿Habló con las familias?
* - Hice pasar a toda la gente. Las viudas, como es costumbre nortina, iban con
unos velos negros y largos. Un cuadro realmente dramático. Empecé a tratar de
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explicar el asunto. Como yo soy de campo y tengo la experiencia del terremoto de
Chillán - en que falleció mi padre, tres hermanos y otros familiares a los que
enterré yo personalmente - expuse durante largo rato mi sentir. Pero la gente
insistía en que entregara los cadáveres. Yo no podía decirles que era imposible
debido al estado en que quedaron. Porque tal como usted dice, yo tenía las
herramientas para ubicarlos y desenterrarlos. Pero no podía... Conforme al
reglamento militar, yo debería haber dicho: "General Arellano, su orden fue
enterrarlos en la pampa, pero yo ahora los saco porque estimo que fue un error
suyo, ante la situación que tengo aquí". Hubo momentos en que pensé
contravenir su orden, pero el consejo de mis asesores fue: "Si con esto tenemos
este escándalo, cuando vean los cuerpos se nos revoluciona todo". Por eso me
comprometí a entregarlos en un año, sabiendo que no podía, porque el norte no
borraría lo que se hizo con ellos en la masacre.
"A fines del año 74, ya estando fuera del Ejército, una señora - viuda de un
trabajador de Enaex - me pidió cumplir la promesa. Hablé con el general Rolando
Garay , entonces jefe de la Primera División, y el coronel Eduardo Ibañez
Tellerías. Ellos quedaron de estudiar la cosa. El obispo Oviedo dice que también
actuó para conseguirlo. Pero no pudo ser...
* - ¿Qué hizo después? ¿Reclamó a más alto nivel?
* - No. Ya había reclamado al general Lagos el mismo sábado 20 de octubre y
luego lo hice cuando me pidió las listas de los fusilados para entregarla en
Santiago. Ahí puse claramente quiénes habían sido fusilados por la comisión del
general Arellano.
Así, con la lista del coronel Eugenio Rivera Desgroux, el general Joaquín Lagos
Osorio informó sobre lo ocurrido en Calama, Textual:
III Calama:
a) Por resolución del Comandante de El Loa: 3
b) Por el Delegado del Comandante en Jefe del Ejército (General Arellano): 26
Veintiséis prisioneros masacrados, con armas de fuego y corvos. Así lo declara el
coronel Rivera Desgroux y su versión coincide con la dada por un alto oficial en
1987, quien estuvo en el Regimiento "Calama" el año 73. Fue entrevistado por el
periodista Pablo Azócar, y, por estar en servicio activo, pidió ocultar su nombre.
El grupo del general Arellano - según este oficial pidió la colaboración de varios
tenientes y soldados del regimiento "Calama". "Pidieron más gente porque iban a
ir a buscar a los detenidos para interrogarlos. Dijeron que necesitaban seguridad.
Y entonces esas personas se integraron a la comitiva, y, por tanto, fueron testigos
presenciales de lo que aconteció".
* - ¿Qué fue lo primero que hizo en Calama la comitiva? - le preguntó el periodista
Azócar.
* - Pidieron revisar los sumarios que se seguían contra todos los presos políticos.
Algunos de los procesos estaban terminados, otros estaban por terminarse. Y
entonces Arellano pidió la revisión de todos los procesos. Se estaba en esa
revisión cuando la comitiva fue a la cárcel y sacó a los 26 presos para "ir a
interrogarlos", según ellos. Sin embargo, los sacaron de la cárcel alrededor de las
cinco de la tarde de ese día 19, y una hora más tarde procedieron a ejecutarlos.
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Entonces se dio la situación de que, mientras estaban en plena revisión de los
procesos, la gente ya estaba muerta.
* Agregó el alto oficial: "Lo que no supimos es si ese equipo obedecía a órdenes
del general Arellano o si se arrancó con colores propios para matar a 26 personas.
Y, además, antes la "caravana" había pasado por La Serena (16 de octubre) y
Antofagasta (18 de octubre), donde procedió al mismo tipo de ejecuciones. Es lo
que hacer altamente improbable que se trate de un caso en el que se arrancaron
con colores propios".
* - ¿Tiene antecedentes respecto de la forma en que ocurrieron las ejecuciones?
* - De acuerdo a los antecedentes que se recibieron con posterioridad en el
Ejército, en algunos casos se actuó incluso con sadismo. A varios no los mataron
con un balazo, sino que los iban matando a pausas. Esto incluso dejó enfermos a
algunos de los que presenciaron las ejecuciones. Fue algo tremendo. Un ejemplo
tipo: le pegaban un tiro en las piernas a la víctima, luego otro en el que no le
apuntaban al corazón y así iban haciendo pausas antes de terminar de matarlo.
Hubo incluso cuchillazos. Armando Fernández Larios - quien estaba en el grupo
junto a Pedro Espinoza, Sergio Arredondo, Marcelo Moren y Juan Chiminelli - fue
particularmente duro en ese sentido.
* - ¿A quién se refiere usted cuando dice que a algunos los "dejó enfermos" el
haber presenciado las ejecuciones?
* - A los tenientes Nuñez, Moreno y Díaz. Volvieron literalmente enfermos al
regimiento. Allí supimos que todos participaron de esa manera. "Ahora te toca a
tí", decían y se iban pasando las armas. El coronel Rivera y el comandante
Figueroa casi se murieron cuando se enteraron de lo que había pasado. Se
indignaron, no podían creerlo. Incluso en ese momento recordaron que uno de los
ejecutados, Carlos Berger, salía en libertad al día siguiente, cuando cumplía la
mitad de su condena en 61 días. Esto había sido confirmado en la revisión de los
procesos. En una situación parecida estaba el chofer de Silberman, Carlos
Piñero, quien no tenía la culpa de haber sido el chofer del gerente general de
Chuquicamata. También él iba a quedar libre algunos días después.
Continúa la entrevista del periodista Azócar:
* Un testigo (Grimilda Sánchez, que estaba recluida en el mismo lugar) afirmó que
quien presidía el pelotón era el oficial Marcelo Moren. ¿Coincide esto con sus
antecedentes?
* - Efectivo. Marcelo Moren era el que hacía de cabeza pese a que estaba allí
presente el coronel Arredondo, de mayor graduación.
* - ¿En qué estado quedaron las víctimas después de la matanza?
* - Se nos informó que algunos estaban irreconocibles. Se les disparó a cualquier
parte del cuerpo. Muy particularmente se ensañaron con Haroldo Cabrera, a
quien al parecer le tenían sangre en el ojo porque era conflictivo. Lo hicieron morir
de a poco, sufriendo mucho. La muerte de David Miranda Luna fue heroica. Se
negó a que le vendaran la vista. Era un viejo dirigente sindical, un hombre que
había sido comunista desde que nació. Cuando le fueron a tapar la vista, el se
negó: dijo que lo fusilarían así no más, que tenía la conciencia muy tranquila y que
les pesara en sus conciencias de que estaban matando a un hombre inocente -
aseguró finalmente el alto oficial.
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Otro testigo importante de lo que aconteció en Calama esos días fue el
Administrador Apostólico, monseñor Juan Luis Ysern. Hablé con él, en el
Arzobispado de Santiago, y me relató calmadamente lo que recordaba: "Me enteré
de lo ocurrido en una forma que me dejó una amargura muy fuerte. No podía ni
hablar. Porque algunos de los soldados que estuvieron en el fusilamiento, se
quedaron de guardia durante la noche vigilando a algunos de los detenidos que
estaban en el regimiento. El hecho es que los soldados estuvieron comentando
toda la noche lo que había pasado en la tarde anterior. Y los que estaban
detenidos escuchaban todo. No pudieron pegar un ojo...y se atormentaron
preguntándose: ¿Y yo por qué estoy vivo?
* Eso se lo contaron los detenidos?
* - Uno de los detenidos me hizo llamar temprano al día siguiente y me contó. Yo
nada pude decir, porque no podía delatar la fuente y ese detenido se jugaba la
vida. Me quedé con una angustia tremenda. Sin atreverme a manifestar lo más
mínimo. A la salida, me encontré con que me llamaba también el exgobernador
de Calama, Checura, que estaba también detenido. Cuando me vio, él sabía...
soltó a llorar y yo no pude más. Nos pusimos a llorar los dos, abrazados, igual
que niñitos chicos.
* - ¿Qué detalles se sabía, monseñor?
* - El relato era algo muy genérico. Era una masacre. Eso sí, una masacre...
Todos teníamos mucho susto. Yo no me atreví a reconocer que él lo sabía y me
fui a casa. De pronto llegó una señora, viuda o mamá, no recuerdo. Yo hice como
si fuese la primera información. Fue mi primera forma pública de saber. Fui,
entonces, a hablar con el coronel Rivera, como jefe de plaza, y le pedí los cuerpos
de los fusilados.
* - ¿Cómo estaba el coronel Rivera?
* - Estaba muy afectado. Incluso me preguntaba: ¿qué hago monseñor?". Le
respondí: "en su caso, yo ya habría presentado la renuncia". Pero luego yo mismo
me asusté de lo dicho, porque ¡chitas!...si las personas buenas y con conciencia
renunciaban, iban a poner a personas crueles como jefes de plaza. Así que casi
simultáneamente con hablar de la renuncia, le dijo: "no, no, espere, no la
presente".
* - ¿Le contó lo que había ocurrido en detalle?
* - Sí, me dijo que al volver de Chuquicamata con el general Arellano, éste había
firmado los papeles que le habían presentado sin darle mayor importancia y que al
entregárselos había dicho: "mañana cumplan la orden". Y, el segundo
comandante dijo que ya estaba todo cumplido, mi general", sin saber de qué se
trataba. Y se fueron a cenar y después fueron al helicóptero a despedirse. Recién
salido el helicóptero, ahí supo el coronel Rivera lo que había pasado. Llegó al
Regimiento, encontró a los oficiales angustiados, con histeria, igual que niños
pequeños, hasta con vómitos. Fue todo un golpe al interior del Ejército.
"El coronel Rivera quiso hacer una reunión con los oficiales, pero no pudo porque
el capitán Minoletti estaba enterrando los cadáveres. Tuvo que esperar al día
siguiente. Y cuando fui a hablarle del problema de los cadáveres, él no sabía qué
hacer. Estuvimos buscando soluciones juntos. Ya estaban enterrados en el
desierto y en eso el coronel Rivera nada tuvo que ver...
* - ¿Se planteó la posibilidad de desenterrarlos para entregarlos a las familias?
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* - Sí, y vimos la posibilidad de hacer una fosa común en el cementerio y
trasladarlos a todos ahí, para que al menos los familiares supieran dónde estaban.
Y él mismo me dijo que le organizara a los familiares para que fueran a hablar con
él. Yo hice un borrador manuscrito y se lo di a una de ellas, les dije que se
organizaran y fueran a hablar con el coronel Rivera. No quise seguir haciendo
labor de mediador, porque ya estaban en contacto directo. Después para mí fue
una sorpresa cuando me enteré que no iba adelante en esto de hacer la fosa
común en el cementerio, que les había dado un certificado para entregar los
cuerpos en un año más...
* - El coronel Rivera dice hoy que fue una mentira piadosa...
* - Yo creí que pensaba cumplirlo. Lo que él mismo calificó, en ese entonces,
como mentira piadosa fue lo que se publicó en los diarios. El quiso defender al
general Arellano, al general Pinochet y toda la cosa. Por eso dijo lo de siempre, lo
de la ley de fuga.
****
Hasta aquí, las declaraciones calzan perfectamente armando el trágico
rompecabezas de Calama. Por su parte, la defensa del general Arellano sostiene:
"Mi padre llegó y revisó los procesos en la mañana. Ya se habían cumplido tres
sentencias de condenas a muerte a comienzos de octubre y había una decena de
detenidos por el mismo caso de la planta de explosivos. Ese era el problema más
grave de Calama: se había detectado una pérdida de explosivos en
Chuquicamata, hecho que parecía doblemente peligroso por estar ahí la fábrica de
explosivos Enaex. Los militares estaban convencidos de que se preparaba un
ataque contra esa planta.
"Después de almuerzo, el general Arellano se fue con el general Rivera a
Chuquicamata. Toda la tarde estuvieron en terreno examinando el problema de
seguridad. Cuando volvieron, estaba programada una comida para reunirse con
toda la guarnición. Poco antes de entrar a la comida, mi padre se enteró de la
masacre ocurrida esa tarde. El hecho es que no recuerda quién ni cómo le
informaron. El hecho es que mostró su estupor frente a todos los presentes.
Increpó al coronel Arredondo, el más antiguo que quedó en Calama,
preguntándole qué había sucedido.
* - Se sublevaron y hubo que disparar - dijo Arredondo.
* - ¡Dígalo por escrito..ordenó el general Arellano.
* - Pero, mi general... balbuceó Arredondo.
* - Por escrito...¡Hágame un acta de inmediato! - ordenó nuevamente Arellano.
"El coronel Arredondo hizo el acta dando cuenta de la muerte de los prisioneros
por "sublevación", al ser trasladados para someterlos a Consejo de Guerra. Dicha
acta se fotocopió y se agregó a todos los procesos de los que habían muerto. Lo
cierto es que se agregó sólo a 23 procesos, faltaron tres. Yo vi esa acta y está
firmada por Arredondo", me aseguró el abogado Sergio Arellano Iturriaga.
Y agregó: "En esa misma discusión, mi padre se enteró de que habían muerto
catorce prisioneros en Antofagasta. No recuerda cómo lo supo. Decidió entonces,
volver de inmediato a Antofagasta para aclarar todo lo sucedido con el general
Lagos".
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La defensa del general Arellano sostiene que, en Calama, es donde se entera por
primera vez de las masacres tanto de Calama como de Antofagasta. Siguiendo la
lógica de la defensa, debemos corregir que no se enteró de "masacres" sino de
muerte de prisioneros por intento de fuga o de "sublevación". Y si el coronel
Arredondo se atribuyó la responsabilidad por lo obrado, firmando un acta que se
agregó a los procesos, este hecho no hizo más que utilizar una mentira para
ocultar el crimen masivo.
El coronel Eugenio Rivera asegura que no existió el episodio de enfrentamiento
público entre el general Arellano y el coronel Arredondo. Bajo juramento, ha dicho
que sólo vio al general Arellano firmar unos documentos y que, más tarde, su
segundo comandante le informó el contenido de dichos papeles: sentencias de
muerte para así "documentar" la situación de los ya ejecutados. La defensa del
general Arellano sostiene que no "firmó sentencias, sino las instrucciones para que
el acta del coronel Arredondo fuera agregada a cada proceso".
Pero la disparidad de versiones al respecto no anula el hecho central: 26
prisioneros habían sido muertos fuera de todo procedimiento legal. El coronel
Rivera declara que, cuando se enteró de la "masacre", decidió no investigar lo
ocurrido: "No quiero saber nada de este asunto porque no es responsabilidad de
nosotros", dijo a sus oficiales. Y el general Arellano asegura que se enteró de las
40 muertes perpetradas por su comitiva -14 en Antofagasta por "intento de fuga" y
26 en Calama por "sublevación" - y no ordenó ninguna investigación para aclarar
lo realmente ocurrido. Se dio por satisfecho con un acta firmada por Arredondo.
¿Acaso le pareció posible la macabra "casualidad" de que, en dos días
consecutivos, su estado mayor tuviera que matar a todos los prisioneros que
interrogaba porque éstos intentaban fugarse? ¿Acaso no tenía el poder y el deber
de investigar allí mismo, en Calama, lo ocurrido?
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Veintiséis fueron las víctimas en este episodio que monseñor Ysern calificó como
"golpe al interior del Ejército". ¿Quienes eran? De algunos nada se sabe en los
organismos de defensa de los derechos humanos, como en el caso de Carlos
Alvarez Acuña, David Garrido Muñoz, Victor Ortega Cuevas, Roberto Rojas
Alacayaga, Jorge Yung Rojas, Hernán Moreno Villarroel y Luis Alfonso Moreno
Villarroel, éstos últimos seguramente hermanos.
De otros se sabe muy poco. Carlos Piñero Lucro fue el secretario y chofer de la
gerencia general de Cobrechuqui. Luis Hernández Neira, trabajador del mineral,
fue detenido en su casa el 30 de septiembre. Rafael Pineda había sido despedido
de su trabajo después del golpe y, cuando se aprestaba a abordar un avión con la
intención de buscar empleo en Valparaíso, fue detenido. Carlos Escobedo Caris
era también chofer en Cobrechuqui, tenía 24 años, casado y un hijo recién nacido.
De los trabajadores de Enaex asesinados, veamos primero el caso de los
dirigentes sindicales. Domingo Mamani López (41, casado, cuatro hijos) era
presidente del Sindicato de Empleados y fue detenido, en su casa, el 12 de
octubre. Lo condenaron a 24 años de relegación al sur del paralelo 38. Se
mortificó con el "privilegio", ya que a sus amigos Busch y Valdivia los habían
fusilado el 6 de octubre. "Debía estar muertos como ellos", dijo a su familia.
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Bernardino Cayo Cayo (42, casado, dos hijos) fue detenido en la misma planta de
Enaex, el 12 de octubre, junto a otros nueve compañeros de trabajo. Es el mismo
caso de Gerónimo Carpanchy Choque (28 años, casado, cuatro hijos), de Ignacio
Gahona Ochoa (65 años) y Rolando Hoyos Salazar, obrero y director del sindicato
industrial, militante socialista, 38 años. En el caso de Hoyos hay que detenerse
especialmente. Aquí tenemos "al fusilado que era hermano de un cabo del
regimiento", como recordó el coronel Rivera Desgroux. El cabo Guillermo Hoyos
Salazar "fue enviado como chofer de un camión militar a Tocopilla, a las 17 horas
de ese 19 de octubre. Le dijeron que se fuera en esa misión, pues su hermano
sería fusilado", aseguró la viuda..
Dirigente sindical de Enaex también era Manuel Hidalgo Rivas (23 años, una hija y
su esposa embarazada de seis meses). En el caso de Rosario Aguid Muñoz
Castillo (26, obrero, militante socialista, casado) la denuncia de su esposa, Lidia
Olivares, quien estaba en el octavo mes de embarazo, aclara en parte la detención
masiva de trabajadores de Enaex: "El participó, durante una de las noches previas
al golpe militar, en una ronda de vigilancia para que la planta no fuera tomada por
los militares. Participaron once trabajadores en esa tarea". Cuando uno de esos
once voluntarios fue detenido, condenado y fusilado - el presidente del Sindicato
de Obreros, Francisco Valdivia - el resto se presentó voluntariamente a
Carabineros para relatar lo que realmente había sucedido. Quedaron en libertad,
hasta que el 12 de octubre - cuando entraban al casino para la colación- fueron
detenidos.
Y continúa el relato de la viuda de Muñoz Castillo: "Mi marido me contó que los
iban a relegar a todos. Pero el día 19 fui a verlo, como a las cinco de la tarde y me
dijeron que no estaba en la cárcel. En eso, vi cómo sacaban una hilera de presos
con las manos en la nuca, entre una doble corrida de militares. Los subieron a
dos camionetas y los pusieron acostados, boca abajo. Los militares se sentaron a
los lados, en las barandas".
Al día siguiente, 20 de octubre, llegó a su casa el capellán Luis Jorquera.
* - ¿Está usted sola, señora? - preguntó - el capellán
* - Sí, padre, sola - contestó ella.
* - Señora, debo comunicarle que lamentablemente su marido fue sometido a
Consejo de Guerra y dado de baja - dijo el capellán suavemente.
* - No...no le entiendo, padre - musitó ella, sin apartar sus manos del abultado
vientre, con ocho meses de embarazo.
* - Señora, ¿no hay otro adulto en la casa? - dijo el capellán.
* - No, padre...¿qué significa lo que me dijo? - insistió ella.
* - Señora, le estoy explicando que su marido fue fusilado - dijo finalmente él.
Ella sintió que la habitación se dio mil vueltas y una dolorosa contracción la hizo
perder el equilibrio. El sacerdote alcanzó a sujetarla, la instaló en un sofá y la dejó
- entre quejidos y sollozos - para pedir ayuda a los vecinos. El pequeño Aguid del
Rosario nació al poco rato.
Fernando Ramírez Sánchez, de 26 años, era supervisor del mineral La Exótica y
se desempeñaba como secretario de la Juventud Socialista de Calama. Casado,
dos hijas, una de las cuales padecía de hidrocefalia. En este caso tenemos un
drama familiar completo. Tres detenidos, de los cuales primero se fusiló al
ingeniero Luis Busch (6 de octubre). La viuda, Grimilda Sánchez, recibió una larga
91
condena y estando en la cárcel vio cómo sacaban el 19 de octubre a los
prisioneros y los subían al vehículos militar. Entre ellos iba su hijo Fernando.
Mario Arguelles Toro era comerciante, socialista, de 34 años, casado. Fue
detenido el 1° de octubre, acusado de "acaparar mercaderías" y el día 16 fue
condenado a tres años de relegación al sur del paralelo 38. Su esposa, Violeta
Berríos, lo vio pocos momentos antes que llegara el grupo militar a sacarlo de la
cárcel: "El ya sabía que sería relegado al sur por tres años y que lo vendrían a
buscar en cualquier momento. Me pidió ropa gruesa. Ella se fue a la comisaría a
averigüar más datos y, poco después de las seis de la tarde, un carabinero le dijo
que se fuera a la cárcel porque "están sacando gente para matarla". Ella corrió y
al llegar, sintió disparos a lo lejos. Le preguntó al gendarme de qué se trataba.
"Parece que es un cañón", le respondió él.
Especialmente conmovedor resulta el caso de José Gregorio Saavedra González,
quien todavía no cumplía los 18 años y era presidente del Centro de Alumnos del
Liceo de Calama. Cuando volvió de clases el 24 de septiembre, fue detenido y
llevado al centro de interrogatorio dentro de la planta de Enaex. Luego pasó a la
cárcel. Esta es su última carta a su madre:
Mamá:
Hoy se llevaron 30 personas relegadas al sur, quizás también nos lleven a los 24
que quedamos aquí. Sólo se llevaron a los dirigentes.
Mañana cuando venga, tráigame ropa gruesa y tarros de conservas y otros
zapatos. Pregúntele a Rojo si es efectivo que nos lleven, entonces ustedes se
preparan para traer las cosas necesarias.
Dígales a todos mis amigos y amigas que se vengan a despedir por si acaso.
Quizás nos lleven a la isla Dawson, frente a Punta Arenas. Mañana martes - visita
- vengan todos por favor.
La besa su hijo
Pepe
P.D. Cigarros, muchos cigarros.
Su madre había sido concesionaria del casino de suboficiales del Regimiento. Por
eso, el joven le pide que se contacte con el suboficial Jerónimo Tomás Rojo, quien
colaboraba en la Fiscalía Militar. Pero Pepe no necesitó la ropa gruesa, ni las
conservas, ni los cigarros para cumplir su condena a 541 días de relegación al sur
del paralelo 38. Sus hermanos mayores - ya que era el "concho" - trataron de
ocultar a los padres lo sucedido, pero finalmente la madre descubrió el certificado
de defunción.
Alejandro Rodríguez Rodríguez, 47, casado, cinco hijos, socialista, había sido
alcalde de Calama y dirigente de la Confederación e Trabajadores del Cobre.
Laboraba en Chuquicamata y fue detenido el 14 de septiembre, cuando se
presentó a la Gobernación al ser llamado por un bando. No alcanzó a ser
procesado.
Haroldo Cabrera Abarzúa era el subgerente de finanzas del mineral de
Chuquicamata. Ingeniero comercial, socialista y de 34 años, Cabrera tenía cuatro
hijos. En el testimonio del mayor Fernando Reveco Valenzuela, presidente del
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Consejo de Guerra de Calama y quien estuvo a cargo de la ocupación militar del
mineral, el caso de Haroldo Cabrera surgió así:
* - ¿Y había oficiales muy duros en el regimiento?
* - Sí, pedían penas de muerte para las faltas más nimias. Había uno que tenías
sus buenas razones. Había sido el oficial de Inteligencia y manejaba dólares
cuando era una moneda inalcanzable. Nos sorprendió a todos, incluso con el
segundo comandante comentamos de dónde sacaba los billetes de cien dólares
que mostraba. Por eso quería matarlos de inmediato, porque quería ocultar que le
habían pasado dinero...
* - ¿Quienes?
* - De la gerencia de finanzas de Chuqui - que había estado a cargo de Haroldo
Cabrera - parece que mensualmente le tenían asignada una cuota de dólares. Y
él les decía que no se podía informar a nadie porque era para financiar tareas de
Inteligencia, para pagar a los agentes chilenos que estaban en Bolivia. Por eso
quería que murieran antes que hablaran. La misma noche del 11 de septiembre,
empezó a promover la idea de matarlos. Nosotros nos extrañamos y lo
comentamos con el segundo comandante.
Y agrega el mayor Reveco: "Esa misma noche del golpe, Haroldo Cabrera envió
por mí y nos entrevistamos. Ahí me contó que estaba atragantado con este
asunto, que le había dado al mayor R. alrededor de mil dólares para labores de
Inteligencia y que eso podía servir como demostración de que jamás había
actuado contra el Regimiento".
Así, el 12 de septiembre, el subgerente Cabrera se entregó al coronel Rivera,
confiando en que todo se aclararía con rapidez. El mayor Fernando Reveco
recuerda con claridad su juicio en el Consejo de Guerra: "Ese fue un caso más
grave. Descubrimos que en el garage de su casa había una fábrica de granadas.
El juró que había arrendado el garage a un señor, que no sabía lo que ahí se
hacía. La verdad es que él no tenía necesidad de arrendar el garage, pero
también era verdad que Cabrera era muy querendón de su familia y resultaba muy
raro que tuviera explosivos al lado de su mujer y sus hijos. Eso nos convenció en
parte a los miembros del Consejo de Guerra y por eso le dimos una pena muy
grave de presidio, muchos años, pero no pena de muerte". El certificado de
defunción de Haroldo Cabrera, al igual que los otros 25 prisioneros, dice:
Fecha: 19 de octubre de 1973
Hora: 18 horas
Causa: Destrucción tórax y región cardíaca.
Fusilamiento.
David Miranda Luna era subgerente de Cobrecuchi, secretario general de la
Federación Minera
y dirigente comunista. Tenía 48 años, casado, cuatro hijos, el
menor de cinco años. Llevaba sólo ocho meses en el mineral cuando llegó el
golpe militar. Fue citado a presentarse a la nueva autoridad, mediante bando, y lo
hizo. Pero el 17 de septiembre volvió por pocas horas a la casa, con arresto
domiciliario, y una patrulla militar fue nuevamente a detenerlo. Su esposa; María
Magdalena Michea, lo vio en la cárcel. Recuerda así el encuentro:
* - Viejito, ¿qué te puedo traer? ?Traigo a un abogado?
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* - No, no, ¿para qué un abogado si yo me defiendo sólo?
* - Pero puede ser bueno poner un abogado - insistió ella.
* - ¿Para qué un abogado, viejita, si esto no va a durar? Mire, voy a salir luego de
aquí. Así que quédate tranquilita.
María Magdelana, entonces, decidió venir a Santiago a ver cómo estaban los otros
hijos. Un telegrama del hijo mayor la hizo volver de urgencia: "Llegamos y ahí
estaba David sentado en un sillón, serio y cabizbajo. Le pregunté por qué no nos
había ido a esperar. No contestó. Le pregunté qué había sabido de su padre. Se
quedó callado, no dijo nada. Insistí. Entonces se paró, me abrazó fuerte y me
dijo: ¡Lo mataron, mamá, lo mataron!"
Ella no podía creerlo. Desesperada, corrió a buscar al capellán militar. Cuando
logró encontrarlo, éste le dijo: "Mire, señora, es verdad. Desgraciadamente, en el
grupo que iba su marido, uno se sublevó antes de llegar a La Piedad y ahí todos
se pusieron atrevidos". Como nunca vio su cadáver, no creyó por mucho tiempo
en su muerte. Y buscando datos, logró hablar con un conscripto de regimiento
Calama". El me dijo que el general Arellano le gritaba al coronel del regimiento,
que lo retaba porque no los había hecho matar antes. Si ese general no va, no se
habría hecho esta matanza. Porque el coronel, que se llamaba Eugenio, era muy
amable con nosotras. Si hubieran estado los militares de allá no más, no habría
pasado esto. De aquí de Santiago fueron a matar".
Finalmente llegamos a Carlos Berger Guralnik, el joven periodista y abogado,
casado con la abogada Carmen Hertz y padre "chocho" del pequeño Germán, de
pocos meses. El mayor Fernando Reveco, quien presidió su consejo de guerra, lo
recuerda "alto, buen mozo y atildado. Lo acusamos porque la radio siguió
funcionando después de la orden de callar las transmisiones. Le dimos algunos
días de presidio, 61 días. Nada más, porque era una falta menor".
Carlos Berger y su familia habían llegado a Calama sólo 25 días antes del golpe
militar, para hacerse cargo de la dirección de la radio El Loa. En un momento
crítico, decidió que debía colaborar - como comunicador - para que la zona de
Calama, zona dura de mineros, pudiera recuperar un clima de tolerancia y respeto.
Su viuda, Carmen Hertz recuerda:
"Carlos fue arrestado en mi presencia, en el interior de la radio El Loa, por un
numeroso contingente armado el mismo día 11 de septiembre a las 11.00 horas,
debido a que se negó a clausurar las transmisiones de la radio. Tanto en
Chuquicamata como en Calama no hubo resistencia armada alguna e incluso el
mineral funcionó normalmente, lo que es ratificado por el coronel Rivera y el mayor
Reveco en sus declaraciones. Carlos fue condenado a 61 días de prisión en la
Cárcel Pública
de Calama, por lo que fue calificado por la Justicia Militar como
"una falta". Y esta sentencia le fue notificada. Por el hecho de ser yo abogado y
andar con mi hijo de corta edad en todas partes, ya que no tenía con quien dejarlo,
no existían inconvenientes para visitar a Carlos todos los días, primero en el
regimiento y después en la cárcel. Incluso el trato que me dispensaban los
oficiales y gendarmes podría calificarlo de cordial y deferente".
Y agrega Carmen: "Como existía esa buena disposición y nosotros no éramos de
la zona, lo único que queríamos era regresar pronto a Santiago, de manera que el
18 de octubre le pedí al fiscal militar de Calama que conmutara los días que le
faltaban a Carlos para cumplir la pena por una multa, a lo que accedió
94
verbalmente, pero señalándome que la petición se la hiciera formalmente. Al
mediodía del día siguiente, 19 de octubre, le llevé el escrito respectivo. Sin
embargo, el fiscal me señaló entonces que no podía acceder a mi solicitud,
puntualizando que la situación no era la misma, sin darme otros antecedentes y
sólo aduciendo que ese día había arribado a la ciudad un helicóptero con una
comitiva de oficiales proveniente de Santiago, al mando del general Arellano Stark.
Era la primera vez que escuchaba el nombre de ese general".
"Como no entendía qué estaba pasando, en qué consistía esta situación nueva y
qué consecuencias podía tener, me fui a la cárcel para comunicarle esto a Carlos.
Eran aproximadamente las tres de la tarde. Lo encontré extraordinariamente
nervioso y preocupado porque habían sacado del penal a la mitad de los
detenidos, encapuchados y maniatados, llevándoselos a un lugar desconocido.
Inclusive en la cárcel noté medidas de otro tipo. Por ejemplo, no me dejaron
ingresar al patio donde siempre había entrado, sino sólo a una sala especial. Lo
acompañé hasta aproximadamente las cinco de la tarde. Estaba quemado por el
sol, con sus bluejeans, su camisa, su pipa. Nos despedimos con un beso. Su
último beso..."
"Subí a Chuquicamata donde yo vivía y, como dos horas después, supe que el
resto de los detenidos que quedaban en la cárcel también habían sido sacados y
llevados a un lugar desconocido. Llamé por teléfono al Alcaide de la Cárcel, ya
que no podía bajar porque había toque de queda. El me dijo que no me
preocupara porque todos los detenidos políticos habían sido llevados al regimiento
para prestar declaraciones de rutina. El no sabía más que eso. Seguí llamando
cada media hora, hasta alrededor de las doce de la noche y la respuesta era
siempre la misma: "Ya van a llegar, ya van a llegar. No se preocupe señora". A
primera hora de la mañana siguiente bajé a Calama. En la gobernación me
encontré con un cuadro horroroso: había funcionarios llorando, histéricos y una
colega - secretaria del gobernador - me abrazó muy descompuesta y me dijo:
"Carmen, ¡los fusilaron a todos!" Le pregunté de qué me hablaba. Y ella agregó,
llorando: "Fusilaron a Carlos, lo fusilaron ayer". Yo no entendía nada, sólo creí
que estaban todos locos y que eso no podía ser cierto. ¡Si le faltaba un mes para
salir libre! ¡Si había una posibilidad, incluso de libertad inmediata! Tenía que ser
un error.."
"Me fui al regimiento de inmediato. Al llegar noté un ambiente realmente caótico y
tenso; corrían de un lado para otro diversos funcionarios militares y me costó
mucho que me atendieran. Un oficial de apellido Shejman me informó que los
prisioneros, entre los cuales estaba mi marido, habían sido trasladados la noche
anterior a Santiago a diversos centros de detención. Ante esa contradicción,
empecé a hacer muchas gestiones, las que terminaron en la tarde con una
entrevista que por fin pude obtener con el gobernador, coronel Eugenio Rivera. El
me indicó que esperara en mi casa, que él averiguaría y me haría llegar el dato
exacto acerca de dónde estaba mi marido".
Como a las ocho de la noche, en hora de toque de queda, llegó el llamado
telefónico. Pidieron hablar, sin identificarse, con Eduardo Berger, hermano de
Carlos, médico del Hospital de Chuquicamata. El atendió. La voz indicó que
saliera de la casa, que fuera a la esquina. Y cortó. Carmen insistió en acompañar
a su cuñado. Salieron y ahí estaba, en la esquina, junto a la vereda, estacionado
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un jeep militar. Adentro, dos militares y un sacerdote: el teniente Alvaro Romero,
el suboficial Jerónimo Rojo y el capellán Luis Jorquera, la comisión designada por
el coronel Rivera para informar a las familias. Carmen dice que jamás olvidará la
fantasmagórica escena: "Uno de los militares se puso de pie dentro del jeep y
comenzó a leer un texto. Recuerdo la parte en que decía "cuando los detenidos
eran trasladados a la ciudad de Antofagasta, intentaron fugarse, siendo por ello
todos muertos".
No podía ser. ¿Está muerto? ¿Y su cuerpo? No, señora, no se entregarán los
cuerpos. Es un error. Tiene que ser un error. Salvoconducto para viajar a
Santiago. La carretera toda la noche. No, no puede ser. Pero si ahí estaba en la
cárcel, con sus jeans, su camisa, su pipa. No, no puede ser. Santiago de
madrugada, cuidado con las patrullas militares, cuidado con las voces de alto. Y
ahí estaba, en la casa materna, la doctora Dora Guralnik, la madre: "Tuve que
contarle a Dora lo que había pasado. Y mientras hablaba, tiritaba y tiritaba. No
podía dejar de tiritar. Era verdad, Carlos estaba muerto. En Santiago conseguí el
certificado de defunción: destrucción tórax y región cardíaca - fusilamiento. Hora:
18 horas. Una hora después que me despedí de él en la cárcel, Una hora
después"...
Carmen Hertz y el pequeño Germán salieron rumbo a Buenos Aires. Carlos lo
siguió en los sueños: "Todos los días soñaba con él. Me encontraba con él en el
aeropuerto, en la estación, estaba vivo, siempre llegando y llegando". Y mientras
ella se refugiaba en la esperanza del sueño, la viuda de David Miranda -
Magdalena Michea - escribía cartas al campo de concentración de Chacabuco.
Debía tratarse de un error, no podía estar David muerto, no había visto su cuerpo.
Y mientras ella escribía, el padre de Pepe Saavedra no encontraba consuelo para
la pérdida de su único hijo hombre, el menor, el "concho" de sólo 17 años. Casi
en mutismo, se concentró en hacer una reja de madera para la casa. Y mientras
él, todos los días, durante un año, armó la reja sin usar ni un sólo clavo, los hijos
de Rolando Hoyos sostenían que el papá seguía vivo y la hermana de Luis
Gahona se negaba a ir a misas y a cualquier actividad recordatoria de lo ocurrido,
porque optó por creer que estaba vivo, en alguna parte.
No ver los cuerpos, no saber siquiera que fueron enterrados en fosa común del
cementerio como en La Serena o Copiapó, marcó con huella más profunda la
tragedia de Calama. Por doce años - en silencio - muchas familias recorrieron el
desierto buscando un indicio, una señal. Después de 1985, cuando lo ocurrido se
hizo público, la búsqueda se acentuó.
En abril de 1986, el abogado Luis Toro - de la Vicaría de la Solidaridad - dio con el
paradero de quien aparecía como el más cercano testigo. Así Mario Raúl Varas
Varas prestó su declaración ante una jueza en Antofagasta y juntos fueron al lugar
donde se habrían enterrado los cuerpos, el mismo indicado - también en
testimonio judicial - por una joven aficionada a la arqueología. Ella lo encontró en
1980 y se extrañó de hallar osamentas vestidas con ropa actual. Pero ya no
estaban y, hasta ahora, no ha sido posible hallarlos.
Este es el testimonio de Mario Raúl Varas: "Estando el suscrito como
Administrador del servicio de Sendos de Calama, en octubre de 1973, envié al
electricista de mi servicio de apellido Díaz a un lugar de la planta de filtros del
cerro Topater a colocar unos alambres telefónicos. Fue como a las 8.10 de la
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mañana del mes de octubre, no recuerdo la fecha. El operario electricista llegó
corriendo a mi servicio como a las 9.30 horas y contó lo siguiente:
* - "Don Mario, cuando estaba subido en el poste vi un pailover moviendo tierra y
llevando en la pala un montón de gente muerta y los enterraba con la misma pala.
Me asusté y arranqué para los cerros y de allí vine a avisarle.
"Yo inmediatamente me dirigí al lugar indicado (poste telefónico) y vi a esta
máquina emparejando el lugar para no dejar rastros de los montones.
"Ese mismo día del mes de octubre de 1973, mucha gente se dirigió a la
Gobernación
a cargo del coronel Eugenio Rivera Desgroux, gritando por sus
maridos y sus hermanos".
Mario Raúl Varas hizo luego un plano de lugar y lo entregó al obispo Carlos
Oviedo. Examinemos su declaración: si el electricista Díaz, subido en el poste
telefónico, vio cómo enterraban los cuerpos cargados en un payloadeer (cargador
frontal) y el administrador de Sendos señala que fue por la mañana, estaríamos
hablando de la mañana del 20 de octubre de 1973.
* - Coronel Rivera, hay un testimonio que asegura que los cuerpos fueron
enterrados al día siguiente de la masacre. Y usted insiste en que sucedió esa
misma noche...
* - No sé más de lo que ya le dije. Cuando me enteré de lo sucedido, volví de
inmediato al regimiento y quise reunirme con todos mis oficiales. Pero no estaba
el capitán Carlos Minoletti Arriagada y otros oficiales de la compañía de Ingenieros
debido a que - según se me informó - estaban enterrados los cuerpos por orden
del coronel Arredondo. Se me informó, además, que los cuerpos estaban
mutilados, deshechos - me aseguró Rivera Desgroux.
* - Coronel, después de la masacre de Calama, ¿volvió a ver al general Arellano?
* - Sí, a comienzos del 74 en Santiago.
* - ¿Le mencionó lo de Calama?
* - No...pero a fines de marzo, llegó a mi oficina el auditor Vega, quien trabajaba
con el general Arellano. Me dijo: "Oiga, mi, coronel, tengo un tremendo problema,
me faltan procesos de la gente fusilada en Calama". Yo le dije: "¡Bah, qué raro!,
pero si eso lo sabe el general Arellano. Mucha de esa gente fue fusilada sin
proceso. Vega se fue y nunca más se habló del asunto...
* - ¿Cuándo salió del Ejército?
* - En 1974. A mí se me sancionó por todo lo que pasó: por tratar de defender al
mayor Reveco, por poner fusilamiento en los certificados de defunción, por todo.
En lo formal, porque no me ascendieron a general. En lo de fondo, porque dejé de
ser fiable...
* - Cuando pasó lo de Calama, ¿supo que el general Lagos presentó su renuncia
al comandante en jefe?
* - Sí, él me lo dijo.
* - ¿No pensó en renunciar al Ejército entonces?
* - No. Mi mujer siempre dice por qué no renuncié entonces. Pero yo era un
profesional de la guerra y estimé que lo sucedido no me afectaba, que era de
responsabilidad del general Arellano.
* - ¿Usted se fue a trabajar a Enaex?
* - Sí, en octubre del 74.
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* - Para trabajar en la Empresa Nacional de Explosivos, un año después del golpe
militar, debió tener visto bueno de seguridad...
* - Es una empresa del Estado independiente...
* - Pero es muy difícil que el coronel Opptiz le haya dado un trabajo, donde incluso
llegó a ser jefe de seguridad, sin visto bueno de arriba. Usted no era
desconfiable...
* - Bueno, el coronel Opptiz le preguntó al general Arellano sobre la idea de
contratarme y a Arellano le pareció bien.
* - En una de sus declaraciones, dijo que el general Arellano fue "también juez
militar en Valdivia y Concepción en la misma época. ¿Qué sabe de lo sucedido en
esas dos ciudades?
* - De Valdivia, me lo dijeron dos o tres personas. Pero de Concepción tuve
información de primera mano, donde supe que el general Washington Carrasco
había parado en seco al general Arellano, impidiéndole una masacre.
* - ¿No tiene dudas respecto a la responsabilidad del general Arellano en las
masacres?
* - No, le atribuyo toda la responsabilidad de acuerdo a nuestro reglamento,
porque él era el superior. El general Arellano puede sostener que el coronel
Arredondo se arrancó con los tarros, pero militarmente no tiene posibilidad de
escabullir su responsabilidad como jefe.
* - Coronel, vayamos al fondo de lo sucedido. Una posibilidad es que ustedes, los
altos oficiales que estaban en provincias, no estaban anímicamente preparados
para ejercer mano dura con jefes de servicios públicos, dirigentes políticos y
personajes conocidos de la Unidad Popular, con los cuales mantenían relaciones
sociales más o menos armónicas, incluso amistosas en muchos casos. La misión
de la comitiva del helicóptero era darles a ustedes - los del Ejército - una lección
ejemplar de la represión que se requería...
* - Mire, nosotros procedimos, desde que se nos ordenó actuar el 11 de
septiembre, de acuerdo a nuestra concepción filosófica, humanista y militar, de
acuerdo con nuestra tradición militar. Creo que tiene razón, que hubo necesidad
de que fuéramos más violentos porque muchos comandantes tomábamos
iniciativas tendientes a normalizar la situación y a tratar de obtener la adhesión
total de la población hacia la Institución. Yo había sido gobernador antes y la
gente recurría a mí con toda confianza. Por eso yo sentí que debía mantener mi
actitud. Yo traté de aplicar el Código de Justicia Militar en los plazos que
determinaba el tiempo de Guerra. Es por eso que a fines de septiembre o
principios de octubre, estaban casi todos los procesos listos en Calama.
* - ¿Cambiaron sus oficiales, su regimiento en general, después que partió el
helicóptero?
* - Claro que quedaron marcados por lo sucedido, porque tenían clara conciencia
del tremendo error y del desprestigio que significaba para el Ejército...
* - ¿Percibió temor entre sus oficiales?
* - Yo seguí igual...
* - Pero usted se fue, ¿y los que quedaron dentro?
* - Sí, ahí tiene razón, a juzgar por lo que ha pasado en todos estos años.
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Por su parte, el mayor Fernando Reveco Valenzuela, presidente del Consejo de
Guerra de Calama hasta el 2 de octubre de 1973, tuvo obvio interés por saber qué
había ocurrido en su regimiento mientras él estuvo detenido en Santiago:
* He recogido versiones oficiales y extraoficiales. Hablé con Luis Aracena Romo,
quien más tarde fue segundo comandante del regimiento, y me dijo que cuando
llegó la comitiva de Arellano, era increíble la prepotencia de todos. Que hasta un
subteniente, como Fernández Larios, no saludaba a los superiores. Ni siquiera
reconocían grados. De todas las versiones que recibí, tengo algo muy claro: el
regimiento se aterró con ellos...
* - Las familias de las víctimas han sostenido que la misión de Arellano era dar un
ejemplo aterrador de represión para que la izquierda, y la ciudadanía en general,
supieran a qué atenerse. ¿No agregaría que lo sucedido también buscó aterrar a
los propios militares para obligarlos a ser duros?
* - Por supuesto, la misión del general Arellano estaba dirigida para adentro, para
la casa. Eso era lo que más interesaba, porque el general Pinochet no sabía qué
Ejército estaba mandando, no sabía cuántos eran partidarios de la línea
constitucionalista de los generales Schneider y Prats. Tenía que poner a todos en
una línea, cualquiera fuera el costo - me aseguró finalmente el mayor Reveco.
Capítulo IX: Y el general Pinochet dijo...
La defensa del general Arellano ha sostenido que nada supo de lo ocurrido en
Cauquenes hasta que el caso se hizo público en 1986. Que de lo sucedido en La
Serena
y Copiapó se enteró después, en Santiago, escuchando la radio Moscú.
De lo acontecido en Antofagasta y Calama - agrega - se enteró ese mismo
anochecer del 19 de octubre de 1973-
"Como se trataba del área jurisdiccional del general Joaquín Lagos, comandante
en jefe de la Primera División, mi padre decidió volver a Antofagasta esa misma
noche para aclarar lo sucedido", aseguró el abogado Sergio Arellano Iturriaga.
Examinemos las declaraciones acerca de lo ocurrido ese sábado 20 de octubre de
1973 en Antofagasta. El general Joaquín Lagos se fue muy temprano a la
Intendencia
y, sabiendo que estaba el general Arellano y su comitiva de nuevo en
Antofagasta - de regreso de Calama y rumbo a Iquique - ordenó que no se
permitiera la salida del helicóptero sin su autorización.
Este es el relato del general Lagos:
"Alrededor de las 09.00 horas, me llamó el general Arellano desde el regimiento
Esmeralda, para agradecerme las atenciones dispensadas. Molesto, le contesté
que sus agradecimientos no me interesaban y que debía trasladarse de inmediato
a la Intendencia a explicar su actitud y la masacre que había realizado su comitiva,
todo a espaldas de este Comandante en Jefe de la División, y que no pretendiera
salir. A los pocos minutos llegó a la Intendencia en compañía del teniente coronel
Sergio Arredondo, a quien no permití que entrara a mi oficina a pesar de su
insistencia.
"Enfrentado con el general Arellano, le enrostré su criminal actitud y le manifesté
mi indignación por esos crímenes cometidos a mis espaldas en un lugar bajo mi
jurisdicción. Se disculpó diciendo que el Comandante Arredondo había actuado
por iniciativa propia y sin su autorización. Me molestó de sobremanera este
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subterfugio con el que se declaraba poco menos que inocente y asignaba la
responsabilidad a un subalterno, en circunstancias que el jefe de esa comitiva era
él, el propio general Arellano. Le agregué que no encontraba adjetivo para
calificar lo hecho, que había invadido mis atribuciones y responsabilidades, dando
muerte a gente que aún estaba procesada, con derecho a las instancias que la
justicia militar, incluso en tiempo de guerra, consigna en su legislación: proceso
ante el fiscal militar, defensa de los inculpados y, por último, Consejo de Guerra y
sentencia del Juez Militar, que en este caso era yo, que debía pronunciarme en
conciencia. Le añadí que lo hecho constituía un crimen tan monstruoso como
cobarde, pues se había dado brutal muerte a gente indefensa, sin que mediara
sentencia alguna del Juez Militar".
Y continúa el relato del general Lagos:
"Ante esta situación, el General Arellano me contestó que él respondía de todo
esto. Yo le reiteré su actitud innoble para con el Ejército, para con el país y para
conmigo mismo, y que este hecho ya no sólo era conocido ante la ciudadanía de
Antofagasta, sino también ante el país y en el extranjero. Sólo entonces sacó de
su manga un documento que me entregó para que lo leyera: era una
comunicación del Comandante en Jefe del Ejército que lo nombrara "Oficial
Delegado" para revisar y acelerar los procesos. Por el estado en que me
encontraba, no leí con la detención debida este documento, pues más me molestó
que no me lo hubiera mostrado cuando llegó y que lo hiciera entonces, cuando
habían dado muerte a catorce procesados. Si me lo hubiera mostrado antes, es
decir, a su llegada, yo habría tenido que dictar una orden a todos los
Comandantes de Unidades dando a conocer los poderes de que el general
Arellano venía investido, toda vez que con esa orden el Comandante en Jefe del
Ejército me quitaba esta responsabilidad y la delegaba al General Arellano".
"Le ordené que se retirara con toda su gente de mi zona jurisdiccional, ya que con
la que ahora conocía, no me quedaba otra alternativa que dar cuenta de estos
hechos al Comandante en Jefe del Ejército, que esa misma tarde regresaba a
Santiago, haciendo escala en Antofagasta, y di orden que dejaran salir el
helicóptero que conducía al general Arellano y toda su comitiva a Iquique".
Hasta ahí la declaración del general Lagos en lo que respecta a este punto.
Dieciséis años después de los hechos, le pedí que explicara este episodio.
* - General Lagos, ¿qué significa, en el Ejército, un "Oficial Delegado"?
* - Mire, el reglamento estipula varias categorías extraordinarias. Existe el "Oficial
Mensajero" que lleva y entrega un mensaje muy importante. Existe el "Oficial de
Ordenes" que lleva un documento muy importante y está autorizado para
comentarlo con el jefe que lo recibe. Y, finalmente, existe el "Oficial Delegado",
una categoría muy especial a la que nosotros - internamente - llamamos la "droga
heroica".
* - ¿Por qué General?
* - Porque se lo nombra para reemplazar al comandante que está actuando mal, al
que no está cumpliendo fielmente las órdenes del poder superior. El "Oficial
Delegado" despoja de sus atribuciones al comandante en ejercicio y representa -
mientras actúa - al jefe superior del comandante cuestionado.
* - ¿Usted estaba actuando mal?
100
* - Ese día me enteré de que mi actuación estaba siendo cuestionada por mis
superiores. Hasta entonces, creí que lo estaba haciendo muy bien. Salvo la
dolorosa obligación de haber firmado cuatro condenas a muerte en los días
posteriores al golpe militar, yo estaba orgulloso de que Antofagasta vivía un clima
de paz.
* - ¿Y los presos políticos?
* - Se trataba de que estuvieran en las mejores condiciones posibles y de que
fueran sometidos a procesos con todas las garantías legales. Yo entendía que el
pronunciamiento militar tenía como meta poner orden, apaciguar los espíritus y
gobernar con justicia para todos los chilenos.
* - General Lagos, usted declaró que enrostró al general Arellano su "criminal
actitud". ¿Fue así realmente?
* - ¡Claro que sí! Le dije que era un canalla, un asesino. Que lo que había hecho
merecía que lo fusilara en la plaza pública. Así se lo grité...
* - Hasta que el general Arellano le mostró el oficio, firmado por el general
Pinochet, que lo nombraba "Oficial Delegado"...
* - Ahí no pude seguir adelante, salvo recriminarlo porque no me lo había
mostrado antes. De hecho, después supe que se lo había mostrado a otros
oficiales de mi División y que le había entregado una copia al auditor, teniente
coronel Marcos Herrera Aracena.
* - Eso explica que todos creyeran que usted sabía en qué consistía la misión del
general Arellano...
* - Así lo creo.
* - Y todos sus oficiales, además, sabían que el general Arellano alojaba en su
casa, que comía con usted. Por tanto, debieron imaginar que usted estaba de
acuerdo con la misión...
* - Así lo creo.
****
La versión de la defensa del general Arellano sostiene: "Mi padre durmió en el
regimiento Esmeralda, de Antofagasta, y a primera hora del día 20 de octubre fue
a la oficina del general Lagos, comandante en jefe de la División y quien - en tal
calidad - era juez militar de la misma, en compañía del comandante Arredondo: En
esa reunión estuvieron a punto de agarrarse a puñetes. El general Arellano le
insistió en que el comandante Arredondo debía participar de la reunión, para que
le dijera personalmente que había sucedido. Pero Lagos se negó, usando su
poder de general más antiguo, y argumentando que mi padre era el superior
jerárquico de esa comitiva".
"Finalmente, mi padre le recordó que sólo debía darle cuenta al Comandante en
Jefe, ya que era su delegado. Y para recordárselo sacó de su maletín (no de la
manga de la guerrera, ya que iba con traje de campaña que sólo tiene puño) el
oficio que lo nombraba Delegado del Comandante en Jefe, oficio destinado al
general Forestier - comandante de la Sexta División - quien lo esperaba en
Iquique. Esa reunión fue dramática. Así, muy amargado por todo lo sucedido, mi
padre continuó su viaje a Iquique, donde esperaba encontrar al general Pinochet,
lo que no sucedió"; asegura el abogado Arellano Iturriaga.
101
Pero el general Lagos si habló con el general Pinochet ese mismo sábado 20 de
octubre. Y así relató ese encuentro en su declaración judicial: "Esa tarde concurrí
al aeropuerto de Cerro Moreno, junto con los jefes institucionales de la Fuerza
Aérea
, Armada y Carabineros a la pasada del Comandante en Jefe, que se había
adelantado antes a Antofagasta y que también concurrieron al aeropuerto". Es
decir, está claro que Lucía Hiriart de Pinochet se enteró de los pormenores de lo
sucedido en Antofagasta, ya que incluso las familias de las víctimas fueron a la
casa en que ella alojaba clamando porque se aclarara lo ocurrido y se entregaran
los cadáveres.
Continúa el relato del general Lagos: "le pedí al Jefe de la Fuerza Aérea que me
hiciera preparar una sala que había en el hangar continuo al lugar en que se
detendría el avión que traía al Comandante en Jefe del Ejército. A su llegada, me
adelanté a saludarlo y le manifesté que tenía urgencia de hablar con él.
Inicialmente me contestó que tenía mucha urgencia de continuar viaje lo antes
posible, pero ante mi insistencia y después de esta con sus familiares, me
manifestó que me concedía cinco minutos. De inmediato lo invité a la sala que
estaba preparada y sólo los dos nos reunimos, pues estimé que esto era un hecho
del Ejército".
"Le informé al señor Comandante en Jefe del Ejército de todo lo sucedido en
Antofagasta y también lo de Calama, ya que en la mañana el coronel Eugenio
Rivera D., de Calama, me había informado de las ejecuciones que el general
Arellano y su comitiva habían perpetrado en esa zona la noche anterior, y que el
general Arellano se había sobrepasado en sus atribuciones. Le expuse, además,
que estos hechos daban la peor imagen, tanto en el ámbito nacional como
internacional, lo que constituiría un grave daño para el país. Por esta razón y por
el hecho de no aceptar estos procedimientos, le pedía me relevara de mi cargo en
Antofagasta, pues con lo obrado por el general Arellano había perdido mi
ascendiente sobre la ciudadanía y también de la División a mi mando, toda vez
que se había procedido en contra de las normas de respeto y justicia que se
habían hecho públicas desde el 11 de septiembre de 1973. Por tanto,
consideraba que no podía seguir en el Ejército y le pedía que cursara mi
expediente de retiro".
"El General Pinochet me reiteró que nunca había siquiera pensado que el general
Arellano iba a proceder así; me encontró razón, además, en el daño que estas
muertes ocasionarían; me dijo que yo sería trasladado en una fecha próxima a
Santiago, pero que por el momento debía permanecer en mi puesto, dadas las
actuales circunstancias y que por mis medios tratara de superar, ante la opinión
pública, la grave situación producida".
"Dejo constancia de que esta reunión, que iba a ser de cinco minutos, duró más de
una hora. Al final me pidió un teléfono para hablar con el General Arellano a
Iquique. No lo ubicó, pero con la persona que lo atendió le dejó el siguiente
encargo: "que el general Arellano no haga absolutamente nada y que regrese
mañana a primera hora a Santiago y, llegando, que vaya a hablar conmigo".
Posteriormente, continuó su viaje a Santiago".
El general Arellano sostiene que jamás recibió ese mensaje del general Pinochet,
que se quedó en Iquique ese fin de semana - 20 y 21 de octubre - y tomó
especiales resguardos con los miembros de su comitiva, para que se repitiera lo
102
sucedido: "los dejó retenidos en el casino de oficiales". Por eso, agrega su
defensa, en Iquique nada pasó. Al parecer tampoco se enteró que el 21 de
octubre, las torturas mataron al sacerdote Gerardo Poblete, de 31 años. Así
consta en los archivos de organismos defensores de derechos humanos en lo que
respecta a Iquique, zona jurisdiccional del general Carlos Forestier, Sexta División
de Ejército.
El general Arellano volvió a Santiago el 22 de octubre y pidió una entrevista de
emergencia con el general Pinochet: "Tuvieron dos o tres reuniones para hablar
del asunto, reuniones muy ásperas y difíciles. M padre exigió al general Pinochet
investigar lo sucedido, pero éste siempre le respondió con evasivas".
El 24 de octubre, el ministro del Interior, general Oscar Bonilla, anunció que "la
Junta Militar
dispuso hoy la suspensión de toda ejecución sumaria y, al mismo
tiempo, advirtió que la medida adoptada no significa de modo alguno que existirá
tolerancia hacia quienes infrinjan la ley".
El 31 de octubre de 1973, un nuevo organismo denominado COFFA (Comando de
las Fuerzas Armadas) le envió un télex al general Joaquín Lagos pidiendo que
informara "el número y nómina de los ejecutados dentro de mi Zona Jurisdiccional.
Hice la relación por separado de Copiapó, Antofagasta y Calama, en la siguiente
forma:
I Copiapó:
a) Por el Delegado del Comandante de Copiapó: 3
b) Por el Delegado del Comandante en Jefe del Ejército (General Arellano): 13
II Antofagasta:
a) Por resolución del Comandante en Jefe de Antofagasta: 4
b) Por el Delegado del Comandante en Jefe del Ejército (General Arellano): 14
III Calama:
a) Por resolución del Comandante de El Loa: 3
b) Por el Delegado del Comandante en Jefe del Ejército (General Arellano): 26
De inmediato, el general Lagos fue citado por el general Pinochet. Debía
presentarse en Santiago al día siguiente -1° de noviembre - con los sumarios de
los ejecutados en su zona jurisdiccional. Así lo hizo: "En dicha oportunidad, por
los hechos perpetrados a mis espaldas, le reiteré que me relevara de mi cargo,
tanto de Antofagasta como del Ejército, por no poder hacerme participe de ellos n
ante el país, ni ante el Ejército, ni ante mi familia. No obtuve respuesta de mi
petición y me ordenó que regresara a Antofagasta".
Pero esa misma noche, el ayudante del general Pinochet - coronel Enrique Morel
Donoso - llegó donde se alojaba el general Lagos con el informe en la mano. Le
transmitió la orden de Pinochet "que en el Oficio Conductor no debía especificarse
lo obrado por el general Arellano, haciéndose sólo una lista general". Lagos fue al
día siguiente -2 de noviembre - a la oficina del general Pinochet, entonces en el
Edificio Diego Portales, donde "había un funcionario que rehizo el oficio conductor,
conforme lo ordenado por el Comandante en Jefe del Ejército. Después de
hacerle entrega de lo ordenado, debí regresar a Antofagasta a hacerme cargo de
mi puesto".
Así lo declaró el general Joaquín Lagos Osorio, bajo juramento, ante la justicia.
103
* - General Lagos, usted calificó lo sucedido como un crimen. Cuando volvió a
Antofagasta, ¿ordenó un sumario, abrió alguna investigación para averiguar todo
lo sucedido en su zona jurisdiccional durante la permanencia del general Arellano?
* - No pregunté nada, no averigué nada. ¡Entiéndalo, por favor! Cualquier acción
era actuar contra el Ejército, contra el Comandante en Jefe. ¿A quién le iba a
hacer un sumario? Cumplí con mi deber al darle cuenta a quien correspondía y al
pedir que se me aceptara mi renuncia al Ejército. No podía hacer más...
* - General Lagos, fueron asesinados catorce prisioneros en Antofagasta, trece
prisioneros en Copiapó y veintiséis prisioneros en Calama. En total, 53 presos
políticos en la zona bajo su mando. ¿Qué pasó con usted? ¿Cómo se sintió?
* - Fue y es un dolor tan enorme, un dolor indescriptible. Ver frustrado lo que se
ha venerado por toda una vida: el concepto de mando, el cumplimiento del deber,
el respeto a los subalternos y el respeto a los ciudadanos que nos entregan las
armas para defenderlos y no para matarlos...
* - General Lagos, mis informes dicen que usted se quedó muy solo después de
haber decidido, en 1986, contestar un exhorto judicial y aclarar lo que realmente
había sucedido...
* - Sí, es verdad. Me quede muy solo porque la gente es muy cobarde. Pero me
quedé con lo más importante con el respaldo y el amor de mi familia y de mis
verdaderos amigos.
* - ¿No está arrepentido, general, de su decisión de colaborar con la justicia?
* - No. He actuado dignamente, como debe hacerlo un soldado. Así me
educaron: para ser un hombre honorable y limpio, para predicar con el ejemplo.
Asumo todos los riesgos que ello implica.
****
El general Joaquín Lagos Osorio renunció al Ejército. Su renuncia se hizo efectiva
casi un año después de los hechos y, ya de civil, volvió a Antofagasta para
hacerse cargo de la planta de Inacesa (Industria Nacional del Cemento).
* - Si el general Arellano sostiene que fue inocente, que su comitiva lo pasó a
llevar y, peor aún, lo incriminó en el asesinato de más de setenta prisioneros, ¿por
qué no renunció de inmediato, como lo hizo el general Lagos? Pregunté a su hijo.
* - Es que mi padre quería aclarar los trágicos episodios. No podía renunciar. Si
se iba, no hace falta mucha imaginación para prever la redacción del comunicado
que habría expresado públicamente su renuncia o su supuesta expulsión,
culpándolo por lo que había pasado. Mi padre creyó que no iba a poder
contrarrestar esa versión, dado el momento que vivía el país, toda la prensa
estaba con censura militar, no se admitían disidencias públicas. Además, mi
padre no quería aparecer atacando a su propio gobierno, aun a costa de sí mismo.
Y aún ahora no lo quiere hacer a costa del Ejército.
La explicación para lo sucedido- según la defensa del general Arellano - se
encuentra a partir de identificar a los miembros de su comitiva y seguir el rastro de
sus actividades posteriores. Porque el abogado Arellano Iturriaga no descarta "la
posibilidad de una trampa tendida por la naciente DINA, en una misión que pudo
tener como objetivos principales 1) deshacerse de otro general que pudiera
cruzarse en el camino del general Pinochet en la toma total del poder, y 2) hacer
104
una ostentosa demostración de que existía un mando que pasaba por sobre las
estructuras tradicionales del Ejército, el que operaría como la Gestapo alemana
dentro de cada regimiento pero sin usar uniformes distintos".
Veamos lo que se conoce del historial de los cuatro oficiales del Estado Mayor del
general Arellano.
1.- Coronel Sergio Arredondo González:
De ser el jefe de Estado Mayor del general Arellano, pasó a ser director de la
Escuela
de Caballería, ascenso que el mismo general Pinochet le comunicó en
Antofagasta, el 18 de octubre, pocas horas antes de la ejecución de los catorce
prisioneros. Entre los años 76-78 se desempeñó como agregado militar en Brasil.
Amigo y compañero de curso del entonces coronel Manuel Contreras, habría sido
el encargado de la DINA - Brasil y hombre importante en el aparato exterior de la
DINA.
A
l volver, en 1978, se desempeñó como gerente de Relaciones Industriales de
Fanaloza por casi un año. Estuvo luego en el Ministerio de Justicia y volvió a
Brasil como representante de Codelco-Enami en Sao Paulo. En esas funciones
estaba cuando, en enero de 1986, la abogada Carmen Hertz promovió
personalmente la denuncia en los organismos de derechos humanos brasileños y
se pidió su expulsión del país por "indeseable". La prensa brasileña logró verlo y
lo describió "moreno, bronceado, alto y muy elegante". Dijo al Jornal do Brasil que
"si esos fusilamientos sucedieron realmente, sólo pudieron haber sido autorizados
por los comandantes militares de las guarniciones locales. Ellos eran las
autoridades máximas porque vivíamos en pleno estado de guerra. La verdad es
que no lo recuerdo bien, porque ha pasado ya tanto tiempo. Pero es probable que
haya ocurrido uno que otro fusilamiento legal. Pudo haber sucedido, pero sacarlo
a relucir ahora es sólo por espíritu de revancha", declaró en dialecto portuñol.
El coronel Arredondo admitió haber viajado en helicóptero con el general Arellano,
al norte y sur del país: "Eran misiones profesionales, visitas a los comandantes de
guarnición. La revolución en Chile fue más fuerte en Santiago. Nosotros
teníamos, como oficiales de experiencia, la obligación de transmitir las noticias y
las recomendaciones a los comandantes de guarnición del interior y no podíamos
usar el teléfono o el telex. Ibamos personalmente. No recuerdo si hicimos viajes a
La Serena, Copiapó, Antofagasta y Calama entre el 16 y el 19 de octubre. Son ya
etapas superadas en el tiempo. Pero en ninguno de esos viajes tomé
conocimiento de fusilamientos o siquiera de procesos contra presos políticos.
Eran viajes, como ya dije, meramente profesionales".
Aunque el gobierno brasileño denegó la petición de expulsión, el coronel
Arredondo volvió a Chile muy pronto. En agosto de 1987, la abogada Hertz
interpuso una querella en su contra en Estados Unidos, al enterarse que el coronel
Arredondo estaba participando en el equipo chileno de equitación en los Juegos
Panamericanos de Indianápolis. El subjefe de alguaciles del condado, Gary
Tingle, dijo que "se le trató de ubicar, pero fue imposible". Y el periodista Hércules
Zamorano, del diario Las Ultimas Noticias, constató la razón: en el boletín oficial
de pruebas, "su nombre aparece mal escrito. Otras fuentes indican que en su
tarjeta de identificación aparece con el apellido González, materno, y que habría
abandonado el país con el nombre de Sergio González". Así, el coronel
105
Arredondo regresó a Chile antes de que le fuera notificada la demanda por
"transgresión a los derechos humanos".
Socio del Club de Polo, el coronel Arredondo protagonizó un público y
escandaloso episodio con ocasión de la visita de un juez internacional de
adiestramiento. Al acto, fue invitado por la Federación Ecuestre el general
Joaquín Lagos Osorio - también juez internacional de adiestramiento - quien
sorpresivamente fue atacado verbalmente, a gritos por Arredondo.
"¡Delator! ¡Desleal! ¡Saquen de aquí a este carajo!", gritó Arredondo, aludiendo a
la declaración judicial del general Lagos que - días antes - se había hecho pública.
El general Lagos mantuvo la calma y permaneció en el lugar.
2- Teniente coronel Pedro Espinoza Bravo:
Perteneció a la DINA desde sus inicios. En 1976 ocupaba el cargo de Jefe de
Operaciones, y , por su participación en el plan que culminó con el asesinato del
excanciller Orlando Letelier (Washington, septiembre de 1976), la justicia
norteamericana pidió su extradición en 1978. Se le acusó - con pruebas - de
instruir directamente a los agentes en la misión criminal. Entonces comandaba el
Regimiento Pudeto, de Punta Arenas, y debió permanecer nueve meses detenido
en el Hospital Militar, hasta que la Corte Suprema denegó la extradición. En fecha
no precisada fue enviado a Sudáfrica, con un cargo tampoco precisado en la
misión militar. Fue traído de regreso a Santiago en febrero de 1987. Se
desconoce su actual actividad y paradero.
3. Mayor Marcelo Moren Brito:
Segundo comandante del Regimiento de La Serena hasta la víspera del golpe
militar. "Lo envié a cargo de la tropa que, el 10 de septiembre de 1973, me
ordenaron enviar a Santiago", aseguró el comandante Lapostol. Participó en la
sangrienta ocupación militar de la Universidad Técnica del Estado. "Después dejó
a un capitán a cargo de la tropa, sin avisarme y él se puso a disposición del
general Arellano", agregó Lapostol. Testimonios de sus superiores lo sindican
como "exaltado y violento" desde sus tiempos de cadete. En el estado mayor del
general Arellano, destacó por su crueldad con las víctimas. Perteneció a la DINA
desde sus inicios y fue comandante del recinto clandestino de reclusión llamado
"Villa Grimaldi". Una gran parte de sus prisioneros integran la nómina de
detenidos-desaparecidos. Se retiró de la DINA - ya entonces CNI - a fines de
1977, junto con la salida del general Contreras de la dirección. Pasó a retiro en
junio de 1985, con el grado de coronel. Se ignora paradero y actividad actual.
4. Teniente Armando Fernández Larios:
Fue presentado en los regimientos como "combatiente en el asalto al Palacio de
La Moneda". Declaró mas tarde, que no formó parte del Estado Mayor del general
Arellano, sino que fue asignado a su seguridad personal. También estuvo
asignado a la seguridad personal del vocero de la Junta Militar, Federico
Willoughby. Perteneció a la DINA desde sus inicios. En 1976 salió tres veces
fuera de Chile con documentos falsos y distintas "chapas". Alejandro Rivadeneira
Alfaro, Alejandro Romeral Jara y Armando Faúndez Lyon. En 1978 fue acusado
por la justicia norteamericana por su participación en el crimen del excanciller
106
Letelier y estuvo nueve meses detenido en el Hospital Militar hasta que la Corte
Suprema
rechazó la petición de extradición. Luego ascendió al grado de mayor,
sin desempeñar funciones en el Ejército y cobrando regularmente su paga. En
1983, fue involucrado como partícipe en el crimen del ex comandante en jefe del
Ejército, general Carlos Prats y su esposa (ocurrido en Buenos Aires en 1974).
En 1985, cuando la abogada Carmen Hertz presentó una querella en su contra por
homicidio, pidió al juez militar, general Samuel Rojas, que lo liberara de culpas y
de tener que presentarse a declarar. El texto de ese oficio, fechado el 12 de
noviembre de 1985, es el siguiente:
1. Que en el año 1973, mi grado era de oficial subalterno (teniente) y en octubre
del año en cuestión fui comandado por mis superiores a desempeñarme como
responsable de la seguridad personal del general Sergio Arellano Stark, no como
integrante de su plana mayor o su equipo de trabajo, por no ostentar el grado de
oficial jefe ni la especialidad de Estado Mayor.
2. Que durante el período que desempeñé las funciones precitadas nunca tuve la
oportunidad de participar en las reuniones, decisiones o resoluciones tomadas por
el general Arellano o su plano mayor.
3. Se hace presente la situación anterior en razón que ante la querella interpuesta
en mi contra, se aplicó en mi defensa la ley de amnistía, hecho que considero
injusto ya que implícitamente se me adjudica una responsabilidad en los hechos.
4. Durante los años 1978 y 1979 permanecí detenido a raíz de una situación
similar, la que desencadenó una fuerte campaña publicitaria que enlodó mi
nombre con las consiguientes molestias y perjuicios personales, familiares y
profesionales.
5. En consideración a lo anterior, y ante la nueva aparición de mi nombre en
diversas publicaciones, responsabilizándome por los hechos de Calama, deseo
expresar que debido a mi grado y mi nivel de decisión en aquellos años, no me
cabe la más absoluta responsabilidad.
6. Por lo tanto, y en conformidad con el artículo número 68 del reglamento de
Disciplina de las Fuerzas Armadas DNL 347, "el personal de las Fuerzas Armadas
que se encuentre en comisión o comandado en una unidad, instituto o
establecimiento o a disposición de otra autoridad militar, estará sometido a la
jurisdicción disciplinaria del jefe o comandante bajo cuyas órdenes está en
comisión o comandado" no me compete asumir responsabilidades finales, ni
presentarme a declarar a tribunales ni menos aún aparecer en diarios y revistas
encarnando una responsabilidad que lejos le puede competer a un oficial
subalterno.
7. Lo anteriormente expuesto no significa evadir responsabilidades, las que
siempre asumí en mi carrera militar, tanto las concernientes a mi grado jerárquico,
como las correspondientes a mis subalternos.
8. Por lo tanto, solicito a US que como juez militar y oficial general gestione ante
quien corresponda se me desligue en forma inmediata y pública de la presente
situación, liberándome de comparecer en algún momento a cualquier tribunal por
estos hechos que no están relacionados con la comisión de servicios que me fue
impuesta por mis superiores".
¿Qué sucedió con su petición? Cuando, sorpresivamente, en febrero de 1987, se
entregó a la justicia de Estados Unidos para ser juzgado por el caso Letelier, se
107
conoció el texto del "oficio de petición de baja" que dirigió al Vicecomandante en
Jefe del Ejército, general Santiago Sinclair. En el punto 17 de ese oficio, fechado
el 21 de enero de 1987, dijo:
"En noviembre de 1985 me veo involucrado en los desgraciados hechos ocurridos
en octubre de 1973, cuando me encontraba bajo el mando del general Sergio
Arellano, comitiva a la cual llegué sólo como un teniente de seguridad personal del
general, sin tener ningún poder de resolución o actuación en el período que dura
la comisión. Pues bien, una vez que esto salió a la luz pública fui a hablar con el
general Arellano, esto sólo me dijo que nada sabía, que estaba muy nervioso y
que era un coronel el culpable. Me dirigí al Vicecomandante en Jefe del Ejército,
reemplazante general señor Valdés y le pedí que por favor el Ejército me liberara
de responsabilidad en estos hechos, ya que bien sabía que por mi grado y puesto
nada tenía yo que ver en los hechos ocurridos. Recibo como contestación que el
Ejercito de 1985 nada tiene que ver con las actuaciones del Ejército de 1973.
Además, me prohibe hacer una declaración pública y menos contratar un
abogado. Solicito mi baja de la institución y no se me concede. De esta
conversación hay dos testigos, el coronel señor Castro, Secretario General del
Ejército y el brigadier Mujica, asesor del general Valdés. No conforme con esto,
mando un oficio al general señor Samuel Rojas Pérez, juez militar, donde le
explico mi lamentable situación y que se me desligue en forma inmediata y pública
de todos los hechos antes mencionados. De este oficio recibo como respuesta lo
siguiente:
a) Oficio secreto número 1.000-09-05 del 13 de noviembre de 1985 del
Comandante en Jefe de la II División de Ejército, al Vicecomandante en Jefe del
Ejército, al Vicecomandante en Jefe del Ejército, donde se expresa que se eleva el
documento a usted, ya que el infraescrito (general Rojas) carece de atribuciones.
b) - Oficio secreto 1.000-09-05 del 13 de noviembre de 1985 del Comandante en
Jefe de la II División de Ejército, al Vicecomandante en Jefe del Ejército, donde se
expresa que se eleva el documento a usted, ya que el infraescrito (general Rojas)
carece de atribuciones.
c) - Oficio secreto 1.000-10-06 del 13 de noviembre de 1985 del Comandante en
Jefe de la II División de Ejército al mayor Armando Fernández Larios, donde se
expresa que el juez militar no tienen la atribución del caso para resolver mi
petición y que éste ha informado al señor Vicecomandante del Ejército. Envío a
usted junto con este oficio, fotocopias de anterior oficio y de los que me mandaron
como respuesta a mis peticiones".
Lo dicho en estos oficios fue relatado por el mayor Fernández Larios, de un modo
menos formal, en una entrevista que concedió al famoso periodistas
norteamericano John Dinges.
"Cuando mi nombre apareció también en este caso, dije ¡no... basta! Partí
inmediatamente al Ministerio de Defensa: "Bueno, ¿qué está pasando aquí?, ¿por
qué aparezco en esto? Yo era teniente, los otros son coroneles, generales,
comandantes. ¿Por qué me meten en esto? Y otra vez, "no se preocupe, no se
preocupe, esto va a pasar...¿Usted no sabe lo que es la Ley de Amnistía. ¡Quiero
que mi nombre desaparezca de este asunto! Ustedes saben lo que hizo Arellano
y su gente, ¿por qué estoy metido yo? Pero, no, no, lo mismo. Y cuando fui a
hablar con Arellano a su oficina (primero lo había llamado por teléfono, pero había
108
dicho que no podía recibirme en el banco), entro y le digo: Mi general, tiene que
sacarme de este asunto".
* - ¿Quería que dijera que usted no tenía nada que ver con los fusilamientos? -
preguntó Dinges.
* - (toma aliento) ¡Claro que tenía que hacerlo! ¿Sabía que yo no tenía nada que
ver con ...la muerte de todas esas personas! Bueno, Arellano - que es un hombre
imponente, yo me veía de este porte al lado de él - tomó un frasquito de Valium y
me lo mostró, "mire Fernández, estoy muy nervioso, tengo que tomar dos de estas
píldora al día. Estoy muy nervioso y no puedo ayudarlo" Le dije: "¿Cómo?
Bueno, muy nervioso estará, pero qué me importa a mí. ¡Sáqueme de este asunto,
porque usted sabe que no tengo nada que ver en él! Me respondió: "No, no, no
puedo hacer nada" En ese momento vi a ese general como un terrón de azúcar,
que si le tiraban una gota de agua se hacía nada - aseguró Fernández Larios.
Y en una entrevista concedida a "El Mercurio" agregó otros datos: "Yo fui
escogido al azar, cuando estaba en la Escuela de Infantería, por el general
Arellano para ser su guardaespaldas. Yo era un subteniente de 23 años. No
participé en ningún tiroteo ni enfrentamiento. Ni siquiera estaba en la oficina del
general Arellano cuando su equipo discutía estas materias. Yo sólo cuidaba que
todo estuviera bien".
Al publicarse estas declaraciones en la presa, el general Arellano afirmó: "Yo no
elegí en 1973, para ninguna función, al señor Fernández, a quien por lo demás no
conocía. El fue asignado a mi estado mayor, al igual como lo fueron sus restantes
integrantes y sus funciones correspondían a esa calidad. Por otra parte,
efectivamente no participé en reuniones para tratar acciones armadas en la zona
norte con el teniente Fernández, como tampoco con ningún otro oficial. Por el
contrario, requerí de oficiales de la I División el mayor profesionalismo, evitando
todo abuso de poder En cuanto a la visita que Fernández me hiciera a fines de
1985, en ella me planteó su sensación de abandono y, particularmente, me pidió
que declarara que con ocasión de los trágicos sucesos ocurridos en Calama, en
octubre de 1973, él se encontraba integrando el grupo de oficiales con que
concurrí al mineral de Chuquicamata, a lo cual le respondía que no estaba en
condiciones de asegurarlo y que en la investigación judicial que esperaba se
llevara a cabo me limitaría a informar aquellos hechos cuya certeza me constaba,
a fin de contribuir a establecer la verdad de lo ocurrido y las responsabilidades
correspondientes".
Así, con un reguero de crímenes a sus espaldas, el mayor Armando Fernández
Larios pidió su baja del Ejército al tiempo que volaba clandestinamente fuera de
Chile para entregarse a la justicia de Estados Unidos. En el punto 18 y final de su
oficio de petición de baja, dijo:
"Después de 9 años, sigo sin recibir satisfacción a mis justas peticiones para
poder aclarar mi inocencia en todos los hechos en que me he visto involucrado,
sólo por ser un oficial formado para recibir y cumplir órdenes de mis superiores.
Por las 18 razones contenidas en este oficio, solicito a usted que se me conceda
la baja en forma inmediata de la institución para que yo pueda, en forma particular,
como civil, dejar en claro para mi familia y para mi persona que mi nombre nada
tiene que ver con hechos de sangre, ajenos a la profesión militar, donde los
responsables no son otros que los que ostentan los más altos grados del Ejército.
109
Espero que esta baja sirva para que en el futuro no se vuelva a inculpar a un
oficial subalterno por las actuaciones del Alto Mando del Ejército".
El mayor Armando Fernández Larios fue condenado por la justicia norteamericana
a una pena de 27 meses de prisión. El general Pinochet lo calificó de "desertor".
Al historial de los cuatro oficiales del Estado Mayor del general Arellano debe
agregarse el de su propio ayudante. El entonces teniente Juan Viterbo Chiminelli
Fullerton, fue asignado en 1973 al Comando de Apoyo del Ejército. Luego ingresó
a la DINA, llegando a pertenecer a su Estado Mayor y con responsabilidad en el
Departamento de Operaciones Exteriores. Junto al coronel Pedro Espinoza
Bravo, Chiminelli aparece firmando la escritura de una de las "empresas madres"
de la DINA, la empresa "P. Diet Lobos". Fue sorprendido en labores de espionaje
en el Perú, en el serio incidente que provocó la expulsión del embajador chileno -
Francisco Bulnes - en enero de 1979. Se retiró del Ejército con el grado de
teniente coronel.
****
Efectivamente, la siniestra DINA aparece como factor común de los cuatro
oficiales de la comitiva de Arellano e incluso de su ayudante. Los abogados que
han colaborado en defensa de derechos humanos - y específicamente en este
caso - sostienen que estos cinco oficiales fueron enrolados por la DINA después
de cumplir esta macabra misión, justamente por haber demostrado capacidad
ejecutiva en la "guerra sucia". Y - agregan - "el historial delictivo de tres de ellos -
Espinoza, Moren Brito y Fernández Larios - ha sido público desde 1978". En otras
palabras, traspasar a la DINA alguna responsabilidad por estos hechos no pasa de
ser una excusa de última hora. Pero la defensa del general Arellano insiste en
que la DINA ya existía en octubre de 1973 y le tendió una trampa para "eliminarlo".
El hecho es que luego de ejercer la trágica misión de "Delegado", el general
Arellano no fue eliminado. Pese a las discrepancias que había tenido con el
general Pinochet desde antes del golpe, su carrera militar siguió un curso normal:
fue ascendido a general de división y a comienzos del años 74 fue designado
comandante en Jefe de la Segunda División (desde La Serena a Talca) y, por
tanto, ejerció como juez militar de la zona.
* - Su padre fue comandante en jefe de la Segunda División entre los años 1974 y
1975. Si era el jefe de esa área, incluso el juez militar de la misma, ¿cómo se
explica que no se haya preocupado de investigar lo que hizo su comitiva al menos
en la ciudad de La Serena, zona bajo su mando? Pregunté a su filial defensor.
* - No lo sé. NO tengo explicación - me dijo el abogado Arellano.
En marzo de 1975, el general Arellano fue transferido al Estado Mayor Conjunto.
Y a fines del mismo año, pasó a retiro.
Ya vestido de civil, el general Arellano recibió en 1976 un oferta de trabajo que
aceptó: "El dueño de Fanaloza, Antonio Martínez, decidió formar un directorio
integrado por exuniformados y llamó a mi padre. Ahí estaba también el general
Javier Palacios, su amigo", aseguró el abogado Arellano.
* Si su padre había terminado toda relación con el coronel Sergio Arredondo
González, luego de descubrir que había ordenado las masacres a sus espaldas,
¿cómo se explica que hayan trabajado juntos en Fanaloza en 1978?
110
* - Fue el general Palacios quien recomendó a Arredondo. Lo cierto es que mi
padre prácticamente no lo vio y pocos meses después, le pidió a Antonio Martínez
que lo despidiera porque no era un buen funcionario, lo que era real. No podía
usar lo sucedido en el norte para que lo echaran del trabajo - respondió Sergio
Arellano Iturriaga.
El general Sergio Arellano Stark no aceptó ser entrevistado por mí, pese a las
reiteradas peticiones hechas durante más de un año. Sólo concedió una
entrevista al diario "El Mercurio", en marzo de 1986, donde se dedicaron muy
pocas líneas al caso, sólo para reiterar su inocencia.
De haberlo podido entrevistar, le habría planteado las preguntas que aclararan los
siguientes puntos:
1- De la reiteración de las "masacres" o ejecuciones violando todo procedimiento
legal de tiempo de guerra, se infiere:
a - no fue un hecho aislado, casual, que pueda atribuirse a "excesos" de un
subordinado.
b - se trató, por tanto de una secuencia perfectamente planificada desde un
mando superior. ¿Cuál?
2.- De la posterior carrera militar de, al menos, tres altos oficiales (el general
Lagos, y los coroneles Lapostol y Rivera), se infiere:
a - su decisión de delimitar responsabilidades y aclarar - privada o públicamente -
que lo sucedido era responsabilidad de la comisión venida desde la capital, no fue
respaldada por el Alto Mando del Ejército y
b - fueron, por el contrario, continuaron con ascensos en la institución ¿por qué?
4 -De la orden dada por el general Pinochet para que el general Lagos rehiciera su
informe, obviando "lo obrado por el general Arellano", se infiere:
a - la decisión superior jeráquica de ocultar lo sucedido para efecto de los archivos
del Ejército y
b - la decisión superior respecto a que lo sucedido no merecía sanción. ¿Por qué?
5 -De las actividades del general Arellano mientras su Estado Mayor procedía a
efectuar las masacres (almorzando en el casino del Club Social de Cauquenes
con el comandante Lapostol en los antejardines del regimiento de La Serena,
comiendo y durmiendo en casa del general Lagos en Antofagasta, y visitando
Chuquicamata con el comandante Rivera Desgroux,) se infiere:
a - el general tenía una misión en la que no necesitaba de la colaboración de su
Estado Mayor, por lo cual no le interesaba saber qué hacían.
b - o el general miente y se cuidó de tener buenas coartadas para un hipotética
investigación futura, estando lejos del escenario del crimen. ¿Cuál es la verdad?
6 -De la composición del Estado Mayor del general Arellano se infiere:
a- no eran asesores jurídicos que justificaran su presencia como apoyo en la
misión de "revisar procesos", ni tenían especiales antecedentes para colaborar en
la tarea de "coordinación" de gobierno interior.
b- su misión, por tanto, era llevar a cabo las ejecuciones de prisioneros fuera de
todo proceso legal. De hecho, dos de ellos - Moren Brito y Fernández Larios - se
destacaron por su frialdad y crueldad en acciones realizadas en los días del golpe
militar en el centro de Santiago, área cuyo comandante fue el general Sergio
Arellano Stark. ¿Hay otra explicación ?
111
7- De la afirmación del general Arellano acerca de que no se enteró de la criminal
acción de su Estado Mayor el 4 de octubre en Cauquenes, el 16 de octubre en La
Serena
, el 17 de octubre en Copiapó y el 18 de octubre en Antofagasta, se infiere:
a- se da una inexplicable confabulación de silencio entre los miembros de su
Estado Mayor y la superioridad de cada regimiento y cada división, confabulación
que - en algunos casos - aún se mantiene, ya que se informó de tres casos por
radio Moscú y en otro, Cauquenes, por la prensa recientemente.
b- o el general miente y quienes dicen la verdad son el general Joaquín Lagos y
los coroneles Ariosto Lapostol, Oscar Haag y Eduardo Rivera.
Capítulo X: Cinco Masacres y una amnistía
El piloto del helicóptero Puma - en este viaje al norte con trágicas escalas - fue el
entonces capitán Emilio de la Mahotier. Al comienzo se resistió: "Debe remitirse a
Relaciones Públicas del Ejército". Pero, finalmente, accedió a contestar algunas
de mis preguntas.
* Recuerda ese viaje al norte en octubre del 73?
* - Mire, tengo casi ocho mil horas de vuelo y para mi ese viaje no fue diferente a
muchos otros.
* - ¿No escuchó en la cabina la conversación entre el general Arellano y los
integrantes de su comitiva?
* - Imposible. ¿Acaso nunca ha volado en un Puma? Las turbinas son muy
ruidosas y los pilotos tenemos una cabina separada de los pasajeros. Además,
uno lleva audífonos para comunicarse con el copiloto y el mecánico, audífonos
que van dentro de un casco. Hay un ruido atroz y es imposible escuchar lo que
hablan los pasajeros.
* - ¿Y qué hizo durante las horas que el general Arellano y su comitiva estuvieron
en La Serena, Copiapó, Antofagasta y Calama?
* - Lo normal, preocuparse de que el helicóptero funcionara bien, revisarlo
prolijamente. Porque un helicóptero es mucho más complicado que un avión.
* - ¿Y cuándo supo que, en ese viaje, ocurrieron masacres de prisioneros?
* - Muchos años después, sólo cuando empezaron a salir las noticias en la prensa.
Y fue realmente muy desagradable ver mi nombre ligado a estos hechos. Para mí,
ellos eran pasajeros no más. La verdad es que no sé qué pasó y dudo mucho de
todo lo que he leído. No puede ser cierto - aseguró finalmente de la Mahotier.
L
o cierto es que la llamada "caravana de la muerte" fue, por más de una década,
objeto de comentarios y rumores clandestinos. En el Ejército se la llamaba la
"caravana del buen humor". Sólo doce años después de esta tragedia - más
compleja de lo que aparece a simple vista - se pudo escribir del "caso Arellano"
con letras de imprenta y titulares de primera página. Quien apareció gatillando
este proceso fue el propio hijo del general, el abogado Sergio Arellano Iturriaga.
En julio de 1985, publicó un breve libro titulado "Más allá del abismo. Un
testimonio y una perspectiva" que, en su página 62, contenía el párrafo que
desencadenó las fuerzas ocultas hasta entonces.
Este párrafo dice textualmente: "En octubre de 1973 mi padre recibió la orden de
revisar numerosos procesos llevados en provincias, en especial en la zona norte,
por consejos de guerra, aun cuando sólo a comienzos de 1974 fue nombrado juez
112
militar en su calidad de comandante de la Segunda División. Se abocó a esa
tarea con la asesoría de tres auditores designados por el comandante en Jefe,
dando prioridad a los juicios cuyas sentencias habían establecido pena capital, por
lo que debió trasladarse a diversas ciudades. En la ingrata misión modificó la
mayoría de las condenas, ratificándolas sólo en casos que revestían especial
gravedad, según los antecedentes procesales. Durante su estada en Calama,
donde se vivía una gran agitación, ante la revelación de un frustrado proyecto de
hacer volar la planta de explosivos Dupont, un grupo de presos políticos fue
ejecutado sin mediar sentencia alguna, en las afueras de la ciudad. Sólo a su
regreso, en Antofagasta, mi padre se enteró de lo sucedido, pero poco después
Radio Moscú lo involucraría en los hechos. Las amorales normas de la guerra
política se aplicaban de distintas formas, por uno y otro bando".
El abogado Arellano me aseguró que escribió y publicó ese párrafo sin consultar a
su padre. Si así fue, debemos inferir que - para referirse a un asunto tan grave -
recurrió a lo que el general Sergio Arellano le había contado y reafirmado por doce
años. En lo sustancial, significa que el general Arellano sólo dijo a su familia que
a) revisó procesos en provincias; b) lo hizo acompañado de tres auditores
designados por el general Pinochet; c) sólo en Calama, un grupo de prisioneros
fue ejecutado "sin mediar sentencia alguna"; y d) sólo al volver a Antofagasta se
enteró de lo sucedido.
A comienzos de octubre - tres meses más después de publicado el libro - el
abogado Arellano Iturriaga fue desmentido públicamente por el coronel Eugenio
Rivera Desgroux, en una carta publicada por la revista "Análisis"- De inmediato, el
mismo general Arellano decidió intervenir, sosteniendo que se trataba de
"afirmaciones difamatorias", que no tenía "responsabilidad penal" en los hechos y
que prestaría a la justicia "toda la colaboración que sea necesaria para aclararlos"-
Ahí estaban, por primera vez desde el golpe militar, un general y un coronel
enfrentados públicamente en un grave caso de violación de derechos humanos
esenciales. Ahí estaba la punta de la hebra de una tragedia oculta y muchos -
familiares de las víctimas, abogados y periodistas - decidieron que había llegado la
hora y la oportunidad de unir fuerzas para desenredar la madeja. Los datos
comenzaron a aflorar desordenadamente: la identidad de las víctimas, la identidad
de los presuntos ejecutores, la dramática búsqueda de los cuerpos de Calama.
El 19 de octubre de 1985, cuando se cumplían doce años, la abogada Carmen
Hertz - viuda de Carlos Berger - interpuso una querella criminal por "homicidio
calificado" en contra del general Arellano y de los oficiales Marcelo Moren Brito y
Armando Fernández Larios, los únicos integrantes de la comitiva hasta entonces
identificados. Ante esto, el general Arellano reiteró su decisión de colaborar con la
justicia y declaró públicamente que "no invocaré la ley de amnistía, a fin de que se
llegue a conocer toda la verdad y se sancione a los responsables".
Pero la jueza del Segundo Juzgado del Crimen de Calama, - Gloria Solís - se
declaró incompetente sin investigar el caso, argumentando que le correspondía a
la justicia militar por tratarse de oficiales acusados. Y el martes 29 de octubre, el
juez militar de Antofagasta general Carlos Meirelles aceptó ser competente para
juzgarlo y, de inmediato aplicó la ley de amnistía. Ley de amnistía, aplicada diez
días después de interponer la querella. La abogada Carmen Hertz sostuvo que
"de la lectura del fallo se desprende que el Juez Militar admite la responsabilidad
113
criminal de los tres oficiales mencionados en la querella y entiende que ésta se
extingue al aplicar el DL 2.191.-
Y agregó: "El juez leyó la querella, no realizó ninguna de las diligencias pedidas.
Tuvimos conocimiento que viajó el último fin de semana de octubre a Santiago. A
su vuelta, el día lunes 28 se rumoreó que ya tenía la resolución, cuestión que fue
ratificada por él mismo en la conferencia de prensa del día siguiente, donde
comunicó que sobreseía el caso y se archivaban los antecedentes.
El general Meirelles no desmintió su apurado viaje a Santiago, previo a la
aplicación de la ley de amnistía. Y al equipo de abogados encargados del caso,
llegó - pocos días después - la denuncia personal y fidedigna de quien participó en
esa reunión del más alto nivel ¿Qué había sucedido?
1- Ante la querella presentada por la abogada Hertz, el Fiscal Militar de Calama
remitió todos los antecedentes de Carlos Berger al juez militar de Antofagasta,
general Carlos Meirelles Muller, con las siguientes piezas:
* - parte policial con fecha 11-9-73 donde dice que Carlos Berger fue detenido a
las 11,20 hrs, en el interior de radio El Loa, portando un revólver de marca Pasper,
y que fue llevado al Regimiento de Calama.
* - declaración de Carlos Berger, firmada por él, donde dice que el revólver lo
compró en el Mercado Persa y lo tenía porque había sido objeto de amenazas y
porque tenía que hacer turnos de noche en la radio.
* - orden de ingreso de Carlos Berger a la Cárcel Pública en libre plática.
* - solicitud de excarcelación de Carlos Berger y providencia que la negó.
* - dictamen firmado por el coronel Eugenio Rivera que propone pena de 60 días.
* - contestación de la acusación y la resolución del coronel Rivera, juez militar,
condenándolo a 60 días de cárcel.
* - acta de fecha 19-10-73 que señala que, convocado el Consejo de Guerra,
comparecieron 26 detenidos, figurando Carlos Berger en tercer lugar, acusados de
traición a la patria. Que en el traslado de los detenidos desde la cárcel al
Regimiento para interrogatorios, se sublevaron y fueron dados de baja a las 18.00
hrs. La única firma legible es la del oficial Alvaro Romero Reyes, como secretario
del Consejo de Guerra.
Este expediente - agregó el informante - fue conocido por el general Meirelles, el
auditor Gustavo Alfaro, el funcionario Martín Guerra y la secretaria.
2- Dos días después de recibida la querella en Antofagasta, fue citado a Santiago
el general Meirelles, quien viajó acompañado por el auditor. Hubo una reunión en
el Edificio Diego Portales donde estaban presentes los generales Santiago
Sinclair, Fernando Salazar Lantery (de Inteligencia, asesor de Pinochet) Enrique
Valdés Puga, Aureliano Tello, Sergio Barros Recabarren, Eduardo Avello Concha
(auditor general del Ejercito), Fernando Lyon Balmaceda, el auditor Osvaldo Vial,
Iván Alvear Ravanal (abogado DINE - CNI) y un abogado de la CNI de apellido
Villalobos Bolt.
Agregó el informante que "el general Valdés sostuvo que con esta querella la
Vicaría
pretendía hacer un juicio contra el Ejército, que ni el gobierno ni el Ejército
aceptarían algo similar a lo ocurrido en Argentina, que había que parar este asunto
de inmediato. Los de la CNI fueron partidarios de realizar una investigación
aparente para neutralizar los efectos tantos de la querella como de las noticias
sobre el caso. Otros generales se opusieron a la falsa investigación, diciendo que
114
había que destruir el expediente y aplicar de inmediato la Ley de Amnistía. Otro
propuso reunir a todos los inculpados, incluyendo al general Manuel Contreras.
Otro general se negó, argumentando que sería peor, porque Fernández Larios
estaba totalmente desequilibrado y ya había dicho que, si no lo protegían, iba a
denunciar todo.
muchachos lo arreglarían y, por último, lo declaraban loco. A la reunión se
incorporó después el general Canessa".
De ser efectiva esta reunión y los términos del debate, es obvio que triunfó la tesis
de taponar el asunto con la ley de amnistía (¿se habrá destruido el expediente?)
La abogada Hertz apeló, inmediatamente, de la sentencia del general Meilleres
ante la Corte Marcial: "Esperamos que el general Arellano también apele a este
fallo en el que queda como inculpado". No apeló, sino que impugnó el fallo
sosteniendo que - por haberse aplicado la amnistía sin previa investigación - "he
resuelto así comprendido por una resolución dictada en virtud de la ley citada, que
sólo sería aplicable a quienes hayan incurrido en hechos delictuosos, pero que es
improcedente aplicar o extender en sus efectos a quien no ha cometido hecho
delictuoso alguno. La resolución, en cambio, involucra una virtual incriminación
que no puedo aceptar, toda vez que, como he declarado públicamente, se trata de
hechos en los que no tuve participación alguna y que, en tanto puedan ser
constitutivos de delito, deben ser debidamente investigados".
Entretanto, quien había firmado como ministra de Justicia el Decreto ley 2.191 del
año 1978, la abogada Mónica Madariaga, prima del general Pinochet - decidió
intervenir para aclarar que no debía aplicarse la ley de amnistía sin antes
investigar y determinar responsabilidades. "La amnistía es perdón. Es el perdón
conciliatorio de toda la sociedad, que en definitiva es la afectada por el delito y es
la dueña de la soberanía, que en su gesto generoso busca la paz en el amor.
Pero esa paz en el amor no puede pasar a llevar a la justicia, que se nutre de la
verdad. (...) La sociedad perdona cuando sabe a quién está perdonando". La ex
ministra Madariaga hizo un extenso informe jurídico que fue agregado en la
apelación del caso Berger.
Pero finalmente, todas las querellas chocaron con el muro infranqueable de la ley
de amnistía. Como un reguero, a lo largo de los meses, fueron presentándose en
Cauquenes, La Serena, Copiapó, Antofagasta y Calama. Algunos jueces se
declararon incompetentes de inmediato y otros decidieron que debían investigar,
lográndose algunas de las pruebas que hemos expuesto a lo largo de este relato,
hasta que la justicia militar intervino para arrebatarles los procesos, sosteniendo
que era público el hecho de la participación de uniformados. La amnistía, dictada
por el general Pinochet para encubrir las transgresiones de derechos humanos
cometidas entre 1973 y 1978, fue siempre ratificada por la Corte Marcial y - lo que
es más grave - por la Corte Suprema.
L
a tenaz abogada Pamela Pereira -quién trabajó incansablemente en los casos -
calificó lo sucedido como una "aberración jurídica". La amnistía, explicó, es casual
de sobreseimiento definitivo, pero éste establece que sólo se podrá dictar una vez
que se haya agotado la investigación y se haya agotado la investigación y se haya
comprobado el cuerpo del delito y la identidad de los responsables. En este caso,
la amnistía se aplicó sin investigar. Además, aquí hay delitos muy graves y lo que
115
se pretende es obligar a la sociedad a perdonarlos sin tener antecedentes exactos
respecto a las circunstancias bajos las cuales se cometieron, quiénes participaron
y quiénes dieron las órdenes. Se obliga a la sociedad a perdonar, con un
ocultamiento de la verdad que, a mi juicio, conduce a la impunidad del crimen".
El general Arellano, por su parte, insistió reiteradamente en su total inocencia: "No
busco ni he buscado justificación en la legitimidad de la represión en el marco de
una guerra sucia. He exigido y seguiré exigiendo la verdad porque sin ella la
reconciliación no sería fácil. Y no podría decir esto, ni lo que he expresado en
otras oportunidades, si hubiese sido responsable de una orden como ésa", dijo en
abril de 1987 en declaración exclusiva a la revista "HOY".
La viuda de Carlos Berger, abogada Carmen Hertz, y la viuda de Mario Arguellez,
Violeta Berríos, le respondieron en los mismo días que se conocían macabros
detalles de los crímenes de sus maridos:
* "Señor Arellano, después de conocer la crueldad, cobardía y perversión con que
se asesino a nuestros esposos, de conocer cómo enterraron a escondidas sus
cadáveres en el desierto, de conocer su actuación en La Serena, Antofagasta y
Calama, nos preguntamos: ¿Es propio de un oficial de Ejército, de la más alta
jerarquía, asumir una actitud tan indigna e hipócrita frente a los familiares de
quienes fueron sus víctimas?
* - Usted sabe toda la verdad.
* - Usted sabe lo que pasó alrededor de las 18 horas del día 19 de octubre de
1973 en Calama.
* - Usted sabe que fue el general encargado de la comitiva y no puede eludir su
responsabilidad jerárquica.
* - Usted sabe toda la crueldad y violencia empleada para asesinar a los nuestros.
* - Usted sabe dónde quedaron enterrados los cuerpos de las víctimas.
* - Usted sabe por qué decidieron actuar así.
* - Lo que usted quizás no sabía ni se imaginó es que trece años más tarde estaría
enfrentado a un país entero que lo observa horrorizado, al igual que observa a sus
subalternos de la comitiva, al conocer poco a poco los antecedentes de la
masacre".
El 18 de mayo de 1987, el abogado Sergio Arellano Iturriaga aseguró que su
padre había pedido, ya en dos oportunidades, a la Vicecomandancia en Jefe del
Ejército la constitución de un tribunal de honor. Objetivo: esclarecer la verdad y
defender su honra militar. Pero lo cierto es que, en los institutos armados, el
llamado tribunal de honor sólo opera para los uniformados en actividad. Y eso
debió saberlo el general Arellano, por lo cual no fue una sorpresa que su solicitud
fuera denegada.
Finalmente, el hijo del general Arellano, pidió la colaboración del obispo Juan Luis
Ysern, quién había conocido la tragedia muy de cerca, ya que fue Administrador
Apostólico de Calama en 1973. El obispo Ysern decidió que podía lograrse
justicia por la vía de reunir a las partes y armar las piezas del trágico
rompecabezas: "Si el caso quedó amnistiado, quizás los tribunales no lo puedan
ver, pero esto queda a disposición de la opinión pública chilena y lo que interesa
es que se establezca la verdad"; declaró el alto prelado católico.
Pero la gestión eclesiástica fue breve e infructuosa. El abogado Arellano Iturriaga
firmó un acta comprometiéndose a que su padre participaría personalmente en los
116
encuentros, una vez precisado y acordado el procedimiento. Pero antes de
iniciarse dichos encuentros, el abogado Arellano Iturriaga pidió públicamente al
coronel Eugenio Rivera que conociera el "acta" en que - según la versión de su
padre - el coronel Arredondo se hacía responsable de la ejecución de los 26
prisioneros de Calama por intentar sublevarse. Luego, calificó un informe de
Carmen Hertz sobre los hechos como "un gran obstáculo para cualquier instancia
hacia la verdad", por lo que estimó "estéril seguir repitiendo hechos y argumentos
ya dados; así como continuar un diálogo de sordos en que la verdad se pierde de
vista"- Finalmente, el 7 de agosto de 1987, el propio general Arellano dio por
cerrada la gestión mediadora del obispo Ysern diciendo que - dadas las
circunstancias - "me pareció absolutamente inconducente continuar preparando
una confrontación inútil, y más aún con carácter público, que de ningún modo
llevaría a un entendimiento ni a la verdad que muchos hemos buscado".
El coronel Rivera Desgroux, en lo que respecta al "acta" de Calama, respondió
diciendo: "El general Arellano ha afirmado por intermedio de su hijo, que él conoce
de estos antecedentes. Incluso ha señalado que podría proporcionar el camino
para llegar a ellos. Si es así, y en atención a que es el país el que reclama la
verdad, ¿por qué no, el mismo general Arellano, da a conocer a toda la
comunidad nacional y especialmente a los familiares de las víctimas, tales
documentos? ¿Por qué esgrime como justificación para retirarse un proceso de
esclarecimiento de la verdad, un hecho, o datos, que precisamente él puede
disponer y entregar? ¿Acaso no son precisamente materias y puntos a esclarecer
en tales encuentros?
La abogada Carmen Hertz precisó "que la verdad exigida al general (r) Sergio
Arellano Stark, que, reitero, a la fecha no ha entregado en ninguna instancia
jurídica ni moral, - desconozco la institucional - se sintetiza en las siguientes
preguntas que aún no acepta responder:
a) ¿Actuó en calidad de delegado del comandante en jefe del Ejército en su gira
de La Serena a Calama?
b) ¿Quién dio las órdenes en cada ciudad de proceder a las ejecuciones?
c) ¿Por qué se tomó la decisión de matarlos?
d) ¿Qué circunstancias rodearon las ejecuciones y dónde fueron enterrados los
cadáveres de las víctimas?
El hecho es que esos dos años de dramático debate (85 al 87) culminaron en una
nueva etapa de silencio y con una opinión pública -bombardeada por noticias y
declaraciones - que emitió su propio veredicto en contra o en favor del general
Arellano. Entremedio, hubo un decidor y público debate entre los generales de
Ejercito en retiro.
El 5 de noviembre, el diario "El Mercurio" publicó una declaración del "Cuerpo de
Generales y Almirantes en Retiro de la Defensa Naciona", difundida por la agencia
gubernamental Orbe, que buscó legitimar la acción de la comitiva. Se planteó que
"como consecuencia de haber tomado el poder y con el objetivo superior de
organizar y dar tranquilidad al país, en el cual los elementos subversivos
extranjeros y nacionales habían formado una vasta organización terrorista, se
declaro desde el mismo día 11 de septiembre de 1973 y hasta el 31 de diciembre
de 1974, el Estado de Guerra Interno y posteriormente el Estado de Sitio. Durante
el tiempo transcurrido y como dolorosa consecuencia de la obstinación de
117
terroristas nacidos en Chile y adiestrados en el extranjero, cayeron numerosas
víctimas de ambos bandos afectando a numerosos hogares de nuestra nación".
Agregó el Cuerpo de Generales y Almirantes en retiro: "Causa enorme
preocupación entre los que ayer regimos los destinos de nuestras respectivas
instituciones, el hecho de que algunos ciudadanos mal informados se hayan
olvidado con tanto facilidad del pasado y estén tratando de incoar acciones
legales en contra del personal de las FF.AA y de Orden que intervino y expuso sus
vidas en defensa del sagrado derecho a la libertad. Numerosos soldados,
marinos, aviadores y carabineros han caído para siempre en esta jornada
restauradora de la paz y es por ello que, en esa memoria, levantamos nuestra voz
siempre firme para expresar a nombre de todos los generales y almirantes en
retiro nuestra incondicional solidaridad con todo lo realizado hasta hoy por
nuestros camaradas dentro del servicio activo, ya que su acción valerosa y
decidida ha logrado dominar la sedición y ha permitido que el país recuperara su
ritmo de avance y progreso que hoy orgullosamente ostenta".
Sólo cuatro generales reaccionaron públicamente, rechazando la declaración. El
general Joaquín Lagos Osorio, comandante en jefe de la Primera División en
1973, renunció al cargo de director del Cuerpo de Generales en Retiro
argumentando que "en estos precisos momentos el país está conociendo la
actuación de un general pocos días después del 11 de septiembre de 1973,
actuación que no puede ser avalada, sin un acabado esclarecimiento previo, por
los hombres que han dedicado su vida entera a vestir orgullosos el uniforme de las
instituciones de la Defensa Nacional. No puedo solidarizar incondicionalmente -
como se dice en la declaración - con actuaciones como las que señalo; mi
conciencia de hombre, cristiano y soldado me lo impide. Por el prestigio de
nuestras Fuerzas Armadas, estos hechos deben aclararse, ojalá ante un Tribunal,
al cual comparezcamos todos aquellos que en su oportunidad tuvimos
conocimiento de lo que ocurrió y, por esa vía, el país conozca la verdad y se
precisen, sin sombra de duda, las responsabilidades de cada uno. Lo anterior,
estoy cierto, contribuiría decididamente al reencuentro de los chilenos".
Los generales Guillermo Pickering, Mario Sepúlveda Squella y Ervaldo Rodríguez
Theodor aclararon que no pertenecían al citado cuerpo y no compartían los
términos de la declaración.
Esos dos años de público debate y aporte de antecedentes mostraron cuán
profundas y abiertas estaban las heridas provocadas por esta "caravana de la
muerte". La censura de prensa sobre los canales de televisión impidió que este
drama fuera conocido - en su real profundidad - por todos los chilenos. Porque no
sólo se trata de la tragedia vivida por las familias de las 72 víctimas. También hay
una trágica marca en las vidas de los militares involucrados y sus familias, como lo
constaté en las entrevistas realizadas a quienes accedieron hablar en estas
páginas. No puedo olvidar las lágrimas del mayor Fernando Reveco enfrentado al
recuerdo de la tortura o el inútil intento del coronel Efraín Jaña por ocultar su dolor
tras la prisión y el exilio que marcaron la división de su familia. No es posible
olvidar la mirada implorantes del coronel Ariosto Lapostol diciéndome, al final de la
entrevista "¿qué puedo hacer para verlos y pedirles perdón?", y el rostro cabizbajo
del coronel Eugenio Rivera que buscaba vanamente ocultar su vergüenza y dolor
por todo lo sucedido. No se puede olvidar el coraje del general Joaquín Lagos al
118
renunciar al Ejército y su ira profunda por todo lo ocurrido, reflejada en esa frase
que lo dice todo: "Ver frustrado lo que se ha venerado por toda una vida: el
concepto de mando, el cumplimiento del deber, el respeto a los subalternos y el
respeto a los ciudadanos que nos entregan las armas para defenderlos y no para
matarlos".
Y, finalmente, es imposible olvidar el conmovedor esfuerzo del abogado Sergio
Arellano Iturriaga por limpiar las manos de su padre de tanta sangre derramada.
En el invierno de 1988, le comuniqué mi decisión de escribir sobre el caso y le
pedí que intermediaria para obtener la entrevista con su padre. Finalmente me
comunicó que él actuaría como su vocero. Cuando lo vi, no tuve dudas. Estaba
frente a otro tipo de víctima de esta tragedia: su único hijo hombre, el que lleva su
mismo nombre, el que creció sintiéndose orgulloso de su progenitor, el que
necesita vitalmente creer en su inocencia, el que necesita urgentemente vocear su
inocencia. Ahí estaba, sentado frente a mí, hurgando papeles y esgrimiendo
argumentos con la desesperación en cada gesto, para defender lo indefendible.
En esos mismos días, el dolor y la desesperación terminaron por derrotar a la
doctora Dora Guralnik, madre del abogado y periodista Carlos Berger, asesinado
en Calama. Optó por suicidarse en trágico vuelo desde el piso catorce de una
torre céntrica el 23 de junio de 1988-

Corte Suprema confirma condenas por crímenes de la Caravana de la Muerte en Antofagasta

  Corte Suprema confirma condenas de ex oficiales de Ejército por crímenes cometidos en Calama por la Caravana de la Muerte en 1973 https://...