Inicialmente la
Caravana de la Muerte partió en la mañana de un 30 de septiembre de 1973, desde
el aeródromo de Tobalaba, un campo de aviación de propiedad privada en la
comuna de La Reina, que en ese momento era sede del Comando de Aviación del
Ejército. Partieron en uno de los nueve helicópteros Puma de fabricación
francesa que tenía el ejército chileno.
La ruta a seguir estaba muy bien planeada e iban prevenidos
para cualquier tipo de peligro y para ayudarse entre ellos en caso de
necesidad, conducidos por un jefe que había planeado un asalto al poder durante
años, desde antes del Golpe de Estado, iba con guías de enganche que conocían o
se habían relacionado de alguna manera con los altos mandos regionales y la
pericia de un equipo de oficiales que así como él se habían formado en la
Escuela de las Américas en Panamá, en cursos de contrainsurgencia, tortura y ejecución
sumaria.
Las ciudades que visitaron en el sur, según dijo
posteriormente Pedro Espinoza, uno de los integrantes de la caravana, fueron
Curicó, Talca, Cauquenes, Linares, Concepción, Temuco, Valdivia y Puerto Montt.
El mayor valor que transportaba esta caravana era la
decisión de la toma del ejército y los objetos que los llevarían a lograr ese
objetivo eran corvos, cuchillos, granadas y armas que llevaban al cinto de
uniformes de guerra con los que descenderían en cada localidad, sorprendiendo a
quienes pensaban que el ejército seguía siendo el mismo y desconocían la nueva
línea de combate a seguir, la violación de los derechos humanos de los
prisioneros, sin importar la Convención de Ginebra y el tratamiento que se les
debía dar a los prisioneros políticos que cada región tenía bajo la autoridad
del mando local. Mandos que quedarían subordinados al nuevo orden impuesto con
un golpe que inundaría de sangre los regimientos y los ahogaría en la
incapacidad de reaccionar o hacer algo en contra de los asesinos.
El Puma despegó y descendió en Talca ese mismo 30 de octubre
en el Regimiento de Montaña N°16 y Arellano Stark, jefe y guía de la caravana,
saludó fríamente al Intendente, Teniente Coronel y Comandante del Regimiento
Efraín Jaña, limitándose solo a preguntarle tajantemente el número de bajas que
había tenido en su jurisdicción, a lo que Jaña contestó que todo estaba en
calma en Talca, en completa normalidad. Entonces Arellano le desplegó un
discurso sobre la guerra en que estaba el país, el Plan Zeta, la insurrección
armada que había que detener, el autogolpe que se había planeado con el fin de
imponer a la fuerza un gobierno marxista y luego lo convirtió en la primera
víctima de la caravana de la muerte, relevándolo de sus funciones militares y de
la Intendencia, ordenando su arresto y sometiéndolo a un Consejo de Guerra que
el propio Arellano realizó y presidió rápidamente.
Lo condenó a presidio por no aplicar mano dura y por ser uno
de los primeros altos mandos que se opuso al Golpe de Estado y se negó a
reprimir y asesinar a partidarios del Presidente Salvador Allende.
El siniestro plan daba su primer paso y cobraba su primera
víctima, el Comandante Efraín Jaña, quien fue destituido, encarcelado y
torturado, permaneciendo en prisión por cinco años, tras los cuales partió al
exilio en Holanda.
Ese 30 de septiembre Sergio Arellano Stark y su caravana
también visitaron Curicó, donde ordenó el traslado de dos prisioneros a
Santiago y en el atardecer llegó a Linares, donde le preguntó de inmediato y
violentamente al Coronel Gabriel Del Río - ¿Cuántos muertos tiene ya en la
zona? – Del Río se quedó impactado y luego de un momento respondió – “Ni más ni
menos que los que tiene que haber, tenemos diez o doce, mi general” -¡Son muy
pocos coronel, muy pocos! – Le dijo Arellano y Del Río le respondió - Bueno,
entonces dígame usted… ¿cuántos tienen que ser los muertos, mi general?
Fragmento del libro "Caravana de la Muerte. Traición y sangre en la travesía" . Angélica Palleras .
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